La situación en Venezuela es compleja. Tan compleja como el propio chavismo, que gobierna desde hace más de una década. Pero en el último año sin la presencia física del líder, Hugo Chávez.
La complejidad de Venezuela es tan rica que es una pena que muchos opten –algunos por ignorancia de las raíces de los problemas, otros con la intención de sacar provecho–, por simplificar la situación de crisis y plantear el cuadro con blancos y negros absolutos.
Los estudiantes deben tener y defender su derecho a la protesta y el reclamo en las calles, sin ser ni detenidos ni baleados. Pero no hay que ser ingenuos: de sus propias proclamas y documentos se desprende que apuntan directamente a derrocar al gobierno y "a expulsar a los comunistas que invadieron el país". El chavismo ofrece muchos flancos cuestionables, pero debe ser uno de los gobiernos en el mundo que se presentó más veces a elecciones: de 19, ganó 18. En el último año y medio se presentó a cuatro elecciones, dos presidenciales, una de gobernadores y otra de comunas. Las ganó las cuatro, y las últimas dos con más votos que la exigua cantidad con la que Maduro venció a Enrique Capriles hace casi un año.
Y, seamos claros, en una situación de esta naturaleza se presenta una pregunta clave: si un sector político busca dominar las calles para derrocar al gobierno electo, ¿por qué este y quienes lo votaron no pueden salir a las calles a defenderlo?
Lo que ocurrirá en Venezuela tendrá un impacto en toda la región. De allí la indudable intervención y el interés de los Estados Unidos. Por eso repercute en el resto de los países, desde Bolivia y Ecuador a Brasil y la Argentina.
El tema Venezuela está presente desde hace tiempo en la política argentina. Tanto en el kirchnerismo como en la oposición. La relación entre Néstor Kirchner y Hugo Chávez significó un paso fundamental en la construcción de Unasur, en el rechazo a las exigencias de Washington y la consolidación de un bloque regional fuerte, económica y políticamente. Tanto Cristina Fernández de Kirchner como Nicolás Maduro siguieron recorriendo la misma senda.
Para gran parte de la oposición, demonizar al chavismo es una forma de atacar al gobierno nacional. "No queremos convertirnos en otra Venezuela", se ha escuchado en las distintas voces opositores, desde Mauricio Macri al radical Ernesto Sanz.
En la actual crisis, los principales referentes de la oposición salieron a apoyar a Leopoldo López y a quienes buscan derrocar al gobierno de Maduro. Lo hizo Sergio Massa, también la Unión Cívica Radical y la Coalición Cívica. La infaltable Lilita Carrió lo hizo desde Nueva York, donde en una disertación cargó contra los gobiernos que plantean "golpes ilusorios".
Simplificando la problemática venezolana, sostienen que hay un grupo de estudiantes pacíficos que reclama por mejoras en su vida y enfrente hay un "régimen" que los reprime y mata. Siguen la línea de los medios opositores, como la señal de Grupo Clarín TN, que la semana pasada dedicó casi la mitad de su programación diaria a mostrar un solo lado del conflicto, sin dar cuenta que hubo muertos en ambos sectores.
Es la misma oposición que en octubre de 2012 viajó a Venezuela –apoyada mediáticamente por el Grupo Clarín–, convencida de que la oposición unida en la Mesa de Unidad Democrática con Enrique Capriles a la cabeza iba a poder derrotar al ya enfermo Hugo Chávez. Se jugaron mucho en ese operativo, allí viajaron Gabriela Michetti, Patricia Bullrich, Eduardo Amadeo, Federico Pinedo, entre otros, para regresar con un mensaje esperanzador: la oposición unida derrotó al populista Chávez como lo hará en la Argentina sobre la populista Cristina. Una marca clara de que los vientos políticos cambiaron en Sudamérica.
El "Operativo Capriles" terminó en un fracaso. El pueblo venezolano le dio el triunfo a Hugo Chávez por más de once puntos de diferencia. Y volvieron con la cola entre las piernas. Derrotados en las urnas, hoy la misma oposición se une detrás de lo que podríamos llamar el "Operativo López".
Cuando a Maduro le quedan cinco años de gobierno –aunque en dos más la Constitución Bolivariana permite votar en un referéndum revocatorio de mitad de mandato–, la vía institucional de Enrique Capriles aparece como timorata e insuficiente, por eso se suben al carro del representante de la oposición más radicalizada, Leopoldo López.
El método es distinto al que ofrece Capriles: no hay por qué esperar tanto, utilicemos el descontento de una parte de la población –entre ellos los estudiantes de las clases medias y altas-, ganemos las calles y derroquemos al gobierno chavista, con el apoyo internacional que se logre, encabezado por los Estados Unidos.
López sabe de experiencias golpistas. Fue uno de los protagonistas de intento de golpe contra Hugo Chávez del 2002, en el que se lo vio participar del linchamiento de funcionarios del gobierno depuesto por apenas dos días. Claro que estas páginas de su biografía, no las recuerdan los opositores argentinos ni se pueden ver en la amplia cobertura de CNN y, a nivel local, de TN.
"Lo que ocurre en Venezuela pasa con retardo en la Argentina, el camino hacia el precipicio es el mismo", dijo el vocero golpista Jorge Yoma frente a Mariano Grondona. Con esto sueña una parte de la oposición local. Y ven lo que ocurre en Venezuela con los ojos de sus necesidades en la Argentina.
Dicen sentirse dolidos y preocupados por lo que ocurre en el país del Caribe. Pero solo hablan por los muertos de la oposición, y se olvidan de los chavistas. Hablan de una sociedad dividida, pero se ocupan solo de una de las partes. Así se mueven. Esos son sus intereses.
Hay que saberlo.
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