La tormenta no elije inundaciones,
ni enjambres, ni bosques secos.
Ni pliegues, ni gargantas de caña dulzona,
ginebras o vasos en sus pupilas.
Deshoja aguaceros, mitad hombres, mitad tropillas.
Un perro de ojos amarillos
traspasa el vendaval.
Entra, junto a los leños que huesan
la calor, se acurruca cerquita.
La noche apedrea un corazón.
Llueve como nunca antes.
GB
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