miércoles, 19 de febrero de 2014

CASEROS 3 DE FEBRERO DE 1852






El traidor Justo José de Urquiza

Urquiza no tuvo la visión suficiente para manejar la política “grande”. Genio militar y hábil comerciante, amasó una fortuna en una mezcla de negocios legales, turbios y “vendidas”. Había sido durante muchos años caudillo y gobernador de su provincia, pero poco había aprendido de política “grande”. Su falso orgullo, su ambición desmedida y sus delirios de grandeza, le impidieron ver los sutiles manejos de la política y la gran diplomacia tras bambalinas, sería conducido por la diplomacia inglesa y brasilera, como tonto al baño.

Egocéntrico al extremo, decoró su “Palacio San José” con escenas épicas de sus batallas, y al afeitarse tal vez viera reflejado en el espejo a mismísimo Alejandro, Cesar o Napoleón.

Vanidoso, desconfiado y celoso enfermizo desconfiaba hasta de su sombra y de sus íntimos y le provocaban furias incontenibles.

Coronado, (su secretario) relata que “Serían las dos de la tarde, cuando el general Urquiza se retiró a sus habitaciones después de concluir la comida, de donde momentos después salió con un rifle que tenía costumbre de cargar cada vez que entraba a la quinta y fue a sentarse a la glorieta, desde donde observaba con facilidad cuánto pasaba en el primero y segundo patio de San José… habiendo visto pasar al joven Franklin Bond Rosas del lado opuesto al que estaba alojado, el general se precipitó como una furia creyendo sin duda que sorprendería a Franklin en conversación con su señora con alguna de sus hijas…frenético como un loco se arrojó sobre el joven llenándole de improperios al mismo tiempo que lo amenazaba con el rifle. Franklin atacado de ese modo, y sin armas con qué defenderse, entró al cuarto inmediato, donde estaba leyendo el Señor Haedo, y el general entró atrás persiguiéndole con un encarnizamiento feroz, que bien pudo concluir en un asesinato, si el agredido no desvía prontamente el arma que el general le asestaba en el pecho… Todas las personas que se encontraban en San José salieron apresuradamente y se desparramaron por el campo llevadas por el terror unas, y por no presenciar tan repugnante escena otras… solo se oía el llanto y las lamentaciones de la esposa y personas de la familia del general que gritaban desde sus habitaciones, y cuyas voces se confundían con las desvergüenzas y blasfemias del general. La señora de Urquiza, llevando en brazos a un niño que gritaba a sus pechos, con los cabellos desgreñados y el rostro bañado en lágrimas se presentó en la secretaría… y entonces aquella hiena enfurecida que un momento antes lo habría devorado todo inclinó la cabeza, meditó, y se puso triste y pensativo” (Coronado, Misterios de San José).

Un verdadero caudillo de su provincia y seguido fielmente por sus paisanos, su permanente lucha interna fue conservar esa posición y su fortuna o asumir el papel de patriota, “El Libertador” después de Caseros, “El padre de la Constitución” en 1852, “El grande y buen amigo” (Pedro II) “El grande hombre de América” (Alberdi) “El Washington de la América del Sur”(Mitre después de Pavón) Navegando con un pie en cada canoa se quería quedar con Rosas y coqueteaba con Verón de Astrada, buscaba la alianza de López para luchar contra Bs.As. y tramaba alianzas con Brasil para doblegar a López, a quien pedía sus vapores para poder ir contra Bs.As. pero ofrecía ayuda a Ingleses para vengarse de López ante la negativa de este y se ofrecía como mediador ante norteamericanos para ganarse su apoyo. Se llamaba federal pero contemporizaba con los liberales sin poderlos manejar, se decía patriota pero ofrecía su ejercito a Brasil por unos patacones y su propia gloria.

Lo perdió su orgullo y sus delirios de grandeza. Enredado en las palabras de alabanzas que no le dejaban ver la realidad, vapuleado por una politiquería que no entendía, optó por retirase a su feudo personal a cuidar de su fortuna y su gloria.

Durante el primer bloqueo Francés y el posterior boqueo Anglo-francés, ya había estado coqueteando con el enemigo, con ganas de “pronunciarse” para formar una república independiente en la Mesopotamia (Entre Ríos y Corrientes, y tal vez Paraguay y la Banda Oriental), con él como “Supremo”, lo que le valió algunas “apretadas de bolas” por parte de Rosas, como aquella a raíz del Tratado de Alcaraz. En cada “agachada” contra Rosas, obtenía algún beneficio de Rosas, que sabiendo con que bueyes araba, le daba soga o la tiraba con habilidad, sin cortar la cuerda. Sin embargo, con motivo de la guerra con Brasil, (que la Confederación tenia ganada de antemano) calculó mal Rosas, y nunca pensó que Urquiza tiraría por la borda su “patriotismo Federal”, su honra y hasta su “memoria póstuma”, y se pasaría al bando enemigo con todo el ejercito de la Confederación, por unos patacones y una gloria que nunca obtuvo ni supo obtener.(Ver El milagro de Braganza)

Posteriormente a Caseros, vapuleado por unitarios, masones y doctores, brasileros, ingleses y hasta por López, su compadre, finalmente se “borraría” en Pavón, tal vez desilusionado, cansado o “vendido”, y se retiraría a su palacio de San José a disfrutar de su fama y su fortuna hasta morir a manos de López Jordán, sin poder llevarse a la tumba ni un patacón de los muchos que habría cobrado en varias traiciones. Apenas si le quedaría alguna fama que lograron salvarle los “historiadores oficiales”, para la posteridad, y algunos nombres de calles o monumentos, como el mal ubicado donde fuera la estancia privada de Juan Manuel. (Av. Figueroa Alcorta y “Sarmiento”, nada menos)

Pero de poco le sirvieron los patacones “que supo conseguir” ni la gloria “que no supo conservar”, y a poco tiempo de Caseros ya estaba arrepentido y con ganas de llamarlo a Rosas a que venga a “sacarle las papas del fuego” : “Hay un solo hombre para gobernar la Nación Argentina, y es Don Juan Manuel de Rosas. Yo estoy preparado para rogarle que vuelva aquí” (Mayo de 1852. Urquiza al representante inglés Gore, al partir para reunirse para el encuentro de San Nicolás. (J. M. Rosa Hist.Arg.. Tomo VI. P.34) Pero ya era tarde y la macana estaba hecha. Rosas, vencido por el tiempo, por la agobiante tarea personal durante 20 años de gobierno, y por el conjunto de unitarios y vendepatrias, por brasileros, ingleses, franceses y traidores había sido derrotado en Caseros y se había retirado al exilio diciendo al renunciar: “si mas no hemos hecho, es que no hemos podido”. Ya no querría volver, aunque se lo pidiera Urquiza ni los Federales que quisieron traerlo por una revolución, a la que Rosas nunca se hubiera adherido “contra un gobierno legalmente constituido”.(Ver Lo que Rosas no hizo )

