Por Martín Granovsky
La marcha del 18F, encabezada por un grupo de fiscales que manejan las llaves de los tribunales federales, como Germán Moldes y Raúl Plee, logró una disciplina colectiva que se materializó en el silencio. Salvo que fueran interpelados por la televisión y pidieran que el Gobierno, o “esto”, acabase, los manifestantes cumplieron la consigna de falta de consignas explícitas que los unificó y les dio cierta homogeneidad. ¿Fue una marcha más o marca el comienzo de un proceso político? ¿Cómo juega en un año electoral?
Sebastián Pereyra, sociólogo e investigador del Conicet y de la Universidad de San Martín, apuntó a Página/12 que durante los días previos en las redes sociales muchos pidieron unificar el mensaje para evitar flancos por los que pudieran ser atacados. Según Pereyra, “la marcha tuvo una línea de continuidad con otras marchas, pero sobre todo confluye con otras líneas de protesta como los reclamos de justicia contra la impunidad y por el pedido de que la Justicia actúe”.
La nota distintiva respecto de marchas como las generadas por la tragedia ferroviaria de Once es que “aquí se sumó el hecho de que abiertamente se haría una marcha contra el Gobierno”. En este caso ese sesgo inicial, más allá de que luego se haya diluido en la táctica del silencio, potenció la convocatoria. “El caso resonó más fuerte, porque por un lado aparecían la búsqueda de justicia y esclarecimiento y el ataque a la figura de la Presidenta”, analizó Pereyra. “Esa combinación le dio una legitimidad que la volvió masiva. Puso en el centro al Poder Judicial y reflejó una característica de la dinámica política argentina. En la medida en que el Poder Ejecutivo tiende a centralizar los logros en la Presidenta, también queda con la responsabilidad de los fracasos o las sospechas. Por eso, la sospecha de impunidad mancha también al Poder Ejecutivo. Si uno se abstuviera del análisis de la política concreta no tendría sentido un reclamo al Poder Ejecutivo. Pero la centralidad política de la Presidenta puede confluir con percepciones de que el Poder Judicial no puede avanzar porque se lo obstaculiza el Ejecutivo.”
Por ese motivo, Pereyra está convencido de que “los datos judiciales nuevos y el avance de la investigación no alcanzarán a desactivar la protesta contra el Gobierno”. Y al mismo tiempo, a diferencia de la llamada crisis del campo del 2008, no hay un pedido concreto sino “un contenido inespecífico del reclamo contra el Gobierno” y “un alto nivel de indignación de los que marcharon con la figura presidencial, cuyo único objeto es que se cierre el período gubernamental vigente”.
Pablo Vommaro, historiador, especialista del Conicet y coordinador de los grupos de trabajo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, que nuclean a 1300 investigadores, dijo a Página/12 que “en la Argentina las muertes asociadas con el poder son siempre movilizadoras, porque hay una suerte de tanatopolítica”. Aunque esas muertes, aclaró Vommaro, sean distintas por su naturaleza y por sus vinculaciones políticas. “El asesinato de María Soledad Morales, en Catamarca, estaba asociado al poder de los Saadi. La muerte de Néstor Kirchner quedó revestida, en los relatos políticos, con la idea de que no fue una simple muerte natural sino un hecho vinculado con una discusión previa con Hugo Moyano y con el asesinato de Mariano Ferreyra. Nisman no era masivamente conocido más allá de su denuncia estrafalaria. Pero su muerte quedó asociada a intrigas del poder relacionadas directa o indirectamente con el Gobierno y con instancias del Estado, como un jefe de Inteligencia desplazado. Intrigas del poder que la misma Presidenta describió en algunas de sus comunicaciones públicas.”
“Hay una historia simple, efectista y poderosa detrás de la marcha”, explicó Julio Burdman, politólogo y secretario de Investigación de la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo. “La historia es que el fiscal que se metió con la Presidenta apareció muerto con un balazo en la cabeza.” Siguiendo a Burdman, “si el público no tiene demasiados elementos para refutarla, y no se hace otras preguntas, esta historia tiene una lógica interna imbatible”. Y agrega: “Sin embargo, en la Argentina hasta los que menos quieren al Gobierno –aun los que marcharon el 18F– parecen dispuestos a sospechar de esa historia. Todo el mundo puede entender que el cadáver de Nisman hace mucho más daño a Cristina Kirchner que la denuncia de Nisman. Pese a ello, el Gobierno no está aún brindando una explicación completa de su versión, y deja un campo vacante. El Gobierno tiene que exponer sin vueltas su verdad acerca de los servicios de inteligencia y su vinculación con la muerte del fiscal”.
El ex decano de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA) Federico Schuster dijo sobre ese último punto: “Al Gobierno lo veo un poco golpeado y un poco perdido. Se equivocó en formas de la comunicación estratégica y en cierto ninguneo de la muerte de Nisman”. Schuster agregó que “la movilidad internacional es grande y eso, el famoso qué se dice en el exterior de nosotros, asusta a la clase media argentina”.
A favor del Gobierno, Schuster aportó un elemento de análisis institucional. “Nadie se lo va a agradecer a la Presidenta, pero es fundamental que no haya habido un solo incidente y que el Gobierno haya garantizado una movilización opositora pacífica. También el conflicto de 2008 fue pacífico, a pesar de la enorme tensión política, a tal punto que el oficialismo todavía está pagando el único hecho violento recordable, que fue una trompada de Luis D’Elía.”
