Por José Pablo Feinmann
1861-1865: Guerra civil norteamericana. El Norte industrialista de Lincoln derrota al Sur algodonero de Jefferson Davis.
El Sur (gran proveedor de algodón y tabaco para Inglaterra, de la que importaba hasta la vajilla de las grandes familias) queda destruido. Inglaterra pierde a uno de sus proveedores privilegiados. Sobre todo falta algodón. Los ingleses miran el mapa del mundo y se preguntan: ¿dónde hay algodón?
Respuesta: En el Paraguay, país esencialmente estatista y proteccionista. Sarmiento lo llama “la China de América”. Inglaterra arregla con Brasil y Argentina el Tratado de la Triple Alianza. Argentina hace la guerra al Paraguay, no como dice nuestra historia liberal oligárquica (o sea, porque Solano López atacó dos lanchones), sino porque el Sur perdió la guerra, Inglaterra se quedó sin algodón y necesita importarlo urgentemente de otro lado. En ese momento el algodón valía para Inglaterra lo que vale hoy el petróleo para EE.UU. Los dos lanchones que el Paraguay le hundió son el Pearl Harbour de Mitre, sus Torres Gemelas. El gran pretexto para entrar en una guerra que valoraba como imprescindible.
Es, en rigor, necesario plantear esta situación porque nadie lo hace. El fin de la Guerra de Secesión norteamericana determina –por medio de la derrota catastrófica del Sur– la empresa de la Guerra contra el Paraguay. Brasil, aliado natural de Inglaterra, acepta con entusiasmo. Mitre, enemigo feroz de López y de los caudillos del interior mediterráneo, tiene también que intervenir. El Uruguay se suma.
¿Por qué Inglaterra requiere tan imperiosamente de algodón? Veamos: ¿Cuánto vale un obrero? ¿Cuál debe ser su salario? Respuesta que da Marx en El Capital: el salario de un obrero es el equivalente del valor necesario para mantenerlo con vida y trabajando. Principal gasto del obrero: comida y vestimenta. ¿Cómo bajar los salarios y aumentar la ganancia? Reduciendo los costos de las materias primas. Para la ropa el algodón es esencial. Eso permitirá mantener los salarios y, a la vez, aumentar la tasa de ganancia.
Ergo, si el Sur murió, traer el algodón de Paraguay. Si no lo quiere entregar: hacerle la guerra. ¿No es curioso y notable que la Guerra Civil Norteamericana termine en 1865 y en ese mismo año empiece la del Paraguay? No, tiene una coherencia absoluta. Ya lo vimos. Pero Inglaterra, aunque financie la guerra y ayude con armamentos, no puede intervenir directamente. Por tanto, la Guerra la harán sus aliados latinoamericanos: Buenos Aires, Brasil y Uruguay. Para Mitre, además, esa guerra implica la otra, la que empezó después de Pavón, la que llamó “guerra de policía”, el exterminio de las montoneras gauchas, que respetaban y respaldaban al Paraguay de López, al que no veían como un “país extranjero”. Para los gauchos de Varela eran más hermanos los paraguayos que la elite de Buenos Aires.
Fundamental en todo esto: la traición del federalismo mesopotámico de Urquiza al federalismo mediterráneo de Varela. Y al proyecto de desarrollo autónomo bajo control del Estado proteccionista paraguayo.
La situación argentina es muy original. Si Urquiza se ponía del lado de los federales (que, históricamente, eran sus compadres), si Urquiza veía en Mitre otro Rosas, si conservaba su ambición y quería volver a ponerse al frente de la Confederación Argentina, ahora con el respaldo de Solano López y todo el federalismo, si marchaba otra vez sobre Buenos Aires, mucho habría cambiado. Hay aquí un acontecimiento fascinante: papel de la parte (el individuo Urquiza) en la totalidad (la Historia). ¿Y si Urquiza no se dejaba comprar?
No existía esa alternativa. La modernidad argentina sólo podía realizarse con el respaldo británico. Fue, de esta forma, una modernidad neocolonial. Inglaterra nunca habría negociado con Urquiza y Varela y López. La elite porteña le caía mejor. Eran señores con modales burgueses. Eran educados, no bárbaros. Aun Urquiza debe haber visto demasiado grande la tarea de negociar con Inglaterra el desarrollo neocolonial del país. Prefirió irse a su casa y dejar la gran tarea a Buenos Aires. No era Rosas. Que mantuvo al país ajeno a la invasión “civilizadora” durante veintidós años, aunque sin saber modernizarlo por su cuenta. El que lo hizo fue Solano López, en el Paraguay, con proteccionismo e intervención estatal. Mitre fue muy exacto cuando les dijo a sus soldados que en sus bayonetas llevaban el librecambio. Así, la Guerra del Paraguay fue la guerra entre el librecambio (que hoy llamaríamos economía de mercado) de Buenos Aires y el proteccionismo (que hoy llamaríamos intervencionismo de Estado) del Paraguay. El librecambio de Buenos Aires arruinaba a las provincias mediterráneas, enriquecía (en tanto socio subalterno) al litoral mesopotámico que manejaba Urquiza y requería aniquilar al Paraguay de López, no sólo por el algodón británico, sino por el ejemplo malquerido de su proteccionismo estatal.
El Paraguay queda arrasado, como el Sur. Pero Mitre no es Lincoln. Escribe Alberdi: “La revolución en Norte América ha tenido un triunfo de civilización y progreso; en el Plata, de feudalismo y retroceso. Lincoln ha muerto por la libertad de los negros en América: Mitre expone hoy su vida por la esclavitud de los negros, como aliado del Brasil. Lincoln era el instrumento providencial de la república; Mitre lo es de la monarquía esclavizante del Brasil (...) Mitre es el Jefferson Davis del Plata, sin el coraje y la franqueza del ex-presidente del Sud” (Póstumos V, Cap. XXXVI).
Toda América latina (todos los países que han optado y siguen empecinadamente optando por un régimen económico proteccionista, con intervencionismo estatal de mercado y democracia política) semeja hoy la situación del Paraguay en el siglo XIX. Como en Argentina, y en América latina toda, triunfó el Sur y no Lincoln, triunfaron, decimos, las elites centrales aliadas al imperio y entregadas a la economía liberal del monocultivo exportador y, por tanto, antiestatista. Son ellas, entonces, hoy en la oposición, las que tienen que renegar de esos estados nacionales intervencionistas y de espíritu distributivo. El Occidente capitalista (bajo la hegemonía de Estados Unidos) tiene que volver a instaurar el neoliberalismo de mercado (eso que, en Mitre, era el librecambio) para llevar a cabo sus formidables negocios de la década del ’90 bajo las regulaciones de los diez puntos de John Williamson, el inspirador, el teórico del Consenso de Washington. Con otras caras, con otros métodos, con otros muertos, con una prensa que entonces no existía (Mitre fundaría La Nación en 1870, año en que terminaba triunfal la Guerra contra el Paraguay) y hoy es el ariete más agudo con que se ataca la estabilidad de los gobiernos proteccionistas, la Guerra contra el Paraguay (que es una guerra del Occidente capitalista contra la protección de la libertad, la economía y el Estado de los países sudamericanos) se sigue desplegando ante nuestros ojos.
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