Urquiza quiso corregir su error en parte y levantó la confiscación de los bienes personales de Rosas, (que hizo y tuvo antes de ser gobernador) y que permitió a Terrero vender la estancia “San Martín” de Rosas (los demás bienes volverían a confiscarlos los unitarios, entre otras cosas para pagarle a los bonoleros) y hasta le mando unos pocos pesos a Inglaterra (que Rosa tuvo la amabilidad de agradecerle). Pero ya era tarde, y Rosas estaba en su granja de Inglaterra, retirado de la política, viviendo modestamente de su trabajo personal y ordenando sus papeles para el juicio de la historia.

“Buenos Sentimientos le guardan los mismos que contribuyeron a su caída, no olvidan la consideración que se debe al que ha hecho tan gran figura en el país y a los servicios muy altos que le debe y que soy el primero en reconocer, servicios cuya gloria nadie puede arrebatarle”. (1858. Justo José de Urquiza. Carta a Rosas del 24 de agosto de 1858. Extraída del libro de Mario César Gras “Rosas y Urquiza. Sus relaciones después de Caseros “. Edic. del Autor. Bs. As. 1948.) Precisamente fue Urquiza “quién quiso arrebatarle la gloria, pero no pudo”.(Ver Rosas no ha muerto )

1851 - La Traición

El imperio de Brasil que se caía en pedazos por sus propias luchas internas, (VerRepublica de Río Grande ), abolición de la esclavitud entre otras, comprometido en una declaración de guerra con la Confederación y en una guerra perdida antes de iniciarse, como último recurso para dar vuelta su comprometida situación, le hace llegar a Urquiza una propuesta de alianza, o al menos que se mantenga al margen de la lucha. Urquiza “ofendido en su honor” le contesta por escrito al Imperio, haciendo además publicar su nota en el periódico El Federal Entre-Riano”:

“Yo, gobernador y capitán general de la provincia de Entre Ríos, parte integrante de la Confederación Argentina y general en jefe de su ejército de Operaciones que viese a ésta o a su aliada la República Oriental en una guerra en que por este medio se ventilasen cuestiones de vida o muerte vitales a su existencia y soberanía…¿como cree, pues el Brasil, como lo ha imaginado por un momento, que permanecería frío e impasible espectador de esa contienda en que se juega nada menos que la suerte de nuestra nacionalidad o de sus más sagradas prerrogativas sin traicionar a mi patria, sin romper los indisolubles vínculos que a ella me unen, sin borrar con esa ignominiosa mancha todos mis antecedentes?…Debe el Brasil estar cierto que el general Urquiza con 14 o 16 entrerrianos y correntinos que tiene a sus órdenes sabrá, en el caso que ha indicado, lidiar en los campos de batalla por los derechos de la patria y sacrificar, si necesario fuera, su persona, sus intereses y cuanto posee”

…y no contento con la sola respuesta, en el mismo periódico El Federal Entre-Riano” hace publicar el editorial: ”Sepa el mundo todo, que cuando un poder extraño nos provoque, ésa será la circunstancia indefectible en que se verá al inmortal general Urquiza al lado de su honorable compañero el gran Rosas, ser el primero que con su noble espada vengue a la América”

Acto seguido, y patacones de por medio, asume su rol de traidor (que siempre fue) y se pasa al enemigo con todo el ejército de la Confederación, dándole así una victoria al Brasil, que sin imaginarlo, tenia la revancha de Ituzaingo, ganando por medio de la “diplomacia” y con las armas argentinas, una guerra ya perdida.

Fue tan alevosa al traición, que ni los brasileros lo podían creer, y Pontes (diplomático brasilero) preguntaba: “¿Pero obrará Urquiza de buena fe”?…no será una comedia entre él y Rosas? …!!! El general de los ejércitos de la Confederación…!!! (...no lo podía creer…)

La traición de Urquiza produjo “el milagro de la casa de Braganza”; El zarevich que entregó los planes de la batalla para derrotar a su propio ejército, pese a su demencia, fue estrangulado por los soldados en la fortaleza de Ropcha; el traidor Urquiza en cambio, cuenta con monumentos en su memoria.


Los patacones

El Brasil fue la segunda potencia, después de los ingleses, que desfiló triunfante por Buenos Aires. Después de “a Batalha de Monte-Caseros”, las tropas de Don Pedro II. demoraron su desfile por las calles de Buenos Aires desde el día 3 hasta el 20 de febrero para poder conmemorar así con la derrota de la Confederación lo que se llamó “el desquite de “Ituzaingo” a los 25 años de la derrota imperial. Caxias remitió el 12 de febrero de 1852 el parte de batalla a su ministro de Guerra, Souza e Mello:

“... Cúmpleme comunicar a V. E., para que lo haga llegar a S.M. el emperador, que la citada 1a. División, formando parte del Ejército Aliado que marchó sobre Buenos Aires, hizo prodigios de valor recuperando el honor de las armas brasileñas perdido el 20 de febrero de 1827.” (Es decir, la fecha de la batalla de Ituzaingó, victoriosa para las tropas argentinas) No es de extrañar entonces que, a pesar de que la derrota de Rosas fue el 3 de febrero, el ingreso triunfal de las tropas de la alianza argentino-brasileras se haya producido recién el 20. Sin duda se trató de una imposición de los brasileños que Urquiza acató.

