miércoles, 12 de junio de 2013
Lanata: un provocador superficial Por Hugo Presman
El sábado 8 de junio en su columna en el diario Clarín -que como es habitual lo anuncia en su primera página- Jorge Lanata descendió algunos escalones más en el chiquero en que se revuelca, presumiendo que ejercita un periodismo a secas oponiéndolo al periodismo militante, que sólo es tal en su interpretación pueril cuando se lo hace a favor del gobierno. La nota además está plagada de inexactitudes y de la superficialidad que es un sello en el mejor empleado de Clarín.
Tiene como título “Preguntar separa al periodista del militante.” Cualquiera que escuche su programa diario de Radio Mitre, con reportajes a distintos integrantes de la oposición, carentes de repreguntas y en un clima de afinidad propia de una conversación posterior a los postres de un asado, con lo cual se puede deducir que contra lo que el título intenta insinuar falazmente, su comportamiento se inscribe superlativamente en su caracterización como militante
Comienza atribuyéndole a Cristina Fernández una interpretación de la historia en la formulación de Billiken. La Presidenta es la primera mandataria, que desde la Casa Rosada, reivindicó el revisionismo histórico llegando a denostar tanto a la Guerra de la Triple Alianza como al que comandó los ejércitos aliados; y que fue precisamente el que escribió la primera versión oficial de la historia y fundó el diario La Nación, creado éste como tribuna militante de los comerciantes del puerto de Buenos Aires y de los propietarios de la pampa húmeda. Lanata, como divulgador histórico, parece en algunos casos no haber leído los libros que presuntamente escribió y algunas de cuyas páginas plagió; y quizás ocupado en filmar documentales omitió registrar cuando la Presidenta honró la Vuelta de Obligado, esa gesta que la historia oficial primero soslayó y luego minimizó. Así dice: “Hace tiempo que sostengo que Cristina se ha creído su propia mentira: cree que está haciendo una Revolución, y actúa en consecuencia. No hace falta más que mirar los datos objetivos para advertir que no hay ninguna Revolución en marcha.”
El kirchnerismo, como el peronismo en otro envase, es la continuación de éste, y sus tres gobiernos son los mejores desde los que tuvo a Perón como figura fundamental. Y eso a pesar que el kirchnerismo tiene cierto entripado con el caudillo popular fundador del movimiento y sólo recurre a invocarlo en circunstancias complicadas.
Ni el peronismo ni el kirchnerismo fueron revoluciones en el sentido original asignado a la bolchevique o a la cubana: fueron y son procesos de profundas transformaciones; de intentos de desarrollo capitalista con impulso estatal, ante una débil burguesía nacional (la misma que en su ceguera muchas veces se pasó a la vereda de enfrente, atentando contra sus propios intereses), con distribución del ingreso hacia los sectores populares y dignificando a los trabajadores; promoviendo el dictado de leyes a favor de los mismos; con promoción de la industria; estatizando resortes económicos fundamentales; imprimiendo una política exterior soberana con una visión latinoamericana. En el caso del primer peronismo, lo realizado en salud hace 60 años bajo la inspiración de Ramón Carrillo, nada tiene que envidiarle a la actual promocionada política de salud cubana; el deterioro posterior es el resultado, en buena parte, del odio de los gorilas y de las políticas neoliberales practicada por la dictadura y algunos gobiernos elegidos democráticamente. Dichos procesos de transformación fueron tan importantes, que Lanata podría verificarlo con la reacción que produjo en algunos de los sectores del poder económico que llegaron a bombardear Plaza de Mayo, fusilar clandestinamente, o brindar por la muerte de Evita y ahora de Néstor Kirchner. Perón fue proscripto durante 18 años, precisamente por todo lo positivo que hizo y no por sus errores que fueron invocados para derrotarlo. Casi una remake de la situación actual, con descalificaciones soeces e injuriosas, similares a las que hoy son aplicadas sin filtro alguno a Cristina Fernández.
Sigue diciendo el asalariado mejor remunerado de Clarín: “En ese imaginario, el gobierno ha cimentado la grieta social en el aparato de propaganda más grande que se ha creado en la Argentina desde los años cincuenta. Los trabajos de Pablo Sirvén (“Perón y los medios de comunicación”) y Silvia Mercado (“El inventor del peronismo”) son indispensables si se quiere analizar aquella época y compararla con ésta.” El primero toma los intereses del diario La Nación como propios, posiblemente porque su sangre pertenezca al mismo grupo y factor que el de la patronal.
De ahí que denuesta desde esa “tribuna militante”, la misma que alentó todos los golpes militares, la que se opuso visceralmente a todos los gobiernos populares; la que fue socia del terrorismo de estado al que alentó con entusiasmo; esa cuyas páginas si se las estruja, no derramarán tinta sino sangre. Por su parte, el libro de Silvia Mercado es un canto a la irracionalidad: sostiene que el peronismo es solamente un relato creado por Raúl Apold, Secretario de Prensa y Difusión de Perón. Para ella el pueblo es una gigantesca manada que compró un relato que encubría un vacío de realizaciones. Sólo antiperonistas alienados que terminaron en la comisión de homenaje de la “Revolución Libertadora”, tuvieron una interpretación tan demencial. La biología los fue llevando al lado del Dios en que creían, ese al que adulteraron y desvirtuaron cuando en los aviones criminales inscribieron en sus alas la leyenda “Cristo vence”.
Esas son las fuentes elogiadas por el converso fundador de Página 12, el que en 1994 se alejó como director sosteniendo que lo hacía porque Clarín lo había comprado y asegurando que nunca trabajaría en esa empresa.
