Por Alfredo Zaiat
La gestión económica se nutre de los instrumentos que ofrecen las políticas monetarias y fiscales. Con la primera puede subir o bajar la tasa de interés, absorber o imprimir dinero, intervenir en el mercado de deuda, entre las medidas más básicas. Respecto de la segunda, tiene la posibilidad de expandir el gasto o aplicar austeridad sobre las cuentas públicas, elevar o reducir las alícuotas impositivas, como crear nuevos tributos, achicar la estructura estatal o ampliar la participación del sector público en el fomento de la actividad, entre las iniciativas más habituales. Puede haber diferentes combinaciones de esas opciones y de otras más específicas, aplicadas según la orientación ideológica del hacedor de la política. La historia económica moderna ha brindado un valioso aprendizaje sobre la utilización de esas políticas en crisis que comienzan en recesión y luego mutan a depresión, y también sobre cómo sirven para impulsar largos períodos de bonanza.
Existe cierto consenso entre economistas en que el denominado ciclo de oro del capitalismo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta el shock petrolero de comienzos de los ’70 estuvo motorizado por políticas expansivas, planes como el Marshall de reconstrucción europea que demandó recursos millonarios públicos y privados, y un pacto de anulación y quita de la deuda externa alemana (Acuerdo de Londres de 1953), que permitió el resurgimiento de Alemania como potencia mundial. En ese período, América latina registró también un importante crecimiento con un Estado activo en la economía, y Asia, a partir de los ’70 hasta la actualidad.
En sentido opuesto, las estrategias monetarias y fiscales restrictivas del presidente estadounidense Herbert Hoover derivaron en el crac bursátil y posterior depresión de los años ’30 del siglo pasado. También las condiciones financieras humillantes impuestas en Versailles por los aliados triunfadores de la Primera Guerra Mundial a la Alemania derrotada la hundieron en la miseria, desempleo y la hiperinflación, abriendo las puertas a la irrupción del nazismo. Más cerca, las políticas de ajustes fiscal y monetario desplegados en América latina durante las décadas del ’80 y ’90 fueron ruinosas para sus economías, con crecimiento de la pobreza, desocupación y de la deuda, hasta extremos que desembocaron en caos social y default, como el caso argentino.
Pese a esos valiosos antecedentes históricos, que deberían servir de referencia para abordar situaciones críticas similares, en Europa se sigue sosteniendo la estrategia del austericidio. Como se demostró en Estados Unidos de los ’30, en Alemania de entreguerras o en Argentina 2001, y ahora en Grecia con el triunfo de Syriza, esos procesos de ajuste con inmensos costos para la mayoría de la población pueden seguir su curso hasta que quiebran el umbral de tolerancia social.
Las elecciones griegas que le han dado el poder al líder de izquierda Alexis Tsipras han sido el resultado de esa instancia social de rebeldía por el ajuste. Pero esa situación de agobio puede también derivar en el crecimiento de fuerzas políticas xenófobas y nazis, como en la Alemania del ’30. La troika (Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el FMI) defiende su estrategia de la austeridad asegurando que está funcionando. El saldo de esa política es lamentable en términos económicos y sociales. Siete años de ajuste y austeridad han hundido a los países periféricos europeos en depresión. El Producto Interno Bruto de Grecia se derrumbó 25 por ciento en cinco años, la tasa de desempleo subió al 25 por ciento y entre los jóvenes supera el 60 por ciento, los salarios bajaron en promedio casi 40 por ciento, la pobreza se ha duplicado, el 30 por ciento de las empresas que existía hace seis años ha quebrado, y la deuda pasó a representar el equivalente al 175 por ciento del Producto.