“... nosotros estamos en el Brasil en la dulce ilusión de que la División brasileña de Manuel Marques de Souza fue la que decidió en verdad la batalla de Caseros. Y aún cuando su papel no hubiera sido el principal, el Vizconde de Porto Alegre fue uno de los vencedores de la guerra y pudo ser llamado por Jourdan vencedor, sin exagerar, como lo hace. Sabemos perfectamente que no habiendo derrotado nunca un general argentino nuestras tropas en los suburbios de Río de Janeiro, y desfilado en ésta triunfalmente con sus tropas a banderas desplegadas, al compás de la música, aunque fuera junto a revolucionarios nuestros, no es nada agradable para nuestros amabilísimos vecinos que el Vizconde de Porto Alegre haya conseguido esa gloria” (A Guerra do Rosas, 143-144)

El jefe argentino pareció arrepentirse e inconsultamente decide que el desfile se hará el 19, pero su par brasileño se mantiene firma “A victoria desta campanha e uma vitoria de Brasil, e a Divisao Imperial entrará em Bs As com todas as honras que lhe sao devidas quer V.Exia ache conveniente o nao”. Urquiza intenta una última estrategia para evitar el desdoro ante sus compatriotas de desfilar al frente de tropas extranjeras. Informa erróneamente la hora del desfile. Inicia la marcha con un malhumor que sostendrá durante toda la ceremonia, montado en un caballo con la marca de Rosas, al que Sarmiento califica de “magnífico”. Para consternación de los unitarios luce un ancho cintillo punzó en la solapa, reivindicándose como Federal. Ni siquiera irá al estrado donde era esperado por autoridades, diplomáticos y notables, quizás para que la ceremonia terminase lo antes posible, antes de que las tropas imperiales iniciaran su desfile triunfal” . Por lo visto Urquiza se arrepintió enseguida de lo que hizo.

Caxias y Marques de Souza quisieron llevarse de Buenos Aires los trofeos de Ituzaingó que se guardaban en la catedral. Urquiza en un primer momento tuvo que aceptar y si no se llevaron los trofeos, fue simplemente porque al Emperador Don Pedro le pareció de demasiado:

“Tocar esas reliquias sería impopularizarse, justificar una sublevación del sentimiento, herir una legítima susceptibilidad nacional que al gobierno imperial no conviene”, le habría dicho a Andrés Lamas. (Pedro S. Lamas, Etapas de una gran política)

Algunos días Después de Caseros (el día 9) y algunos días antes del desfile, se había producido un hecho significativo: Honorio, el representante del Emperador del Brasil, concurre a Palermo el día 9 para entrevistarse con el vencedor de Caseros. Pero siente tanta repugnancia por los cadáveres que cuelgan por doquier, pudriéndose entre el follaje de los árboles, que decide regresar al día siguiente. Entonces se produce un áspero diálogo cuando el brasileño le recuerda las concesiones territoriales que Argentina debía hacer por el apoyo recibido.

Es notorio la tergiversación de los hechos: “la traición de Urquiza para salvar al Imperio”, ahora era la “ayuda del Imperio a la Confederación”. Realmente Urquiza, además de traidor, fue un cretino.

Urquiza, rabioso, responde que es Brasil el que le debe a él, pues “Rosas hubiera terminado con el Emperador y hasta con la unidad brasileña si no fuera por mi”...También... “Si yo hubiera quedado junto a Rosas, no habría a estas horas Emperador”

Honorio (el brasileño) se retira ofendido. Pero días más tarde recibirá la visita de Diógenes Urquiza, hijo de don Justo José, quien en nombre de su padre le pide 100.000 patacones y además “el compromiso de contar con esa subvención en adelante”, según informa Honorio a su gobierno. Y agregará “Atendiendo a la conveniencia de darle en las circunstancias actuales una prueba de generosidad y de deseo de cultivar la alianza, entendí que no podía rehusarle el favor” …lerdos para pedir algunos “héroes” de la historia oficial.

Urquiza fue “comprado” por el Brasil para que traicionara a su Patria en ese 1852 —cosa que atestigua el mismo Sarmiento, quien escribe el 13.10.1852 a Urquiza desde Chile y le enrostra:

“Yo he permanecido dos meses en la corte de Brasil, en el comercio casi íntimo de los hombres de estado de aquella nación, y conozco todos los detalles, general, y los pactos y transacciones por los cuales entró S. E. en la liga contra Rosas. Todo esto, no conocido hoy del público, es ya del dominio de la Historia y está archivado en los ministerios de Relaciones Exteriores del Brasil y del Uruguay.” (...) “Se me caía la cara de vergüenza al oírle a aquel Enviado (Honorio Hermeto Carneiro Leão, o Indobregavel) referir la irritante escena, y los comentarios: "¡Sí, los millones con que hemos tenido que comprarlo para derrocar a Rosas! Todavía después de entrar a Buenos Aires quería que le diese los cien mil duros mensuales, mientras oscurecía el brillo de nuestras armas en Monte Caseros para atribuirse él solo los honores de la victoria."(Domingo Faustino Sarmiento, Carta de Yungay, 13.10.1852)


LA BATALLA DE CASEROS

El ejército invasor, fuerte de 25.000 hombres, al mando de Urquiza, estaba compuesto por fuerzas brasileras, uruguayas, entrerrianas y correntinas. Participaba Mitre, como oficial oriental y con escarapela extranjera y Sarmiento como boletinero del ejercito, vestido con uniforme francés. (Ver La polémica Mitre-Alberdi )

Bartolomé MitreMitre se incorpora a las tropas uruguayas del “ejército grande”, recomendado por los generales Juan Gregorio de Las Heras y Eugenio Garzón, y siendo aceptado por Urquiza, se incorpora al frente de una batería uruguaya, al mando del coronel Pirán.

La historia oficial mitrista habla del heroico comportamiento de Mitre, que con su acción inclinó la balanza de la batalla al favor del invasor, con prescindencia del general en jefe, Urquiza, a quien de esta forma le resta mérito.

Alfredo de Urquiza, que investigó los hechos no llega a la misma conclusión:

“Vive en Entre Ríos un anciano coronel Espíndola, a quien en otro tiempo le oí decir que en Caseros encontró al comandante Mitre, con su batería, detrás de un monte y que habiéndole preguntado por lo que allí hacia, Mitre le contestó: Estoy economizando sangre” (Alfredo F. de Urquiza. “Campañas de Urquiza. Rectificaciones y ratificaciones históricas. Buenos Aires. 1924) (AGMK.PLA.p.301)

La historia oficial calla el hecho de que fue una invasión extranjera, rechazada por el grueso de la población de la campaña.

