domingo, 7 de junio de 2015

07 JUNIO 2015 El 17 de octubre de las minas


LA MALA LECHE


No se me ocurre qué les pasa en el balero a los flacos que lastiman mujeres, esposas, hermanas, hijas, desconocidas, si es producto de años de un sistema de patriarcado afín al capitalismo salvaje, si es un daño estructural en las personalidades de algunos varones producto de traumas o problemas no resueltos, una posición androcultural de control y hostigamiento sobre el cuerpo de la mujer o lo que sea, la cuestión es que cada semana nos enteramos de una nueva chica asesinada o de un marido celoso que agrede física y verbalmente a su esposa, que la policía no escucha, que los jueces bajan las penas o se lavan las manos y en el medio te habrá pasado seguramente de escuchar o participar de charlas en el laburo o en el barrio donde minas y tipos justifican o ningunean esta cuestión tan violenta en relación a las mujeres. La semana que pasó las fotos del “Ni Una Menos” en manos de famosos, políticos y deportistas saturando redes y medios marcaron un pulso del amplio consenso que iba a tener la marcha del 3/06.
Salgo del laburo a las 16.30 y ya en Avenida de Mayo y Perú empezaba la gente a caminar por el medio de la avenida con dirección al Congreso. La verdad: no tenía muy en claro qué tipo de marcha podía surgir con tantos sectores distintos y a veces contradictorios en la convocatoria. Cuando llego a 9 de Julio las cientos de personas raleadas que venían del bajo ya se habían convertido en algunos miles pujando entre isla e isla de cemento del Metrobus. De a poco la fisonomía de una movilización distinta en una tarde pegajosa de otoño nos va metiendo en un clima emocional particular que se vivía en el lento caminar hacia el Congreso. No sé tanto de números y proporciones más dignas de Olé o de la policía, pero aseguro que moverse de un metro a otro se había convertido en un problema estilo campo-de-recital-del-Indio.
En ese contexto mirar gestos y caras chocando a centímetros de nuestras narices era poco menos que un deporte. El semblante más visto en las caras de las mujeres, las militantes y las civiles, era de concentración lacónica y seriedad; el de los flacos, que eran bastante menos, combinaba preocupación y enojo como diciendo “no soy culpable de los energúmenos de mi género”. Así entre el sopor y las muchedumbres avanzamos en un mundo que ¡por suerte! mezclaba las pibas del frente de mujeres del Movimiento Evita (con sus banderas violeta identificando pertenencias territoriales como 3 de febrero o Ingeniero Budge), con un grupo de treinta señoras sub 60 y 50 recién salidas del Colegio de Abogados con sus cartelitos Ni Una Menos. Orgas nacionales y populares, partidos de izquierda, gremios, frentes barriales, grupos de género y muchísima pero muchísima gente no organizada en ámbitos militantes reventaron el perímetro de calles del Congreso como pocas veces en los últimos años. Y dato obvio que ya era obvio: la preeminencia de las mujeres, la gran mayoría de los asistentes a la marcha.
De veinte años, quince, sesenta o cuarenta, del palo artístico, de la facultad de sociales y de la UFLO, hippie, murguero, del conurbano profundo, de Palermo Queens, de los centros de estudiantes combativos de la CABA o de las oficinas bancarias y administrativas del centro porteño, de las madres del Lengüitas o las que llevaban cartelito de sus nenas desaparecidas en algún barrio donde a nadie le importa, de quienes llevaron paraguas en alguna marcha a los que estuvieron bancando en los festejos del último 25 de mayo fue esta jornada tan interesante y multitudinaria.
Atrapado entre un puesto de patychori, una señora con un carrito de bebé y una columna numerosa de mujeres con gorritas y banderas verdes de la Unión Ferroviaria puedo ver que se les cruza otro grupo de mujeres, algunas de ellas en tetas, la mayoría encapuchadas tipo ISIS, cargadas con palos de tacuara “para defensa personal”, gritos de “aborto ya!” y empujones. Al parecer este grupo anarco-desnudista quería pasar hacia otro lugar. Después de un par de “compañeras, no nos empujemos” o algo así, las dejé de ver y la columna ferroviaria siguió su camino.
Yo me fui como pude, con la sensación de que de este cruce de mundos (y en los que están por venir, si seguimos a este nivel de marchas) depende más el futuro, que de las cien mil fotos y sus cartelitos en las redes y los medios.

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