El asesinato de un héroe
Al enterarse que su patria sería invadida por tropas brasileña, en alianza con compatriotas al mando de Urquiza, hizo arder la sangre de Martiniano Chilavert (Unitario). Abandonó su exilio montevideano y cruzó el río para ponerse a las órdenes del Restaurador, quien sabiendo de sus quilates de militar valiente y avezado, puso la artillería a su mando. En la batalla (de Caseros) disparó hasta el último proyectil, haciendo blanco sobre el ejército imperial que ocupaba el centro del dispositivo enemigo. Cuando ya no le quedaban balas hizo cargar con piedras sus cañones. Luego, derrotado el ejército de la Confederación, recostado displicentemente sobre uno de los hirvientes cañones, pitando un cigarrillo, esperó a que vinieran hacerlo prisionero. No se estaba rindiendo. Solamente aceptaba el resultado de la contienda. (...)
Enterado Urquiza, ordena que sea conducido a su presencia. Ante su ademán, sus colaboradores se retiran dejándolos a solas.
Puede reconstruirse lo que ocurrió. El vencedor de Caseros habrá reprochado a Chilavert su deserción del bando antirosista. Don Martiniano le habrá respondido que allí había un solo traidor: quien se había aliado al extranjero para atacar a su patria.
Al enterarse que su patria sería invadida por tropas brasileña, en alianza con compatriotas al mando de Urquiza, hizo arder la sangre de Martiniano Chilavert (Unitario). Abandonó su exilio montevideano y cruzó el río para ponerse a las órdenes del Restaurador, quien sabiendo de sus quilates de militar valiente y avezado, puso la artillería a su mando. En la batalla (de Caseros) disparó hasta el último proyectil, haciendo blanco sobre el ejército imperial que ocupaba el centro del dispositivo enemigo. Cuando ya no le quedaban balas hizo cargar con piedras sus cañones. Luego, derrotado el ejército de la Confederación, recostado displicentemente sobre uno de los hirvientes cañones, pitando un cigarrillo, esperó a que vinieran hacerlo prisionero. No se estaba rindiendo. Solamente aceptaba el resultado de la contienda. (...)
Enterado Urquiza, ordena que sea conducido a su presencia. Ante su ademán, sus colaboradores se retiran dejándolos a solas.
Puede reconstruirse lo que ocurrió. El vencedor de Caseros habrá reprochado a Chilavert su deserción del bando antirosista. Don Martiniano le habrá respondido que allí había un solo traidor: quien se había aliado al extranjero para atacar a su patria.
Urquiza habrá considerado que no eran momentos y circunstancias para convencer a ese hombre que lo miraba con desprecio, de que todo recurso era válido para ahorrarle a su patria la continuidad de una sangrienta tiranía. Pero algo más habrá dicho Chilavert. Quizá referido a la fortuna de don Justo., de la que tanto se murmuraba. El Entrerriano abre entonces la puerta con violencia, desencajado, y ordena que lo fusilen de inmediato. (El águila Guerrera; Pacho O´Donnell) .......rápido don Justo para hacer juicios...menos mal que era “justo”. A los pocos días fusiló al regimiento completo de Aquino, desde oficiales hasta el último soldado y los colgó de los árboles de Palermo. El representante ingles que visita a Urquiza en Palermo vuelve impresionado del espectáculo de cadáveres colgando varios días de los árboles de Palermo.
De la fortuna de Urquiza, y de los patacones recibidos por la traición, también hablará Sarmiento:
“Yo he permanecido dos meses en la corte de Brasil, en el comercio casi íntimo de los hombres de estado de aquella nación, y conozco todos los detalles, general, y los pactos y transacciones por los cuales entró S. E. en la liga contra Rosas. Todo esto, no conocido hoy del público, es ya del dominio de la Historia y está archivado en los ministerios de Relaciones Exteriores del Brasil y del Uruguay.” (...) “Se me caía la cara de vergüenza al oírle a aquel Enviado (Honorio Hermeto Carneiro Leão, o Indobregavel) referir la irritante escena, y los comentarios: "¡Sí, los millones con que hemos tenido que comprarlo para derrocar a Rosas! Todavía después de entrar a Buenos Aires quería que le diese los cien mil duros mensuales, mientras oscurecía el brillo de nuestras armas en Monte Caseros para atribuirse él solo los honores de la victoria." (Domingo Faustino Sarmiento, Carta de Yungay, 13.10.1852)
Urquiza se instaló en la casa de Rosas en Palermo. Como Lavalle, para asegurarse el apoyo político repartió dineros públicos entre un numeroso grupo de oficiales y allegados. El reparto fue mayor que en 1829, también lo era el tesoro en 1852. Las órdenes de pago más modestas eran por veinte mil pesos. Don Vicente López y Planes cobró 200 mil pesos y aceptó asumir como gobernador de Buenos Aires.
He aquí una pequeña parte de la lista de los que recibieron los "incentivos de Urquiza", claro que con dineros públicos:
- Tte. Cnel. Hilario Ascasubi, 10 mil
- Cnel. Manuel Escalada, 100 mil
- Gral. Gregorio Aráoz de La Madrid, 50 mil
- Gobernador de Corrientes, Benjamín Virasoro, 224 mil
- Gral. José M. Galán , 250 mil
- Cnel. Bartolomé Mitre, 16 mil
Fuente:
Rosa, José María. Historia Argentina
Chilavert: un héroe olvidado de la "Historia Oficial"
Chilavert privilegió la defensa de la Patria más allá de los intereses de facción.
Nació en Buenos Aires en el año 1801, hijo del capitán Francisco Chilavert, quien luego de algunos años de residencia en el Río de la Plata, regresa a España. El joven Chilavert retorna a Buenos Aires en 1812 en la fragata “George Cánning”, siendo compañero de travesía, en aquella oportunidad, de toda la futura primera plana de la cúpula militar que tendría a su cargo la tarea emancipadora de nuestro país. Nos referimos a José de San Martín; Carlos M. De Alvear; Matías Zapiola y otros bravos conocidos de la mencionada epopeya.
En Europa había realizado estudios matemáticos que prosigue en Buenos Aires incorporándose, posteriormente, como cadete del Regimiento de Granaderos de Infantería.
Desde el primer momento estuvo al lado del general Carlos María de Alvear. En el golpe del 25 de mayo de 1820, junto con otros 43 jefes se apoderó del cuerpo de “Aguerridos” en el cuartel de Retiro. Participó en la victoria de la “Cañada de la Cruz”. Pretendieron cercar Buenos Aires junto con los chilenos de Carrera y los proscriptos de Alvear. Siguió a Alvear hasta Santa Fe donde Estanislao López los desterró a la Banda Oriental. Cayó prisionero de Dorrego en la toma de San Nicolás, el 2 de agosto de 1820.
A comienzos de 1821, con el advenimiento del gobierno de Martín Rodríguez y la conclusión de los conflictos de la anarquía del 20, Chilavert obtiene la baja del Ejército retorna a los estudios, siendo ayudante de la cátedra de matemáticas del prestigioso Felipe Senillosa. Se recibe de ingeniero en 1824 y trabaja en la construcción de un pueblo en las cercanías de Bahía Blanca.
Cuando el Imperio del Brasil le declara la guerra a las Provincias Unidas, Chilavert se incorpora rápidamente al ejército, el 1 de Diciembre de 1825, ascendiendo a capitán al año siguiente, en la 1a. Compañía del 1er. Escuadrón del Regimiento de Artilleria Ligera.
Sirvió en la batalla de Ituzaingó a las órdenes del coronel Tomás de Iriarte. En dicha acción de guerra Chilavert hace gala de su coraje y condiciones técnicas que lo proyectan como un eficiente y bravo guerrero, que le valió la recomendación de sus superiores y el ascenso al cargo de Sargento Mayor en el mismo campo de batalla.
No sería sólo en la gloriosa batalla de Ituzaingó, en la cual se le otorgó el cordón de los vencedores, en donde participó con tanto suceso Chilavert. También se destacó en la batalla del “Puerto del Salado”. En el año 1828, a las órdenes de Fructuoso Rivera, pasó a combatir a las fuerzas imperiales de Brasil que operaban en las Misiones en donde le sorprende la deshonrosa paz firmada por Rivadavia con el Imperio.
Al regresar a Buenos Aires ya se había producido el motín unitario de diciembre de resultas del cual se produjo el asesinato de Dorrego en los campos de Navarro. Chilavert se adhiere al bando unitario que comandaba Lavalle, quienes fueron derrotados por Rosas y las fuerzas de Estanislao López en el puente de Márquez. Marchó al destierro acompañando a Lavalle a la Banda Oriental, desde allí participó en nuevos intentos de alzamiento de las provincias litoraleñas aliado, también, a Ricardo López Jordán, pero fracasaron. Regresó a Uruguay y sobrellevó el ostracismo y la inactividad militar hasta 1836. Al producirse la sublevación de Fructuoso Rivera contra Manuel Oribe, presidente de la Banda Oriental, se pone al lado de Rivera, ostenta entonces el grado de coronel del ejército de Rivera quien se adjudica el título de “padre de los pueblos y columna de la Constitución”.
En el año 1839 llega Chilavert a Montevideo siendo reclutado por la emigración argentina en pleno desarrollo de la guerra contra Rosas. Chilavert llegaba enojado y decepcionado con Rivera por la incapacidad militar y desmanejos del caudillo oriental.
