La reunión de mandatarios latinoamericanos en la capital cubana confirma la creciente autonomía política de la región y la perdida de hegemonía de los Estados Unidos en el sistema interamericano.
Cambia, todo cambia. Cuba fue, esta semana, presidente temporal y anfitrión de la cumbre de un bloque regional, la Celac, que intenta desplazar a la OEA como eje vertebral del sistema político interamericano. La Organización de Estados Americanos expulsó a La Habana hace más de medio siglo cuando el mundo se dividía entre regímenes capitalistas y comunistas. El líder cubano Fidel Castro desacreditó siempre al organismo como un “ministerio de las colonias” para significar el peso de los Estados Unidos y, si bien la OEA, aprobó la membresía caribeña unos años atrás, la mayor de las Antillas rechazó el convite. Además, el secretario general de la institución, el diplomático chileno José Miguel Insulza, y la presidenta Laura Chinchilla viajaron a la capital cubana y restablecieron relaciones diplomáticas face to face luego, de más de medio siglo, sin registrarse misiones protocolares de la OEA y Costa Rica en suelo cubano.
Evidentemente, las relaciones políticas entre los gobiernos latinoamericanos ya no están tuteladas por lo que se conoció en los noventa como el Consenso de Washington, un programa de flexibilización económica y restricción de soberanía que la Casa Blanca proponía como modelo de conexión entre la metrópoli y los países al sur del Río Bravo. Este hecho objetivo no implica escribir una leyenda rosa de un proceso de integración regional eclipsado en los últimos meses por las reiteradas suspensiones de la cumbre del Mercosur y por la inédita acefalía en la Secretaria General de la Unasur al haber falta de consenso entre sus socios miembros para designar el funcionario al frente del cargo. Pero que el régimen de partido único y economía centralizada adoptado por Cuba ya no se interponga como una barrera entre La Habana y sus vecinos del sur no implica que los gobernantes de la Cuenca del Plata sean soldados del marxismo leninismo sino que hoy pueden desplegar mayor autonomía en sus agendas frente a Washington. Además, el gobierno cubano no es el mismo de antes. El presidente Raúl Castro aprovechó, por ejemplo, la cita de la Celac para poner en funcionamiento el Puerto de Mariel, una zona franca financiada por Brasil y que implica la mayor apertura económica instrumentada por la gradual y tibia perestroika cubana. Paralelamente, la joven –sólo realizó dos encuentros de Jefes de Estado– Comunidad de Estados Latinoamericanos y el Caribe instrumentó una herramienta que implica reconocer la fuerte e in crescendo presencia extra- territorial de China en la región con sus monumentales inversiones en el área de las commodities. Los mandatarios latinoamericanos consensuaron en La Habana crear el Foro Celac-China para reforzar el vínculo con la segunda economía del mundo, y primer rival geopolítico de la Casa Blanca en el balance de poder global, y también resolvieron que este año se hará la primera reunión técnica para darle volumen a la naciente mesa bilateral. Paz con Cuba, pérdida de influencia de la OEA, acercamiento con China. Estados Unidos sigue siendo el Hegemón del mundo, y naturalmente de toda la geografía americana pero, indudablemente, pasos políticos concordantes como la Celac van esmerilando dicha asimetría política.
La denominada Declaración de La Habana no sólo encuadró buenas intenciones políticamente correctas de los gobernantes, como “la lucha contra la desigualdad y la pobreza”, o jerarquizó reivindicaciones históricas anticoloniales, solidaridad con Cuba por el bloqueo económico norteamericano y apoyo a la Argentina en la Cuestión Malvinas, sino que evidenció cual es la relación de fuerzas interna entre los distintos gobiernos en el tablero regional. La Celac, al igual que la Unasur, es un espacio político donde las resoluciones se arriban sí o sí por consenso. Por lo tanto, su naturaleza es distinta a mesas de integraciones económicas como la Comunidad Andina de Naciones o el Mercosur, donde se zanjan acuerdos aduaneros o mecanismos de convergencia económica para achicar la brecha comercial. Si bien la Celac está tejiendo una mínima burocracia, mediante encuentros ministeriales, el valor de su razón de ser pasa por sentar a una misma mesa, aunque sea por unos días, a los máximos conductores políticos de la región. No es, simplemente, un Foro para discutir ideas –como pretendió Chile durante su presidencia pro- témpore para devaluar al organismo– ni el paraíso institucional de la Patria Grande –como suelen remarcar los jefes de Estado que satelitan el eje bolivariano en sus discursos–, pero su mera existencia implica que los Ejecutivos latinoamericanos puedan pautar denominadores comunes para articular políticas frente al resto del mundo. No es poca cosa si se tiene en cuenta que en los organismos clave de Naciones Unidas –Consejo de Seguridad– o en las instituciones dominantes del sistema crediticio mundial –Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial–, la voz de los países del sur pasa prácticamente desapercibida.
