Por Soledad Vallejos
Quedaba en la punta norte de la ciudad, ahí por donde nunca iba nadie. El Asilo Unzué era una isla dentro de Mar del Plata, una fortaleza rodeada por las calles de tierra y el ruido de las olas que rompían contra las piedras. Puertas adentro, entre diez mil metros cuadrados de pabellones y jardines, discurrían las vidas de unas 300 niñas (en su mayoría huérfanas), alrededor de 100 monjas, y un pequeño ejército de docentes, cocineras, zapateros, carpinteros y todo lo que hiciera falta para mantener vivo ese mundo cerrado. Hoy el ruido del mar sigue ahí. Las chicas y los adultos cuyas vidas giraban en torno de las de ellas, ya no, pero el edificio permanece, aunque quizá lo justo sería decir que resplandece. Al menos una parte, ese 30 por ciento que la restauración paciente de un grupo de expertos recuperó, que puede visitarse un día cualquiera y recibe con las puertas abiertas, literalmente, y un piso de mosaicos calcáreos tan impecable que se vuelve máquina del tiempo.
La resurrección de los ladrillos
Hay que rodear lo que fue (y quizá, dentro de un tiempo, vuelva a ser) una entrada magnífica, con corredores de paredes curvas, y encaminarse a un lado, sobre la calle Río Negro al 3500. Ahí, a la vuelta de donde la avenida Martínez de Hoz se convierte en Félix U. Camet, el portón de reja se abre al parque, tomado por el verano para actividades infantiles y familiares programadas por el Ministerio de Desarrollo Social, propietario de este patrimonio histórico nacional al que rebautizó como Espacio Unzué (abierto desde las 8 hasta la noche; la programación detallada puede verse en www.desarrollosocial.gob.ar/unzue/2092); una puerta que franquea el paso: después del umbral está el pabellón. Desde fuera, se ven destellos de paredes blancas, pisos entre rojos y blancos, vitrinas con objetos de un siglo de la vida cotidiana de miles de niñas. Desde fuera, también se ve que el pabellón de enfrente, como un espejo en negativo, vela con paneles de tela verde los muros todavía sin tocar, descascarados por décadas de aire marino. Enfrente, el exterior está deteriorado pero en pie; de este lado, los muros parecen tan recién terminados que en el calendario podría marcar un día cualquiera de 1912, el año en que el presidente Roque Sáenz Peña pisó el lugar en compañía de las hermanas Cochonga Unzué de Casares y María Unzué de Alvear para abrir sus puertas formalmente, como asilo de niñas huérfanas y desvalidas.
Edificios así ya no hay, dice un alma páter de la restauración, Alejandro Novacovsky, director del posgrado en Patrimonio Cultural de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, de la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMdP). “Nada se construye así hoy. Pero nada, eh”, enfatiza. “El Unzué estaba en las afueras de Mar del Plata. Tenemos fotos de esa época: iba el aguatero, el cura que oficiaba misa volvía en sulky del Unzué a la ciudad. Después la ciudad creció. Desde los años ’60, ’70, alrededor empezó a haber muchas vibraciones de los autos. En los ’80, ahí, en esa zona, se hizo el Acceso Norte. Hubo un proyecto para demoler la mitad, porque la traza original del Acceso Norte pasaba por la mitad del Unzué y dejaba en pie solamente el oratorio. Por suerte se movilizó la comunidad y pudo evitarse la demolición”, recuerda Novacovsky. También recuerda que desde los años ’90, cuando empezó, tímidamente, el proceso de restauración, por entonces limitado a recuperar la capilla, “venimos reparando losas que se caen”, porque el techo es lo primero que se resiente en un edificio. También, por eso mismo, “mientras que para construir un edificio se trabaja desde abajo hacia arriba, para restaurar hay que trabajar de arriba hacia abajo, porque si el techo está mal, no se puede hacer nada”.
Aunque nunca dejó de funcionar, los años no habían pasado en vano para este lugar que las Unzué erigieron en homenaje a su padre, Saturnino, y cuya gestión, historia argentina al fin y al cabo, pasó de manos de la Sociedad de Beneficencia (que velaba por la tarea cotidiana en el lugar de una congregación de monjas francesas, las Franciscanas Misioneras de María) a la Fundación Eva Perón y, luego, al patrimonio del Ministerio de Desarrollo Social.
Trabajos (no tan) perdidos
Hace por lo menos 50 años que los edificios dejaron de ostentar muros con revoque en símil piedra (también conocido como piedra París); los techos no se terminan ya con ladrillo plano; las baldosas de calcáreo son la excepción, porque producirlas resulta muy costoso; las escaleras para un lugar de muchísimo tránsito difícilmente se armen con mármol de Carrara. Porque no se hace, es muy difícil dar con quienes conozcan su técnica. De hecho, las terminaciones de piedra París no son enseñadas en las facultades de Arquitectura. El Unzué se benefició con una paradoja que señala el arquitecto Novacovsky: Mar del Plata, la ciudad que perdió joyas de patrimonio arquitectónico, es también la primera en tener formación de posgrado en eso. Allí, además de él y otros especialistas que trabajan en recuperar el Unzué, está también Felicidad París Benito, especialista en símil piedra, investigadora y formadora de arquitectos.
–Estuvimos con el equipo de trabajo explicando a la empresa, primero, y después a los operarios, a los albañiles, cómo se hacían esas tareas. Y esto que digo tan rápido y fácil no lo fue. Hay que romper inercias, porque trabajar en restauración también requiere paciencia. Son otros tiempos. Por ejemplo, para hacer símil piedra hay capas de cuatro, cinco centímetros que deben fraguar. Y cuando el revoque grueso está fresco, ni recién hecho ni dejándose secar, cuando está oreando, hay que hacer la buña (la hendidura que permite simular un bloque de piedra). Y tiene que tener espesor, profundidad y alto determinados.
–¿Los pisos de calcáreo fueron difíciles?
–Se siguen haciendo, pero son carísimos, y por pedido. Acá hubo que rehacer los moldes, que no están, y hacer muchísimas muestras y pruebas de color. Antes, hubo que hacer otra cosa: es un edificio de 100 años, antes con las monjas, después en el ministerio, siempre el Unzué brilló y estuvo limpio. Pero a costa de litros de gasoil, porque antes estos pisos se limpiaban con aserrín y gasoil. Sumale pisadas, lavandina, todo eso genera una película imperceptible que va opacando el original. Tuvimos que pulir los pisos para constatar si eran blancos o arena, rojos o bermellón los detalles. Recién después podíamos tomar decisiones.
–¿Se encontraron con alguna sorpresa en el edificio?
–El diseño de la carpintería nos llama la atención, es excelente. El francés que lo diseñó, Luis Faure Dujarric (N. de R.: también responsable del Hipódromo de Buenos Aires y del court central de Roland Garros), diseñó muy bien los cortavientos, que hacen que el viento no pueda filtrarse por líneas rectas. En un lugar tan ventoso, frente al mar, uno tiene que tener una hoja no tan recta en su terminación sino curva. Acá una hoja es cóncava y la otra convexa, es imposible que se filtre viento por ahí.
svallejos@pagina12.com.ar
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