“...en la noche del 1° de febrero se pasaron de los aliados al campamento de Santos Lugares como 400 hombres, los cuales fueron recibidos entre las aclamaciones de sus antiguos compañeros. El mismo espíritu de decisión a favor de Rozas mostraba las poblaciones de Buenos Aires, movidas por cierto atavismo encarnado en sentimientos enérgicos, que vivían al calor del esfero común iniciado en la adversidad e incontrastablemente mantenido entre los rudos vaivenes de la lucha. Los que formaban en el ejército creían defender el honor nacional contra un extranjero que invadía la patria. ¿Sería esto pura poesía? Es la poesía del honor, el cual no tiene más que un eco para la conciencia individual. Las gentes de las campañas no veían más que el hecho inaudito de la invasión del imperio del brasil y rodeaban a Rozas en quien personificaban la salvación de la patria.”(Adolfo Saldías, Historia de la Confederación Argentina.t.III.p.345.Eudeba.Bs.As.1978)

El jefe de la división oriental del ejército aliado general Cesar Díaz: “Los habitantes de Luján manifestaban hacia nosotros la misma estudiada indiferencia que los del Pergamino; y a los signos exteriores que con estos habían hecho conocer su parcialidad por Rozas. Agregaban otras acciones que denotaban con bastante claridad sus sentimientos. Exageraban el número y calidad de las tropas de Rozas, traían a la memoria todas las tempestades políticas que aquel había conjurado, y tenían por cosa averiguada que saldría también victorioso del nuevo peligro que lo amenazaba” (Memorias. Cit. por A. Saldias. Hist. de la Confederación Argentina)

Aunque tarde, el mismo Urquiza antes de la batalla se dio cuenta del error que estaba cometiendo. El mismo general Díaz relata las impresiones de Urquiza cuando concurre a su campamento: “Fui a visitar – dice Díaz - al general Urquiza y lo encontré en la tienda del mayor general. Se trató primero de la triste decepción que acabábamos de experimentar respecto del espíritu de que habíamos supuesto animado a Buenos Aires. Hasta entonces no se nos había presentado un pasado.” “Si no hubiera sido, dijo el general, el interés que tengo en promover la organización de la República, yo hubiera debido conservarme aliado a Rozas, porque estoy persuadido que su nombre es muy popular en esta país.” Y el general Díaz agrega: “Si Rozas era públicamente odiado, como se decía, o más bien, si ya no era temido, ¿Cómo es que dejaban escapar tan bella ocasión de satisfacer sus anhelados deseos? ¿Cómo es que se les veía hacer ostentación de un exagerado celo en defensa de su propia esclavitud? En cuanto a mi, tengo una profunda convicción, formada por los hechos que he presenciado, de que el prestigio del poder de Rozas en 1852 era tan grande, o talvez mayor, de lo que había sido diez años antes, y que la sumisión y aún la confianza del pueblo en la superioridad de su genio no le habían jamás abandonado.” (Adolfo Saldías, Historia de la Confederación Argentina. t.III.p.345.Eudeba.Bs.As.1978)

El general en jefe del ejército federal, Pacheco, con órdenes y contraórdenes dudosas, permite que el ejército invasor, al mando de Urquiza, avance sin inconvenientes hasta Morón. Retrocede las tropas federales dejando sin apoyo a Hilario Lagos. Cuando Urquiza repasa el arroyo de Márquez casi sin ser molestado, Rosas, irritado ante Reyes dirá “Si no puede ser, si no puede ser que el general Pacheco desobedezca las órdenes del gobernador de la provincia”.

Las actitudes contradictorias de Pacheco difícilmente puedan atribuirse a inexperiencia, y se sospecha de traición y entendimiento con Urquiza. Inexplicablemente Rosas conserva en su puesto a Pacheco, hasta que renuncia la tarde anterior a la batalla: “está loco” - dice Rosas - “Pacheco está loco”

La noche del 31 de enero de 1852 se reúnen los jefes federales para discutir la situación. Ya que Urquiza declara que él hace la guerra exclusivamente a Rosas, algunos proponen el retiro de Rosas y proponerle a Urquiza que desaloje e los brasileros del territorio nacional y retroceda su ejército, pero la mayoría sostuvo que sería deshonroso para las armas de la paria esto que parecería una capitulación ante los imperiales. Enterado Rosas de lo sucedido la noche del 31 de enero, dijo que no haría cuestión de su persona ni de su cargo si los jefes resolvían en ese sentido, si bien apelaría como simple ciudadano a la opinión de la provincia para desalojar a los imperiales invasores. “En caso contrario su honor y sus deberes de gobernante lo llamaban a dirigir la batalla a que lo obligaba el ejército invasor”. Prevalece esta última resolución.

Martiniano Chilavert
Toma entonces la palabra Chilavert. (Adolfo Saldías reconstruye sus palabras sobre la de informes verbales del coronel Bustos, uno de los jefes presentes). Comenzó diciendo que el bien de la patria podría llevar al hombre mejor intencionado hasta donde el deber inflexible del honor se levantase para condenarlo. Que el deber de defender la patria como el amor a la siempre, siempre bendita madre, no se discutía en su inexorable indivisibilidad; porque de discutirse, los sagrados vínculos del corazón que forman la esencia de la vida y los eternos preceptos de la moral, quedarían a merced de los más protervos para violarlos y para enseñar a violarlos. Que tanto era así que sus nobles compañeros habían vuelto sobre una resolución que creyeron digna, a impulsos del honor patrio. Que pensaba pues que no había discusión sobre si se debía combatir. Que él no sabría donde esconder la espada si había de envainarla sin combatir con el enemigo que estaba enfrente. Que en cuanto a él, acompañaría al gobierno de su patria hasta el último instante; porque así era cien veces gloriosa para él la muerte al pié de sus cañones combatiendo, como cien veces vergonzoso las concesiones de un enemigo que se creía vencedor cuanto por boca de aquellos debía resonar todavía la gran voz de la patria, la voz del honor. “La suerte de las armas – agregó Chilavert – es variable como los vuelos de la felicidad que el viento de un minuto lleva del lado que menos se pensó. Si vencemos, entonces yo me hago el eco de mis compañeros de armas para pedirle al general Rozas que emprenda inmediatamente la organización constitucional. Si somos vencidos, nada pediré al vencedor; que soy suficientemente orgulloso para creer que él pueda darme gloria mayor que la que puedo darme yo mismo, rindiendo mi último aliento bajo la bandera a cuya honra me consagré desde niño.”