Recapitulando, el documento final de la Celac reflejó los intereses de un mapa político regional con tres cabeceras ideológicas claramente diferenciadas. Por un lado, están los países de la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) –Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua– y un programa económico y diplomático que intenta desconectarse abruptamente de la influencia norteamericana; luego, está la naciente y pro libre comercio Alianza del Pacífico –México, Colombia, Chile, Perú–, con su propuesta de abrir las barreras comerciales con Estados Unidos y el resto de los países centrales; por último, el eje Brasil-Argentina busca más independencia y estatura global pero no reniega, por ejemplo, de buscar firmar un TLC con la Unión Europea. Por lo tanto, este mosaico político a tres bandas, y la obligatoriedad de suscribir resoluciones sin la égida de mayorías y minorías, terminó precipitando una Declaración continental modelo 2014 con avances y retrocesos.
En principio, los países miembros de la Celac dieron un paso importante a la hora de declarar a la región como “zona de paz” y libre de “armas nucleares”. Este punto implica preservar uno de los valores más fuertes de América latina –donde en el único conflicto armado vigente, el de Colombia, las partes involucradas están negociando ponerle fin y, tras décadas de intento, con altas chances de concretarlo– en un momento sensible para la armonía entre los países del arco andino luego de que la Corte de La Haya redibujó en un fallo los límites marítimos entre Chile y Perú. Pero, paralelamente, la necesidad de arribar a posiciones comunes frustró la propuesta venezolana de incorporar a Puerto Rico –un país sin soberanía jurídica y bajo tutelaje de los Estados Unidos– como nuevo socio de la Celac. En su discurso final, el presidente Raúl Castro había advertido que: “Como escribió la poetisa puertorriqueña Lola Rodríguez de Tió: ‘Cuba y Puerto Rico son de un pájaro las dos alas’, por lo que reiteró que nuestra Comunidad estará incompleta mientras falte en ella el escaño de Puerto Rico, nación hermana genuinamente latinoamericana y caribeña, que padece una situación colonial”. Pero, las delegaciones diplomáticas de los países que poseen un mejor diálogo con la administración de Barack Obama influyeron en las reuniones de los días previos al cónclave de Jefes de Estado para que, en el documento final, el apoyo a los movimientos independentistas de Puerto Rico fuera menos explícito de lo que, en principio, se había vaticinado desde varios medios de comunicación.
En términos formales, Cuba delegó a Costa Rica la presidencia pro témpore del organismo ya que el traspaso de la comandancia de la Celac, al igual que ocurre en otros bloques integracionistas como la Unasur o el Mercosur, sigue un orden alfabético. Sin embargo, la mandataria Laura Chinchilla no será quien esté al frente de la institución porque, paradójicamente, el país centroamericano va hoy a las urnas para elegir a su próximo presidente. En un hecho histórico, el centroizquierdista Frente Amplio tiene muchas chances de terminar el largo ciclo bipartidista conservador local y sumar a San José a la tendencia de gobiernos progresistas y populares de América latina. El resultado, de concretarse, no modificará, claro está, el rumbo de la región pero le daría más oxígeno a un proceso político continental que hoy sintoniza más con el espíritu de la Celac que con la, otrora influyente, Organización de Estados Americanos.
Poker de bilaterales y un almuerzo con Fidel
Por Emiliano Guido
eguido@miradasalsur.com
Cristina en La Habana
La transmisión del discurso de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner en la reunión final de Jefes de Estado de la Celac coincidió con el prime time televisivo local. Quizás, esa azarosa razón –el turno de la palabra argentina se postergó porque un diferendo entre Haití y República Dominicana modificó todo el cronograma de la ceremonia en el recinto de convenciones llamado Pabexpo, a unos diez kilómetros del centro habanero– motivó a la mandataria argentina a dedicar bastantes párrafos de su alocución a la coyuntura doméstica. La jefa de Estado, por ejemplo, aprovechó el último capítulo del encuentro continental para remarcar “la política de desendeudamiento sin necesidad de recurrir al mercado externo de capitales” puesta en marcha por el kirchnerismo desde el 2003 y, también, para poner de relieve que con la “industrialización de la ruralidad” –en ese sentido, CFK puso de ejemplo la gestión en la cartera de Agricultura del diputado nacional Julián Domínguez, quien estaba sentado dos butacas atrás de la Presidenta– se puede darles “valor agregado a los productos primarios” de la región. Paralelamente, Fernández de Kirchner utilizó su intervención para enfatizar la importancia que le otorga la Casa Rosada al proceso de integración latinoamericana. Está vez no mencionó, como otras veces, el rol de su marido y ex presidente de la Argentina en las políticas de articulación del Cono Sur, pero sí se explayó en la necesidad de “converger en bloques políticos” porque “no podemos ser ajenos a la interconectividad de un mundo donde ningún país actúa por separado”.