Acompaña a Lavalle, en la invasión a la isla Martín García, quien lo designa jefe de Estado Mayor como reconocimiento de sus excelsas virtudes militares. Pero esta amistad y camaradería se quebrará por imperio de las insidias propaladas por algunos miembros del staff de Lavalle y sobretodo porque Chilavert está en desacuerdo con la desastrosa conducción de Lavalle del ejército invasor al que éste denomina pomposamente “Legión Libertadora”. Chilavert propuso atacar Buenos Aires y Lavalle deambuló por la provincia bonaerense y santafesina sin recibir apoyo alguno y marchando rumbo a los desastres de “Quebracho Herrado” y “Famaillá” que finalmente terminaron con su vida.
Chilavert después de retirarse del ejército de Lavalle vuelve a servir a Rivera, quien lo nombra comandante en jefe de la artillería. En la sangrienta batalla de “Arroyo Grande”, el 6 de diciembre de 1842, Chilavert manda la artillería prodigándose y combatiendo con valor, pero el bravo ejército federal obtiene una trascendental victoria en donde Chilavert cae prisionero junto con el parque, bagajes y caballada. En esa acción Rivera huye cobardemente, arrojando su chaqueta bordada, su espada y sus pistolas, para no ser reconocido.
El Coronel Chilavert participó en Montevideo en la reunión de la noche del 3 de febrero de 1843, en la que Rivera dijo que él salía a campaña y que necesitaba elegir un jefe para la defensa de Montevideo pero que no fuera José María Paz al que consideraba un inepto. Allí propuso, también, la erección de un estado entre los ríos Paraná y Uruguay, cuestión que ya había sido conversada con el ministro brasileño Sinimbú. En ese momento Chilavert encaró a Rivera y le espetó: “hace tiempo que veo que la guerra que Ud. hace no es a Rosas sino a la República Argentina, ya que su lucha es una cadena de coaliciones con el extranjero. De resultas de ello Argentina ha sido ultrajada en su soberanía, favoreciendo esto a Rosas ya que la opinión pública ve amenazada la Patria”.
Si es cierto que algunos argentinos notables trabajan el proyecto de segregar dos provincias argentinas para debilitar el poder de Rosas, o para lo que fuese, la lengua humana, el sentimiento y la prosperidad, los llamaba, y cien veces los llamaría, notables traidores a la Patria.”
Que en cuanto a él, “protestaba desde el fondo de su alma contra semejante proyecto, viniese de donde viniese; y que las armas que la patria le dio en los albores de la independencia no se empañarían al lado de tan notables traiciones, porque él iría a ofrecérselas a Rosas o a cualquiera que representase en la República Argentina la causa de la integridad nacional.”
Quedaron todos pasmados sólo el pérfido Rivera atinó argumentar que "eran cosas de la diplomacia!"
De todas maneras Paz se hizo cargo de la defensa de Montevideo, pero Chilavert fue dejado de lado, momentáneamente, por su perfil crítico, más la insistencia de Paz prevaleció y se lo designó jefe de la artillería de la izquierda de la línea.
De la fortuna de Urquiza, y de los patacones recibidos por la traición, también hablará Sarmiento:
“Yo he permanecido dos meses en la corte de Brasil, en el comercio casi íntimo de los hombres de estado de aquella nación, y conozco todos los detalles, general, y los pactos y transacciones por los cuales entró S. E. en la liga contra Rosas. Todo esto, no conocido hoy del público, es ya del dominio de la Historia y está archivado en los ministerios de Relaciones Exteriores del Brasil y del Uruguay.” (...) “Se me caía la cara de vergüenza al oírle a aquel Enviado (Honorio Hermeto Carneiro Leão, o Indobregavel) referir la irritante escena, y los comentarios: "¡Sí, los millones con que hemos tenido que comprarlo para derrocar a Rosas! Todavía después de entrar a Buenos Aires quería que le diese los cien mil duros mensuales, mientras oscurecía el brillo de nuestras armas en Monte Caseros para atribuirse él solo los honores de la victoria." (Domingo Faustino Sarmiento, Carta de Yungay, 13.10.1852)
Urquiza se instaló en la casa de Rosas en Palermo. Como Lavalle, para asegurarse el apoyo político repartió dineros públicos entre un numeroso grupo de oficiales y allegados. El reparto fue mayor que en 1829, también lo era el tesoro en 1852. Las órdenes de pago más modestas eran por veinte mil pesos. Don Vicente López y Planes cobró 200 mil pesos y aceptó asumir como gobernador de Buenos Aires.
He aquí una pequeña parte de la lista de los que recibieron los "incentivos de Urquiza", claro que con dineros públicos:
- Tte. Cnel. Hilario Ascasubi, 10 mil
- Cnel. Manuel Escalada, 100 mil
- Gral. Gregorio Aráoz de La Madrid, 50 mil
- Gobernador de Corrientes, Benjamín Virasoro, 224 mil
- Gral. José M. Galán , 250 mil
- Cnel. Bartolomé Mitre, 16 mil
Fuente:
Rosa, José María. Historia Argentina
Chilavert: un héroe olvidado de la "Historia Oficial"
Chilavert privilegió la defensa de la Patria más allá de los intereses de facción.
Nació en Buenos Aires en el año 1801, hijo del capitán Francisco Chilavert, quien luego de algunos años de residencia en el Río de la Plata, regresa a España. El joven Chilavert retorna a Buenos Aires en 1812 en la fragata “George Cánning”, siendo compañero de travesía, en aquella oportunidad, de toda la futura primera plana de la cúpula militar que tendría a su cargo la tarea emancipadora de nuestro país. Nos referimos a José de San Martín; Carlos M. De Alvear; Matías Zapiola y otros bravos conocidos de la mencionada epopeya.
En Europa había realizado estudios matemáticos que prosigue en Buenos Aires incorporándose, posteriormente, como cadete del Regimiento de Granaderos de Infantería.
Desde el primer momento estuvo al lado del general Carlos María de Alvear. En el golpe del 25 de mayo de 1820, junto con otros 43 jefes se apoderó del cuerpo de “Aguerridos” en el cuartel de Retiro. Participó en la victoria de la “Cañada de la Cruz”. Pretendieron cercar Buenos Aires junto con los chilenos de Carrera y los proscriptos de Alvear. Siguió a Alvear hasta Santa Fe donde Estanislao López los desterró a la Banda Oriental. Cayó prisionero de Dorrego en la toma de San Nicolás, el 2 de agosto de 1820.
A comienzos de 1821, con el advenimiento del gobierno de Martín Rodríguez y la conclusión de los conflictos de la anarquía del 20, Chilavert obtiene la baja del Ejército retorna a los estudios, siendo ayudante de la cátedra de matemáticas del prestigioso Felipe Senillosa. Se recibe de ingeniero en 1824 y trabaja en la construcción de un pueblo en las cercanías de Bahía Blanca.
Cuando el Imperio del Brasil le declara la guerra a las Provincias Unidas, Chilavert se incorpora rápidamente al ejército, el 1 de Diciembre de 1825, ascendiendo a capitán al año siguiente, en la 1a. Compañía del 1er. Escuadrón del Regimiento de Artilleria Ligera.
Sirvió en la batalla de Ituzaingó a las órdenes del coronel Tomás de Iriarte. En dicha acción de guerra Chilavert hace gala de su coraje y condiciones técnicas que lo proyectan como un eficiente y bravo guerrero, que le valió la recomendación de sus superiores y el ascenso al cargo de Sargento Mayor en el mismo campo de batalla.
No sería sólo en la gloriosa batalla de Ituzaingó, en la cual se le otorgó el cordón de los vencedores, en donde participó con tanto suceso Chilavert. También se destacó en la batalla del “Puerto del Salado”. En el año 1828, a las órdenes de Fructuoso Rivera, pasó a combatir a las fuerzas imperiales de Brasil que operaban en las Misiones en donde le sorprende la deshonrosa paz firmada por Rivadavia con el Imperio.
Al regresar a Buenos Aires ya se había producido el motín unitario de diciembre de resultas del cual se produjo el asesinato de Dorrego en los campos de Navarro. Chilavert se adhiere al bando unitario que comandaba Lavalle, quienes fueron derrotados por Rosas y las fuerzas de Estanislao López en el puente de Márquez. Marchó al destierro acompañando a Lavalle a la Banda Oriental, desde allí participó en nuevos intentos de alzamiento de las provincias litoraleñas aliado, también, a Ricardo López Jordán, pero fracasaron. Regresó a Uruguay y sobrellevó el ostracismo y la inactividad militar hasta 1836. Al producirse la sublevación de Fructuoso Rivera contra Manuel Oribe, presidente de la Banda Oriental, se pone al lado de Rivera, ostenta entonces el grado de coronel del ejército de Rivera quien se adjudica el título de “padre de los pueblos y columna de la Constitución”.
En el año 1839 llega Chilavert a Montevideo siendo reclutado por la emigración argentina en pleno desarrollo de la guerra contra Rosas. Chilavert llegaba enojado y decepcionado con Rivera por la incapacidad militar y desmanejos del caudillo oriental.
Acompaña a Lavalle, en la invasión a la isla Martín García, quien lo designa jefe de Estado Mayor como reconocimiento de sus excelsas virtudes militares. Pero esta amistad y camaradería se quebrará por imperio de las insidias propaladas por algunos miembros del staff de Lavalle y sobretodo porque Chilavert está en desacuerdo con la desastrosa conducción de Lavalle del ejército invasor al que éste denomina pomposamente “Legión Libertadora”. Chilavert propuso atacar Buenos Aires y Lavalle deambuló por la provincia bonaerense y santafesina sin recibir apoyo alguno y marchando rumbo a los desastres de “Quebracho Herrado” y “Famaillá” que finalmente terminaron con su vida.
