Cristina no aparece. Está, pero no habla. Pasa a saludar en las reuniones. Eso dijeron las crónicas, como la de la reunión de Capitanich y Tinelli. Una sombra vaga, un recorrido vaporoso por los pasillos de un palacio frío en el peor verano del siglo: Cristina, en espectro, alimenta las versiones. Bueno, es curioso: venimos de diez años de reeducación sentimental en torno a líderes, personalismo, populismo, la cátedra libre Lacló, y de golpe, sufrir esa ausencia marca un giro: es una ausencia de poder que subraya méritos y defectos. Su importancia como líder y ordenadora del ánimo político convive con el riesgo latente desde 2012: que su voz dispare reacciones. Caballito sin luz y cadena nacional es leña al fuego. A la vez se subraya la incapacidad kirchnerista de producir políticos, delegados relativamente autónomos que no sientan al segundo día el vacío. No funcionarios, militantes, interventores o “gatillos fáciles” de políticas económicas, sino políticos. Esta ausencia es notable en muchas forma. Veamos tres ejemplos:
1) Esta escena: al ex senador y ex ministro de educación le sirven el Estado a la carta, le dicen “Daniel, ¿qué querés?”. Filmus ya sabe lo que quiere: algo con Malvinas. Una nueva secretaría de Estado. Es la opción por la visibilidad mediática (Malvinas es noticia siempre) y entraña una superposición (hay un canciller), obligado a una nada retórica nacionalista en boca de un hombre progresista. Lo digo rápido: le ofrecieron una responsabilidad de Estado y eligió la fuga simbólica hacia delante.
2) Ahora cualquiera es presidenciable. La autoridad política presidencial desde 2003 fue el ejercicio sobre el deseo de los subordinados: reducirlo, anularlo, contenerlo, producirlo. Nombrar gobernador de la provincia de Buenos Aires a Scioli, vicepresidente a Boudou, etc. Pero en estos días, algunos ministros o ex salieron a decir lo que desean: todo. Ser presidentes. Se aflojan las riendas cortas y sale lo que para algunos es “lo peor de la política”, es decir: sale la cuchillería bruta de la interna, un vestuario descontrolado donde todos se ponen la 10. Nunca se escucharon tanto los ruidos sordos de palacio.
3) Esa rienda corta, el “estar observado” impuso el peor de los estilos: no solo la alcahuetería, sino también la calidad monológica de los discursos. El efecto “batalla cultural” sobre políticos amateurs en la lucha con Clarín fue la torpeza retórica de muchos que sólo vieron en Clarín un gran árbol que tapa el bosque. Cuando a Capitanich un periodista de Clarín lo apuró, le preguntó por la reglamentación congelada de la ley de trata votada hace dos años, le respondió con la pregunta por la grilla de Cablevisión y Paka Paka. Hasta el jefe de gabinete no puede imaginar otra forma dialéctica que la de ese empate: somos dos Estados frente a frente. El Estado de la sociedad (gobierno) versus el Estado del mercado (el monopolio Clarín).
Cristina apareció. Muy fuera del marco esperado: habló de un tema crucial como los ni-ni, lanzando un programa que fue elogiado hasta por Elisa Carrió. Buen lanzamiento con un discurso que le dio pasto a las fieras: cargó sobre los medios, casi como costumbre. En la previa las predicciones tuiteras eran que aumentaba la AUH. Casi como revelando un secreto: el gobierno cuando no sabe qué hacer aumenta la AUH o las jubilaciones. Bueno, esta vez, abrió otro juego sobre otro grupo social de esta década: jóvenes que ni ni.
En un texto impecable, el sociólogo Ignacio Ramírez en Le Monde del año pasado (sobre un trabajo de FLACSO sobre cultura política en Argentina) planteó una conjetura: la clase media es kirchnerista y no lo sabe. O: es más kirchnerista que lo que admite ser (según su consenso a políticas como el matrimonio igualitario, los derechos humanos, la intervención del Estado, etc.). El gobierno cinceló en diez años una sociedad que se le parece más de lo que cree. Su agotamiento político, la economía con problemas, y la ausencia de recursos simbólicos para sobresaltar la meseta crítica no pueden ocultar este resultado: la sociedad ya no es la misma. Pero la orientación de los análisis, siempre tan centrados en el kirchnerismo (con su “¿qué les pasó?” a la cabeza) debe empezar a torcer el foco. Hay que mirar la sociedad. La idea teórica de kirchnerismo “sujeto” vació de experiencia social al kirchnerismo. Como dicen los análisis trotskistas dementes: ¡ahora los uniformados conducen la lucha de clases! (“ellos subieron el techo salarial”). O la presencia latente de los vecinos y la luz. Y así.
Suenan las calles, muchachos. Ni la militancia debe ser sólo la infantería simbólica que defiende al gobierno de la sociedad, ni el análisis político aceptado debe ser la pregunta perenne y agotadora por el kirchnerismo. Afuera hay un país.
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