Por Eric Nepomuceno
La relación de la evangélica y ambientalista Marina Silva con el partido por el cual disputará la presidencia ha sido, es y será siempre muy difícil. Y cuando arribe a su final, obviamente, terminará mal. No se trata de dos alas de una misma agrupación, el Partido Socialista Brasileño: se trata de dos grupos que difieren en casi todo, y en casi todo son antagónicos. Marina ingresó al PSB al último minuto de la fecha límite para poder disputar algún cargo electoral este año. Para el entonces candidato del partido a la presidencia, Eduardo Campos, había un interés claro: la fuerte carga de votos que Marina obtuvo en las elecciones del 2010 (casi 20 millones, insuficientes para llevarla a la segunda vuelta –José Serra, del PSDB, disputó con Dilma y perdió–, pero suficientes para transformarla en figura nacional). Es decir: el mismo oportunismo en la política brasileña que tanto Campos como ella criticaron.
Quedó claro, desde el primer momento, que tan pronto logre aprobar en la Justicia electoral la creación de su partido de nombre raro –Red Sustentabilidad–, la militante evangélica que tiene además posiciones extremas cuando se trata del medio ambiente abandonará el PSB. Es decir: no se trata propiamente de una afiliación a un partido, sino de hospedaje transitorio. Por interés electoral, el PSB aceptó servir de hotel.
La muerte de Eduardo Campos en un accidente aéreo la semana pasada significó un vuelco radical en el escenario electoral brasileño. De inmediato se realizó un nuevo sondeo, con Marina en el lugar de Campos. El resultado no sorprendió a nadie: con 20 puntos de intención de voto, ella apareció en tercer lugar, a sólo un punto de diferencia de Aécio Neves, del PSDB. Eduardo Campos jamás logró superar, en todos los sondeos realizados, la marca de los 11 puntos, a larga distancia de Neves.
Sin embargo, cuando se realizó el sondeo la candidatura de Marina –por obvia que fuese– no estaba confirmada. Las divergencias programáticas demasiado extensas exigieron un intenso debate, y los directivos del partido forzaron a Marina a firmar una especie de documento de compromiso. Entre otras obligaciones de la nueva candidata está el respeto por los acuerdos regionales armados y cerrados por Campos, y a los que ella siempre se opuso. En San Pablo, por ejemplo, principal colegio electoral brasileño, Campos firmó compromiso de apoyo al actual gobernador, Geraldo Alckmin, del ala más a la derecha del PSDB. Marina Silva advirtió que bajo ninguna hipótesis participará de actos de campaña a su lado o de otros candidatos a gobernador con quien no se sienta cómoda. El PSB acató. Ella igualmente exigió un cambio en la coordinación y el comando de la campaña. Otra vez, el partido aceptó.
Pero la misma situación de franco antagonismo se extiende a otros sectores que apoyaban la candidatura de Campos, principalmente los ruralistas, enemigos irrecuperables del radical ambientalismo de Marina.
Existe, en el PSB, la expectativa de que ella logre captar una parte sustancial de los votos jóvenes, principalmente de aquellos que coparon las calles brasileñas hace un año protestando contra todo y todos. Hay que recordar, sin embargo, que las posturas ultraconservadoras de esa ex católica y ex fundadora del PT en relación con el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la legalización de las drogas y otros temas de interés del electorado joven alejan más de lo que acercan votos.
Además, hay dudas sobre su capacidad de mantener el índice de intención de voto obtenido en ese primer momento. En el horario de propaganda en televisión y radio, Marina tiene menos de la mitad del tiempo de Aécio Neves y la décima parte del tiempo de Dilma Rousseff. Además, Neves cuenta con mayor y más sólida estructura de partido y aliados. Para compensar, Marina es más conocida nacionalmente que su adversario más directo.
Hay un cambio total en el escenario. Si hasta ahora había alguna posibilidad de que Dilma gane en la primera vuelta, la segunda parece absolutamente inevitable. Hay que ver quiénes serán los adversarios. De todas formas, el panorama electoral parece más equilibrado con la entrada de Marina Silva al ruedo. Ella podrá tener más dificultad para crecer que Neves, pero seguramente dispone de un espacio importante.
Los analistas creen que Marina le quitará más votos a Aécio Neves que a Dilma. El perfil promedio de sus electores se concentra en las clases medias urbanas, con más escolaridad y renta, es decir, exactamente el perfil del electorado de Neves. Pese a haber renegado de sus orígenes, Marina cuenta, como su rival más cercano, con el respaldo del capital (no el ruralista) y del sector más proclive al neoliberalismo.
Dilma sigue como favorita, y en su favor hay un dato nuevo: luego de meses estancada, la aprobación de su gobierno creció en los sondeos más recientes. El mercado sigue distribuyendo pesimismo, pero ese movimiento bajó sensiblemente en la opinión pública.
De inmediato, quedó claro que una parcela importante de los que no declaraban su voto o decían pretender anularlo pasó a decir que votará por Marina. Tanto es así, que pese a su surgimiento con una tasa mucho más elevada que la de Campos en los sondeos, ni Dilma ni Aécio perdieron en el conteo de intención de votos.
Es, sí, un nuevo escenario. Hay que ver cómo se porta Marina en la campaña: si como candidata a presidenta, o a santa.
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