Las sentidas palabras de Chilavert provocaron el entusiasmo de sus compañeros por la defensa del honor de sus armas. Por su parte Rosas alargándole la mano le dijo:

“Coronel Chilavert, es usted un patriota; esta batalla será decisiva para todos. Urquiza, yo o cualquier otro que prevalezca, deberá trabajar inmediatamente la Constitución nacional sobre las bases existentes. Nuestro verdadero enemigo es el Imperio del Brasil, porque es Imperio”

Luego Chilavert analiza las posiciones de ambos ejércitos y evalúa las acciones a seguir: “Urquiza, en vez de conservar su comunicación con la costa norte con la escuadra brasilera y, por consiguiente, con las fuerzas brasileras que guarnecen la Colonia, ha cometido el error de internarse por la frontera oeste de Buenos Aires, aislándose completamente de sus recursos y sin asegurar la retirada en caso de un desastre. Probablemente, al proceder de un modo tan contrario a la estrategia, se ha dejado arrastrar demasiado de la seguridad que le daban de que las poblaciones y la opinión se pronunciarían a favor de los aliados a medida que estos avanzasen, dejando a su retaguardia poderosos auxiliares de su cruzada. Pero no sabemos de un solo pronunciamiento a favor de los enemigos: por lo contrario, desde que pasó el Paraná hasta el día de ayer, y por regimientos, por escuadrones y por partidas más o menos numerosas, se han pasado del enemigo a nuestro campo aproximadamente 1.500 hombres. El enemigo está frente a nosotros, es cierto, pero está completamente aislado, en un centro que le es hostil, en una posición peligrosísima para un ejército invasor, y de la cual nos debemos aprovechar. Cuantos más días transcurran tanto más fatales serán para el enemigo cuyas filas se clarearán por la deserción”

Agrega Chilavert que “Pienso que no debemos aceptar la batalla de mañana como tendrá que suceder si nos quedamos aquí, que, por el contrario nuestras infanterías y artillerías se retiren rápidamente esta misma noche a cubrir la línea de la ciudad, tomando las posiciones convenientes; que, simultáneamente, nuestras caballerías en numero de 10.000 hombres salgan por la línea del norte hasta la altura de Arrecifes y comiencen a maniobrar a retaguardia del enemigo, corriéndose una buena división hacia el sur para engrosarse con las fuerzas de este departamento, y manteniendo la comunicación con las vías donde pueden llegarnos refuerzos del interior. Es obvio que el enemigo no tomará por asalto la ciudad de Buenos Aires ni cuenta con los recursos necesarios para intentarlo con probabilidades serias, ni los brasileros consentirían en marchar a un sacrificio seguro. Y entonces una de dos: o el enemigo avanza y pone sitio a la ciudad, o retrocede hacia la costa norte a dominar esta línea de sus comunicaciones y en busca de sus reservas estacionadas en la costa oriental. En el primer caso militan con mayor fuerza las causas que deben destruirlo irremisiblemente. En el segundo caso, nosotros quedamos mucho mejor habilitados que ahora para batirlo en marcha y en combinación con nuestras gruesas columnas de caballería a las que podremos colocar ventajosamente. Y en el peor de los casos, no somos nosotros sino el enemigo quien pierde con la operación que propongo, pues para nosotros los días que transcurren nos refuerzan y a él lo debilitan” (Adolfo Saldias. Historia de la Confederación Argentina. t.III.p.348. Eudeba.Bs.As.1978)

Juan Manuel de RosasEl plan de Chilavert además protegía a la ciudad de un probable ataque de los 4000 mercenarios alemanes al servicio de brasil, que esperaban su oportunidad en Colonia.

Las opiniones de Chilavert eran incluso compartidas por algunos jefes, mientras otros preferían dar la batalla. El propio Rosas lo asemejaba a la situación de 1840 cuando Lavalle tuvo que retrotraer fatalmente desde las puertas de Buenos Aires. No obstante esta opinión, Rosas decide dar la batalla y esa misma noche recorre el campo con los jefes para determinar las posiciones. “El general – dice el mayor Reyes –se mostró muy conforme del modo que se habían expresado los coroneles Díaz y Chilavert, agregando que a pesar de estar muy satisfecho de la exactitud de las observaciones de ambos, era necesario dar la batalla al día siguiente si el enemigo atacaba como lo creía” ¿Fue un error de Rosas, el jugarse al todo o nada en una batalla, en vez de seguir la táctica propuesta por Chilavert? ...nadie puede decirlo.

Dispuestos los ejércitos sobre el campo de Caseros, Rosas recorre sus líneas entre aclamaciones y se detiene en el centro, dirigiéndose a Chilavert “Coronel, sea usted el primero que rompa sus fuegos contra los imperiales que tiene a su frente” Es evidente que para Rosas, era la guerra contra el Imperio... Y tenía razón.

Se combate encarnizadamente durante el día, con resultados dispares para ambos ejércitos. Finalmente, destruida el ala izquierda del ejecito federal, y dispersa el ala derecha, Rosas comprende su derrota, y acordándose de Chilavert ordena el repliegue del centro del ejército hacia la ciudad. Se da el hecho singular que durante la maniobra, un disperso pasa al galope frente a Rosas, que pide al trompa“Déme la boleadoras”y midiéndolas con los brazos extendidos, las lanza boleándole las patas delanteras del caballo del soldado que huía: “todavía tengo buen pulso”.

El ejército invasor intenta envolver el centro en retirada, contra la muralla que representan los coroneles Díaz y Chilavert. Este dispara hasta sus últimas municiones de artillería contra las columnas brasileras, haciendo inclusive juntar los proyectiles del campo. Ya sin municiones, apoyado en uno de los cañones, fuma displicentemente esperando que vinieran a hacerlo prisionero. No se estaba rindiendo. Solamente aceptaba el resultado de la contienda.

Se da un hecho singular: al tomar los aliados el hospital, asesinan al médico Claudio Mamerto Cuenca, que no siendo federal, asistía a los heridos.

Rosas con una guardia se retira del campo, en dirección a Matanzas. En un momento gira a la izquierda y en un recodo aparece otra fuerza enemiga. Luego de un nutrido tiroteo y rechazados los perseguidores, Rosas ordena a los soldados que se dispersen. Con su asistente llega hasta el estanco de Montero, al sudoeste de puente Alsina, y de ahí hasta el Hueco de los Sauces, hoy plaza 29 de noviembre, donde se apea y redacta su renuncia:

“Señores representantes: Es llegado el caso de devolveros la investidura de gobernador de la provincia y la suma del poder con que os dignasteis honrarme, Creo haber llenado mi deber como todos los señores Representantes, nuestros conciudadanos, los verdaderos federales y mis compañeros de armas. Si más no hemos hecho en el sostén sagrado de nuestra independencia, de nuestra integridad y nuestro honor es porque más no hemos podido. Permitidme, H.H.R.R. que al despedirme de vosotros, os reitere el profundo agradecimiento con que os abrazo tiernamente; y ruego a Dios por la gloria de V.H. de todos y cada uno de vosotros. Herido en la mano derecha y en el campo, perdonad que os escriba con lápiz esta nota y de una letra trabajosa. Dios guarde a V.H.”