El Borocotó periodístico continúa: “El problema de inventarse un pasado es qué hacer con el que queda abajo: muchos de quienes están hoy al otro lado de la grieta descubrieron –tarde, por lo que se ve– que el Grupo Clarín era su enemigo y el enemigo de la democracia. En el emblemático programa de propaganda “Seis, siete, rocho” hay varios: Carlos Barragán (libretista de Radio Mitre), Jorge Dorio (periodista de Badía y Compañía en Canal 13 y columnista de Convicción, el diario de Massera), Orlando Barone (colaborador de Clarín en los comienzos de la dictadura y entre 1978 y 1981, y luego diez años en La Nación), Sandra Russo (ex co conductora en Radio Mitre en 2006), Cynthia García (productora de María Laura Santillán en Causa Común), Edgardo Mocca (columnista de este diario entre 2003 y 2007).”
Lo dice el que fue un denunciador precoz de la empresa a la que hoy sirve con denuedo, lo que revela que su impudicia compite y se complementa con su superficialidad. Cualquiera de los periodistas mencionados se desempeñó como trabajador, sin puestos jerárquicos en Clarín. Acusarlos, es como imputar a un obrero que trabajó en las empresas de Mauricio Macri de corresponsable del delito que lo llevó a su procesamiento por contrabando y luego absuelto por la Suprema Corte menemista, período que el actual Jefe de Gobierno añora y admira. Es cierto, también, que desde programas periodísticos militantes del gobierno, en varias ocasiones se cometió un error similar.
La forma sesgada en que actúa Lanata, muy alejado de la más elemental honestidad periodística, lo lleva a omitir que su fuente Pablo Sirvén, trabajó en el diario “Convicción” de Massera y escribió columnas que le darían pudor desde su actual posición “republicana”, lo que demuestra que sus convicciones más profundas lo llevan ser un buen militante del que lo contrata.
Nuevamente la caradurez de Lanata lo impulsa a criticar en otros lo que él practica desde que accedió a la televisión. Escribe siguiendo con sus diatribas: “Luciano Galende (se vestía de payaso en Mañanas Informales por Canal Trece entre 2007 y 2008), Nora Veiras y Hernán Brienza (colaboradores de la revista Ñ)….” Es obvio que las responsabilidades e involucramiento con la línea editorial de Clarín, está corporizada en las columnas de Lanata y está muy lejos de ello, aquellos que fueron colaboradores de la revista cultural Ñ del grupo. Acusar a Galende porque se vestía de payaso, cuando el se disfraza de jugador de fútbol o se acostaba en un sofá a dormir, caracterizando el accionar del Presidente Fernando de la Rúa, es claramente la demostración de la impudicia de su distinta vara.
Agrega luego a la lista a los periodistas Carlos Ulanovsky, Pedro Brieger, Néstor Restivo, Thelma Luzzani por haber trabajado en algunos de los medios del gigante económico, a los cuales les cabe las mismas apreciaciones ya formuladas en cuanto a su ubicación no relevante.
La nota tiene como título “Preguntar separa al periodista del militante.” Cualquiera que escuche su programa diario de Radio Mitre, con reportajes a distintos integrantes de la oposición, carentes de repreguntas y en un clima de afinidad propia de una conversación a los postres de un asado, puede deducir claramente que contra lo que el título intenta insinuar falazmente, su comportamiento se inscribe superlativamente en la dicotomía propuesta como militante.
Más adelante se pregunta: “¿Lo harán sólo por dinero y ejercicio del cinismo? ¿Se creerán, como Cristina, su propia mentira?” Lanata ha escriturado a su nombre el trabajo exclusivo por convicción, aunque, obviamente como todo trabajo, es remunerado. Pareciera que todos los demás sólo lo hacen por plata. Los demás son mercenarios que se venden por el vil metal. Pero es Lanata el que cambió, obsesionado por el dinero que ganan otros periodistas y rematando su mejor pasado a cambio del sueldo seguramente más alto de la profesión, recibiendo las mieles de pertenecer al grupo mediático más poderoso y el de estar en el canal de mayor audiencia. Arropado en el calor de los elogios que le brinda justificadamente el establishment, el antiguo joven transgresor se ha convertido en lo que su admirado Juan José Sebreli escribió en 1964, cuando todavía no había cambiado de vereda, y era un intelectual promisorio: en “Buenos Aires, vida cotidiana y alienación”, dijo: “Siempre habrá quien no pudiendo cambiar la sociedad de clase, decide entonces cambiar de clase”. La mención es aplicable al periodista, en la segunda parte, porque siempre fue un tenue progresista en una época propicia como el menemismo y nunca se propuso cambiar la sociedad de clases.
Es lógico que Lanata admire a Sebreli, porque ambos han recorrido un camino similar, pero con la diferencia que Lanata lo ha hecho por dinero y por el prestigio que dispensa el poder económico, mientras Sebreli sólo por el reconocimiento académico que generosamente distribuyen los medios dominantes a quienes defienden claramente sus intereses.
El hombre que pasó por el Maipo como intérprete de monólogos lamentables, lógicamente puede cambiar de opinión y eso no es lo reprochable. Lo reprobable es que lo niegue, que opere como militante y espada del medio más poderoso, y que enmascare su accionar bajo la figura del periodismo “profesional e independiente” y cubra de improperios a los que le señalan su falsedad.
Aunque parezca mentira, un provocador profesional, ejercitado cada vez con más frecuencia en la difamación, ha acaparado la atención de buena parte de la sociedad desde el mes de abril. Salir del chiquero que propone, es una buena alternativa para oxigenarse.
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