Por Mempo Giardinelli
La marcha del 18 fue numerosa. Se pueden discutir el oportunismo de unos cuantos fiscales deslucidos y el de sus mandantes. También el de políticos y dirigentes que debieron meter violín en bolsa y enhorabuena. Pero lo que más llamó la atención fue la impresionante marea de personas muy mayores –hubo poquísimos jóvenes– y el extravío de los vocablos pronunciados.
Todo por el desdichado Alberto Nisman, un fiscal poco brillante en vida, que tuvo en sus manos un asunto que no quiso, no supo o no pudo llevar adelante, paralizando la causa judicial más trascendente que tuvo este país. Que ya venía empiojada por el juez Juan José Galeano, expulsado del paraíso judicial después de diez años de arruinarla. Los siguientes diez años estuvieron en manos del pobre Nisman, que acabó suicidándose acaso por miedo, amenazas, vergüenza o desesperación, o bien lo asesinaron al estilo Jean Reno en la memorable El profesional, de Luc Besson, curiosamente filmada en el mismo aciago año 1994.
Dizque la marcha era “en homenaje” a este joven abogado judío al que todos los sobrevivientes y parientes de víctimas de los atentados a la Embajada de Israel y a la AMIA, casi sin excepción, repudiaron una y otra vez acusándolo de congelar las investigaciones. Pero no se hacen homenajes desde el odio y el resentimiento.
Las consignas eran todas representativas de odio artero, frío y calculado que han sabido inocular los verdaderos convocantes, o sea los multimedios antidemocráticos. Las repitieron sistemáticamente los miles de marchantes que, guste o disguste, conformaron un número impactante. Que motiva esta reflexión.
Porque lo que más se reclamó fue “justicia”, y uno se pregunta entonces a qué se referían. Porque la enorme mayoría de los marchantes comparte los frenos y el boicot a toda renovación y democratización de la Justicia en la Argentina. Se opusieron a las seis leyes sancionadas por el Congreso, mantienen estructuras y estilos del siglo XIX, boicotean la integración de la Corte Suprema de Justicia (que de siete miembros pasó a sólo cuatro, y dos de ellos cada vez más cuestionados: el casi centenario Fayt y el gelatinoso presidente Lorenzetti). Y así han logrado que la administración judicial argentina sea, hoy, ineficiente, lerda, clasista, acomodaticia, formalista y seguramente más corrupta que nunca antes. Bueno, lo que más se pedía en la marcha era “justicia”. ¿Cuál?
Otra consigna que repetían los manifestantes –la mayoría gente bien, gente de pro, como se decía antes a las personas tranquilas y cumplidoras, ahora furiosas y apenas contenidas– era “Basta de impunidad”. Curiosa, inexplicablemente se lo reclamaban al gobierno que ha impulsado consistentemente más de 1000 juicios por causas de lesa humanidad, quebrando así la impunidad de que gozaban miles de militares, policías, empresarios y sacerdotes. Y que llevó a la cárcel a Videla, Ma-ssera, Menéndez y centenares de genocidas y apropiadores del autodenominado “Proceso”. Bueno, lo otro que más se reclamaba en la marcha era acabar con la “impunidad”. ¿Cuál?
Casi todos acusan al gobierno nacional –como hoy es moda– de ser “una dictadura”, y reclamaban por la “libertad de expresión”. Curiosísimo era ver tal protesta antidictatorial en una manifestación multitudinaria en la que no había peligro alguno de represión, y con todos marchando en ejercicio de una libertad de expresión absoluta, como jamás antes disfrutó generación alguna en este país. Y otro epíteto a la moda también acusatorio era “régimen”. ¿Cuál dictadura, cuál régimen, cuál libertad de expresión?
Y, por supuesto, la “corrupción” como cereza en la crema. Se resisten a los cambios en la SIDE, ese paraíso del espionaje, el secreto y la mentira, formas corruptas por esencia. En las redes sociales y en los viles comentarios de los odiadores de pasquines, y en Féisbuc y en el viscoso Tuíter, utilizaron, antes y después de la marcha, el vocablo “corrupción” hasta el hartazgo. Como si fueran, tan luego ellos, Cruzados de la Transparencia Republicana. Habría que ver cuántos marchantes, cuántos jueces y fiscales, cuántos presidenciables y cuántos dirigentes políticos y sindicales del 18 tienen los calzones y las cuentas limpias, ya no hablemos de sus conciencias, que muchos capaz que ni la tienen. Así es la lógica del corrupto, como nos enseñaban de niños: para el corrupto y el ladrón, todos son de su condición.
Pero ahora hacen de ese vocablo, bandera. Con la que llenan de sospechas a la ciudadanía decente, y sobre todo a los que no somos kirchneristas tiempo completo ni mucho menos soldados K. Vuelan acusaciones de acomodos y supuestas dádivas, de prebendas y salarios ocultos del poder. Nos tocan diariamente esas infamias y tenemos que andar esclareciendo las cosas incluso ante amigos y colegas que hoy pisan otras veredas. Y ante quienes debemos humillarnos para aclararles que ningún centavo de nuestras casas se originó jamás en otra fuente que el trabajo. Y además tienen las entendederas cortas. No pueden comprender que lo que uno dice y escribe es lo que uno piensa.
Hace dos semanas escribí que el Sr. Stiusso iba a mentir, incluso por profesionalismo. Miren sus declaraciones ante la fiscal Fein: cuatro páginas para no decir nada de 42 años de servicio y 20 de ellos ensuciando la causa AMIA e incluso al pobre Nisman. Insustancial y evasivo, típico nosabe-nocontesta, también en la fiscalía habló en secreto y se fue del país de inmediato. De esa corrupción, en la marcha no se escuchó ni un suspiro.
Lo más descorazonador es que esas buenas almas no se dan cuenta de sus nobles preocupaciones confundidas, y así se preparan para votar en octubre a Massa, Macri, Binner, Sanz o Cobos, a quienes no se les cae una palabra de lo que van a hacer si llegan –Dios no lo quiera– a ser presidentes de esta nación.
No hablan de sus planes económicos. No dicen que van a recortar empleos y bajar salarios y jubilaciones como hicieron Patricia Bullrich y Ricardo López Murphy cuando rebajaron el 13 por ciento. No dicen que van a volver a privatizar y tercerizar y malvender el patrimonio nacional dejando en la calle a millones de argentinos. Y no se avergüenzan cuando dicen, como Macri, que hay que pagar todo y ya a los fondos buitre.
Y es que decir las palabras significantes sería para ellos sincericidio político. Por eso siguen mintiendo. Corrompiendo las palabras. Mientras organizan, de la mano de sus marionetistas, otras marchas dizque republicanas. Las que todavía veremos.
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