La troika europea, Estados Unidos y Japón definieron que para enfrentar la crisis que estalló en 2008 deben aplicar una política monetaria expansiva e insistir con una política fiscal contractiva (austeridad). Sin embargo, el resultado no ha sido muy alentador. Estados Unidos contabiliza espasmos de recuperación sin poder retomar un sendero de crecimiento sostenido, además de registrar una mayor concentración de la riqueza. Japón regresó a la recesión con deflación, y Europa va del estancamiento a la recesión y hasta la depresión, según los países.
A comienzos de este año el Banco Central Europeo se ha unido a la estrategia que tuvo durante años la Reserva Federal y que ha imitado el Banco de Japón el año pasado: expandir la cantidad de dinero mediante la compra de títulos de deuda con el objetivo de impulsar la economía. Después de bajar la tasa de interés a casi cero, y con escasa respuesta de las empresas para invertir debido a la debilidad de la demanda por el recorte del gasto público (austeridad) que deprime el gasto privado, las autoridades monetarias de esas potencias decidieron expandir la cantidad de dinero. La Reserva Federal lo hizo por un total de casi 4 billones de dólares y el Banco de Japón, por el equivalente al 60 por ciento de su PIB. El BCE anunció que comprará títulos de deuda por 50 mil millones de euros por mes durante un año, para totalizar 600 mil millones en el año.
La base de esa estrategia es la siguiente: las bancas centrales al no poder reducir más el precio del crédito (la tasa de interés) para fomentar el crecimiento, deciden ampliar la cantidad de dinero con el objetivo de seguir exprimiendo a la política monetaria como palanca para la recuperación. Los mercados financieros, antes en Estados Unidos y ahora en Europa, festejan porque esa política alimenta la creación de burbujas en activos bursátiles (acciones y bonos). Por caso, el índice S&P de Wall Street ha aumentado más del triple desde su mínimo en marzo de 2009. Lo que esperaba la Reserva Federal era que ese efecto riqueza impulsara una explosión del gasto por parte de un sector privado más próspero. Pero poco sirvió a ese propósito, y sí a una mayor concentración de la riqueza. “El crecimiento del consumo real anualizado ha sido en promedio 1,3 por ciento desde el comienzo de 2008”, explica Stephen Roach en un artículo publicado en Proyect Syndicate. Este investigador del Jackson Institute of Global Affairs de la Universidad de Yale concluye que “con la recuperación actual del PIB real del 2,3 por ciento anual, dos puntos porcentuales menos (del consumo), resulta difícil de justificar el elogio generalizado” hacia la expansión monetaria dispuesta por la FED.
Estos resultados están demostrando que es nula la posibilidad de que ese tipo de política monetaria expansiva pueda restaurar la prosperidad en esas potencias. Esta política combinada con austeridad fiscal y reducción salarial está asfixiando la demanda interna. Por ese motivo, la economía de Estados Unidos no recupera dinamismo, la de Japón sigue entre la recesión y la deflación (la proyección oficial de inflación bajó de 1,7 a 1,0 por ciento) y las de Europa están sumergidas en un atolladero.
Después de estos años de prolongada crisis, la política monetaria flexible (denominada “relajación cuantitativa”) sólo ha servido para salvar bancos y banqueros, alimentar otra burbuja especulativa y aumentar las desigualdades. Los promotores del ajuste en Europa, que tienen al sector financiero como principal soporte, están mostrando que su política monetaria expansiva es un fiasco. Puede ser que, con el triunfo de Syriza y el avance de Podemos en España, se abra una pequeña ventana para que en Europa sea el turno de enfrentar la crisis con una política fiscal expansiva, de recuperación de derechos laborales y sociales, de mejoras salariales y de un plan de inversión pública que permita a la demanda conducir a la economía a un sendero de recuperación y crecimiento. Esta es la disputa que se abrió en la Unión Europea con el triunfo de Syriza en Grecia, que además de la legitimidad popular posee en su haber para la negociación con la troika dominada por Alemania la fortaleza que en su momento mencionó John Maynard Keynes: “Si debo una libra, tengo un problema; si debo un millón, el problema es tuyo”.
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