lunes, 24 de junio de 2013
La lógica de los intendentes El horizonte hacia las próximas elecciones or Alejandro Horowicz Opinión
Cuando se rechaza la idea misma de democratización, se está haciendo otra cosa: preservar el orden existente. El peronismo venció en el hemiciclo parlamentario, fue derrotado cuando la lucha desbordó ese espacio y de la calle pasó al cuartel. Esa es la regla de oro que se continúa hasta hoy: en el parlamento sí, fuera del parlamento no.
Basta recordar el mítico 17 de octubre de 1945 para entender. Esa movilización política de los trabajadores tuvo tres objetivos. Sacar al coronel de prisión (tras ser obligado a renunciar a sus tres cargos: vicepresidente de la República, ministro de Guerra y secretario de Trabajo y Previsión Social), defender la política social del gobierno (legalización de los sindicatos, estatuto del peón, aguinaldo y vacaciones pagas) y conformar una nueva fuerza capaz de ganar las elecciones. Para que este último objetivo se cumpliera era preciso que las hubiera, que el diferendo se dirimiera en el territorio común de la Constitución Nacional. Y así sucedió en febrero del '46, mediante una ajustada victoria Juan Domingo Perón accedió a la primera magistratura de la República.
Sin embargo, sus antagonistas de época sostuvieron el carácter totalitario del gobierno del general Farrell y por tanto, su "heredero natural" no podía ser otra cosa. De modo que se trataba de "batir al niponaziperonismo", según la macarrónica formulación de Victorio Codovilla –secretario general del Partido Comunista Argentino–. Más allá del disparate conceptual constituía un acto de profundo cinismo político. No se trataba de entender qué era o no era el peronismo, sino de enmierdarlo eficazmente, y en la amplia galería de la denostación política la fórmula "nazi" –en las postrimerías de la II Guerra Mundial– remitía al horror de los campos de exterminio, y sobre todo a la derrota. Las águilas del nacional socialismo no sólo no ondeaban sobre la puerta de Brandeburgo, Berlín era una ciudad devastada y Alemania había sido expulsada de la mesa europea de gobiernos civilizados. Entonces, si las potencias victoriosas, los EE UU y la URSS, a través de sus representaciones reconocidas –Departamento de Estado y PCA– sostenían el nazismo del movimiento del coronel, el debate quedaba clausurado. No había nada que discutir y para un segmento no pequeño del planeta esto sigue siendo incluso hoy así.
La caída del gobierno en septiembre del '55, por medio de un golpe de Estado, mostró que disponer de la mayoría de las FF AA no impedía el derrocamiento. No se trataba de la imposibilidad material de vencer, sino de una estrategia política muy poco dispuesta a derrotar a los golpistas. Bastaba que el bloque de clases dominantes dejara de dirimir sus diferencias en el Congreso, que la lucha quedara desparlamentarizada, para que la derrota asomara su feo pescuezo. Es que aplastar el levantamiento suponía ir mucho más lejos que el welfare state, y ni el propio Perón ni la dirección política construida de su mano se propuso tal cosa.
Años más tarde, en un reportaje de la revista Marcha, el ex presidente sostuvo: "Pude haber sido el primer Fidel Castro de América." Era un reconocimiento indirecto, una referencia clara al '55, y sobre todo una evaluación del comportamiento peronista durante esas jornadas decisivas.
Los integrantes del segundo peronismo, en cambio, eran incapaces de vencer, salvo en términos estrictamente sindicales. Ni fueron capaces de tramitar el regreso del general Perón a la patria, ni derrotar la Revolución Libertadora, ni democratizar la sociedad argentina. Es cierto que Augusto Timoteo Vandor impulsó la lucha que desembocaría en el Cordobazo. Pero la apuesta excedía largamente el horizonte del segundo peronismo, que nunca pasó del peronismo sin Perón. Un peronismo de traje y corbata, sin patas en la fuente ni cabecitas negras. El peronismo tolerado por la corriente azul del Ejército.
