domingo, 30 de junio de 2013

La ética cínica de los medios Por Miradas al Sur contacto@miradasalsur.com

El reciente libro de Eduardo Blaustein, del cual se reproduce aquí un fragmento de uno de sus capítulos, señala un debate imprescindible en la sociedad argentina: qué factores hay en los discursos periodísticos y políticos. Eduardo Feinmann dice “Dos menos” en C5N (17/1/2013) al “informar” la muerte de dos jóvenes que según aporta el zócalo en la pantalla acababan de robar un reloj en la avenida Alvear. “Dos motochorros murieron al chocar contra un colectivo”, es el título explicativo de Clarín al día siguiente. “Dos menos”, dice Feinmann, y como amagando arrepentirse, jugando a la vez a cínico y piadoso, vengador furioso y cristiano humilde, va al corte murmurando, fingiéndose apuradito, metiendo ritmo televisivo: “Que Dios me perdone. Pero estos tipos...” Feinmann festeja la muerte de los motochorros. En el festejo involucra el deseo de muerte genérica de “estos tipos”. Además de expresar sus valores a cámara, su ética o su moral, su “ideología”, Feinmann está hablándole a la audiencia con la que sintoniza o cree sintonizar, aporta su granito de arena a la mitología del “viva el cáncer”. Es un caso nada sutil de populismo justiciero, en donde “periodismo” merece asociarse a linchamiento puro y duro. Hay antes y alrededor de Feinmann, que debe creerse un cruzado o un pícaro de aquellos, una vastísima tradición cultural, de siglos. En la novela Espartaco, Howard Fast describía un espectáculo de masas diseñado por los antiguos romanos: a lo largo de la Vía Apia, la disposición de centenares de cuerpos de esclavos crucificados para regocijo de quienes se sintieran inquietados por su rebelión. Las quemas de la Inquisición, los ahorcamientos, la guillotina francesa, también eran motivo de regocijo de algunos, como las quemas de libros del nazismo o de nuestra última dictadura. Hasta el siglo XIX se mantuvo en muchos países europeos y a veces en sus colonias la tradición de la picota, columnas esculpidas o plataformas en las que se exponía al escarnio a los castigados (delincuentes presuntos, eventuales traidores o rebeldes), que podían morir por los piedrazos arrojados por la multitud. Otras veces lo que se exponía en la picota eran los restos de los descuartizados. Mucho viejo periodismo parece haber bebido de esas tradiciones y lo mismo parte interesante del periodismo contemporáneo. Los presuntos “foros de lectores” –bella expresión– fungen hoy como plaza medieval, como picotas, como espacio posmoderno de antiguos encarnizamientos. Los diarios que piden aplomo y sosiego, buenos modos, paz, República e instituciones, mediante una deliberada regulación cero, azuzan y exprimen los foros para echar nafta a todo incendio posible. Lo mismo, los programas de panel con chismes y no pocos espacios de debate político. Un detalle más sobre aquel día particular en la vida profesional de Eduardo Feinmann. Literalmente media hora después de que diera la noticia/editorial de la deseable muerte de los motochorros, Telenoche, ya avanzada la edición, apuraba la puesta de una placa de “último momento”. El canal envió al lugar donde murieron los motochorros a su cronista Julio Bazán, que suele representar hace años el papel de poeta romántico de la pobreza (los pobres son dulces tontos a merced de la perfidia de la política). No por culpa suya, Bazán llegó tarde al lugar ya calmo del accidente, con la escena encintada. Ya no pasaba nada, pero él tensaba la voz, la cámara fingía temblores. Todas las prudencias son necesarias a la hora de hablar de manipulación y construcción de realidad, pero cuando los conductores televisivos y los movileros tensan el tono de la voz, fruncen cejas, cuando se agitan a posta las cámaras, cuando se musicaliza y encuadra de una manera y no de otra, cuando se pagan los testimonios de “la gente” o se induce a los entrevistados a llorar o gritar o indignarse, ¿de qué “realidad” hablamos y de qué culpas ajenas respecto de la