Los dichos de Rossi, Berni y Capitanich.
Un reciente informe de las Naciones Unidas sostiene que el negocio del narcotráfico en el mundo mueve 300 mil millones de dólares al año.
Y, por otro lado, según la consultora especializada IHS Janes, con sede en Londres, el gasto militar volverá a crecer por primera vez en los últimos cinco años, impulsado por China y Rusia, segundo y tercero en inversión en armamentos. Estados Unidos, como siempre, sigue siendo el líder mundial en producir armas.
Ambos datos sirven para entender que tanto el narcotráfico como la increíble democratización en el acceso a las armas que tienen los pibes en los grandes centros urbanos de la Argentina, forman parte de la etapa actual del capitalismo.
El narcotráfico es uno de los ciclos del sistema y, por lo tanto, atraviesa todas las instituciones, como se animan a decir por lo bajo distintos funcionarios, nacionales y provinciales. No es simplemente el resultado del negocio de alguien que vende drogas, más o menos sofisticadas. Se trata de un entramado de relaciones que impulsa un circuito de dinero fresco y en negro que alimenta la vida cotidiana, no solamente de la Argentina, sino también del planeta.
Por eso, cuando en los últimos días surgieron distintas opiniones de parte de funcionarios del Gobierno Nacional sobre el rol del país en esta etapa del desarrollo del capitalismo, se hace necesario pensar cada una de esas afirmaciones.
“La Argentina era un país de tránsito, y ahora es un país de consumo, y lo más grave que también es de elaboración”, sostuvo el ministro de Defensa, Agustín Rossi. Las últimas cifras del informe mundial sobre el mercado de drogas presentado el 27 de junio del año pasado por las Naciones Unidas, le dan la razón.
Por su parte, el secretario de Seguridad, Sergio Berni, dijo que “no hay posibilidades matemáticas de que la persecución policial pueda contra el narcotráfico”. Agregó que “no existen condiciones geográficas y climáticas para que cultivos de cocaína se den en la escala necesaria para producción de drogas. No puede producir droga quien quiera, sino quien pueda”, señaló Beni.
Allí tal vez esté lo más profundo del tema y claramente no hay diferencia con lo dicho por Rossi, en todo caso se trata de otro punto de vista más aceitado a la hora de hablar de “elaboración” como una etapa última de un proceso de “producción” que, claramente, no cuenta con plantaciones de coca como si hay en Colombia, Bolivia y Perú.
De allí que Jorge Capitanich haya salido a decir que “el Gobierno ha fijado una posición: la Argentina no es un país productor de drogas. No ha habido contradicción entre el ministro de Defensa y el secretario de Seguridad, solamente una interpretación diferente desde el punto de vista de su opinión”, sostuvo el jefe de Gabinete.
Pero volviendo a la frase de Escobar Gaviria citada por Berni sobre que “no hay posibilidades matemáticas de que la persecución policial pueda con el narcotráfico”, esa es una realidad concreta e histórica.
Cuando Richard Nixon declara a la droga como “enemigo público número uno” de los Estados Unidos y Ronald Reagan lanza, en mayo de 1988, la “guerra contra las drogas”, en realidad se trató de hacer participar a las fuerzas de seguridad nacionales y regionales en la represión y vigilancia de los sectores populares de grandes países de Sudamérica. Bajo ese pretexto surgieron los planes Colombia, Mérida (en México), el ejército en las favelas brasileñas y el resultado fue la multiplicación de las muertes de hijas e hijos de los pueblos, el desplazamiento de grandes sectores sociales, la ocupación de esos espacios por negocios inmobiliarios y otros negocios multinacionales y, en forma paralela, el crecimiento del narcotráfico y la facilidad para acceder a las armas.
Es decir que el narcotráfico no solamente es una etapa del capitalismo sino que en estos arrabales del mundo funciona como una etapa superior del imperialismo. La doctrina de la seguridad nacional de los años setenta hoy ha sido reemplazada por la doctrina de la seguridad ciudadana. Pero en el fondo la receta es la misma que impusieron Nixon, Reagan y demás: control social y represión a las mayorías populares en el patio trasero.
De allí que más allá de las diferencias de matices entre Rossi, Berni y Capitanich, es fundamental denunciar que las propuestas de Daniel Scioli, Antonio Bonfatti y José Manuel De La Sota, de sumar gendarmes a los conurbanos y volver a pensar la posibilidad de devolverle a las fuerzas armadas una cuota de participación en la represión interna no es otra cosa que llevar adelante el mandato del imperio.
Por eso resulta preocupante que el cuestionado jefe del Ejército Argentino, César Milani, siempre enancado en el caballito del combate al narcotráfico, haya acordado con el Comando Sur del imperio la compra de 35 blindados Hummer con la excusa de hacer patrullajes en las fronteras.
Más allá del alto consumo, de la multiplicación de la sangre joven derramada en las grandes barriadas del país, de la proliferación de cocinas y laboratorios para estirar distintas drogas y hasta de la exportación de las mismas, la Argentina no puede subordinarse a los intereses de Estados Unidos.
El narcotráfico es la actual manera de acumulación ilegal del capitalismo y, en estas regiones, parece ser también la etapa superior del imperialismo.
Luchar contra el narcotráfico es luchar, por ende, contra el capitalismo.
Y, para ello, más que gendarmes, soldados o armas, hace falta pelear pibe por pibe, darle sentido existencial en cada escuela, en cada barrio, en cada club, en cada plaza. Porque el que vive sin sentido, mata o es matado sin sentido.
