Por Mempo Giardinelli
De regreso a esta página y consciente de las distancias espirituales que proveen los viajes, resulta fascinante constatar cómo el país asiste a reencuentros conmovedores como el de Ignacio Guido Montoya Carlotto, mientras diversas especies falconiformes sobrevuelan los cielos de esta nación y la política ofrece un renovado circo de opositores a las patadas verbales. Tales comprobaciones validan reflexionar acerca de la educación en la Argentina.
En el 19º Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura, que terminó este sábado y se celebra anualmente en Resistencia, Chaco, volvieron a reunirse miles de maestros, bibliotecarios y estudiantes en un encuentro masivo que lleva casi dos décadas debatiendo el presente y el futuro de la lectura y la educación.
En un ambiente inimaginable para las prisas porteñas, cada año más de 50 intelectuales de todo el mundo discuten políticas y estrategias para que la Argentina vuelva a ser una sociedad de lectores capaz de combatir la ignorancia. Miles de educadores, narradores, poetas, investigadores, cientistas sociales y bibliotecarios, comunicadores y académicos de diversas disciplinas llenan teatros y auditorios, y universidades, escuelas y bibliotecas compartiendo una convicción irrenunciable: la educación requiere también la promoción de la mejor literatura como camino idóneo para formar lectores competentes. Educación y lectura van de la mano, y no se trata de leer cualquier texto sino los mejores.
Si en todos estos años se ha trabajado tanto para que este país se recupere como lector, ahora se apunta aún más alto partiendo de la idea de que no hay mejores orientadores de la buena lectura que los maestros y los bibliotecarios, cuando están preparados con excelencia, porque entonces, y sólo entonces, su formación y capacitación los convierten en guías de conocimiento y de comportamiento.
Si se recuerda que hace 30 y 40 años este país era una carnicería, que hace 20 éramos una sociedad que no se daba cuenta de cómo la robaban y vaciaban y que, al inicio de este siglo, en 2001, estuvimos al borde de licuarnos como nación, se entiende el entusiasmo de miles de asistentes al ya proverbial Foro de la Lectura del Chaco, donde hay conciencia de que hemos cambiado muchísimo y para bien, como la hay de que el mérito no es sólo de un gobierno.
En los últimos años creció la preocupación por la calidad de la educación, que es y, todo indica, seguirá siendo uno de los ejes de las futuras campañas políticas, y enhorabuena. Pero eso se debe sobre todo a que hoy la escuela argentina ya no es ese lugar del barrio adonde los chicos iban a tomar leche o comer un pedazo de pan una vez al día, como sucedía hace sólo diez años. Hoy la escuela no es el fogón de la olla popular, sino el escenario natural en el que se manifiesta y se discute la calidad de la educación que se brindará a las nuevas generaciones.
A su vez, la lectura ya no es ese otro desaparecido al que tanto costó recolocar en la agenda nacional. Hoy se reinstaló la lectura en la conciencia, el imaginario y la vida cotidiana de este país, y eso plantea también una exigencia de calidad que debe resolverse libro a libro, lectura a lectura.
Desde hace ya muchos años, con prédica tenaz, información alternativa y cursos, talleres y seminarios, estos foros desarrollan programas concretos. Cientos de abuelas cuentacuentos, decenas de autores en las escuelas y ediciones masivas estimulan a maestros y alumnos con nuevas estrategias, creando conciencia sobre la importancia social y política de la práctica lectora. Así se contribuyó a que los argentinos de hoy lean mucho más que los de la generación anterior, a la vez que el país tiene ya una múltiple política de Estado de lectura.
Desde luego que hay mucho por hacer. Nunca se puso en marcha el Consejo Nacional de Lectura, organismo pensado para coordinar esfuerzos e inversiones. Y no fue suficientemente difundida la 2ª Encuesta Nacional de Lectura, que debería realizarse todos los años, como en muchos países, y dando participación a las ONG que trabajan en la materia. Y esto es grave cuando esta nación está siendo sometida a un implacable bombardeo de desinformación y siembra de odio y resentimiento.
Por eso desde el Chaco se lanzó la consigna de elevar el nivel de lo que se lee. Porque lo esencial de una política de lectura no es solamente convencer a la sociedad para que lea, ni es sólo lograr índices de lectoría masivos. Siendo eso importante, lo verdaderamente significativo es que esa sociedad lea textos de calidad, que son los únicos que garantizan una buena calidad educativa.
Es necesario y es urgente, por eso, apartarse de modas e imposiciones del mercado y retornar a la Gran Literatura. Para ello, recuperar la lectura de los clásicos es un imperativo. Los clásicos universales, y los de la literatura argentina y latinoamericana. En ellos está todo y por eso el énfasis en leer menos moda y más clásicos. Menos novedades y más lecturas de calidad probada. Que la experimentación está muy bien, pero no a costa de la educación de nuestros 17 millones de chicos y chicas en edad escolar.
Los Foros en el Chaco vienen proponiendo un sistema escolar menos permeable a las sugerencias interesadas del mercado editorial. La diversidad y calidad de las lecturas de los alumnos de toda nación deben determinarlas el Estado, a través de orientaciones ministeriales. Y esto es un llamado de atención ante dispersiones y olvidos de la acción política estatal.
Criticar la educación es hoy una práctica política reaccionaria que hacen los sectores más retrógrados. Intentan que la sociedad crea que los problemas y deficiencias educativas son de hoy, pura mala praxis del gobierno nacional, cuando la verdad es que nuestros problemas educativos vienen de por lo menos los últimos 40 años y son herencia de la dictadura y de pésimas decisiones políticas como cuando en los ’90 se atomizaron planes de estudio y luego se rebajó el 13 por ciento en los sueldos docentes.
Es claro que la educación no está bien en la Argentina en términos cualitativos, pero es notable cómo ha mejorado en lo cuantitativo y lo honesto es considerar ambas perspectivas. Si en los ’90 se construyeron menos de 50 escuelas en todo el país, en esta última década se han construido más de 1500. Eso trajo, naturalmente, nuevas exigencias de todo tipo a la vez que se resentía, como no podía ser de otro modo, la calidad educativa del presente.
Por eso se recomienda elevar la calidad de las lecturas. Porque solamente leyendo mucho y bueno se educa a una nación para la democracia y la anhelada justicia social.
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