domingo, 1 de junio de 2014

“Carta fraguada”

Año 7. Edición número 315. Domingo 1 de Junio de 2014
No es preciso tener la capacidad deductiva de Guillermo de Baskerville, el monje y detective al que rrecurre Umberto Eco en El nombre de la Rosa, para constatar que el Vaticano siempre ha sido un templo de intrigas, conspiraciones y misterios pocas veces resueltos. Frente al nunca esclarecido envenenamiento de Juan Pablo I, cuyo Pontificado duró escasos 33 días, o el escándalo de las filtraciones de Vatileaks que precipitaron la renuncia de Benedicto XVI, una supuesta misiva apócrifa del papa Francisco –que desató un aquelarre de pseudovaticanólogos de cabotaje– no le hubiese sorprendido al detective con un pasado como inquisidor del Santo Oficio.
Para Guillermo de Baskerville la verdad es cuestión de hechos, no de palabras. En este caso, el misterio de la carta fraguada que no era tal, comenzó con una profecía:
A las 11 de la mañana del jueves 22 un tweet desata un cataclismo en las redes sociales. Su texto reza: “Intuyo q la carta en nombre del Papa a CFK es falsa. O es rara. No sé. Las cosas no se hacen así.” El tweet lleva la firma del periodista de Clarín e historiador, Marcelo Larraquy, un impenitente maratonista y autor –entre otros– de dos libros sobre Francisco. El último de ellos lleva el elocuente título “Recen por él”.
En menos de lo que canta un gallo, Federico Wals, un ex secretario personal de Bergoglio durante seis años, que hace dos meses debutó como el vaticanólogo de cabecera de Radio 10 y C5N, se sumó a la Cruzada:
“Somos dos...”, teclea el novicio Wals.
“Si vos tmb sospechas entonces estoy en buen camino. Abrazo!”, replica el hiperventilado Larraquy, poniendo en marcha una comedia de enredos, primicias y veleidades: “Me acaban de confirmar que mi popularidad en Twitter es del 85% Si quieres saber LA TUYA http://elmaspopular.com/app/ //despedí a mi CM”, informa Larraquy antes de autoadjudicarse en su perfil de Twitter el título de “descubridor de la carta papal trucha”, un galardón que ostentaba hasta el domingo por la tarde, cuando decidió quitarlo para echar un manto de piedad sobre el papelón.
A las 12 del jueves 22, Larraquy cabalga sobre su efimera popularidad y sentencia: “Que feo que la Nunciatura Apostólica en Buenos Aires escriba cartas en nombre del Papa en MAYUSCULAS. Protocolo tiene que enseñar esas cosas”.
A las 13 Larraquy insiste sobree su condición de oráculo: “Resistencia eclesiástica a Francisco. El “no” a la nueva Roma http://www.gacetamercantil.com/mobil/notas/54185/… Lo habíamos anticipado acá. http://www.clarin.com/edicion-impresa/lenta-agonia-obispos-conservadores_0_1077492376.html …” Más tarde, el autor de varios libros notables como la vida de Galimberti o López Rega usa los 140 caracteres para un nuevo autoelogio: “Cada vez tengo más olfato eclesiástico”.
Otro tanto ocurrió con Federico Wals: en lugar de confirmar o desmentir sus presunciones con la Nunciatura, con la Secretaría de Culto o con algún vocero autorizado del Vaticano, el novato vaticanólogo de C5N recurrió al obispo Guillermo Karcher, un ceremoniero pontificio, que está en el Vaticano desde 1993 y que por su condición de argentino tiene la delicada misión de sostenerle el micrófono al Papa.
“Cuando abrí el teléfono y por el WhatsApp vi la cartita, enseguida me di cuenta de que había algo raro: estaba el papel membretado de la Nunciatura, pero decía Vaticano y, además, el tono me pareció raro. Enseguida entendí que no era Francisco”, relató el prelado a la corresponsal de La Nación Elizabetta Piqué.
El WhatsApp era de Federico Wals. “Apenas vi la carta, que me parecía extraña, le dije a Federico: ‘Dame tiempo, dejame que averigüe’, y después nos pusimos de acuerdo para que me llamara y yo pudiera aclarar en vivo por el canal de que era una carta totalmente falsa”, detalló Karcher a La Nación.
