Por Indio Solari
Con mis lecturas, a través del tiempo, me he comportado como un peregrino revoltoso. He curioseado todo lo que trajo hasta mí la cultura rock.
Así como un músico me invitó a otro, mi guía fueron los escritores de esa nueva izquierda, quienes me acercaron a otros autores que el sistema había desechado y hasta prohibido por “inadecuados” y peligrosos. Nada de orientación académica ni notas reflexivas en el margen de las páginas. Una diversidad producto de la renuncia al sentido común de la sociedad que me arrastró de Gurdjieff a Conrad, de Artaud a Cooper y Laing. De Schwob a Roussel. La generación beatnik, Idries Shah, autobiografías de cineastas, haikus y Kenneth White, correspondencias (Wagner y Liszt, los hermanos Van Gogh), Durrel, Vonnegut, Capote, Wolfe, Vian, Cohen, etc., etc.
“Un tal Brigitte Bardot”, inédito, c. 1982.
He olvidado casi todo, menos la emoción que me prestó cada uno de ellos y que me llevó (con alegría) a atreverme a hacer mi trabajo. Eso es, creo, lo que debe hacer un escritor de canciones, apropiarse de las emociones que encuentra en su camino, estrujarlas, agitarlas y mezclarlas con el fin de trasmitirlas en un nuevo juego. En un lenguaje no reflexivo ni filosófico, sino en un lenguaje rítmico donde los silencios entre línea y línea son los que definen su valor en el tiempo y su resonancia.
La muestra El Tesoro de los Inocentes: Indio en la Biblioteca inaugura el viernes a las 19. Se podrá visitar desde el sábado a las 12, en la Biblioteca Nacional, Agüero 2502.
“Me matan, Limón!”, en Luzbelito, 1996.
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