En segundo lugar, la delegación diplomática argentina retornó del aeropuerto José Martí de La Habana con la sensación de haber hecho todos los deberes. No tanto por haber conseguido, una vez más, el respaldo de todos los países de la región a la posición argentina con respecto a que se “reanude el diálogo y las negociaciones con el Reino Unido” para destrabar la cuestión Malvinas, sino porque, en el contexto de espera de la decisión de la Corte Suprema de los Estados Unidos sobre el reclamo de los fondos buitre, el canciller Héctor Timerman logró que la Declaración de La Habana incorporará el malestar de Buenos Aires con la arquitectura financiera internacional. En ese sentido, la Cancillería argentina remarcó en un comunicado oficial que “la Celac respaldó la propuesta argentina de señalar en la Declaración la necesidad de una mayor estabilidad y predictibilidad del sistema financiero internacional, reduciendo también la dependencia excesiva de las agencias calificadoras de riesgo y de permitir los flujos de pagos a los acreedores cooperativos según lo acordado, desarrollando instrumentos que posibiliten acuerdos razonables y definitivos entre acreedores y deudores soberanos”.
Paralelamente a la hoja de ruta estipulada en la agenda formal de la Celac, la presidenta argentina aprovechó la estadía en la capital cubana para retomar encuentros bilaterales con otros pares regionales. En total, CFK realizó cuatro minicumbres presidenciales con Dilma Rousseff de Brasil, José Mujica de Uruguay, Enrique Peña Nieto de México, y Nicolás Maduro de Venezuela. En cada caso, el temario de la charla fue bien distinto. Con Rousseff –la reunión fue un día previo al inicio de la cumbre en el Hotel Meliá, donde se alojaba la delegación de Brasil–, por ejemplo, Cristina Fernández de Kirchner influyó para que el gigante sudamericano emitiera una declaración pública distante de las versiones periodísticas que hablaban de un pedido de auxilio local al Palacio Planalto para amortiguar los efectos de la última devaluación monetaria. “La Argentina no tiene necesidad de recurrir a nadie para solucionar sus asuntos. Es importante que tengamos conciencia de que hay movimientos especulativos sobre los países emergentes”, advirtió el Palacio Itamaraty, tanto en on como en off, a los distintos corresponsales de prensa.
Otro fue el contexto del diálogo con Uruguay, claro está. Buenos Aires y Montevideo no están pasando su mejor momento diplomático. La autorización de Mujica para que la pastera Botnia UPM aumente su cuota de producción, y la decisión argentina de suspender la utilización de puertos comerciales uruguayos en las rutas propias de navegación comercial, hicieron que el canciller uruguayo Luis Almagro sintetizará, recientemente, el malestar entre los dos vecinos del Río de la Plata con una declaración, poco diplomática, pero bien significativa: “con Argentina se pudrió todo”. En concreto, Fernández de Kirchner y Mujica acordaron establecer una mesa de trabajo “donde tratar todos los temas de importancia para ambos países: políticos, comerciales e industriales”. El futuro cercano revelará si dicha iniciativa conjunta fue fructífera o si se trató solo de un paso protocolar sin peso específico en la agenda bilateral.
Por último, con México y Venezuela, las reuniones fueron más expeditivas. Con el país azteca Argentina buscó comenzar afianzar vínculos con un presidente mexicano de apenas un año de gestión –en los últimos meses, Peña Nieto está impulsando una profunda reforma energética que abriría la participación de Pemex, asociada a otras multinacionales petroleras, en los yacimientos de gas shale de Vaca Muerta–, y donde siempre el capítulo de la industria automotriz posee mucha relevancia porque ambos países tienen mucha interconexión en dicho segmento de la economía. Por otro lado, la agenda de la reunión con Venezuela tuvo un ingrediente especial: Cristina Fernández y Maduro comenzaron a escudriñar una fórmula –donde Brasil, por supuesto, tendrá mucha influencia– diplomática para zanjar la irresolución sobre quién debe comandar la Secretaría General de la Unasur. El nombre y apellido de dicho cargo debería estar consensuado para mediados de año, ya que el gobierno ecuatoriano piensa estrenar en junio las obras del futuro edificio que alojará en Quito a toda la alta burocracia de un bloque regional que fue liderado, en su momento, por el ex presidente Néstor Kirchner.
Cristina Fernández de Kirchner fue uno de los primeros mandatarios de la región en arribar a La Habana para asistir a la cumbre de la Celac y, también, se anotó entre los primeros jefes de Estado que partieron de la capital cubana tras finalizar el cónclave final de Jefes de Estado latinoamericanos. Pero, en esas más de 72 horas, CFK le dio lugar en su agenda a un encuentro que fue celebrado por las organizaciones sociales kirchneristas que, por dar un denominador común, se sienten más cómodas con la denominada transversalidad que con la organicidad al Partido Justicialista. En concreto, el almuerzo con Fidel Castro tuvo un epígrafe culinario –cordero asado y pescado criollo–, varias anécdotas –Cristina le regaló a Fidel vinos argentinos, el hijo del líder cubano agasajó a Florencia Kirchner con un libro de fotografías– y un claro subtexto político regional: unidad en la diversidad; una consigna que, curiosamente, sirvió como lema oficial de la nueva cumbre de Jefes de Estado de la naciente Celac.
02/02/14 Miradas al Sur
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