Hugo Muleiro expone las prácticas publicitarias de empresas internacionales que pretenden exaltar y explotar sentimientos y valores asociados a la Selección de Fútbol.
Por Hugo Muleiro *
Es frecuente que los mundiales de fútbol generen un gran movimiento en el universo de la comunicación, por el hecho sencillo de que grandes porciones de receptores de los medios gráficos, radiales y televisivos están abocadas al acontecimiento. Esto determina una alteración profunda de las prioridades informativas, un cambio en las agendas causado por estos certámenes, incluso en sus etapas previas. El fenómeno ya fue visitado, en ocasiones innumerables, por expertos en comunicación, sociólogos y politólogos, con las ópticas más diversas.
Algunos posicionamientos se mantienen sin embargo en el tiempo. Uno de los más repetidos es el que empieza y termina en la denuncia del aprovechamiento político de cada mundial por parte de los gobiernos, en especial el del país sede, aunque no exclusivamente. Experiencias nefastas, como el Mundial de 1978 en la Argentina asolada por la dictadura cívico-militar, alimentan conclusiones rápidas y el trazado fácil de paralelismos a menudo carentes de rigor. En este punto, lo más común es que todo gesto o acción de identificación y simpatía de un gobierno con la selección nacional de fútbol sea señalado mecánicamente como acto “populista” y de usufructo ilegítimo del deporte para “fines políticos”, puestos de manera invariable bajo las peores sospechas. Esto es frecuente por parte de quienes quieren para sí y sus intereses sectoriales el espacio que la política llegue a ocupar.
Está visto y verificado que muchísimos deportes, y en primer lugar el fútbol profesional, fueron convertidos en una industria, privatizada en gran cantidad de países y para los mundiales, con la constitución de un verdadero cartel global, dotado de fuerza económica capaz de operar por encima de cualquier frontera y de pisar las soberanías nacionales. Bien lo sabe el gobierno brasileño: sólo para dar un ejemplo, se vio forzado a hacer enmendar una ley local y permitir con ello la venta de cerveza en inmediaciones de los estadios en que se jugarán los partidos, bajo la amenaza de perder la sede, con las consecuencias políticas desastrosas que para cualquier gestión puede tener un hecho de esas características. El cartel coaccionó, en este caso, en defensa de la multinacional Budweisser. Lo que los mundiales agregan en el campo de la comunicación es un repentino resurgimiento de sentimientos y valores que son exaltados y explotados, más que por actores políticos locales, por esos mismos poderes empresariales internacionales, ajenos por completo a cualquier noción de pertenencia a lo nacional. En la Argentina, las multinacionales de las telecomunicaciones, expertas en expoliar a sus clientes y estafarlos mediante un sinfín de estrategias frente a las cuales los Estados suelen ser por demás ineficientes, se calzaron la celeste y blanco y nos están dando lecciones de patriotismo.
Uno de los casos más alevosos es el mensaje que en estos días nos está diciendo que a los argentinos “juntos no nos para nadie”, que nos respetamos y cuidamos y mancomunamos por la Selección de Fútbol y que, en esto, nos volvemos “mejores”. Esta reivindicación de una supuesta argentinidad, estructurada en un crescendo patético de entonaciones nacionalistas, viene de la mano de una de las empresas que se sirve de la debilidad de las soberanías para quedarse con servicios esenciales y llevarse ganancias: Claro, perteneciente a América Móvil, que igual que Telmex es propiedad del Grupo Carso, cuyo accionista principal es el multimillonario mexicano Carlos Slim.
La multinacional de origen estadounidense Procter & Gamble, presente en 160 países, invita también a involucrarse en sentimientos nacionalistas apelando a la conductora Susana Giménez, que se calza para la ocasión la casaca a barras celestes y blancas por más que su patria de preferencia, como se sabe, es la ciudad de Miami. P&G es, desde 2007, propietaria de Gillette, explotadora tradicional de la argentinidad futbolística.
Si la pasión con un equipo deportivo como expresión de nacionalismo es un asunto por demás complejo y discutible, pocas dudas dejan las apelaciones patrióticas hechas por multinacionales, cuya razón de ser consiste en expoliar a los países en los que operan.
* Escritor y periodista, presidente de Comunicadores de la Argentina (Comuna).
04/06/14 Página|12
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