miércoles, 12 de junio de 2013

Por José Steinsleger/I

Por José Steinsleger/I De lo "mero-mero" principal: en Argentina se está dando (uso del gerundio en tanto "proceso") una revolución radical, irreversible y profunda en el llamado "mundo de las mujeres". Y lo esperado: cualesquiera sea su nacionalidad, clase o ideología, muchos hombres miran al costado, o relativizan el fenómeno con inaudibles y concesivos "qué bien", "qué interesante", “uf…”. Aclaración: el opinólogo admite que no es "feminista", y que la noción de "género" lo incomoda. Pero como noblesse obligue, el periodista reconoce que, a pesar de los ingentes esfuerzos de su especie (digamos desde el neolítico), nunca entendió "bien" a las mujeres. Cosa que a ellas, sin duda, les tendrá sin cuidado. ¿O alguien no "para la olla" mientras ellos hacen, teorizan, rehacen y se cuentan los cuentos que ellas "deben" repetir sin chistar? Que algo, geológica y antropológicamente sustantivo, y por momentos inconcebible, empieza a moverse en Argentina. Veamos si no el caso del primer niño que en días pasados fue legalmente registrado con el apellido materno, anteponiéndose al paterno por vía administrativa y sin que medie una orden judicial que invoque la "Ley de Nombres" del Código Civil. Así podrá entenderse, con más precisión, el informe reciente de la Organización Panamericana de la Salud sobre legislaciones contra la "violencia de género", donde se dice que América Latina tiene "mejores leyes" que en otras regiones. Y que Argentina figura a la vanguardia porque su legislación “…incluye elementos poco tomados en cuenta como la violencia institucional, simbólica y mediática”. Una lectura pueril podría concluir que tales avances responden a que en Argentina gobierna una mujer. Sólo que hay mujeres y mujeres. Y la mujer de la que hablamos tiene voz propia, decide, se impone con la fuerza del discurso, y con medidas que ejecutan las jefas del Banco Central, la Procuraduría Federal del Tesoro, el Ministerio de Industrias, la Defensa del Consumidor, el Ministerio de Desarrollo Social, la Procuraduría General, la bancada mayoritaria de los diputados y, hasta hace poco (aunque durante seis años), el Ministerio de Defensa y la Subsecretaría de Seguridad. ¿Será que la confianza de Cristina Fernández de Kirchner en tantas mujeres que en su gobierno ocupan puestos estratégicos, obedece a que finalmente llegó "el turno" de las mujeres en Argentina? Negativo. Al margen de teorías "feministas", parecería que en esa confianza subyace el reconocimiento a la mitad más uno de la sociedad que, históricamente, apuntaló las luchas sociales y emancipadoras del pueblo argentino. Visitemos el Salón Mujeres Argentinas del Bicentenario, lugar abierto al público y ubicado dentro de la Casa Rosada que Cristina suele utilizar para mensajes presidenciales. En la iconografía dedicada a homenajear a mujeres destacadas en distintas disciplinas (y aunque siempre faltará alguna) están todas: peronistas y antiperonistas, socialistas y radicales, "oligarcas", indígenas, proletarias, artistas, luchadoras sociales. Mujeres, en fin, que dejaron huella en Argentina. Y en las afueras, allí donde la estatua del gran almirante que nos "descubrió" permaneció un siglo, se erigirá en su lugar un monumento de 10 metros de altura para evocar a una gran guerrera de la independencia: la ignota Juana Azurduy de Padilla (1780-1862), nacida en Sucre, Bolivia, cuando este país era parte de las "Provincias Unidas del Río de la Plata". Colón se va, y la embajada de Italia en el país frunce el ceño. Conociendo el paño, siento que ningún político argentino se hubiera atrevido a tanto. Pero así es ella. Cuando la visitan gobernantes de otros países, los discursos de Cristina se transmiten en el patio central de la casa, donde gigantescas imágenes del Che, Evita, Allende y Perón, guían sus palabras. Los adalides de la "libertad de expresión", la odian. Previsible y contenidamente, los medios la tratan de "autócrata", "populista", "corrupta", "demagoga". Pero en las calles le dan cuerda a las tropas de la "gente bien": "¡Yegua! ¡Subversiva! ¡Puta! ¡Montonera!" Nada nuevo. Cuando en su agonía Eva Perón se retorcía de dolor, las calles de Buenos Aires amanecían con grafitis que rezaban ¡Viva el cáncer! Cualidad y contribución ético-política con "perfume de mujer": no responder a los insultos, ni a los espots televisivos que la difaman, o alguna portada del "periodismo independiente" que la mostró masturbándose y alcanzando el clímax frente a las masas. Con intuición femenina Cristina sabe que, a la postre, la historia prueba que la violencia termina revirtiéndose sobre los violentos. Así, bailando cumbia para celebrar los 203 años de la emancipación, con pasitos a la izquierda y pasitos a la derecha, CFK ha ido neutralizando y sacando de quicio a los machos de la antipatria. En particular, los de su propia fuerza, el Partido Justicialista que aún vive de la transa y la corruptela institucional. Cristina tiene en qué inspirarse. Néstor Kirchner, en primer lugar. Y, por sobre todo, el alter ego de los hombres y mujeres que, durante 60 años, soñaron en Argentina con serlo de verdad: Evita. La Jornada, México

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