Sin ninguna autoridad para actuar como vocero, el microfonista pontificio no apeló a una imagen bíblica cuando frente a las cámaras de C5N, definió la carta como “un collage de mala leche”.
Las palabras de Karcher –que obtuvo su instante de gloria– sonaron como música celestial en los oídos del conductor del noticiero central, el inefable Eduardo Feinman, y el aprendiz de exorcista Federico Wals.
El elenco estable de vaticanólogos de otros multimedios desplegó toda su parafernalia de superchería imaginando un proceso de excomunión comparable al de Juana de Arco, sentenciada a ser quemada viva en la hoguera o del hereje Galileo Galilei por sostener que la Tierra giraba en torno del Sol, y se rasgaban las vestiduras ante la presunta ofensa a la fé.
Los enviados a cubrir la visita papal a Tierra Santa se entrevistaban entre ellos sobre la redacción, la sintáxis y la puntuación de la inofensiva carta de salutación. Lo más sospechoso –decían– era justamente que no hubiera nada sospechoso en el contenido y vaticinaban horrendos castigos para la inmortal alma del responsable. En su improvisada caza de brujas, la Santa Inquisición periodística estuvo a punto de crucificar al Nuncio, un suizo más bueno que el pan, cuyo único delito era estar ausente de Buenos Aires. Y si toda la pesquisa no hubiese sido tan efímera hubiesen apelado a cualquier exorcismo para sabotear la presencia de la Presidenta en la Catedral Metropolitana durante el Tedéum del 25 de Mayo.
No es un secreto de confesión que Karcher comulga con el sector más conservador de la Iglesia Argentina, representado por personajes como el obispo platense Héctor Aguer y el arzobispo de Mercedes-Luján, Emilio Ogñenovich, los mismos que hace unos diez días filtraron a Clarín el borrador de un documento que le sirvió al diario para descontextuar una frase y titular que la Argentina está enferma de violencia. Sin embargo, si el Diablo había metido la cola en esta historia, no fue en Buenos Aires, sino en Roma. Algún actor local, más empapado en temas terrenales debe haber convencido al ceremoniero Karcher que fuera a la carga. No le fue difícil porque conocían una de sus debilidades: la figuración en los medios le produce una borrachera más potente que cualquier bebida espirituosa.
Algunos obispos –encolumnados con Bergoglio– que han visitado el Facebook de Karcher sostienen que allí el microfonista rinde pleitesía a Esteban Cacho Casselli, ex embajador del menemismo ante la Santa Sede y verdadero monje negro de las relaciones entre los sectores mas trogloditas de la Iglesia y los personajes más poderosos de la sociedad argentina. Difícilmente Karcher hubiese llegado en 1993 al Vaticano sin contar con la bendición de Casselli que, además del apodo de “el Obispo”, ostenta el título de Gentiluomo di Sua Santità, un cargo honorífico que ratificó la influencia de Cacho en Roma.
El viernes 23, la edición impresa de La Nación se había sumado a la Cruzada epistolar y una nota de la corresponsal en Roma, Elizabetta Piqué, pinta a Karcher como una figura providencial.
El único problema es que cuando el diario llegó a los kioscos el Vaticano había confirmado la autenticidad de la carta del papa Francisco a la presidenta Cristina Kirchner por el 25 de mayo.
Hasta Guillermo de Baskerville hubiera interpretado lapidariamente este caso que obliga a preguntarnos si somos respetuosos con la verdad. Lo más seguro es que el monje y detective hubiera repetido su frase de cabecera: “Huye de los profetas y de los que están dispuestos a morir por la verdad, porque suelen provocar también la muerte de muchos otros, a menudo antes que la propia, y a veces en lugar de la propia”.

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