martes, 25 de junio de 2013
El caso Ángeles Rawson Un show de los medios, entre Orwell y Lombroso
Una sinfonía con opinadores de toda laya es afín al señalamiento irresponsable de presuntos sospechosos.
Por Ricardo Ragendorfer
El caso del descuartizador Burgos y el asesinato de Norma Penjerek fueron, desde lo mediático, las tramas más impactantes de la historia policial argentina del siglo XX.
El primero, tuvo como víctima a Alcira Methyger, una empleada doméstica, de la cual Jorge Eduardo Burgos, un joven de clase media que trabajaba en la papelería mayorista del padre, se había enamorado de un modo algo obsesivo. Sus trozos anatómicos aparecieron en diferentes sitios de la ciudad. El asunto –cuyos capítulos incluyeron un misterio inicial sobre la identidad de la finada y la pesquisa que dio con su matador– mantuvo en vilo por meses a la llamada mayoría silenciosa. Corría el otoño de 1955. Lo cierto es que esa temporalidad incidió en un fenómeno político digno de ser analizado. El océano social que separaba a los protagonistas hizo que el público dividiera sus simpatías: para algunos, ella murió por no someterse al yugo afectivo del hijo de sus patrones; para otros, él era un muchacho de bien, caído en las garras de una arribista. En realidad, bajo semejante distribución de pareceres anidaba nada menos que un signo de la época: la representación de la antinomia en torno al peronismo. El interés por el caso cesó abruptamente el 16 de junio de ese año, al ser opacado por un crimen aún mayor: el bombardeo a la Plaza de Mayo.
A su vez, el crimen de la adolescente Penjerek, hallada sin vida en un baldío el 15 de julio de 1962, sacudió nuevamente a la población. Había desaparecido 45 días antes en una calle de Flores. Al respecto, se consideraron las hipótesis más descabelladas; entre ellas, una venganza nazi, dada la religión judía de la víctima, por la captura de Adolf Eichmann. El caso quedó sin esclarecer por el empeño de la policía en involucrar al comerciante Pedro Veccio, cuyo perfil fiestero facilitaba la intención, aunque nada tuviera que ver con el asesinato. Aún así, la historia fue el disparador de un fenómeno de mercado que, además, propició una nueva manera de tratar la noticia policial: el diario Crónica. La criatura de Héctor Ricardo García, que acababa de asomar con una tirada de 20 mil ejemplares, hizo de este tema su bandera y comenzó a vender más de 150 mil ejemplares por día. En lo cualitativo, retomó la tradición folletinesca del diario Crítica, pero con una vuelta de tuerca signada por la crudeza de sus fotografías y relatos.
Norma Penjerek tenía 16 años, la misma edad que Ángeles Rawson. Las coberturas televisivas sobre la espantosa muerte de esta última marcan otra notable bisagra: la transformación de la noticia policial en entretenimiento puro. Transmitido en tiempo real. Con cada paso de la pesquisa ante la mirada de millones de espectadores. Una sinfonía con opinadores de toda laya y afín al señalamiento irresponsable de presuntos sospechosos. En suma, una gesta comunicacional oscilante entre Orwell y Lombroso.
Claro que existió una escalada para llegar a ello. En lo que va del siglo XXI, hubo al menos tres coberturas antológicas sobre crímenes y situaciones afines: el del secuestro del padre de Pablo Echarri, el del accidente fatal de la familia Pomar y el asesinato de la niña Candela Sol Rodríguez.
Lo de Echarri fue sublime. Filtrado el hecho por la propia policía, la casa de don Antonio –raptado en octubre de 2002– no tardó en ser rodeada por cientos de movileros, camarógrafos y reporteros gráficos, lo cual ya de por sí trastocó el desarrollo de los acontecimientos. Sin embargo, eso no fue lo peor, ya que a la acción informativa de aquella romería periodística se le añadió un recurso innovador: la transmisión televisiva de las negociaciones telefónicas por el rescate, a minutos de efectuarse, tras haber sido interceptadas de manera ilegal por una agencia de seguridad con tecnología de punta. Ello tendría una insólita derivación: el cobro del botín por una banda de oportunistas, sin participación alguna en el secuestro.
No menos sorprendente fue la intervención periodística del caso Pomar. Así se apellidaba la familia –un matrimonio y sus dos pequeñas hijas– que el 14 de noviembre de 2009, se esfumó, como tragada por la tierra, mientras viajaba en auto a la ciudad de Pergamino. "No descartamos ninguna hipótesis", repetía el ministro de Seguridad bonaerense, Carlos Stornelli. Ya se sabe que esa frase es una especie de lápida para toda investigación empantanada. No obstante, el funcionario la pronunciaba con perturbadora recurrencia. Y, desde las usinas propagandísticas del Ministerio –a cargo del ex periodista Eduardo Cura–, se irradiaron versiones apócrifas que señalaban al jefe de la familia desaparecida como el artífice de su propia desgracia; trafico de drogas, deudas de juego, violencia doméstica, abuso sexual y, por último, tres homicidios seguidos por un discretísimo suicidio, fueron los ejes narrativos que maquillaron el enigma. Y, a través de sus "fuentes confiables", toda una jauría de periodistas gráficos, radiales y televisivos transformó con avidez esos embustes en información. Hasta que, 24 días después, un chacarero encontró los cuatro cadáveres y el vehículo accidentado entre los álamos y pastizales de un bosque lindante a una ruta provincial.
Para la crónica roja, el caso Candela, en agosto de 2011, fue el episodio más taquillero de la década, y sus recientes refucilos aún encandilan al público. La pesquisa por el secuestro y muerte de aquella niña de 11 años –acuñada con datos ficticios, pruebas plantadas, testigos no identificados y el arresto de personas inocentes– no tuvo otro propósito que el de encubrir, en los arrabales de ese crimen, los negocios de los uniformados con el hampa. En tal contexto, el rol de la prensa –a diferencia de su usual afán por vampirizar una historia– no fue fruto de un juego propio sino parte de la estrategia policial. Parte de una agenda armada por los uniformados. Una simple pieza, y tal vez la más miserable.
En medio de semejantes protocolos periodísticos, la verdad sobre el crimen de Ángeles también está sepultada bajo escombros de basura.
Infonews
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