Todos los náufragos de este mundo y de otros mundos, las flores de jardines lejanos y las flores silvestres que utilizaban en sus ceremonias, nuestros antiguos (que con sus danzas hacían amanecer); el movimiento en el maíz de los primeros dioses de nuestra tierra; el esplendor de Inti en el cielo precolombino (cielo libre del dios del conquistador); las guerras calchaquíes, y el paso emancipador de Felipe Varela; el alivio del minero luego de su oscuro día, la alegría del modesto pastor al ver cómo bebe su majada; el poncho al viento como bandera de emancipación de los de abajo; todas estas cosas y muchas otras, insisten en el murmullo del andariego río Belén; agüita catamarqueña chayando a la Indoamérica, vena que lleva al corazón del continente la memoria de la música de las aves antes de llamarse aves, la sinfonía de pircas y templos incas, pero ante todo, el río Belén es un puente entre la sed de nuestro pasado y la sed de nuestro porvenir.
Linaje de cordillera y niñez de puna, el alma del río Belén está hecha del hielo y del sol andino, aunque su canto de agua está conformado por las voces de diversos ríos como el río de Los Baños, el río Los Nacimientos, río Corral Quemado río Papachacra, río Vicuña Pampa, entre otros ríos secretos.
Hace siglos que el río Belén es chasqui del remoto decir de nuestra tierra, mensajero de la Pachamama, centinela de las buenas nuevas del agua continental. Y hace siglos, antes que su nombre fuera Belén, cuando aún no era rehén de los mapas, ni de la lengua del llegado en el barco, se llamaba Famayfil, que en cacán significa: “de los cerros de atrás o detrás de los cerros” Dicen que en las noches de crecida, el río ruge, incansablemente, su auténtico nombre: ¡Famayfil, Famayfil! Curiosamente el río Belén, que pelea por recuperar su nombre originario, besa las orillas de Londres, (Londres, ciudad catamarqueña que primero se la bautizó: “Londres de la Nueva Inglaterra”, en homenaje a la ciudad natal de la reina María Tudor, esposa del rey Felipe II de España, quienes contrajeron matrimonio real en 1553)
El río Belén amasa un canto solar, un poema de piedra, un rezo de valle, un alarido diaguita. Va llevando vida, traficante de oasis, permitiendo el vino de la esperanza y la carne de la resistencia: ¿Cuántos caballos salvajes saciaron su sed de confines, en las aguas paganas del río Belén? ¿cuántos arqueólogos del desasosiego se habrán mirado en su espejo de milenios? ¿Cuántos bautismos y cuántos ahogados en su lecho? ¿Cuántos rituales aborígenes y cuántas ofrendas a la Virgen de Belén? ¿Cuántas ruinas y cuántos templos de sal, han renunciado siglos en sus aguas? ¿Cuántos yacimientos han confesado milenios en su correntada? ¿Cuántos hijos de la ciénaga se habrán exiliado en sus orillas ? ¿Cuántas fundaciones de los sangrientos civilizadores y cuántas ruinas de los pacíficos bárbaros? ¿Cuántos dioses nativos acechan en su manantial de leyendas?
El río Belén le puso pájaros a la mirada del poeta Luis Franco, tal vez mirando este río fue que el lírico catamarqueño pensó: “Verdad,yo no sabía, oh,que cupiese tanta soledad en un pecho” ¿Cuántas cosas caben en el río Belén: cuántos versos sin poetas, cuántos caudillos sin rebeliones, cuántas vidalas sin coplas, cuántos idiomas sin voces, cuánta Historia bajo el yugo del olvido?
Pan y Cielo, el blog de Pedro Patzer
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