DESPUÉS DE CASEROS

Inmediatamente después de caseros comienzan las matanzas. Chilavert sería uno de los inmolados con saña y desvergüenza.

Enterado Urquiza de la rendición de Chilavert, ordena que sea conducido a su presencia. Ante su ademán, sus colaboradores se retiran dejándolos a solas.

No hay testigos, pero algunos conjeturan lo que ocurrió: el vencedor de Caseros habrá reprochado a Chilavert su deserción del bando antirosista. Chilavert le habrá respondido que allí había un solo traidor: quien se había aliado al extranjero para atacar a su patria.

Urquiza habrá considerado que no eran momentos y circunstancias para convencer a ese hombre que lo miraba con desprecio, de que todo recurso era válido para ahorrarle a su patria la continuidad de una sangrienta tiranía. Pero algo más habrá dicho Chilavert. Quizá referido a la fortuna de don Justo, de la que tanto se murmuraba. El Entrerriano abre entonces la puerta con violencia, desencajado, y ordena que lo fusilen de inmediato.

En los días siguientes fusiló al batallón de Aquino completo, desde oficiales hasta el último soldado y los colgó de los árboles de Palermo. El representante ingles que visita a Urquiza en Palermo vuelve impresionado del espectáculo de cadáveres colgando varios días de los árboles de Palermo.

El general Cesar Díaz, jefe del ala izquierda del ejército de Urquiza, relata en sus memorias:

“Un bando del general en jefe había condenado a muerte al regimiento del coronel Aquino, y todos los individuos de este cuerpo que cayeron prisioneros fueron pasado por las armas. Se ejecutaban todos los días de a diez, de a veinte y más hombres juntos. Los cuerpos de la victimas quedaban insepultos, cuando no eran colgados en algunos de los árboles de la alameda que conduce a Palermo. Las gentes del pueblo que venían al cuartel general se veían a cada paso obligadas a cerrar los ojos para evitar la contemplación de los cadáveres desnudos y sangrientos que por todos lados se ofrecían a sus miradas; y la impresión de horror que experimentaban a la vista de tan repugnante espectáculo trocaba en tristes las halagüeñas esperanzas que el triunfo de las armas aliadas hacía nacer. Hablaba una mañana una persona que había venido a la ciudad a visitarme, cuando empezaron a sentirse muchas descargas sucesivas. La persona que me hablaba, sospechando la verdad del caso me preguntó “¿Que fuego es ese?” “Debe ser ejercicio”, respondí yo sencillamente, que tal me había parecido; Pero una persona que sobrevino en ese instante y que oyó mis últimas palabras, “Que ejercicio, ni que broma – dijo – si es que están fusilando gente”(Memorias inéditas del general Cesar Díaz. P.307. cit.por A.Saldias.t.III.p357) Nótese que esta salvajada de Urquiza es relatada por un general de su propio ejercito, lo que libra al testimonio de toda sospecha de falsedad.

No solo hubo fusilamientos; también hubo "traslados" de prisioneros": despues de Caseros, Urquiza trasladó a Entre Ríos un contingente de 700 negros libres "para enseñarles lo que era la libertad obtenida el 3 de febrero" ¿No los habrá vendido a Brasil?...como hizo con todo el ejercito de vanguardia antes de Caseros, o con la caballa de su propio ejército entrerriano, antes de la guerra del Paraguay, en número de 30.000 caballos entragos a buen precio (390.000 patacones) (JMR.La guerra del Paraguay.p.240 - A. Zinny. Historia de los gobernadores. t.II.p.195)

Poco le duraría a Urquiza la alegría del triunfo traidor. Inmediatamente empezaron las presiones inglesas, las exigencias brasileras y las conspiraciones unitarias.

Urquiza había fijado la entrada triunfal para el día 8, después la postergó para el 19 y finalmente lo hizo el 20 de febrero, de poncho y galera con cinta punzó y montado “en un magnifico caballo con recado” (Sarmiento) con la marca de Rosas, y con el peor malhumor. Hasta mintió la hora del desfile (las 13 en vez de las 12) para que no participen las tropas brasileras, que finalmente lo hicieron por las calles de Bs.As. con la bandera verde-amarilla. Se escucharon silbidos a su paso.

Urquiza desfiló casi al galope, como para terminar de una vez. En la esquina de corrientes, la madre del coronel Paz, (inmolado en Vences), le grita ¡Asesino!. Según Sarmiento “por gravedad o encogimiento, el general afectaba una tiesura imperturbable sin volver la cabeza a uno u otro lado. Permaneció serio y como y empacado” en la recoba y se negó a ir al estrado de la catedral donde los esperaban las autoridades y diplomáticos.

Durante la batalla de Caseros, el ejército de la Confederación concentró su fuego sobre las tropas brasileras (su verdadero enemigo) y aunque la participación de estas no fue decisiva, Caxias remitió el 12 de febrero de 1852 el parte de batalla a su ministro de Guerra, Souza e Mello: “... Cúmpleme comunicar a V. E., para que lo haga llegar a S.M. el emperador, que la citada 1a. División, formando parte del Ejército Aliado que marchó sobre Buenos Aires, hizo prodigios de valor recuperando el honor de las armas brasileñas perdido el 20 de febrero de 1827.”...

En una recepción en Palermo, ante las exigencia del representante brasileño Honorio, Urquiza le enrostró en publico “Rosas hubiera terminado con el emperador y hasta con al unidad brasileña si no fuera por mi” a lo que Honorio le replica que “si existen peligros para el gobierno imperial en insurrecciones internas, éstas no hubieran ocurrido habiendo una guerra exterior”. Para que las cosas no pasen a mayores, el brasileño le reconoce “en gran parte las ventajas obtenidas por Brasil en esta guerra son debidas a V.E.”, y Urquiza asegura ser “el mejor aliado y amigo de los brasileños”.