Con el regreso de Perón el 17 de noviembre se inaugura el tercer peronismo. Y su formidable expansión llegó a su clímax el 20 de junio de 1973. Antes Héctor J. Cámpora había ganado las elecciones, de la mano de una reconstruida Juventud Peronista, convocada a la lucha bajo las remozadas banderas históricas. Ahora se trataba de independencia económica, soberanía política y socialismo nacional. La mítica estrella del Che, los postulados de la Revolución Cubana y la guerrilla vietnamesa, modificaron la fisonomía del movimiento. Mientras Perón convocaba todo lo que tenía dinámica propia, la burocratizada dirección sindical no movía un solo dedo en la batalla contra el gobierno del general Alejandro Agustín Lanusse.
El tercer peronismo fue el único capaz de vencer fuera del parlamento. Y el 25 de mayo del '73 lo demostró al liberar mediante una gigantesca movilización militante a los prisioneros políticos del régimen anterior. Devoto fue el símbolo. El Congreso convalidó mediante una amnistía el comportamiento de la lucha de calles, el presidente Cámpora honró sus compromisos con la tendencia revolucionaria, pero los métodos que llevaron a la victoria poco tenían que ver con la tradición anterior.
La derrota del tercer peronismo a manos de María Estela Martínez de Perón, una pinza entre la dirección del segundo peronismo y la Triple A, puso fin a esta novedosa aptitud. Y el derrocamiento del gobierno legal, 24 de marzo del '76, no requirió de ninguna batalla decisiva. El cuarto peronismo quedaba inaugurado, programáticamente inaugurado, mediante la exitosa propuesta del ingeniero Celestino Rodrigo.
Un ciclo había concluido y se iniciaba otro, terrible, patético, decadente, actual.
Entre el Rodrigazo y las jornadas de diciembre de 2001 la sociedad argentina sufrió una mutación completa. Con 20 millones de compatriotas arrojados a la precariedad, agotadas las reservas del Banco Central, sin instrumentos para reorientar las políticas públicas, incluso sin partidos aptos para enfrentar semejante crisis y con un nivel de anomia inenarrable, los sectores populares conocieron los peores años de su compleja historia. Era el fondo del pozo, y para salir los tranvías que marchan en otra dirección sirvieron hasta que dejaron de servir. Es decir, cuando se trató de dibujar un nuevo programa para el partido del Estado, una nueva orientación definitiva, comenzó a quedar claro que no todos iban al mismo lugar y que de cuál se trata no ha sido todavía ni siquiera hoy determinado.
La batalla campera dividió aguas, el gobierno nacional descubrió que ningún segmento orgánico del bloque de clases dominantes lo apoyaba en serio. Y que si quería conservar la iniciativa debía impulsar modificaciones de fondo. Optó por la Ley de Medios Audiovisuales, y dio una batalla cultural y política para imponerla. Una cosa es imponer una ley, otra aplicarla. La justicia no se depura per se, una cosa era lograr que los elementos más esclerosados de la dictadura burguesa terrorista, sus cómplices explícitos, abandonaran la escena central, y otra "cambiar la justicia". Entonces, repitió el mismo camino: una ley que democratizara la justicia; la Suprema Corte dictaminó por mayoría: inconstitucional, y a otra cosa.
Es posible debatir técnicamente sobre sus virtudes y defectos, sin olvidar las capacidades colegislativas de los otros poderes, capacidades que permiten mejorar tanto los instrumentos como los objetivos de cualquier ley; ahora bien, cuando se rechaza la idea misma de democratización se está haciendo otra cosa: preservar el orden existente tal y como existe. Garantizar una justicia que impide a los qom defenderse con un mínimo de eficacia, al tiempo que facilita cautelares para que los dueños de La Nación no paguen impuestos.
La estrategia oficial se ha agotado. Un buen argumento que no alcanza su objeto deja de serlo. Incluso los que lo enarbolan pierden la confianza; entienden, los argumentos solos no bastan. Los políticos prácticos, los que no se proponen más que sobrevivir, los que enarbolan la lógica de los intendentes, expresan la novedad: ni con el gobierno ni contra él. En suma, debilitar el gobierno con la esperanza de ser el nuevo punto de recomposición de una política acorralada. Con ese horizonte se avecinan las próximas elecciones.
26/06/13 Tiempo Argentino
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