Chilavert después de retirarse del ejército de Lavalle vuelve a servir a Rivera, quien lo nombra comandante en jefe de la artillería. En la sangrienta batalla de “Arroyo Grande”, el 6 de diciembre de 1842, Chilavert manda la artillería prodigándose y combatiendo con valor, pero el bravo ejército federal obtiene una trascendental victoria en donde Chilavert cae prisionero junto con el parque, bagajes y caballada. En esa acción Rivera huye cobardemente, arrojando su chaqueta bordada, su espada y sus pistolas, para no ser reconocido.
El Coronel Chilavert participó en Montevideo en la reunión de la noche del 3 de febrero de 1843, en la que Rivera dijo que él salía a campaña y que necesitaba elegir un jefe para la defensa de Montevideo pero que no fuera José María Paz al que consideraba un inepto. Allí propuso, también, la erección de un estado entre los ríos Paraná y Uruguay, cuestión que ya había sido conversada con el ministro brasileño Sinimbú. En ese momento Chilavert encaró a Rivera y le espetó: “hace tiempo que veo que la guerra que Ud. hace no es a Rosas sino a la República Argentina, ya que su lucha es una cadena de coaliciones con el extranjero. De resultas de ello Argentina ha sido ultrajada en su soberanía, favoreciendo esto a Rosas ya que la opinión pública ve amenazada la Patria”.
Si es cierto que algunos argentinos notables trabajan el proyecto de segregar dos provincias argentinas para debilitar el poder de Rosas, o para lo que fuese, la lengua humana, el sentimiento y la prosperidad, los llamaba, y cien veces los llamaría, notables traidores a la Patria.”
Que en cuanto a él, “protestaba desde el fondo de su alma contra semejante proyecto, viniese de donde viniese; y que las armas que la patria le dio en los albores de la independencia no se empañarían al lado de tan notables traiciones, porque él iría a ofrecérselas a Rosas o a cualquiera que representase en la República Argentina la causa de la integridad nacional.”
Quedaron todos pasmados sólo el pérfido Rivera atinó argumentar que "eran cosas de la diplomacia!"
De todas maneras Paz se hizo cargo de la defensa de Montevideo, pero Chilavert fue dejado de lado, momentáneamente, por su perfil crítico, más la insistencia de Paz prevaleció y se lo designó jefe de la artillería de la izquierda de la línea.
Pero chocaba constantemente con los jefes de la plaza, especialmente, con el general Pacheco y Obes, cuyas medidas de guerra comentaba y censuraba públicamente, su presencia llegó a ser incómoda y difícil y hasta se le atribuyeron propósitos contrarios a la causa; se le puso arresto, pero a los pocos días logró fugarse de la plaza, emigrando al Brasil, de donde expresó su protesta por la forma injusta en que había sido tratado.
En esa época tomó conocimiento del Combate de la Vuelta de Obligado, donde las fuerzas argentinas al mando de Lucio V.Mansilla y por orden de Juan Manuel de Rosas enfrentaron a la poderosa escuadra anglo-francesa, el 20 de noviembre de 1845, posteriormente declarado “Día de la Soberanía Nacional”. Esto produjo una reacción inmediata en Chilavert quien llegó al convencimiento de los dislates del bando unitario que no trepidaba mientes en la consecución de sus mezquinos intereses, aún en aliarse con extranjeros para atacar a su Patria. ( Ver la carta de Chilavert a J.B.Alberdi )
El 11 de mayo del año 1846, Chilavert se dirigía desde San Lorenzo (Río Grande) al general Oribe, pidiendo el honor de servir a su patria, en los términos siguientes:
“En todas las posiciones en que el destino me ha colocado, el amor a mi país ha sido el sentimiento más enérgico de mi corazón. Su honor y su dignidad me merecen religioso respeto. Considero el más espantoso crimen llevar contra él las armas del extranjero. Vergüenza y oprobio recogerá el que así proceda; y en su conciencia llevará eternamente un acusador implacable que sin cesar le repetirá: traidor! traidor! Traidor!
Conducido por estas convicciones me reputé desligado del partido al que servía, tan luego como la intervención binaria de la Inglaterra y de la Francia se realizó en los negocios del Plata...Me impuse de las ultrajantes condiciones a que pretenden sujetar a mi país los poderosos interventores, y del modo inicuo como se había tomado su escuadra. Vi también propagadas doctrinas a las que deben sacrificarse el honor y el porvenir de mi país. La disolución misma de su nacionalidad se establece como principio. El cañon de Obligado contestó a tan insolentes provocaciones. Su estruendo resonó en mi corazón. Desde ese instante un solo deseo me anima: el de servir a mi patria en esta lucha de justicia y de gloria para ella.
Todos los recuerdos de nuestra inmortal revolución, en que fui formado, se agolpan. Si, es mi patria...anunciándose al mundo por esta verdad: existo por mi propia fuerza. Irritada ahora por injustas ofensas acredita que podrá quizás ser vencida, pero que dejará por trofeos una tumba, flotando en un océano de sangre y alumbrada por las llamas de sus lares incendiados.
Lo felicito por su heroica resolución, y oro por la conservación del gobierno que tan dignamente la representa, y para que lo colme del espíritu de sabiduría.
Al ofrecer al gobierno de mi país mis débiles servicios por la benévola mediación de V.E., nada me reservo. Lo único que pido es que se me conceda el más completo y silencioso olvido sobre lo pasado.”
El general Oribe, con fecha 19 de Diciembre de 1846 contestó a Chilavert, pidiéndole que se traslade a Cerro Largo por razones de seguridad. A principios de 1847 Chilavert se trasladó Buenos Aires y Rosas le encomendó el mando de un cuerpo de artillería. En 1851 tenía el comando del Regimiento de artillería ligera. En octubre de ese año, con muchos otros jefes, reiteró su adhesión al Gobierno, amenazado por el pronunciamiento de Urquiza.
Organizado el ejército federal por Ángel Pacheco, Chilavert tomó el mando en jefe de la artillería. Integró la famosa junta de guerra que reunió a los jefes federales la noche anterior a Caseros en donde reclamó la batalla contra el invasor, diciendo, que él no sabría dónde ocultar su espada si había de envainarla sin combatir con el enemigo que estaba enfrente y que en cuanto a él, acompañaría al gobierno de su patria hasta el último instante, porque así era cien veces gloriosa para él la muerte al pie de sus cañones combatiendo.
Cuando Rosas se enteró de lo que había acaecido en aquella junta de guerra, le tendió la mano al bravo coronel y le dijo:
“Coronel Chilavert, es Ud. un patriota; esta batalla será decisiva para todos. Urquiza, yo, o cualquier otro que prevalezca, deberá trabajar inmediatamente la Constitución Nacional sobre las bases existentes. Nuestro verdadero enemigo es el Imperio del Brasil, porque es un imperio.”
Chilavert propuso un plan de batalla, pero fue desoído. Ubicó su artillería en el palomar de Caseros donde emplazó treinta cañones que apuntaban directamente a las fuerzas brasileñas a las que le provocó numerosas bajas (El nombre de la batalla fue designado para homenajear a los invasores brasileños, ya que los jefes de ambos ejércitos - Rosas y Urquiza - se enfrentaron en Morón, así debió llamarse esa batalla).
Chilavert resistió hasta la ultima munición, con 300 artilleros soportó por todo el tiempo que duró la contienda a casi 12.000 brasileños, hasta que la impresionante superioridad numérica y el agotamiento de las municiones rindieron al bravo coronel.
Al ser tomado prisionero por el capitán de infantería José María Alaman, éste le tomó de la rienda el caballo que aquél montaba, Chilavert le apuntó con su pistola y le dijo: “Si me toca , señor oficial, le levanto la tapa de los sesos, pues yo lo que busco es un oficial superior a quien entregar mis armas”.
Poco después llegó el coronel Cayetano Virasoro, entonces al verlo de poncho de vicuña, Chilavert le expresó:“Señor comandante o coronel, me tiene Ud. a su disposición, previniéndole que sufro de hemorroides y antes de quitarme el caballo, hágame pegar cuatro tiros porque no puedo caminar.” No obstante esto, y contra la voluntad de Virasoro, Chilavert por expresa orden de Urquiza debió hacer una parte del trayecto a pie.
Desde el campo de Caseros fue conducido a Palermo, donde Urquiza había instalado su cuartel general, allí fue reconvenido por Urquiza por su “defección” del bando unitario, a lo que Chilavert respondió “Mil veces lo volvería a hacer”, lo que desató la ira de Urquiza que le espetó “vaya nomás...” y ordenó que se le pegaran cuatro tiros por la espalda, ejecución infamante que a modo de castigo se le propinaba a los cobardes y a los traidores.
El sargento mayor Modesto Rolón afirmó: “Recuerdo que el hombre iba con toda tranquilidad, pues lo llevaba a mi lado. Al llegar al paraje designado, le comuniqué la tremenda orden que portaba. Está bien, me contestó, permítame señor oficial, reconciliarme con Dios - y dio unos cuantos pasos rezando en voz baja - hasta que pasados algunos segundos dijo: estoy pronto, señor oficial, sacó su reloj y pidió lo entregasen a su hijo; se quitó asimismo su pequeño tirador y arrojándolo al suelo, manifestó que había en él algunos cigarros y un poco de dinero. También regaló a los soldados su poncho y sombrero, pidiéndoles no le destrozaran la cabeza.”