Al día siguiente el hijo de Urquiza va a cobrar los 100.000 patacones (1.700.000 pesos) prometidos por brasil (Informe confidencial de Honorio, 4-4-1852, Archivo Itamaraty) y el 1º de marzo, ante las tropas brasileñas que se embarcaban, desenvainando la espada promete “que jamás la desenvainará contra el emperador”, y le mandó de regalo el caballo motado en caseros como “presente íntimo a S.M. que le hace el general que más contribuyó para la victoria”

Al fin y al cabo tendría razón el diplomático Paulino cuando el 11 de marzo de 1851 le informaba por nota a Silva Pontes que, caído Rosas, “Garzón y Urquiza no tendrían remedio sino apoyándose en Brasil y siéndoles leales. Las cuestiones internas que para ellos nacerán de estas novedades han de ocuparlos y embarazarlos bastante para que se acuerden de complicarse con nosotros. Será mas fácil entonces, si seguimos una política previsora y rigurosa, dar solución definitiva y ventajosa a nuestras cuestiones para asegurar nuestro futuro”

Urquiza, en bando del 21 de febrero de 1852 restablece el uso del cintillo punzó y llama a los unitarios “díscolos que se pusieron en choque con el poder de la opinión pública y sucumbieron sin honor en la demanda. Hoy asoman la cabeza y después de tantos desengaños, de tanta sangre, se empeñan en hacerse acreedores al renombre odioso de salvajes unitarios y, con la inaudita impavidez, reclaman la herencia de una revolución que no les pertenece, de una patria cuyo sosiego perturbaron, cuya independencia comprometieron y cuya libertad sacrificaron con su ambición”. Sarmiento, ni bien leyó el bando, como buen cascarrabias, sacó pasaje y se “tomó el buque” para Río de Janeiro, despidiéndose con su habitual verborragia “desahogo innoble como si en una tertulia de damas se introdujese un borracho profiriendo blasfemias y asquerosidades”. Alsina, ofendido, presentó la renuncia, pero más flexible para adaptarse a las circunstancias, se trasformó en federal y según Julio Victorica “pidió un cintillos punzó y se lo puso allí mismo”

Urquiza en muy poco tiempo tendría las exigencias de brasil para que cumpliera los tratados de alianza (entrega de la banda oriental, las misiones orientales, el reconocimiento de la independencia paraguaya y la devolución de los “gastos de guerra”) También tendría encima a los ingleses que exigían la derogación de los tratados de Rosas, y a los unitarios que se sentían dueños de la revolución y empezaron a conspirar inmediatamente.

Los ingleses, “siempre presentes”, aunque no participaron directamente, también vendrían a pedir al parte que les correspondía. El almirante Charles Hotham le escribe a Malmesbury (reemplazante de Palmerston) opinando que era el momento para dar por tierra con el tratado Southern y conseguir de los vencedores que “abrieran el sistema Plata-Paraná a la libre navegación de las naciones marítimas” (F.O 59/2, 20 de febrero 1852)

En abril Hotham recibe las instrucciones; Inglaterra no tenía “propósitos egoístas exclusivos...solo deseaba obtener ventajas para todas la naciones comerciales que también redundarían en provecho a los argentinos”. También los “bonoleros” quieren aprovechar la volada, y piden a su gobierno que “gestione” el cobro del empréstito Baring, pero reciben por respuesta que “El gobierno de S.M. no considera admisible instruir al capitán Gore que urja los reclamos de los tenedores de bonos hasta que los ministros especiales inglés y francés negocien la apertura de los grandes ríos”(5-4-52) Claro, habría que dejar “el chiquitaje” para más adelante. Ya vendría el turno de los bonoleros.

Bien pronto quedaría demostrado (y él mismo lo supo) que don Justo no calzaba las botas de Juan Manuel. Urquiza era un hábil militar y un inescrupuloso comerciante que amasó una fortuna, pero el poncho del Restaurador le quedaría demasiado holgado para su corta talla. Entre Ríos le quedaba chica, pero la Confederación le quedaría grande muy pronto. Sobre todo “el manejo de las relaciones exteriores”.

“Hay un solo hombre para gobernar la Nación Argentina, y es Don Juan Manuel de Rosas. Yo estoy preparado para rogarle que vuelva aquí” (Urquiza al representante ingles Gore, al partir para reunirse para el encuentro se San Nicolás. ( Mayo de 1952. )


La otra revancha.

Los vencedores de Caseros se tomarían además una posterior revancha, tratando de ocultar hasta la historia de la Confederación:

Llaman a Palermo, propiedad de Rosas, “Parque 3 de febrero”.

Cambian el nombre de la calle de La Alameda por el de Avenida Sarmiento, donde se erige un monumento al traidor Urquiza.

Demuelen la residencia de Rosas e implantan en un su lugar un busto del boletinero del ejército, Sarmiento.

Y la calle donde nació Rosas, Santa Lucia, pasó a llamarse “Sarmiento”.



Perdimos hasta el honor.

Urquiza por su gloria y por unos patacones, entregaba todo: territorio, su espada, el honor y hasta los lienzos. Los porteños no se quedarían atrás.

En 1851, Urquiza se pasa al enemigo por unos patacones, y a cambio entrega al imperio banda oriental, las misiones, la independencia paraguaya, la libre navegación de los ríos, y hasta el alma. Ya no podría zafar de la dominación brasilera. Los dejaría festejar la “revancha de Ituzaingo” desfilando por las calles Bs.As y hasta que retiren los trofeos de aquella batalla (que no se llevó a cabo por sugerencia del emperador, porque le pareció “demasiado”); le exigirían que presione a los orientales que entreguen parte de su territorio; lo envolverían en una alianza y presiones contra 
Solano López, de Paraguay, único país todavía “independiente” y que el imperio codiciaba. Por otro lado Urquiza buscaba la amistad de López, pero no podía demostrarlo porque necesitaba los patacones y la flota brasilera. (los soldados los pondría él) para vencer a Bs.As. (Ver La defección de Urquiza )

Por su parte los porteños, separados, buscaban también el apoyo inglés y brasilero para doblegar a las provincias, que se habían unido en Confederación. Mientras tanto disfrutaban de la copiosa renta de la aduana y la “maquinita de imprimir moneda” que les permitía comprar armas, hombres y hasta la propia armada enemiga (la de la Confederación), “coimeándose” al jefe de la flota, que la entregaría completa, con todo su armamento.