Y, por otro lado, según la consultora especializada IHS Janes, con sede en Londres, el gasto militar volverá a crecer por primera vez en los últimos cinco años, impulsado por China y Rusia, segundo y tercero en inversión en armamentos. Estados Unidos, como siempre, sigue siendo el líder mundial en producir armas.
Ambos datos sirven para entender que tanto el narcotráfico como la increíble democratización en el acceso a las armas que tienen los pibes en los grandes centros urbanos de la Argentina, forman parte de la etapa actual del capitalismo.
El narcotráfico es uno de los ciclos del sistema y, por lo tanto, atraviesa todas las instituciones, como se animan a decir por lo bajo distintos funcionarios, nacionales y provinciales. No es simplemente el resultado del negocio de alguien que vende drogas, más o menos sofisticadas. Se trata de un entramado de relaciones que impulsa un circuito de dinero fresco y en negro que alimenta la vida cotidiana, no solamente de la Argentina, sino también del planeta.
Por eso, cuando en los últimos días surgieron distintas opiniones de parte de funcionarios del Gobierno Nacional sobre el rol del país en esta etapa del desarrollo del capitalismo, se hace necesario pensar cada una de esas afirmaciones.
“La Argentina era un país de tránsito, y ahora es un país de consumo, y lo más grave que también es de elaboración”, sostuvo el ministro de Defensa, Agustín Rossi. Las últimas cifras del informe mundial sobre el mercado de drogas presentado el 27 de junio del año pasado por las Naciones Unidas, le dan la razón.
Por su parte, el secretario de Seguridad, Sergio Berni, dijo que “no hay posibilidades matemáticas de que la persecución policial pueda contra el narcotráfico”. Agregó que “no existen condiciones geográficas y climáticas para que cultivos de cocaína se den en la escala necesaria para producción de drogas. No puede producir droga quien quiera, sino quien pueda”, señaló Beni.
Allí tal vez esté lo más profundo del tema y claramente no hay diferencia con lo dicho por Rossi, en todo caso se trata de otro punto de vista más aceitado a la hora de hablar de “elaboración” como una etapa última de un proceso de “producción” que, claramente, no cuenta con plantaciones de coca como si hay en Colombia, Bolivia y Perú.
De allí que Jorge Capitanich haya salido a decir que “el Gobierno ha fijado una posición: la Argentina no es un país productor de drogas. No ha habido contradicción entre el ministro de Defensa y el secretario de Seguridad, solamente una interpretación diferente desde el punto de vista de su opinión”, sostuvo el jefe de Gabinete.
Pero volviendo a la frase de Escobar Gaviria citada por Berni sobre que “no hay posibilidades matemáticas de que la persecución policial pueda con el narcotráfico”, esa es una realidad concreta e histórica.
Cuando Richard Nixon declara a la droga como “enemigo público número uno” de los Estados Unidos y Ronald Reagan lanza, en mayo de 1988, la “guerra contra las drogas”, en realidad se trató de hacer participar a las fuerzas de seguridad nacionales y regionales en la represión y vigilancia de los sectores populares de grandes países de Sudamérica. Bajo ese pretexto surgieron los planes Colombia, Mérida (en México), el ejército en las favelas brasileñas y el resultado fue la multiplicación de las muertes de hijas e hijos de los pueblos, el desplazamiento de grandes sectores sociales, la ocupación de esos espacios por negocios inmobiliarios y otros negocios multinacionales y, en forma paralela, el crecimiento del narcotráfico y la facilidad para acceder a las armas.
Es decir que el narcotráfico no solamente es una etapa del capitalismo sino que en estos arrabales del mundo funciona como una etapa superior del imperialismo. La doctrina de la seguridad nacional de los años setenta hoy ha sido reemplazada por la doctrina de la seguridad ciudadana. Pero en el fondo la receta es la misma que impusieron Nixon, Reagan y demás: control social y represión a las mayorías populares en el patio trasero.
De allí que más allá de las diferencias de matices entre Rossi, Berni y Capitanich, es fundamental denunciar que las propuestas de Daniel Scioli, Antonio Bonfatti y José Manuel De La Sota, de sumar gendarmes a los conurbanos y volver a pensar la posibilidad de devolverle a las fuerzas armadas una cuota de participación en la represión interna no es otra cosa que llevar adelante el mandato del imperio.
Por eso resulta preocupante que el cuestionado jefe del Ejército Argentino, César Milani, siempre enancado en el caballito del combate al narcotráfico, haya acordado con el Comando Sur del imperio la compra de 35 blindados Hummer con la excusa de hacer patrullajes en las fronteras.
Más allá del alto consumo, de la multiplicación de la sangre joven derramada en las grandes barriadas del país, de la proliferación de cocinas y laboratorios para estirar distintas drogas y hasta de la exportación de las mismas, la Argentina no puede subordinarse a los intereses de Estados Unidos.
El narcotráfico es la actual manera de acumulación ilegal del capitalismo y, en estas regiones, parece ser también la etapa superior del imperialismo.
Luchar contra el narcotráfico es luchar, por ende, contra el capitalismo.
Y, para ello, más que gendarmes, soldados o armas, hace falta pelear pibe por pibe, darle sentido existencial en cada escuela, en cada barrio, en cada club, en cada plaza. Porque el que vive sin sentido, mata o es matado sin sentido.
Miradas al Sur
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