Llevado al paredón y cuando un oficial quiso ponerlo de espaldas para cumplir las órdenes de Urquiza, lo rechazó de un violento bofetón y luego mirando fijamente al pelotón les gritó: “tirad, tirad aquí, que así mueren los hombres como yo!”.
El pelotón bajo sus armas. El oficial los contuvo. Sonó un tiro y Chilavert tambaleó y su rostro se cubrió de sangre, pero manteniéndose de pie les repitió a los gritos: “tirad, tirad al pecho!”. El oficial y sus soldados quisieron asegurar a la víctima y se produjo una lucha salvaje, espantosa: las bayonetas, las culatas y la espada fueron los instrumentos de martirio que finalmente vencieron a aquel león. Envuelto en su sangre, con la cabeza partida de un hachazo y todo su cuerpo convulsionado por la agonía, hizo aún ademán de llevarse la mano al pecho.
Esto sucedió el 4 de febrero de 1852, al otro día de la batalla de Caseros y desmentían groseramente la frase de “Ni vencedores ni vencidos” que tan mendazmente había proclamado Urquiza, quien no ahorró sangre de los vencidos y vayan como ejemplo los ahorcados de la división de Aquino; (Esta división estaba compuesta de más de 800 hombres que pertenecían al ejército federal de Manuel Oribe y que al ser derrotado éste, fueron incorporados por Urquiza, de manera forzada al llamado “Ejército Grande”. Los levados al arribar a suelo argentino se sublevaron dando muerte al cnel. Pedro León Aquino, que los comandaba por imposición de Urquiza, y fueron a Luján a reunirse con sus camaradas federales.
Luego de Caseros estos hombres fueron cazados cruelmente, ahorcados y colgados de los árboles de los bosques de Palermo donde sus cadáveres pendían como escarmiento y pintando un paisaje de horror en San Benito de Palermo, donde Urquiza sentó residencia gubernamental en la propiedad de su vencido y como una manera de exhibir su poder.) el degüello de Martín Santa Coloma, y la de tantos otros que padecieron la furia de los vencedores de Monte Caseros.
Chilavert fue fusilado por un pelotón del batallón mandado por el coronel Cayetano Virasoro. El anciano Francisco Castellote y su hijo Pedro, padre y hermano políticos de Chilavert, fueron a implorar a Urquiza la vida del sentenciado a muerte, pero Urquiza fue insensible al dolor, inclusive le negó cristiana sepultura exponiendo sus restos a la descomposición de su carne, sólo después de unos días les entregó el cadáver destrozado del heroico artillero.
Martiniano Chilavert fue un paradigma de héroe porque a su coraje personal (indispensable en esos tiempos) unió un talento y una preparación profesional y científica que lo convirtió en un artillero de excepción en una época en que no abundaban quienes se dedicaran a menesteres tan complejos. Sin embargo, la historia “oficial” o liberal, como quiera llamarse, puso en práctica su remanido y deleznable método de borrar de sus anales la memoria del héroe ya que para ellos Chilavert “sacó los pies del plato”...y todo porque tuvo la dignidad suficiente para no actuar como un traidor a su Patria.
Actualmente sus restos descansan en el cementerio de La Recoleta, en Buenos Aires, en una bóveda de la familia del coronel Argüello.
Fuente:
Prof. Lic. Carlos Pachá
Fundación Historia y Patria
Chilavert y la Batalla de Caseros
El ejército invasor, fuerte de 25.000 hombres, al mando de Urquiza, estaba compuesto por fuerzas brasileras, uruguayas, entrerrianas y correntinas. Participaba Mitre y Sarmiento como boletinero del ejercito, vestido con uniforme francés.
La historia oficial calla el hecho de que fue una invasión extranjera, rechazada por el grueso de la población de la campaña.
“...en la noche del 1° de febrero se pasaron de los aliados al campamento de Santos Lugares como 400 hombres, los cuales fueron recibidos entre las aclamaciones de sus antiguos compañeros. El mismo espíritu de decisión a favor de Rozas mostraba las poblaciones de Buenos Aires, movidas por cierto atavismo encarnado en sentimientos enérgicos, que vivían al calor del esfero común iniciado en la adversidad e incontrastablemente mantenido entre los rudos vaivenes de la lucha. Los que formaban en el ejército creían defender el honor nacional contra un extranjero que invadía la patria. ¿Sería esto pura poesía? Es la poesía del honor, el cual no tiene más que un eco para la conciencia individual. Las gentes de las campañas no veían más que el hecho inaudito de la invasión del imperio del brasil y rodeaban a Rozas en quien personificaban la salvación de la patria.”(Adolfo Saldías, Historia de la Confederación Argentina.t.III.p.345.Eudeba.Bs.As.1978)
El jefe de la división oriental del ejército aliado general Cesar Díaz: “Los habitantes de Luján manifestaban hacia nosotros la misma estudiada indiferencia que los del Pergamino; y a los signos exteriores que con estos habían hecho conocer su parcialidad por Rozas. Agregaban otras acciones que denotaban con bastante claridad sus sentimientos. Exageraban el número y calidad de las tropas de Rozas, traían a la memoria todas las tempestades políticas que aquel había conjurado, y tenían por cosa averiguada que saldría también victorioso del nuevo peligro que lo amenazaba” (Memorias. Cit. por A. Saldias. Hist. de la Confederación Argentina)
Aunque tarde, el mismo Urquiza antes de la batalla se dio cuenta del error que estaba cometiendo. El mismo general Díaz relata las impresiones de Urquiza cuando concurre a su campamento: “Fui a visitar – dice Díaz - al general Urquiza y lo encontré el la tienda del mayor general. Se trató primero de la triste decepción que acabábamos de experimentar respecto del espíritu de que habíamos supuesto animado a Buenos Aires. Hasta entonces no se nos había presentado un pasado.” “Si no hubiera sido, dijo el general, el interés que tengo en promover la organización de la República, yo hubiera debido conservarme aliado a Rozas, porque estoy persuadido que su nombre es muy popular en esta país.” Y el general Díaz agrega: “Si Rozas era públicamente odiado, como se decía, o más bien, si ya no era temido, ¿Cómo es que dejaban escapar tan bella ocasión de satisfacer sus anhelados deseos? ¿Cómo es que se les veía hacer ostentación de un exagerado celo en defensa de su propia esclavitud? En cuanto a mi, tengo una profunda convicción, formada por los hechos que he presenciado, de que el prestigio del poder de Rozas en 1852 era tan grande, o talvez mayor, de lo que había sido diez años antes, y que la sumisión y aún la confianza del pueblo en la superioridad de su genio no le habían jamás abandonado.” (Adolfo Saldías, Historia de la Confederación Argentina. t.III.p.345.Eudeba.Bs.As.1978)
El general en jefe del ejército federal, Pacheco, con órdenes y contraórdenes dudosas, permite que el ejército de invasor, al mando de Urquiza, avance sin inconvenientes hasta Morón. Retrocede las tropas federales dejando sin apoyo a Hilario Lagos. Cuando Urquiza repasa el arroyo de Márquez casi sin ser molestado, Rosas, irritado ante Reyes dirá “Si no puede ser, si no puede ser que el general Pacheco desobedezca las órdenes del gobernador de la provincia”.
Las actitudes contradictorias de Pacheco difícilmente puedan atribuirse a inexperiencia, y se sospecha de traición y entendimiento con Urquiza. Inexplicablemente Rosas conserva en su puesto a Pacheco, hasta que renuncia la tarde anterior a la batalla: “está loco” - dice Rosas - “Pacheco está loco”
La noche del 31 de enero de 1852 se reúnen los jefes federales para discutir la situación. Ya que Urquiza declara que él hace la guerra exclusivamente a Rosas, algunos proponen el retiro de Rosas y proponerle a Urquiza que desaloje e los brasileros del territorio nacional y retroceda su ejército, pero la mayoría sostuvo que sería deshonroso para las armas de la paria esto que parecería una capitulación ante los imperiales. Enterado Rosas de lo sucedido la noche del 31 de enero, dijo que no haría cuestión de su persona ni de su cargo si los jefes resolvían en ese sentido, si bien apelaría como simple ciudadano a la opinión de la provincia para desalojar a los imperiales invasores. “En caso contrario su honor y sus deberes de gobernante lo llamaban a dirigir la batalla a que lo obligaba el ejército invasor”. Prevalece esta última resolución.
Toma entonces la palabra Chilavert. (Adolfo Saldías reconstruye sus palabras sobre la de informes verbales del coronel Bustos, uno de los jefes presentes). Comenzó diciendo que el bien de la patria podría llevar al hombre mejor intencionado hasta donde el deber inflexible del honor se levantase para condenarlo. Que el deber de defender la patria como el amor a la siempre, siempre bendita madre, no se discutía en su inexorable indivisibilidad; porque de discutirse, los sagrados vínculos del corazón que forman la esencia de la vida y los eternos preceptos de la moral, quedarían a merced de los más protervos para violarlos y para enseñar a violarlos. Que tanto era así que sus nobles compañeros habían vuelto sobre una resolución que creyeron digna, a impulsos del honor patrio. Que pensaba pues que no había discusión sobre si se debía combatir. Que él no sabría donde esconder la espada si había de envainarla sin combatir con el enemigo que estaba enfrente. Que en cuanto a él, acompañaría al gobierno de su patria hasta el último instante; porque así era cien veces gloriosa para él la muerte al pié de sus cañones combatiendo, como cien veces vergonzoso las concesiones de un enemigo que se creía vencedor cuanto por boca de aquellos debía resonar todavía la gran voz de la patria, la voz del honor. “La suerte de las armas – agregó Chilavert – es variable como los vuelos de la felicidad que el viento de un minuto lleva del lado que menos se pensó. Si vencemos, entonces yo me hago el eco de mis compañeros de armas para pedirle al general Rozas que emprenda inmediatamente la organización constitucional. Si somos vencidos, nada pediré al vencedor; que soy suficientemente orgulloso para creer que él pueda darme gloria mayor que la que puedo darme yo mismo, rindiendo mi último aliento bajo la bandera a cuya honra me consagré desde niño.”
