viernes, 21 de junio de 2013
III. LAS DOS HISPANIDADES
Los latinoamericanos de mi generación, nacidos mientras la dictadura de Franco se alzaba sobre las cenizas de la república, aprendimos desde niños las canciones de los vencidos. Sentíamos y sentimos muy propias aquellas tonadas republicanas y las cantábamos a pleno pulmón mientras en España las susurraban, en el obligado silencio, los sobrevivientes.
Los escritores de mi generación fuimos para siempre marcados por nuestras tempranas lecturas de Antonio Machado, Pedro Salinas, León Felipe, Miguel Hernández, Lorca, Alberti y otros fecundos poetas en España prohibidos o mutilados por la censura. Nosotros tuvimos el privilegio de heredar la palabra de aquellos creadores exiliados o asesinados, mucho antes de que en España sus voces pudieran resonar plenamente.
Entrando de espaldas
Aquellas canciones y poemas simbolizan todavía, para América Latina, una manera de entender y de vivir la hispanidad que nada tiene que ver con la hispanidad retórica y sombría que tradicionalmente ha servido de caballito de batalla a los enemigos de la democracia. Una se reconoce, pongamos por caso, en fray Luis de León; la otra, en los inquisidores que lo condenaron por traducir el "Cantar de los Cantares' a la lengua de Castilla.
Esta última hispanidad ha servido de escudo y de coartada a los sectores más reaccionarios de la sociedad española y de las sociedades latinoamericanas, que pretenden entrar de espaldas en la historia -como si la solución a los problemas del siglo XX estuviera en el regreso al siglo XVI. Es la hispanidad de la nostalgia imperial, que los inquisidores de nuestro tiempo han invocado e invocan con frecuencia. En su nombre las fuerzas del cambio han sido condenadas y castigadas, por oler a azufre y tener rabo; y en su nombre ha corrido la sangre de los justos. Todavía hay quienes añoran a las huestes de la conquista que en España y en América impusieron una religión única, una cultura única, una única lengua y una única verdad; y mesiánicas espadas suelen alzarse para repetir la hazaña de la redención.
Hace algunos años, el carnicero dominicano Rafael Leonidas Trujillo, que se disfrazaba de Cid Campeador cuando posaba para las estatuas, recibió el Gran Collar de la Orden de Isabel la Católica porque era un campeón de la hispanidad, de esa hispanidad, en la Cruzada contra el comunismo ateo. Y más recientemente, la dictadura uruguaya impuso a los estudiantes nuevos textos oficiales de "Educación Cívica y Moral' que reproducen ciertos apotegmas de la hispanidad acuñados por Francisco Franco. Entre ellos se lee, por ejemplo: "La Patria es una unidad de destino en lo universal, y cada individuo es portador de una misión particular en la armonía del Estado. La Patria es Orden. . ." Estos catecismos gorilas de una dictadura que ya toca a su fin, intentaban en vano convencer a los estudiantes de que la función del pueblo consiste en obedecer y trabajar, y que la igualdad de la mujer "estimula su sexo y su intelectualidad en detrimento de su misión de madre y esposa".
Entrando de frente
La otra hispanidad, la de las trincheras democráticas, la de los poetas perseguidos, puede encontrar ahora, en la España actual, nuevos cauces de realización.
Esos nuevos cauces recogen la herencia de Gonzalo Guerrero, que murió combatiendo del lado de los indios, en lugar de la herencia de Hernán Cortés. Vienen de Bartolomé de Las Casas, fanático de la dignidad humana, y no de Juan Ginés de Sepúlveda, ideólogo del humanismo racista. Invocan la memoria de las comunidades de Vasco de Quiroga, quien creyó que América era tierra de Utopia, en vez de la memoria de los sabios cortesanos que se burlaron de él. Y continúan el camino de Bernardino de Sahagún, el hombre que dedicó medio siglo de su vida a buscar y recoger las perdidas voces de la América que la conquista estaba arrasando, en lugar de extraviarse en el camino del lúgubre rey Felipe II, que sepultó los libros de Sahagún por ser sospechosos de difundir idolatrías.
Esta otra hispanidad puede abrir inmensos espacios de encuentro y de reencuentro, 'de descubrimiento y de redescubrimiento, entre España y América, para que juntas digan y caminen.
Despedida.
Yo he vivido en España ocho años de exilio. Como si fuera español, he compartido la resurrección democrática y el buen oxígeno de libertad que ahora se respira en esta patria de patrias. Siendo latinoamericano, he celebrado la solidaridad de muchos españoles ante América Latina, los que la ven sin telarañas en los ojos, y he lamentado la indiferencia, la ambigüedad y el menosprecio que con frecuencia impiden que esa solidaridad se proyecte en toda su fecundidad posible.
Ahora que mi exilio acaba, escribo estas líneas a modo de adiós a España, que son también mi sincera manera de decirle: gracias.
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