lunes, 17 de febrero de 2014

Batalla de Caseros Soldados de Rosas colgados en Palermo

La batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1852, abre un nuevo momento para la historia de la Argentina. La alianza que derrota a Rosas –desde caudillos federales hasta el Imperio del Brasil y viejos unitarios-, no demorará en fracturarse postergando la organización nacional. En medio de esto, abundan escenas de revancha social contra las clases populares.

A esta altura del mes de febrero, de los árboles de los bosques de Palermo todavía colgaban los cadáveres de un centenar de soldados de Rosas. Derrotados en la batalla de Caseros, el castigo y el escarnio al que se los sometía no era sólo su consecuencia. La alta sociedad porteña –lo escribe Sarmiento- aprobó la medida aunque, con los días, corrió la vista para no toparse más con esas figuras siniestras. Delgados, líneas de sombra, ¿qué habían hecho para terminar así?

Una vez pronunciado contra Rosas en mayo de 1851, Urquiza marcha hacia Montevideo para hacer rendir al ejército que aún responde al Restaurador y desde hace años sitiaba esa plaza. Con paso triunfal, el caudillo entrerriano suma a sus filas a muchos de esos soldados veteranos. Es ahí cuando Sarmiento repara por primera vez en ellos. Está recién llegado de Valparaíso, no quiere perderse la caída de aquél contra el que tanto ha escrito. “Fisonomías graves como árabes y como antiguos soldados, caras llenas de cicatrices y de arrugas. Un rasgo común a todos, casi sin excepción, eran las canas de oficiales y soldados. Diríase al verlos que había nevado sobre las cabezas y las barbas de todos aquella mañana.” Tuvo tiempo para observarlos porque el mismo vapor los llevó hasta Gualeguychú. “Fue aquel viaje un delirio, rodeado de aquellas legiones rojas de Rosas sin ser prisionero” Sabiendo ya que terminarían colgados, se pregunta: “¿De cuántos actos de barbarie inaudita habrían sido ejecutores estos soldados que veía tendidos de medio lado, vestidos de rojo, chiripá, gorros y envueltos en sus largos ponchos de paño?” Agrega que sólo 7 de los 450 -soldados, cabos, sargentos- sabían leer y escribir. Mal, además.

A esta división, avanzada la campaña hacia Buenos Aires, se la interna en la pampa, a persuadir hasta las avestruces de que Rosas de ésta no saldrá triunfante. Queda a las órdenes del coronel Aquino, uno de esos hijos dilectos de Buenos Aires que revistió en las filas de Lavalle y marchó al exilio. Con Sarmiento –y con Mitre- había viajado a Montevideo. “Franco, disipado, derramando el dinero o la sangre, para satisfacer sus necesidades lujosas o elegantes, o servir sus ideas políticas. Hablaba el inglés y un poco el francés, y era el amigo de gringos y yanquis.” Chupaba de lo lindo pero grog, brandi y ginebra, “al uso inglés”. Pretende disciplinar a la tropa de soldados inveterados, adoctrinarlos en las modernas tácticas. Los ejercicios son de nunca acabar. Aquino es protagonista de la transformación en curso, de la “rehabilitación de las clases acomodadas, resueltas en adelante a hacerse respetar por quien quiera que fuese.”

Hasta que un día de enero una lanza lo atraviesa. Cuatro oficiales más fueron degollados. Mitre encontró el campamento desquiciado y los cadáveres. Alzados, los viejos gauchos no desertan de esa guerra, sino que enfilan hacia Buenos Aires para defender al gobierno de Rosas. No poco fue el ánimo que contagió el hecho entre sus tropas.

Sarmiento avanza y su ideología cruje. Porque estos gauchos devenidos soldados nada habían recibido de Rosas, ni un ascenso; privados hasta de sus familias por más de una década, nunca habían murmurado en su contra. Aunque sin recompensa, “tenían por él, por Rosas, una afección profunda, una veneración que apenas disimulaban.” Insoportable constatación. Sarmiento manotea y se pregunta en qué convirtió Rosas a estos hombres. ¿Estatuas? ¿Máquinas de matar y recibir muerte? Para rematar: “¿Qué era Rosas para estos hombres? ¿o son hombres estos seres?”

La perplejidad del liberalismo para entender el vínculo político popular se revela en estos retazos de Sarmiento; ya sin intención de dar con alguna verdad, sobrevive en la incomprensión actual ante los fenómenos populares. Chori y planes sociales. La pregunta última de Sarmiento, que por esos días de febrero cumplía 41 años, puede ser entendida como síntoma de los límites del humanismo burgués. Parece incluso tener conciencia del riesgo que implica negarles condición humana a “esos seres”. En el siglo XX, Europa, sacudida por los campos de concentración, se vio obligada a hacerse cargo de lo que había sembrado; Argentina, después de la dictadura.

Los huecos de esta historia sólo los puede llenar la ficción, pero la primavera democrática, alérgica al siglo XIX, prefirió la anécdota de Camila. ¿Habrá algún tiempo hospitalario con estos gauchos? ¿Existirá su película? Mientras tanto, y aunque derrame lágrimas de cocodrilo por su final, convengamos que vino bien que Sarmiento no escamoteara estos sucesos. No hace falta andar a los besos como el amigo Julián con Moreira, pero dan ganas de llevar un banquito, desaflojarles el nudo que aprieta la garganta y reemplazarlos un rato en la posición incómoda. A cambio de que nos ayuden a asustar a los maratonistas de Palermo.

Télam

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