Las sentidas palabras de Chilavert provocaron el entusiasmo de sus compañeros por la defensa del honor de sus armas. Por su parte Rosas alargándole la mano le dijo:
“Coronel Chilavert, es usted un patriota; esta batalla será decisiva para todos. Urquiza, yo o cualquier otro que prevalezca, deberá trabajar inmediatamente la Constitución nacional sobre las bases existentes. Nuestro verdadero enemigo es el Imperio del Brasil, porque es Imperio”
Luego Chilavert analiza las posiciones de ambos ejércitos y evalúa las acciones a seguir: “Urquiza, en vez de conservar su comunicación con la costa norte con la escuadra brasilera y, por consiguiente, con las fuerzas brasileras que guarnecen la Colonia, ha cometido el error de internarse por la frontera oeste de Buenos Aires, aislándose completamente de sus recursos y sin asegurar la retirada en caso de un desastre. Probablemente, al proceder de un modo tan contrario a la estrategia, se ha dejado arrastrar demasiado de la seguridad que le daban de que las poblaciones y la opinión se pronunciarían a favor de los aliados a medida que estos avanzasen, dejando a su retaguardia poderosos auxiliares de su cruzada. Pero no sabemos de un solo pronunciamiento a favor de los enemigos: por lo contrario, desde que pasó el Paraná hasta el día de ayer, y por regimientos, por escuadrones y por partidas más o menos numerosas, se han pasado del enemigo a nuestro campo aproximadamente 1.500 hombres. El enemigo está frente a nosotros, es cierto, pero está completamente aislado, en un centro que le es hostil, en una posición peligrosísima para un ejército invasor, y de la cual nos debemos aprovechar. Cuantos más días transcurran tanto más fatales serán para el enemigo cuyas filas se clarearán por la deserción”
Agrega Chilavert que “Pienso que no debemos aceptar la batalla de mañana como tendrá que suceder si nos quedamos aquí, que, por el contrario nuestras infanterías y artillerías se retiren rápidamente esta misma noche a cubrir la línea de la ciudad, tomando las posiciones convenientes; que, simultáneamente, nuestras caballerías en numero de 10.000 hombres salgan por la línea del norte hasta la altura de Arrecifes y comiencen a maniobrar a retaguardia del enemigo, corriéndose una buena división hacia el sur para engrosarse con las fuerzas de este departamento, y manteniendo la comunicación con las vías donde pueden llegarnos refuerzos del interior. Es obvio que el enemigo no tomará por asalto la ciudad de Buenos Aires ni cuenta con los recursos necesarios para intentarlo con probabilidades serias, ni los brasileros consentirían en marchar a un sacrificio seguro. Y entonces una de dos: o el enemigo avanza y pone sitio a la ciudad, o retrocede hacia la costa norte a dominar esta línea de sus comunicaciones y en busca de sus reservas estacionadas en la costa oriental. En el primer caso militan con mayor fuerza las causas que deben destruirlo irremisiblemente. En el segundo caso, nosotros quedamos mucho mejor habilitados que ahora para batirlo en marcha y en combinación con nuestras gruesas columnas de caballería a las que podremos colocar ventajosamente. Y en el peor de los casos, no somos nosotros sino el enemigo quien pierde con la operación que propongo, pues para nosotros los días que transcurren nos refuerzan y a él lo debilitan” (Adolfo Saldias. Historia de la Confederación Argentina. t.III.p.348. Eudeba.Bs.As.1978)
El plan de Chilavert además protegía a la ciudad de un probable ataque de los 4000 mercenarios alemanes al servicio de brasil, que esperaban su oportunidad en Colonia.
Las opiniones de Chilavert eran incluso compartidas por algunos jefes, mientras otros preferían dar la batalla. El propio Rosas lo asemejaba a la situación de 1840 cuando Lavalle tuvo que retrotraer fatalmente desde las puertas de Buenos Aires. No obstante esta opinión, Rosas decide dar la batalla y esa misma noche recorre el campo con los jefes para determinar las posiciones. “El general – dice el mayor Reyes – se mostró muy conforme del modo que se habían expresado los coroneles Díaz y Chilavert, agregando que a pesar de estar muy satisfecho de la exactitud de las observaciones de ambos, era necesario dar la batalla al día siguiente si el enemigo atacaba como lo creía” ¿Fue un error de Rosas, el jugarse al todo o nada en una batalla, en vez de seguir la táctica propuesta por Chilavert? ...nadie puede decirlo.
Dispuestos los ejércitos sobre el campo de Caseros, Rosas recorre sus líneas entre aclamaciones y se detiene en el centro, dirigiéndose a Chilavert “Coronel, sea usted el primero que rompa sus fuegos contra los imperiales que tiene a su frente” Es evidente que para Rosas, era la guerra contra el Imperio... Y tenía razón.
Se combate encarnizadamente durante el día, con resultados dispares para ambos ejércitos. Finalmente, destruida el ala izquierda del ejecito federal, y dispersa el ala derecha, Rosas comprende su derrota, y acordándose de Chilavert ordena el repliegue del centro del ejército hacia la ciudad. Se da el hecho singular que durante la maniobra, un disperso pasa al galope frente a Rosas, que pide al trompa “Déme la boleadoras”y midiéndolas con los brazos extendidos, las lanza boleándole las patas delanteras del caballo del soldado que huía: “todavía tengo buen pulso”.
El ejército invasor intenta envolver el centro en retirada, contra la muralla que representan los coroneles Díaz y Chilavert. Este dispara hasta sus últimas municiones de artillería contra las columnas brasileras, haciendo inclusive juntar los proyectiles del campo. Ya sin municiones, apoyado en uno de los cañones, fuma displicentemente esperando que vinieran a hacerlo prisionero. No se estaba rindiendo. Solamente aceptaba el resultado de la contienda.
Se da un hecho singular: al tomar los aliados el hospital, asesinan al medico Claudio Cuenca, que no siendo federal, asistía a los heridos.
Rosas con una guardia se retira del campo, en dirección a Matanzas. En un momento gira a la izquierda y en un recodo aparece otra fuerza enemiga. Luego de un nutrido tiroteo y rechazados los perseguidores, Rosas ordena a los soldados que se dispersen. Con su asistente llega hasta el estanco de Montero, al sudoeste de puente Alsina, y de ahí hasta el Hueco de los Sauces, hoy plaza 29 de noviembre, donde se apea y redacta su renuncia:
“Señores representantes: Es llegado el caso de devolveros la investidura de gobernador de la provincia y la suma del poder con que os dignasteis honrarme, Creo haber llenado mi deber como todos los señores Representantes, nuestros conciudadanos, los verdaderos federales y mis compañeros de armas. Si más no hemos hecho en el sostén sagrado de nuestra independencia, de nuestra integridad y nuestro honor es porque más no hemos podido. Permitidme, H.H.R.R. que al despedirme de vosotros, os reitere el profundo agradecimiento con que os abrazo tiernamente; y ruego a Dios por la gloria de V.H. de todos y cada uno de vosotros. Herido en la mano derecha y en el campo, perdonad que os escriba con lápiz esta nota y de una letra trabajosa. Dios guarde a V.H.”
Luego de Caseros: los fusilamientos
Inmediatamente después de caseros comienzan las matanzas. Chilavert sería uno de los inmolados con saña y desvergüenza.
Enterado Urquiza de la rendición de Chilavert, ordena que sea conducido a su presencia. Ante su ademán, sus colaboradores se retiran dejándolos a solas.
No hay testigos, pero algunos conjeturan lo que ocurrió: el vencedor de Caseros habrá reprochado a Chilavert su deserción del bando antirosista. Chilavert le habrá respondido que allí había un solo traidor: quien se había aliado al extranjero para atacar a su patria.
Urquiza habrá considerado que no eran momentos y circunstancias para convencer a ese hombre que lo miraba con desprecio, de que todo recurso era válido para ahorrarle a su patria la continuidad de una sangrienta tiranía. Pero algo más habrá dicho Chilavert. Quizá referido a la fortuna de don Justo, de la que tanto se murmuraba. El Entrerriano abre entonces la puerta con violencia, desencajado, y ordena que lo fusilen de inmediato. (El águila Guerrera; Pacho O´Donnell)
En los días siguientes fusiló al batallón de Aquino completo, desde oficiales hasta el último soldado y los colgó de los árboles de Palermo. El representante ingles que visita a Urquiza en Palermo vuelve impresionado del espectáculo de cadáveres colgando varios días de los árboles de Palermo.
