domingo, 8 de junio de 2014

Decir y ser dicho, escuchar y ser escuchado

Por Miguel Russo
argentina@miradasalsur.com

Secretarías, medidoras y agresiones

La mañana del miércoles, uno de los tantos comentarios aluvionales en la web a una nota del diario La Nación que anunciaba la creación de la Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional, y la designación de Ricardo Forster al frente de dicho organismo dependiente del Ministerio de Cultura, se constituyó como prueba palmaria de la peligrosidad de la construcción de ciudadanía cuando ésta es llevada adelante por grupos hegemónicos para los cuales la inclusión –y sus efectos– fueron, son y seguirán siendo eternamente una mala palabra. Poco importa el nombre del autor del comentario (a fin de cuentas, nadie se llama realmente como se hace llamar virtualmente), pero sí, y mucho, el comentario. A saber: “¿Se puede ser ciudadano por opción? Uno adhiere a los ministerios o secretarías que utiliza y las que no las podés deducir de tus impuestos. ¡¡¡El fangote de guita que ganás es enorme!!!”.

La ciudadanía, para los defensores de la política neoliberal, es eso: una opción. Y una opción que se rige –como todo dentro de esa ideología– por parámetros de gastos y utilidades, costos y conveniencias, réditos e inversiones.

Por supuesto, esa forma de pensar está en contra de todos y cada uno de los objetivos de la mencionada secretaría que no es ocioso reiterar: asesorar y elevar las propuestas a ser consideradas por la ministra de Cultura Teresa Parodi en cuestiones de pensamiento nacional y latinoamericano; interactuar de forma federal con las diferentes usinas de pensamiento existentes en el país con el objetivo de promoverlas y darles un marco de mayor institucionalidad; convocar a todo el arco político, intelectuales docentes y representantes de los institutos históricos que actúan en la órbita del Ministerio de Cultura para que formen parte de las grandes líneas a investigar; generar instancias de diálogo y debate sobre temas contemporáneos, promoviendo nuevas corrientes de pensamiento que hagan partícipe a toda la ciudadanía; articular la relación entre los institutos históricos, actuantes en la órbita del Ministerio de Cultura, a fin de lograr una transversalidad que haga de aquellos diferentes espacios una homogeneidad que aborde, incluso, los mismos tópicos desde diferentes análisis, y generar documentos audiovisuales y digitales con base en el pensamiento nacional, a fin de que circulen como material de formación, producto de los debates constituyendo en conjunto un archivo de época.

La inclusión tiene, indudablemente, una pata enorme en el aspecto económico. Pero esa base de sustentabilidad termina siendo nada cuando no se lo acompaña con el aspecto sociocultural. La creación del Ministerio de Cultura (esto es decir, darle al área un mayor presupuesto pero también una mayor trascendencia y responsabilidad) es una prueba de la profundización de la inclusión en ese sentido. La flamante secretaría, también. Y no hay que dudar de la reciente decisión de crear una medidora oficial de rating televisivo para terminar de una vez y para siempre con la medición de Ibope (800 aparatos en CABA y Gran Buenos Aires como modo de reflejar lo que supuestamente mira todo el país). Esa medidora, llamada Sistema de Medición Federal, estará implementada por once universidades públicas y calibrará el rating mediante nueve mil decodificadores distribuidos en centros urbanos de todo el país, midiendo el encendido de señales de la televisión abierta, de la de cable y de la digital terrestre. Sí: nueve mil en todo el país contra los ochocientos de la Ciudad de Buenos Aires y sus alrededores.

Esta creación, sumada a la implementación de la Ley de Medios, parece cerrar un círculo decisivo para la real construcción de ciudadanía: la posibilidad de decir, la posibilidad de ser escuchado y la posibilidad de hacer público y notorio qué se dijo y qué se escuchó.

Y no se trata, como se repite desde los medios hegemónicos, de mostrar que determinados programas (determinadas formas de pensar el país) sobrepasen a otros programas (otras determinadas formas de pensar el país). No se trata de estar a favor o en contra de determinado proyecto político. Se trata de crear el instrumento necesario para saber qué miramos. Esto es, qué país quiere mirar y qué país quiere hacer la sociedad en su conjunto. Qué proyecto político, social, cultural, económico quiere la sociedad en su conjunto.

Agraviar es simple: sólo basta descalificar y que el resto llegue solo. Sentenciar que la creación de ministerios o secretarías (más allá de los rimbombantes o equívocos nombres que se les den) se realiza para derivar suculentos beneficios económicos a quienes estén al frente de esos organismos (que encima, muletilla preferida de ciertos sectores no menores del mundo de la comunicación y la política, "pagamos entre todos") es una clara muestra de la decisión de no construir absolutamente nada. Una clara muestra de que allí hay personajes esclarecidos que –como bien los retrataba Roberto Arlt– la saben lunga y avivan a la gilada.

Los derechos adquiridos en los últimos años (herederos indudablemente de las mejores tradiciones del peronismo, el radicalismo, el socialismo, el marxismo y siguen las firmas) hablan a las claras de una determinación de inclusión que, a su vez, busca construir ciudadanía para ahondar en la inclusión que ahondará en más construcción de ciudadanía y así, como gustaba señalar un argentino de esos que sabían mucho de inclusión y de ciudadanía, hasta la victoria. Siempre.

08/06/14 Miradas al Sur
 

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