Para Pereyra, es difícil decir cómo el Gobierno podría haber aplacado la indignación, “pero el modo oficial de intervenir potenció una marcha que tenía cierto componente catártico, el pedido de que la Presidenta escuche y registre y la discusión sobre si tenía que decretar duelo o no”.
Los políticos
Más allá de que la marcha central fue en la Ciudad de Buenos Aires, territorio del presidenciable Mauricio Macri, ¿cómo jugaron y cómo quedaron los dirigentes políticos?
Pereyra recordó que en otras marchas hubo momentos en que los dirigentes ni fueron y otros en que colonizaron las movilizaciones. “El miércoles no pasado hubo colonización y tampoco expulsión”, dijo.
Analizó Pereyra ante la consulta de este diario: “El Gobierno quiso evitar que ese público que participaría y participó de la marcha fuese un interlocutor. La contrapartida fue una salida masiva a la calle por parte de ese público para demostrar que, por más informe y difuso que fuere, debía ser reconocido. Los dirigentes opositores no consiguieron satisfacer esa vocación de reconocimiento. Fue una marcha no partidizada, con la política partidaria dentro pero a un costado. ¿Por qué no fue convocada por la juventud del PRO o por un sector del radicalismo? Veinte años atrás habría sido natural. Hoy no lo es”.
Schuster afirmó que “la marcha no cambia la historia argentina”, aunque fue “importante”, porque “hacía tiempo que no se lograba unir lo que, en principio, es un espacio de oposición al kirchnerismo”. En cuanto a los dirigentes, “fueron pero no pudieron apropiarse de la marcha”. Como visión general, Schuster dijo que “desde 1983 hasta acá los partidos políticos tuvieron poca capacidad de acumular a partir de la movilización popular”. Lo explicó así: “Del ’97 al ’99 hubo movilizaciones de desocupados pero ni el Frepaso ni la Alianza los capitalizaron. Néstor Kirchner se tomó en serio la movilización. Cristina hizo coincidir las movilizaciones más bien con fechas patrias o institucionales, como los comienzos del año parlamentario. No veo una posibilidad de capitalizar a la sociedad movilizada, a la que además le tienen miedo, más allá del voto que puede estar más o menos decidido. Y cuando no hay conducción de este tipo de procesos, tienden a diluirse. Para que se repita una marcha en el mismo tono, encima cuando marcha con lluvia vale doble, deberían suceder cosas muy graves. La muerte de Nisman, haya sido como haya sido, es un hecho muy grave. Yo espero que esas cosas no sucedan”.
“Hay un espacio anti-k que se aglutina y encuentra cierta identidad, y la marcha es una de sus expresiones”, interpretó Vommaro. “No es nuevo. Ese espacio emergió en algún momento con Blumberg y después con los empresarios rurales, pero no estaba encontrando una canalización clara. La movilización de Blumberg logró una espantosa reforma del Código Penal. Las manifestaciones del 2008 frenaron la famosa 125, más allá de los errores del propio Gobierno. Después del 18F, en cambio, no se adivina otra línea de continuidad que la de aglutinar un espacio que, a medida que decante el proceso electoral y nos acerquemos a candidaturas un poco más claras, puede aquietarse en pos de la esperanza de un triunfo no kirchnerista, con un Mauricio Macri o, más débilmente, con un Julio Cobos o un Hermes Binner.”
Vommaro aclaró que ese escenario no significa desconocer el peso de estructuras dentro del Poder Judicial, o de la influencia de la geopolítica regional e internacional. “No soy conspirativo: digo que juegan factores de poder y que los factores de poder sí son conscientes de lo que buscan.”
Schuster también dijo que “una cantidad de grupos mafiosos fue denunciada en la época de Alfonsín, pero después esas denuncias se fueron apagando, y el kirchnerismo tampoco se metió con círculos mafiosos que o son paralelos al Estado o lo atraviesan, y por lo tanto no descarto la intervención de nadie, desde los grupos locales hasta la CIA, en el enrarecimiento del clima político”.
Pereyra supone que, con los datos a la vista, “este nivel de protesta contra el Gobierno y contra la figura de la Presidenta es muy dependiente de la cuestión electoral y es razonable pensar que se desactivará a medida que esa cuestión avance”.
Vommaro entiende que la movilización antigubernamental permanente no le sirve al oficialismo pero tampoco, por caso, a Macri. “Macri avanza en la quietud, no en el conflicto y en medio de una Argentina movilizada de manera constante.”
Las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias se realizarán en octubre. Las precandidaturas nacionales deben quedar establecidas en junio. Faltan sólo cuatro meses. Burdman dijo a Página/12 que “lo que más debería preocupar al lote de precandidatos del oficialismo es que el caso Nisman les acorte el tiempo para hacer campaña”.
Según Burdman, “el grupo de los candidatos más kirchneristas –Florencio Randazzo, Agustín Rossi, Sergio Urribarri, Julián Domínguez–, que unió su destino al de Cristina Kirchner hasta el final, compite en las elecciones con la agenda y el discurso de la Casa Rosada”. Rossi y Randazzo son ministros del gabinete y también voceros habituales del Gobierno. “Eso significa que si la Casa Rosada sólo habla de Nisman, ellos también quedan atrapados en esa lógica. Están esperando ansiosamente que el caso se aclare y se cierre, que Cristina Kirchner decida a quién apoyará en las elecciones presidenciales, y que el 2015 político empiece de una vez.” ¿Y Scioli? “El caso de Scioli es más complicado aún, aunque frente al impacto del caso Nisman y el 18F se lo vio en la vereda oficialista.”
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