crispación? La pequeñísima, irrelevante anécdota de esta cobertura en particular, habiendo tanta cosa espantosa para elegir, se produjo en los mismos días en que Telenoche/TN emitió la noticia del asesinato de un empresario en Lanús... sucedida seis años antes, en 2007. Lo descubrió 6,7,8, archivo va, archivo viene. *** Fernando Carrión Mena, un consultor, urbanista e investigador de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, escribió en el diario Hoy de Quito sobre los abordajes mediáticos del problema de la violencia. Se trata de un asunto sobre el que se discute hace mucho tiempo (más en los cerrados campos académicos que en los mediáticos), pero merece subrayarse. Para Carrión Mena los medios “difunden lo que la gente quiere ver, oír o leer” y hoy “tienen más crónica roja de la que tenían”, con coberturas que valoran “de manera superlativa el modelo penal”. Para el investigador “esta doble lógica (económica y legal) lleva al ‘populismo mediático’”. Los tratamientos son conocidos: poner el énfasis más en la violencia que en la seguridad, “exaltando la delincuencia más violenta y su espectacularización”; inducir a una mímesis mediante el “relato de y desde la víctima”; construir al victimario esencialmente como sujeto “antisocial”; reivindicar “un orden social donde se evalúan los delitos de manera diferente: se criminaliza la delincuencia marginal y popular mientras se subvalora la corrupción y los delitos de cuello blanco”. Sobrevaloración también de los imaginarios “de la prisión y del castigo como elemento punitivo, cuando no de la pena de muerte”. ¿Pena de muerte? Diario de navegación de medios: Susana Giménez acaba de publicar una carta para los inundados. Dijo que le resultó “imposible ver los noticieros sin llorar”. Felizmente se sintió gratificada porque “los argentinos somos solidarios”. “Cuánto mejor podría ser este país maravilloso si alimentáramos más el amor y menos el odio”, agregó. En marzo de 2009, la conductora televisiva y empresaria mandó al aire una frase que resonó un par de semanas: “El que mata tiene que morir”. Luego dijo que no, que no pedía pena de muerte. El monstruo comunicacional es infinitamente más que periodismo político y cuando el problema de la inseguridad, el derecho a la vida o el mandamiento “No Matarás” se tratan con el lenguaje de Intrusos o Paparazzi estamos en aprietos: otro caso de descomposición social por vía mediática. Lo mismo cuando las declaraciones de Susana Giménez son amplificadas por los medios con tal de corroer otro cachito más. La autoridad moral e intelectual de Susana Giménez en políticas de seguridad es la de alguien cuya trayectoria cívica consistió en atender teléfonos para regalar dinero, traficar con enanos e hipnotizadores, asociarse con el padre Grassi. Hay quienes amplifican para polarizar (sistema Clarín). Hay otros, los de la horrible franja chismográfica que creció desde los tiempos de Radiolandia hasta expandirse a los horarios vespertinos y nocturnos de la televisión, que acaso lo hagan por otros motivos: su particular visión del mundo, mediocridad, obsecuencia, temor reverencial a la presunta “sintonía que los famosos tienen con la gente”. “Lo que dijo Susana está en la calle”, “Habló desde el dolor”, “Algo hay que hacer”. Vuelvo a recordar: el 1,88% de los votos obtenidos por Moria Casán cuando se presentó a elecciones. Deuda Para no guardar más silencios El libro Años de rabia. El periodismo, los medios y las batallas del kirchnerismo, de Eduardo Blaustein, recientemente publicado por Ediciones B, ofrece muchas de las armas necesarias para una discusión social con relación al papel del periodismo y para entender qué cosas se juegan en las peleas políticas-mediáticas que son el telón de fondo de la última década. Más allá de este fragmento que se reproduce, el próximo domingo, la lectura crítica y el análisis de este libro será el tema que se desarrollará en la sección “La batalla cultural”. 30/06/13 Miradas al Sur

No hay comentarios:

Publicar un comentario