martes, 25 de febrero de 2014

La Memoria.

Del solo, que anda solo, busca y rememora una tarde de sol.
De espaldas, sobre el pasto, el cielo se recorta en un laurel.
Setiembre puede anochecer y sin embargo besa igual.
Ella trece casi catorce, el diecisiete casi dieciocho, sueldan recreos, El Desca  y guitarrón Sui Generis, con pic-nics y revoluciones de aquí, de acullá y de a la vuelta de la esquina.
Se enmarañan en amores, vanidades, adolescencias y terquedades de mar a mar.
Se juran, se prometen, se celan.
Van soldando y soldadeando por el empedrado, por las casitas bajas, y mientras pintan un sol clandestino, cabalgan desbocados uno junto al otro.

A la memoria del solo que anda solo la rapacidad del olvido se le aparece siempre.
O casi.
Cerrojo, pinza, embudo y la ultima vez de ella no está.
La primera vez con ella, sí, casi huella, impronta que aferra está.
Y ya no vendrá ni siquiera el agobio del ya no ser.
Otros setiembres balconean al adolescente que de golpe se dio la cara
contra la furia del feroz.
El que venció por un rato, ese que ya no canta, pero dio letra a ese tango melancólico y final.
GB




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