El general Cesar Díaz, jefe del ala izquierda del ejército de Urquiza, relata en sus memorias:
“Un bando del general en jefe había condenado a muerte al regimiento del coronel Aquino, y todos los individuos de este cuerpo que cayeron prisioneros fueron pasado por las armas. Se ejecutaban todos los días de a diez, de a veinte y más hombres juntos. Los cuerpos de la victimas quedaban insepultos, cuando no eran colgados en algunos de los árboles de la alameda que conduce a Palermo. Las gentes del pueblo que venían al cuartel general se veían a cada paso obligadas a cerrar los ojos para evitar la contemplación de los cadáveres desnudos y sangrientos que por todos lados se ofrecían a sus miradas; y la impresión de horror que experimentaban a la vista de tan repugnante espectáculo trocaba en tristes las halagüeñas esperanzas que el triunfo de las armas aliadas hacía nacer. Hablaba una mañana una persona que había venido a la ciudad a visitarme, cuando empezaron a sentirse muchas descargas sucesivas. La persona que me hablaba, sospechando la verdad del caso me preguntó “¿Que fuego es ese?” “Debe ser ejercicio”, respondí yo sencillamente, que tal me había parecido; Pero una persona que sobrevino en ese instante y que oyó mis últimas palabras, “Que ejercicio, ni que broma – dijo – si es que están fusilando gente”(Memorias inéditas del general Cesar Díaz. P.307. cit.por A.Saldias.t.III.p357) Nótese que esta salvajada de Urquiza es relatada por un general de su propio ejercito, lo que libra al testimonio de toda sospecha de falsedad.
En esa época tomó conocimiento del Combate de la Vuelta de Obligado, donde las fuerzas argentinas al mando de Lucio V.Mansilla y por orden de Juan Manuel de Rosas enfrentaron a la poderosa escuadra anglo-francesa, el 20 de noviembre de 1845, posteriormente declarado “Día de la Soberanía Nacional”. Esto produjo una reacción inmediata en Chilavert quien llegó al convencimiento de los dislates del bando unitario que no trepidaba mientes en la consecución de sus mezquinos intereses, aún en aliarse con extranjeros para atacar a su Patria. ( Ver la carta de Chilavert a J.B.Alberdi )
El 11 de mayo del año 1846, Chilavert se dirigía desde San Lorenzo (Río Grande) al general Oribe, pidiendo el honor de servir a su patria, en los términos siguientes:
“En todas las posiciones en que el destino me ha colocado, el amor a mi país ha sido el sentimiento más enérgico de mi corazón. Su honor y su dignidad me merecen religioso respeto. Considero el más espantoso crimen llevar contra él las armas del extranjero. Vergüenza y oprobio recogerá el que así proceda; y en su conciencia llevará eternamente un acusador implacable que sin cesar le repetirá: traidor! traidor! Traidor!
Conducido por estas convicciones me reputé desligado del partido al que servía, tan luego como la intervención binaria de la Inglaterra y de la Francia se realizó en los negocios del Plata...Me impuse de las ultrajantes condiciones a que pretenden sujetar a mi país los poderosos interventores, y del modo inicuo como se había tomado su escuadra. Vi también propagadas doctrinas a las que deben sacrificarse el honor y el porvenir de mi país. La disolución misma de su nacionalidad se establece como principio. El cañon de Obligado contestó a tan insolentes provocaciones. Su estruendo resonó en mi corazón. Desde ese instante un solo deseo me anima: el de servir a mi patria en esta lucha de justicia y de gloria para ella.
Todos los recuerdos de nuestra inmortal revolución, en que fui formado, se agolpan. Si, es mi patria...anunciándose al mundo por esta verdad: existo por mi propia fuerza. Irritada ahora por injustas ofensas acredita que podrá quizás ser vencida, pero que dejará por trofeos una tumba, flotando en un océano de sangre y alumbrada por las llamas de sus lares incendiados.
Lo felicito por su heroica resolución, y oro por la conservación del gobierno que tan dignamente la representa, y para que lo colme del espíritu de sabiduría.
Al ofrecer al gobierno de mi país mis débiles servicios por la benévola mediación de V.E., nada me reservo. Lo único que pido es que se me conceda el más completo y silencioso olvido sobre lo pasado.”
El general Oribe, con fecha 19 de Diciembre de 1846 contestó a Chilavert, pidiéndole que se traslade a Cerro Largo por razones de seguridad. A principios de 1847 Chilavert se trasladó Buenos Aires y Rosas le encomendó el mando de un cuerpo de artillería. En 1851 tenía el comando del Regimiento de artillería ligera. En octubre de ese año, con muchos otros jefes, reiteró su adhesión al Gobierno, amenazado por el pronunciamiento de Urquiza.
Organizado el ejército federal por Ángel Pacheco, Chilavert tomó el mando en jefe de la artillería. Integró la famosa junta de guerra que reunió a los jefes federales la noche anterior a Caseros en donde reclamó la batalla contra el invasor, diciendo, que él no sabría dónde ocultar su espada si había de envainarla sin combatir con el enemigo que estaba enfrente y que en cuanto a él, acompañaría al gobierno de su patria hasta el último instante, porque así era cien veces gloriosa para él la muerte al pie de sus cañones combatiendo.
Cuando Rosas se enteró de lo que había acaecido en aquella junta de guerra, le tendió la mano al bravo coronel y le dijo:
“Coronel Chilavert, es Ud. un patriota; esta batalla será decisiva para todos. Urquiza, yo, o cualquier otro que prevalezca, deberá trabajar inmediatamente la Constitución Nacional sobre las bases existentes. Nuestro verdadero enemigo es el Imperio del Brasil, porque es un imperio.”
Chilavert propuso un plan de batalla, pero fue desoído. Ubicó su artillería en el palomar de Caseros donde emplazó treinta cañones que apuntaban directamente a las fuerzas brasileñas a las que le provocó numerosas bajas (El nombre de la batalla fue designado para homenajear a los invasores brasileños, ya que los jefes de ambos ejércitos - Rosas y Urquiza - se enfrentaron en Morón, así debió llamarse esa batalla).
Chilavert resistió hasta la ultima munición, con 300 artilleros soportó por todo el tiempo que duró la contienda a casi 12.000 brasileños, hasta que la impresionante superioridad numérica y el agotamiento de las municiones rindieron al bravo coronel.
Al ser tomado prisionero por el capitán de infantería José María Alaman, éste le tomó de la rienda el caballo que aquél montaba, Chilavert le apuntó con su pistola y le dijo: “Si me toca , señor oficial, le levanto la tapa de los sesos, pues yo lo que busco es un oficial superior a quien entregar mis armas”.
Poco después llegó el coronel Cayetano Virasoro, entonces al verlo de poncho de vicuña, Chilavert le expresó:“Señor comandante o coronel, me tiene Ud. a su disposición, previniéndole que sufro de hemorroides y antes de quitarme el caballo, hágame pegar cuatro tiros porque no puedo caminar.” No obstante esto, y contra la voluntad de Virasoro, Chilavert por expresa orden de Urquiza debió hacer una parte del trayecto a pie.
Desde el campo de Caseros fue conducido a Palermo, donde Urquiza había instalado su cuartel general, allí fue reconvenido por Urquiza por su “defección” del bando unitario, a lo que Chilavert respondió “Mil veces lo volvería a hacer”, lo que desató la ira de Urquiza que le espetó “vaya nomás...” y ordenó que se le pegaran cuatro tiros por la espalda, ejecución infamante que a modo de castigo se le propinaba a los cobardes y a los traidores.
El sargento mayor Modesto Rolón afirmó: “Recuerdo que el hombre iba con toda tranquilidad, pues lo llevaba a mi lado. Al llegar al paraje designado, le comuniqué la tremenda orden que portaba. Está bien, me contestó, permítame señor oficial, reconciliarme con Dios - y dio unos cuantos pasos rezando en voz baja - hasta que pasados algunos segundos dijo: estoy pronto, señor oficial, sacó su reloj y pidió lo entregasen a su hijo; se quitó asimismo su pequeño tirador y arrojándolo al suelo, manifestó que había en él algunos cigarros y un poco de dinero. También regaló a los soldados su poncho y sombrero, pidiéndoles no le destrozaran la cabeza.”
Llevado al paredón y cuando un oficial quiso ponerlo de espaldas para cumplir las órdenes de Urquiza, lo rechazó de un violento bofetón y luego mirando fijamente al pelotón les gritó: “tirad, tirad aquí, que así mueren los hombres como yo!”.
El pelotón bajo sus armas. El oficial los contuvo. Sonó un tiro y Chilavert tambaleó y su rostro se cubrió de sangre, pero manteniéndose de pie les repitió a los gritos: “tirad, tirad al pecho!”. El oficial y sus soldados quisieron asegurar a la víctima y se produjo una lucha salvaje, espantosa: las bayonetas, las culatas y la espada fueron los instrumentos de martirio que finalmente vencieron a aquel león. Envuelto en su sangre, con la cabeza partida de un hachazo y todo su cuerpo convulsionado por la agonía, hizo aún ademán de llevarse la mano al pecho.
Esto sucedió el 4 de febrero de 1852, al otro día de la batalla de Caseros y desmentían groseramente la frase de “Ni vencedores ni vencidos” que tan mendazmente había proclamado Urquiza, quien no ahorró sangre de los vencidos y vayan como ejemplo los ahorcados de la división de Aquino; (Esta división estaba compuesta de más de 800 hombres que pertenecían al ejército federal de Manuel Oribe y que al ser derrotado éste, fueron incorporados por Urquiza, de manera forzada al llamado “Ejército Grande”. Los levados al arribar a suelo argentino se sublevaron dando muerte al cnel. Pedro León Aquino, que los comandaba por imposición de Urquiza, y fueron a Luján a reunirse con sus camaradas federales.
