Por David Usborne *
Desde Ferguson, Missouri
“¡Cálmense, cálmense!” El caballero negro alto con la camisa verde lima pide a través de un megáfono, aunque a él mismo le cuesta obedecer su propia advertencia. El sabe que más cosas malas podrían suceder a segundos de distancia. “Esta noche no va a caer, no va a caer esta noche.”
Malik Shabazz, el líder de un grupo llamado Abogados Negros por la Justicia, no es el único en unirse a la multitud una vez más, en protesta contra el asesinato de Michael Brown, instando a la inquieta, nerviosa multitud a que se mantenga dentro de los límites de la protesta legítima, sin provocar a la policía en otra noche de enfrentamientos. Los líderes de la comunidad local están llamando a la calma, así como un contingente de pastores.
“Estoy susurrando en sus oídos, diciéndoles que sigan adelante, que nos importan y que los amamos”, dice el reverendo Michael McBride del Centro del Camino Cristiano en Oakland, California. El vino porque está horrorizado. “Si sólo los departamentos de policía de todo el país hicieran lo mismo... Susurrarles en los oídos, decirles que los aman.”
El amor, sin embargo, por el momento está ausente en Ferguson, un suburbio en el extremo noroccidental de St. Louis. Se fue unos cuatro minutos después del mediodía, el 9 de agosto, cuando un oficial de policía, identificado como Darren Wilson, 28, disparó seis balas sobre un hombre desarmado, Michael Brown, de 18 años, y lo privó de su joven vida. Se fue cuando la policía dejó que su cuerpo quedara tirado en la calle durante horas hasta que finalmente se lo llevaron. O tal vez el amor se había ido mucho antes de eso, en una ciudad donde ser negro es sentirse marginado, relegado a las divisiones inferiores de la vida, oprimido.
El amor parece ser un sentimiento pintoresco. Vemos lo que está pasando aquí en el cruce de las avenidas Ferguson y West Florissant. Una línea de policías –algunos con máscaras antigases, algunos sin, todos con escudos antidisturbios– nos ha bloqueado hacia el sur y, a cierta distancia al norte se está formando una segunda línea. Nosotros, los manifestantes y periodistas, estamos cercados. Un cañón sónico está comenzando a perforar nuestros tímpanos.
Y vemos también el vehículo descomunal –el capitán Ron Johnson, de la policía estatal asignada por el gobernador Jay Nixon a finales de la semana pasada, más tarde lo va a llamar Camión Swat– con su torreta delantera. La torreta tiene un hombre en el interior que sale de vez en cuando aferrando una ametralladora. Mueve la nariz de izquierda a derecha. Por un segundo, el cañón está apuntando hacia mí, al igual que el reflector del helicóptero que sobrevuela y de vez en cuando soy su objetivo.
Y no es amor lo que están pidiendo ahora. Es justicia. “Queremos justicia, queremos justicia”, gritan los manifestantes. Es lo que busca el grupo de Shabazz. La banda más joven y de aspecto ocasionalmente aterrorizado de observadores de Amnistía Internacional está aquí para proteger precisamente eso. Estados Unidos piensa que puede dar por sentada la justicia. Pero en Ferguson eso está a prueba. La justicia parece desaliñada, principiante y lenta.
La justicia es el santo grial en Ferguson. El presidente Barack Obama dice que quiere justicia. Lo mismo sucede con el fiscal general Eric Holder, quien estará aquí hoy y que abrió su propia investigación federal sobre lo que le pasó ese sábado a Brown. Las circunstancias de ese hecho aún no son claras. Justicia es lo que su madre, Lesley McSpadden, dice que debe hacerse antes para ponerle fin al problema. Pero el camino hacia ella es largo y tiene muchas bifurcaciones.
McSpadden y la mayoría de los manifestantes lo querían ayer. No verla es lo que los enfurece. Pero en Estados Unidos la justicia es un asunto deliberado y burocrático. La evidencia que se ha recogido hasta el momento, la mayoría de la cual no hemos visto, será presentada por primera vez por el fiscal de St Louis, Robert McCulloch, a un gran jurado especial que comienza hoy. Pero ese proceso puede tardar semanas. La justicia estadounidense es una cosa de engranajes que gira lentamente, demasiado lentamente para la familia y sus partidarios.
Justicia significa permitir que todo el mundo aquí esta noche bochornosa exprese su ira, como requiere la Constitución de Estados Unidos. Y significa escuchar. La justicia se reveló sobre todo por ser dos cosas; algo de violencia y gran ruido y algo de arcilla, incapaz de satisfacer las demandas. Requiere paciencia y requiere confianza. Ninguna de las dos resulta evidente en West Florissant Avenida en este momento, como el amor.
* De The Independent de Gran
Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
No hay comentarios:
Publicar un comentario