domingo, 22 de junio de 2014

Gardel, el fútbol y la mufa


Dicen que Gardel era un gordito que para filmar sus películas, verdaderos antecedentes de los videoclips, se estrangulaba la cintura con faja de señora entrada en carnes. Probablemente por eso, por el estrujamiento, sonreía de costado; pero esa es sólo una presunción. Que fuera gordito no sería de extrañar, puesto que en esos años la flacura era obligadamente proletaria y la pancita signo de que al portador las cosas le iban bien y comía seguido. Tanto que la imagen icónica del burgués lo mostraba con cadena de oro cruzando un prominente abdomen, como un puente colgante ahumado por un poderoso cigarro habano. Y Carlitos, como cantor de unos años en que las estrellas viajaban en tren y no ganaban ni la mitad que un plomo de los Rolling Stones, empataba en cintura con los tenderos acomodados; lo que no lo inhabilitaba para que practicara algún deporte y fuera fervoroso admirador de otros.
Lo más conocido es su pasión por “los burros”, dicho en lenguaje de seguidor turfístico. Pero no se quedó en los purasangres de carrera sino que también, aparte de las sesiones de gimnasia –presumiblemente sueca– con que se castigaba de tanto en tanto, era admirador del boxeo y seguía con igual entusiasmo un deporte que, por esos años, dejaba de ser una manía inglesa para convertirse en dominio de multitudes, el fútbol.
Su relación con el fútbol y el deporte en general, se presentó como un fortuito cruce de calles y nos trajo una historia que promedió más o menos así:
–Carlitos... ¿por qué no te vas a cantarles a los uruguayos?
Rebobinamos y comenzamos un poco más atrás, cuando reparamos que a una quincena de “fondos buitre” y copa del mundo en Brasil, se sumaba otro aniversario del momento en que Carlos Gardel ni voló ni retornó de las cenizas como el ave Fénix en el aeropuerto de Medellín; todavía sin Pablo Escobar.
La memoria entró a la cancha y nos propusimos hurgar en el pasado, digamos que deportivo quién, de aquí en más, llamaremos Gardel para eludir la caída en la retahíla de apodos que evitan la repetición del nombre.
A Gardel lo teníamos en tangos como “Leguisamo solo”, “Por una cabeza”, “Bajo Belgrano”, “Preparate pa`l domingo” y el irónico “Paquetín, paquetón” con que fustiga a uno que no gana una carrera ni con ayuda del Papa de turno. Lo teníamos como dueño de caballos que nunca le dieron un gusto grande, pero que, como Lunático, pasaron a la historia con tango propio. Ese era su “berretín”, pero no excluyente, porque es conocido que seguía de cerca el boxeo, una actividad que despertaba fanatismos en su tiempo y que supo compartir, sin enterarse, claro, con Julio Cortázar.
Cortázar, a quien recordamos todo el año, reconocía que no le gustaba el fútbol porque “en el fútbol son once contra once, gana o pierde un equipo. La responsabilidad individual se diluye, todo se diluye; alguien pudo haber jugado muy bien o muy mal pero nunca tiene la plena responsabilidad del triunfo o de la derrota. En el boxeo eso no es posible”. Sus palabras podrían ser una diatriba contra algún gobierno o un alegato sobre la política, pero más político era Borges cuando decía que el fútbol “es popular porque la estupidez es popular”. Por suerte empataba Osvaldo Soriano que escribió algunos relatos imperdibles como “El penal más largo del mundo” –sacado de su experiencia de jugar para Cipolletti en Barda del Medio– o la homérica narración titulada “El hijo de Butch Cassidy”, que coloca a un hijo del legendario bandido arbitrando un partido en la Patagonia. Un partido donde se dirime el mejor del mundo, en paralelo con el mundial de fútbol de 1942.
Pero volvemos a cuando a Gardel no lo mandaron a “cantarle a Gardel”, pero sí a los uruguayos.
Cuentan que cuando jugaba la selección Carlos Gardel iba a las concentraciones para animarlos cantando. Pero que después de las Olimpíadas del ’28 y el Mundial de 1930 esa relación dejó de ser cordial.
El primer tiempo de esa historia fue cuando, para las Olimpíadas, Gardel estrenó ante el seleccionado el tango “Dandi”. Después, como cabe esperar, le aseguró al equipo que cuando jugaran se llevarían la medalla de oro. Sólo que eso no se dio, porque el oro se lo llevó Uruguay, que les ganó en la final.
El segundo tiempo fue un par de años después, en 1929, en Montevideo. Gardel entonces repitió “Dandi” el tango que les había cantado la vez anterior, pero muchos jugadores lo miraban con desconfianza. Para algunos Gardel ya era mufa, yeta, yettatore, gafe, dicho en lunfardo de varias raíces. Tal vez por eso, para empardar la mano, a uno se le ocurrió dar vuelta la pisada, hacer un enroque:
-Carlitos… ¿por qué no te vas a cantarle a los uruguayos? Porque si no, se pueden resentir ¿viste?
Gardel fue y les cantó a los uruguayos, pero la contramufa no funcionó y en la final Uruguay le ganó a Argentina 4 a 2. Así fue, cuentan, que uno de los jugadores sentenció, definitivo: “Che, Carlitos, vos en el próximo Mundial no vas a cantar”.
Tal vez Gardel no fuera portador de la mala suerte, si es que eso existe, y mi pata de conejo no lo permita, pero en todo caso su relación con el fútbol nunca fue muy afortunada. Lo determinante, tal vez, para confirmar su perfil de yettatore o no, sería su afiliación al Racing Club de Avellaneda, un equipo que en los tiempos de Gardel se ganó el apodo de “La Academia”.
Si era o no yeta ya no se podrá saber, pero, sí se sabe que también era hincha del “Barça” cuando iba a España y, puntualmente, a Barcelona. También que solía cantar, vaya a saber para quién, el tango “Patadura”. Un tango que, visto lo que va del mundial, especialmente alguno de los partidos, podríamos compartir otra vez sumando la intención irónica del Morocho del Abasto.
“Piantate” de la cancha, dejale el puesto a otro/ de puro “patadura” estás siempre en “orsay”.
Jamas “cachás” pelota, la vas de “figurita”/ y no “servís” siquiera para patear un “hand”.

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