Luego de Caseros estos hombres fueron cazados cruelmente, ahorcados y colgados de los árboles de los bosques de Palermo donde sus cadáveres pendían como escarmiento y pintando un paisaje de horror en San Benito de Palermo, donde Urquiza sentó residencia gubernamental en la propiedad de su vencido y como una manera de exhibir su poder.) el degüello de Martín Santa Coloma, y la de tantos otros que padecieron la furia de los vencedores de Monte Caseros.
Chilavert fue fusilado por un pelotón del batallón mandado por el coronel Cayetano Virasoro. El anciano Francisco Castellote y su hijo Pedro, padre y hermano políticos de Chilavert, fueron a implorar a Urquiza la vida del sentenciado a muerte, pero Urquiza fue insensible al dolor, inclusive le negó cristiana sepultura exponiendo sus restos a la descomposición de su carne, sólo después de unos días les entregó el cadáver destrozado del heroico artillero.
Martiniano Chilavert fue un paradigma de héroe porque a su coraje personal (indispensable en esos tiempos) unió un talento y una preparación profesional y científica que lo convirtió en un artillero de excepción en una época en que no abundaban quienes se dedicaran a menesteres tan complejos. Sin embargo, la historia “oficial” o liberal, como quiera llamarse, puso en práctica su remanido y deleznable método de borrar de sus anales la memoria del héroe ya que para ellos Chilavert “sacó los pies del plato”...y todo porque tuvo la dignidad suficiente para no actuar como un traidor a su Patria.
Actualmente sus restos descansan en el cementerio de La Recoleta, en Buenos Aires, en una bóveda de la familia del coronel Argüello.
Fuente:
Prof. Lic. Carlos Pachá
Fundación Historia y Patria
Chilavert y la Batalla de Caseros
El ejército invasor, fuerte de 25.000 hombres, al mando de Urquiza, estaba compuesto por fuerzas brasileras, uruguayas, entrerrianas y correntinas. Participaba Mitre y Sarmiento como boletinero del ejercito, vestido con uniforme francés.
La historia oficial calla el hecho de que fue una invasión extranjera, rechazada por el grueso de la población de la campaña.
“...en la noche del 1° de febrero se pasaron de los aliados al campamento de Santos Lugares como 400 hombres, los cuales fueron recibidos entre las aclamaciones de sus antiguos compañeros. El mismo espíritu de decisión a favor de Rozas mostraba las poblaciones de Buenos Aires, movidas por cierto atavismo encarnado en sentimientos enérgicos, que vivían al calor del esfero común iniciado en la adversidad e incontrastablemente mantenido entre los rudos vaivenes de la lucha. Los que formaban en el ejército creían defender el honor nacional contra un extranjero que invadía la patria. ¿Sería esto pura poesía? Es la poesía del honor, el cual no tiene más que un eco para la conciencia individual. Las gentes de las campañas no veían más que el hecho inaudito de la invasión del imperio del brasil y rodeaban a Rozas en quien personificaban la salvación de la patria.”(Adolfo Saldías, Historia de la Confederación Argentina.t.III.p.345.Eudeba.Bs.As.1978)
El jefe de la división oriental del ejército aliado general Cesar Díaz: “Los habitantes de Luján manifestaban hacia nosotros la misma estudiada indiferencia que los del Pergamino; y a los signos exteriores que con estos habían hecho conocer su parcialidad por Rozas. Agregaban otras acciones que denotaban con bastante claridad sus sentimientos. Exageraban el número y calidad de las tropas de Rozas, traían a la memoria todas las tempestades políticas que aquel había conjurado, y tenían por cosa averiguada que saldría también victorioso del nuevo peligro que lo amenazaba” (Memorias. Cit. por A. Saldias. Hist. de la Confederación Argentina)
Aunque tarde, el mismo Urquiza antes de la batalla se dio cuenta del error que estaba cometiendo. El mismo general Díaz relata las impresiones de Urquiza cuando concurre a su campamento: “Fui a visitar – dice Díaz - al general Urquiza y lo encontré el la tienda del mayor general. Se trató primero de la triste decepción que acabábamos de experimentar respecto del espíritu de que habíamos supuesto animado a Buenos Aires. Hasta entonces no se nos había presentado un pasado.” “Si no hubiera sido, dijo el general, el interés que tengo en promover la organización de la República, yo hubiera debido conservarme aliado a Rozas, porque estoy persuadido que su nombre es muy popular en esta país.” Y el general Díaz agrega: “Si Rozas era públicamente odiado, como se decía, o más bien, si ya no era temido, ¿Cómo es que dejaban escapar tan bella ocasión de satisfacer sus anhelados deseos? ¿Cómo es que se les veía hacer ostentación de un exagerado celo en defensa de su propia esclavitud? En cuanto a mi, tengo una profunda convicción, formada por los hechos que he presenciado, de que el prestigio del poder de Rozas en 1852 era tan grande, o talvez mayor, de lo que había sido diez años antes, y que la sumisión y aún la confianza del pueblo en la superioridad de su genio no le habían jamás abandonado.” (Adolfo Saldías, Historia de la Confederación Argentina. t.III.p.345.Eudeba.Bs.As.1978)
El general en jefe del ejército federal, Pacheco, con órdenes y contraórdenes dudosas, permite que el ejército de invasor, al mando de Urquiza, avance sin inconvenientes hasta Morón. Retrocede las tropas federales dejando sin apoyo a Hilario Lagos. Cuando Urquiza repasa el arroyo de Márquez casi sin ser molestado, Rosas, irritado ante Reyes dirá “Si no puede ser, si no puede ser que el general Pacheco desobedezca las órdenes del gobernador de la provincia”.
Las actitudes contradictorias de Pacheco difícilmente puedan atribuirse a inexperiencia, y se sospecha de traición y entendimiento con Urquiza. Inexplicablemente Rosas conserva en su puesto a Pacheco, hasta que renuncia la tarde anterior a la batalla: “está loco” - dice Rosas - “Pacheco está loco”
La noche del 31 de enero de 1852 se reúnen los jefes federales para discutir la situación. Ya que Urquiza declara que él hace la guerra exclusivamente a Rosas, algunos proponen el retiro de Rosas y proponerle a Urquiza que desaloje e los brasileros del territorio nacional y retroceda su ejército, pero la mayoría sostuvo que sería deshonroso para las armas de la paria esto que parecería una capitulación ante los imperiales. Enterado Rosas de lo sucedido la noche del 31 de enero, dijo que no haría cuestión de su persona ni de su cargo si los jefes resolvían en ese sentido, si bien apelaría como simple ciudadano a la opinión de la provincia para desalojar a los imperiales invasores. “En caso contrario su honor y sus deberes de gobernante lo llamaban a dirigir la batalla a que lo obligaba el ejército invasor”. Prevalece esta última resolución.
Toma entonces la palabra Chilavert. (Adolfo Saldías reconstruye sus palabras sobre la de informes verbales del coronel Bustos, uno de los jefes presentes). Comenzó diciendo que el bien de la patria podría llevar al hombre mejor intencionado hasta donde el deber inflexible del honor se levantase para condenarlo. Que el deber de defender la patria como el amor a la siempre, siempre bendita madre, no se discutía en su inexorable indivisibilidad; porque de discutirse, los sagrados vínculos del corazón que forman la esencia de la vida y los eternos preceptos de la moral, quedarían a merced de los más protervos para violarlos y para enseñar a violarlos. Que tanto era así que sus nobles compañeros habían vuelto sobre una resolución que creyeron digna, a impulsos del honor patrio. Que pensaba pues que no había discusión sobre si se debía combatir. Que él no sabría donde esconder la espada si había de envainarla sin combatir con el enemigo que estaba enfrente. Que en cuanto a él, acompañaría al gobierno de su patria hasta el último instante; porque así era cien veces gloriosa para él la muerte al pié de sus cañones combatiendo, como cien veces vergonzoso las concesiones de un enemigo que se creía vencedor cuanto por boca de aquellos debía resonar todavía la gran voz de la patria, la voz del honor. “La suerte de las armas – agregó Chilavert – es variable como los vuelos de la felicidad que el viento de un minuto lleva del lado que menos se pensó. Si vencemos, entonces yo me hago el eco de mis compañeros de armas para pedirle al general Rozas que emprenda inmediatamente la organización constitucional. Si somos vencidos, nada pediré al vencedor; que soy suficientemente orgulloso para creer que él pueda darme gloria mayor que la que puedo darme yo mismo, rindiendo mi último aliento bajo la bandera a cuya honra me consagré desde niño.”
