lunes, 3 de junio de 2013

Cuando la legión española casi invade Argentina

Por Roberto Bardini En 1999, el historiador Enrique Pavón Pereyra le aseguró a un periodista que el general Juan Domingo Perón llegó a evaluar, durante su destierro en Madrid y mientras gobernaba el radical Arturo Illia, una propuesta de invadir el noroeste de Argentina con legionarios españoles para crear un “foco rebelde” que posibilitara su retorno al poder. El plan -según Pavón Pereyra- fue presentado en 1964 por un audaz y leal hombre de negocios llamado Julio Gallego Soto, un español nacionalizado argentino que había sido amigo del escritor nacionalista Raúl Scalabrini Ortiz. La operación sería financiada por el magnate griego Aristóteles Sócrates Onassis, importador de tabaco turco y armador de barcos. El comandante de la avanzada militar era el general Raoul Salan, ex cabecilla de la Organisation de l’Armée Secrète (OAS), grupo terrorista que se había enfrentado al general Charles de Gaulle, presidente de Francia, a causa de la independencia de Argelia. En la entrevista, realizada por Ricardo E. Brizuela y distribuida el 11 de abril de 1999 por la agencia de noticias Infosic, Pavón Pereyra sostiene que fue precisamente la participación de Salan en el operativo lo que determinó que Perón descartara la propuesta de Gallego Soto. El líder exiliado mantenía una excelente relación con De Gaulle. “A última hora Perón la deja sin efecto”, relata el historiador. “El asunto consistía en transportar por aire, a una zona entre Tucumán y Salta, a un tercio español de setecientos a ochocientos hombres de la Legión Extranjera, para crear un foco rebelde”. Los “tercios”, creados en el siglo XVI, eran unidades de infantería del ejército español, utilizados fundamentalmente en las guerras coloniales. Aunque fueron oficialmente disueltos en 1920, los regimientos de la Legión española aún conservan esa denominación. Más adelante, Pavón Pereyra agrega: “Pero resulta que el que comandaría la operación sería Raoul Salan, famoso general argelino que levantó el ejército de su país, antidegaullista, que también aplastó el movimiento independentista de Argel con mano durísima y cruel, con un costo tremendo en vidas humanas para el bando rebelde. Cuando Perón se enteró dijo: De ninguna manera, ni hablar”. Pavón Pereyra, fallecido en enero de 2004, es considerado como el primer biógrafo en vida del tres veces presidente argentino. Algunos de los títulos que publicó lo dicen todo: Perón (1953), Vida de Perón (1965), Coloquios con Perón (1965), Perón, tal como es (1973), Perón, tal como fue (1986), Conversaciones con Juan Domingo Perón (1978), Correspondencia de Perón (1981), Los últimos días de Perón (1981), Diario secreto de Perón (1985) y Yo, Perón (1993). No obstante, en sus revelaciones sobre el presunto proyecto de invasión de legionarios españoles al noroeste argentino desliza dos errores. Salan, el “famoso general argelino” era francés. Conocido como “El mandarín” y “El chino” desde que fue comandante de las tropas francesas en Indochina, había nacido en 1899 en Roquecourbe, al sur de Francia, cerca de la frontera con España. El segundo error es más grave: en 1964, Salan estaba preso. Dos años antes había sido condenado a cadena perpetua y encarcelado por su vinculación con la OAS. Ese dato echa por tierra todo el relato del “foco rebelde”. El militar salió en libertad en julio de 1968, gracias a una amnistía del general De Gaulle, y se estableció en el norte de España. Sin embargo, Pavón Pereyra rescata la figura de un personaje desconocido por los peronistas jóvenes y poco conocido por los no tan jóvenes: Julio Gallego Soto. Nacido en noviembre de 1915 en una pequeña localidad de Castilla y León, llegó muy joven a Buenos Aires, donde se hizo amigo de Raúl Scalabrini Ortiz. Integrante de una familia que se dedicaba a la importación de telas inglesas, se relacionó con Perón en 1943 y se convirtió, con apenas 28 años de edad, en su colaborador en las sombras durante tres décadas. Y aunque esquivaba los puestos públicos, en 1946 fue un discreto asesor económico del ministro de Salud Pública, Ramón Carrillo. Pavón Pereyra lo describe así: “Era un hombre de circunstancias, le servía a Perón desde un principio, haciéndole llegar y atendiendo a las necesidades urgentes. No sólo de plata. Tenía acceso a los centros económicos con mucha familiaridad. No tenía aspiraciones económicas. No se le quedaba pegada plata que no le perteneciera”. El periodista Rogelio García Lupo, a su vez, ahonda la descripción el 11 de octubre de 1998 en Zona, suplemento de Clarín: “Julio Gallego Soto fue agente de Perón para las operaciones confidenciales de mayor riesgo. Conocía las cuentas numeradas de los bancos de Nueva York, Barcelona, Montevideo y París, donde era mayor la discreción y también podía reconstruir de memoria la historia de los contradocumentos y las transferencias de fondos que respaldaban los pactos políticos del jefe del justicialismo. Gallego Soto fue un eximio conspirador que construyó como una obra de arte su bajo perfil, a pesar de haber vivido momentos históricos junto a Perón o por cuenta de Perón”. Su vida se cortó abruptamente a los 61 años de edad. En julio de 1977, agentes del Batallón 601 de Inteligencia lo secuestraron y torturaron para averiguar sus “conexiones financieras” con el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). “Se llevó muchos secretos a la tumba sin nombre, cuando un comando militar lo desapareció para siempre”, escribe García Lupo. Roberto Bardini [Publicado en BambuPress] Agenda de Reflexión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario