Por Luis Bruschtein
Aunque sus andanadas han sido contra el kirchnerismo, la más afectada por la carrera de la chaqueña ha sido la UCR. Las críticas de Carrió no han hecho demasiada mella en la Casa Rosada. Al revés: hacen que el universo más independiente y aquel relativamente próximo al kirchnerismo sospechen y descrean de las denuncias de corrupción de los medios opositores. Sobreactuación y pocas pruebas terminan fortaleciendo al oficialismo. Pero así como el kirchnerismo permanece indemne, desde que fue designada constituyente en 1994 de la mano del alfonsinismo, cada paso que dio fue letal para la fuerza que la trajo al mundo de la política y para todos los partidos y alianzas opositoras en las que participó.
Elisa Carrió ha sido candidata presidencial en 2003, 2007 y 2011. Cada vez dijo que no quería, pero que la obligaban “el pueblo” o las circunstancias o que lo hacía por un deber moral, y no perduró ninguna de las alianzas que armó para todas las elecciones legislativas o presidenciales que se sucedieron en estos años. Las alianzas abarcaron todo el arco político, desde el centroizquierda con socialistas y radicales, hasta el centroderecha, con Alfonso Prat Gay y Patricia Bullrich. El que faltaba era Mauricio Macri, con quien ahora anunció sus coincidencias. En su biografía autorizada señala que el ARI y después la Coalición Cívica priorizaron las conductas personales sobre la ideología. Eso le da una movilidad ideológica que no tienen los demás, pero la hace menos creíble para proponer un proyecto de país.
En este caso, su propia actitud tiende a mostrar lo contrario de lo que está planteado en sus basamentos políticos, porque tiene coincidencias ideológicas con Macri, pero ella misma ha sido muy crítica de las conductas personales del jefe de Gobierno y lo ha denunciado públicamente como corrupto. Desde el macrismo tratan de minimizar esa historia y como están seguros de que no ganará la interna, le prometen que será procuradora general de la Nación cuando Macri sea presidente. En todo caso, la dirigente que promueve su perfil de guardián de la República va como aliada del único candidato que está procesado en una causa grave ante la Justicia. El primer jefe de seguridad y de la Policía Metropolitana, el Fino Palacios, también ha sido procesado, y ya está elevado a juicio oral, por espiar a familiares de víctimas del atentado contra la AMIA. Si se aplica la lógica que Carrió les aplica a los demás, la chaqueña se estaría prestando para que un candidato procesado por la Justicia busque impunidad a través de ella al convertirla en su propio jefe de fiscales.
En toda esta maniobra que algunos dicen que la chaqueña comenzó a tejer con Gabriela Michetti en el casamiento de Esmeralda Mitre y Darío Lopérfido (que acaba de asumir como funcionario de Macri), el objetivo central era arrastrar una porción institucional de la UCR a través de la figura de Ernesto Sanz, presidente del comité nacional partidario. Era una manera de herir de muerte al FA-Unen –que ya había pasado a ser un adversario–, y darle competitividad a la candidatura de Macri. La maniobra involucraba a la derecha del radicalismo, fuerte en Córdoba pero que irradia también hacia Mendoza, de donde es Sanz. El jefe de Gobierno porteño mide bien en el distrito cordobés y los jefes radicales dan por ganada su elección en la capital provincial. Con Macri candidato piensan que pueden ganar la provincia.
Todo depende de lo que haga Sanz, aunque Carrió por sí misma funcionará para consolidar la fuerte sangría de votos radicales que ya optaron por Macri en el distrito porteño y que lo harán en esta elección en el conurbano bonaerense y en el resto del país. El radicalismo disputa su electorado con Carrió y con Macri. Los dos aliados son más perjudiciales para el radicalismo que para el kirchnerismo y aunque no habla bien de la lealtad o del rigor ético de la dirigente chaqueña, ya se ha convertido en proverbial su capacidad para destruir a sus aliados recientes, sean cuales fueren.
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