Las sentidas palabras de Chilavert provocaron el entusiasmo de sus compañeros por la defensa del honor de sus armas. Por su parte Rosas alargándole la mano le dijo:
“Coronel Chilavert, es usted un patriota; esta batalla será decisiva para todos. Urquiza, yo o cualquier otro que prevalezca, deberá trabajar inmediatamente la Constitución nacional sobre las bases existentes. Nuestro verdadero enemigo es el Imperio del Brasil, porque es Imperio”
Luego Chilavert analiza las posiciones de ambos ejércitos y evalúa las acciones a seguir: “Urquiza, en vez de conservar su comunicación con la costa norte con la escuadra brasilera y, por consiguiente, con las fuerzas brasileras que guarnecen la Colonia, ha cometido el error de internarse por la frontera oeste de Buenos Aires, aislándose completamente de sus recursos y sin asegurar la retirada en caso de un desastre. Probablemente, al proceder de un modo tan contrario a la estrategia, se ha dejado arrastrar demasiado de la seguridad que le daban de que las poblaciones y la opinión se pronunciarían a favor de los aliados a medida que estos avanzasen, dejando a su retaguardia poderosos auxiliares de su cruzada. Pero no sabemos de un solo pronunciamiento a favor de los enemigos: por lo contrario, desde que pasó el Paraná hasta el día de ayer, y por regimientos, por escuadrones y por partidas más o menos numerosas, se han pasado del enemigo a nuestro campo aproximadamente 1.500 hombres. El enemigo está frente a nosotros, es cierto, pero está completamente aislado, en un centro que le es hostil, en una posición peligrosísima para un ejército invasor, y de la cual nos debemos aprovechar. Cuantos más días transcurran tanto más fatales serán para el enemigo cuyas filas se clarearán por la deserción”
Agrega Chilavert que “Pienso que no debemos aceptar la batalla de mañana como tendrá que suceder si nos quedamos aquí, que, por el contrario nuestras infanterías y artillerías se retiren rápidamente esta misma noche a cubrir la línea de la ciudad, tomando las posiciones convenientes; que, simultáneamente, nuestras caballerías en numero de 10.000 hombres salgan por la línea del norte hasta la altura de Arrecifes y comiencen a maniobrar a retaguardia del enemigo, corriéndose una buena división hacia el sur para engrosarse con las fuerzas de este departamento, y manteniendo la comunicación con las vías donde pueden llegarnos refuerzos del interior. Es obvio que el enemigo no tomará por asalto la ciudad de Buenos Aires ni cuenta con los recursos necesarios para intentarlo con probabilidades serias, ni los brasileros consentirían en marchar a un sacrificio seguro. Y entonces una de dos: o el enemigo avanza y pone sitio a la ciudad, o retrocede hacia la costa norte a dominar esta línea de sus comunicaciones y en busca de sus reservas estacionadas en la costa oriental. En el primer caso militan con mayor fuerza las causas que deben destruirlo irremisiblemente. En el segundo caso, nosotros quedamos mucho mejor habilitados que ahora para batirlo en marcha y en combinación con nuestras gruesas columnas de caballería a las que podremos colocar ventajosamente. Y en el peor de los casos, no somos nosotros sino el enemigo quien pierde con la operación que propongo, pues para nosotros los días que transcurren nos refuerzan y a él lo debilitan” (Adolfo Saldias. Historia de la Confederación Argentina. t.III.p.348. Eudeba.Bs.As.1978)
El plan de Chilavert además protegía a la ciudad de un probable ataque de los 4000 mercenarios alemanes al servicio de brasil, que esperaban su oportunidad en Colonia.
Las opiniones de Chilavert eran incluso compartidas por algunos jefes, mientras otros preferían dar la batalla. El propio Rosas lo asemejaba a la situación de 1840 cuando Lavalle tuvo que retrotraer fatalmente desde las puertas de Buenos Aires. No obstante esta opinión, Rosas decide dar la batalla y esa misma noche recorre el campo con los jefes para determinar las posiciones. “El general – dice el mayor Reyes – se mostró muy conforme del modo que se habían expresado los coroneles Díaz y Chilavert, agregando que a pesar de estar muy satisfecho de la exactitud de las observaciones de ambos, era necesario dar la batalla al día siguiente si el enemigo atacaba como lo creía” ¿Fue un error de Rosas, el jugarse al todo o nada en una batalla, en vez de seguir la táctica propuesta por Chilavert? ...nadie puede decirlo.
Dispuestos los ejércitos sobre el campo de Caseros, Rosas recorre sus líneas entre aclamaciones y se detiene en el centro, dirigiéndose a Chilavert “Coronel, sea usted el primero que rompa sus fuegos contra los imperiales que tiene a su frente” Es evidente que para Rosas, era la guerra contra el Imperio... Y tenía razón.
Se combate encarnizadamente durante el día, con resultados dispares para ambos ejércitos. Finalmente, destruida el ala izquierda del ejecito federal, y dispersa el ala derecha, Rosas comprende su derrota, y acordándose de Chilavert ordena el repliegue del centro del ejército hacia la ciudad. Se da el hecho singular que durante la maniobra, un disperso pasa al galope frente a Rosas, que pide al trompa “Déme la boleadoras”y midiéndolas con los brazos extendidos, las lanza boleándole las patas delanteras del caballo del soldado que huía: “todavía tengo buen pulso”.
El ejército invasor intenta envolver el centro en retirada, contra la muralla que representan los coroneles Díaz y Chilavert. Este dispara hasta sus últimas municiones de artillería contra las columnas brasileras, haciendo inclusive juntar los proyectiles del campo. Ya sin municiones, apoyado en uno de los cañones, fuma displicentemente esperando que vinieran a hacerlo prisionero. No se estaba rindiendo. Solamente aceptaba el resultado de la contienda.
Se da un hecho singular: al tomar los aliados el hospital, asesinan al medico Claudio Cuenca, que no siendo federal, asistía a los heridos.
Rosas con una guardia se retira del campo, en dirección a Matanzas. En un momento gira a la izquierda y en un recodo aparece otra fuerza enemiga. Luego de un nutrido tiroteo y rechazados los perseguidores, Rosas ordena a los soldados que se dispersen. Con su asistente llega hasta el estanco de Montero, al sudoeste de puente Alsina, y de ahí hasta el Hueco de los Sauces, hoy plaza 29 de noviembre, donde se apea y redacta su renuncia:
“Señores representantes: Es llegado el caso de devolveros la investidura de gobernador de la provincia y la suma del poder con que os dignasteis honrarme, Creo haber llenado mi deber como todos los señores Representantes, nuestros conciudadanos, los verdaderos federales y mis compañeros de armas. Si más no hemos hecho en el sostén sagrado de nuestra independencia, de nuestra integridad y nuestro honor es porque más no hemos podido. Permitidme, H.H.R.R. que al despedirme de vosotros, os reitere el profundo agradecimiento con que os abrazo tiernamente; y ruego a Dios por la gloria de V.H. de todos y cada uno de vosotros. Herido en la mano derecha y en el campo, perdonad que os escriba con lápiz esta nota y de una letra trabajosa. Dios guarde a V.H.”
Luego de Caseros: los fusilamientos
Inmediatamente después de caseros comienzan las matanzas. Chilavert sería uno de los inmolados con saña y desvergüenza.
Enterado Urquiza de la rendición de Chilavert, ordena que sea conducido a su presencia. Ante su ademán, sus colaboradores se retiran dejándolos a solas.
No hay testigos, pero algunos conjeturan lo que ocurrió: el vencedor de Caseros habrá reprochado a Chilavert su deserción del bando antirosista. Chilavert le habrá respondido que allí había un solo traidor: quien se había aliado al extranjero para atacar a su patria.
Urquiza habrá considerado que no eran momentos y circunstancias para convencer a ese hombre que lo miraba con desprecio, de que todo recurso era válido para ahorrarle a su patria la continuidad de una sangrienta tiranía. Pero algo más habrá dicho Chilavert. Quizá referido a la fortuna de don Justo, de la que tanto se murmuraba. El Entrerriano abre entonces la puerta con violencia, desencajado, y ordena que lo fusilen de inmediato. (El águila Guerrera; Pacho O´Donnell)
En los días siguientes fusiló al batallón de Aquino completo, desde oficiales hasta el último soldado y los colgó de los árboles de Palermo. El representante ingles que visita a Urquiza en Palermo vuelve impresionado del espectáculo de cadáveres colgando varios días de los árboles de Palermo.
El general Cesar Díaz, jefe del ala izquierda del ejército de Urquiza, relata en sus memorias:
“Un bando del general en jefe había condenado a muerte al regimiento del coronel Aquino, y todos los individuos de este cuerpo que cayeron prisioneros fueron pasado por las armas. Se ejecutaban todos los días de a diez, de a veinte y más hombres juntos. Los cuerpos de la victimas quedaban insepultos, cuando no eran colgados en algunos de los árboles de la alameda que conduce a Palermo. Las gentes del pueblo que venían al cuartel general se veían a cada paso obligadas a cerrar los ojos para evitar la contemplación de los cadáveres desnudos y sangrientos que por todos lados se ofrecían a sus miradas; y la impresión de horror que experimentaban a la vista de tan repugnante espectáculo trocaba en tristes las halagüeñas esperanzas que el triunfo de las armas aliadas hacía nacer. Hablaba una mañana una persona que había venido a la ciudad a visitarme, cuando empezaron a sentirse muchas descargas sucesivas. La persona que me hablaba, sospechando la verdad del caso me preguntó “¿Que fuego es ese?” “Debe ser ejercicio”, respondí yo sencillamente, que tal me había parecido; Pero una persona que sobrevino en ese instante y que oyó mis últimas palabras, “Que ejercicio, ni que broma – dijo – si es que están fusilando gente”(Memorias inéditas del general Cesar Díaz. P.307. cit.por A.Saldias.t.III.p357) Nótese que esta salvajada de Urquiza es relatada por un general de su propio ejercito, lo que libra al testimonio de toda sospecha de falsedad.
- Saldias, Adolfo: Historia de la Confederación Argentina.
- Rosa, José María: Historia Argentina.
- Rosa, José María: La caída.
- Castagnino Leonardo. Juan Manuel de Rosas, La ley y el orden.
- Castagnino Leonardo. Guerra del Paraguay. La Triple Alianza.
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar
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