Los brasileros aprovechaban la situación. Ocuparon militarmente la banda oriental, y fomentaban la división de partidos y las conspiraciones apoyando a unos y otros alternativamente, para que se desangrasen hasta quedar extenuados y “comérselos” mas fácil. No se quedaron con la isla Martín García porque a los diplomáticos de Itamaraty los pereció demasiado, (y que Inglaterra y Francia no se lo permitirían).Habían obtenido la libre navegación de los ríos y remontaban tranquilamente el Paraná sin que nadie les dijera nada, para irse hasta Paraguay a “apretarlo” a López, que por supuesto ni se mosqueó, y los paró en seco. Los brasileros, que no podrían poner de rodillas a López si no contaban con el territorio y la ayuda de Urquiza, negociaban con este “alianzas” en “reuniones misteriosas y secretas” en le palacio San José, prometiendo patacones y la flota brasilera para ir contra Bs.As. Urquiza, cansado de esperas y promesas, mandó un emisario a Río de Janeiro (Peña) para que obtenga por fin los patacones y la alianza. El ingenuo e iluso representante de Urquiza, después de dar vueltas varios meses en las redes diplomáticas de Itamaraty, se volvió con las manos vacías, y Urquiza, que tenía que comerse nuevamente el sapo, se iría de boca: “el general Urquiza usó palabras muy groseras y duras respecto a Brasil, que esos macacos son todos cobardes y traidores” (informa Yancey a Cass. 17-3-1859 / JMR t VI p.248)

Mientras tanto los ingleses, permanentemente bien informados como siempre por diplomáticos, espías, comerciantes, viajeros y mercachifles que estaban en todos los rincones, observaban el panorama y venían a cosechar, sin haber sembrado. Toleraban la división entre Bs.As y la Confederación, sin permitir la separación definitiva ya que significaría el debilitamiento de las dos partes que serían presa fácil de Brasil, cosa que los ingleses no querían para que no hubiera una nación que dominara ambas márgenes del Plata. Mientras tanto seguían comerciando y cosechando en ambos bandos, a la espera de alguna “mediación” o circunstancia que les permitiera sacar mejor tajada. Francia y Norteamérica, bailaban al ritmo de la batuta de Londres.

La verdad que parecía un verdadero asado. Brasil hacía de parrillero, ponía la leña y vigilaba el fuego. Las provincias ponían la carne y la parrilla. Los porteños compraban el vino y los condimentos. Inglaterra, a modo de “patrón” controlaba de lejos y daba las indicaciones. Los Franceses esperaban a la mesa para ver que les tocaba. El único que no participaba era Solano López, que hacía rancho aparte y comía “solo como loco malo”. (ya le llegaría el turno a él también, y le chumbarían los perros)

Así había quedado la Confederación a los pocos años de haberla “liberado de la tiranía”: estaba dividida, había perdido territorio y la soberanía de los ríos. Lo único que le quedaba era el honor de las salvas del 21 cañonazos que Rosas les hizo dar a los ingleses (sin retroceder “un tranco de pollo”, según su propio dicho) desagraviando el pabellón nacional después del levantamiento del bloqueo anglo-francés. (los franceses se darían el gusto de irse sin saludar, porque los salvo “la campana” de Caseros). Pero también llegaría el tiempo de hablar también del asunto de los 21 cañonazos.

La Confederación y Bs. As seguían separados, y como borrachos de boliche se miraban con inquina y “con ganas”, pero ninguno se animaba. Bien vendría un bolichero mediador. Y al hablando de mediador,...¿quien daría el presente?...los ingleses.

¿Que más podían sacarle a la Confederación? Los ríos ya eran libremente navegables por buques comerciales y de guerra, la aduana era librecambista, y Alberdi (Abogado representante en Chile de la empresa Wheelwright de Gas y Carbón de capitales ingleses) les ofrecía los monopolios de transporte fluvial y ferroviario. También viaja a Europa en busca de apoyo en contra de Bs.As. El Comittee of Bondholders (los bonoleros los llamaría Rosas) mandan un representante de Baring para presionar el cobro de la deuda.

Los ingleses vieron el momento oportuno de darles “el turno a los bonoleros” y cobrarse algunas “deudas”. Los ingleses saben que Urquiza no subsistirá sin la aduana, y Bs.As. no podrá contra la Confederación con el apoyo de Brasil, que a su vez necesita el apoyo de Urquiza para “comerse” Paraguay. (acababan de negociar una alianza; como siempre brasil los buque y patacones, y Urquiza la sangre). Christie, representante ingles, se reúne con Urquiza, (que se le regala) y viaja con la propuesta de Urquiza a Bs.As. Como lo hace en un buque ingles sin pedir permiso, provoca la renuncia de Alsina y lo reemplaza Vélez Sarfield, que al parecer no veía o no le interesaba tanto eso de la soberanía. (Vélez Sarfield era Ministro de haciendo y ex-empleado de la firma de Liverpool, Nicholson, Green y Cia) Los ingleses, ofendidos por la protesta de Alsina, mandan una nota a Londres (a Parish): “El gobierno de S.M. estaría perfectamente justificados procediera de inmediato a tomar medidas de fuerza en apoyo de sus súbditos.”

En realidad la nota no se mandó, pero se la mostraron a de la Riestra, Vélez Sarfield y Mitre, como una “apretada”. Antes de presentar ninguna propuesta de mediación, Christie quería arreglar algunos asuntos pendientes, como el pago de la deuda a los bonoleros y la expulsión de Gore en 1853. Los porteños, (como lo había hecho Urquiza recientemente) se bajaron los lienzos y se allanarían a cualquier exigencia del inglés, con tal de tenerlo de su parte. Entonces el inglés hizo saber su exigencia: el mismo desagravio impuesto por Rosas a Southern en 1848, “sin contestación.” 

Y el gobierno se bajó los lienzos nomás. Se izó la bandera inglesa en el fuerte y se la saludó, “sin contestación” con los 21 cañonazos. Y no solo eso: el gobierno pasó una nota “deplorando francamente” la expulsión de Gore y pidiendo que le devuelvan la nota de expulsión de Gore para que ni siquiera quedara en el archivo.

La Confederación Argentina, en mano de estos traidores, entregaba de este modo hasta el honor. ¡Que diferencia con la Confederación de Rosas, fuerte y orgullosa! (habían pasado apenas 5 años).





Bibliografía: 

- Saldías, Adolfo. Historia de la Confederación Argentina. Eudeba. Bs.As. 1978
- Castagnino Leonardo. Juan Manuel de Rosas, Sombras y Verdades
- Castagnino Leonardo. Juan Manuel de Rosas, Sombras y Verdades
- Castagnino Leonardo. Guerra del Paraguay. La Triple Alianza.
- Rosa, José Maria. Historia Argentina. Editorial Oriente. Bs.As.
- Rosa, José Maria. Rosas y el Imperialismo - La caída. Offsetgrama. Bs.As. 1974.
- Federico de la Barra. La vida de un traidor. Emp. Reimpresora y Adm. de Obras Americanas. Bs.As.1915
- Obras citadas.

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