domingo, 2 de junio de 2013
La estrategia detrás de la infamia Campaña sucia
1976. Quienes se favorecieron con el autoritarismo fueron Mitre, Magnetto y Herrera de Noble, aquí con Videla.
Clarín, La Nación y sectores de la oposición volvieron a la carga con antojadizas comparaciones. Las apelaciones al terror nazi lo que esconden, en realidad, es una vergonzosa actitud destituyente.
“El capitalismo, en agonía, sólo puede mantener su existencia recurriendo a los métodos más brutales y anticulturales, cuya expresión más extrema es el fascismo, hecho histórico expresado en la victoria de Hitler (…) El movimiento de Hitler logró la victoria gracias a los esfuerzos de diecisiete millones de desesperados, lo que demuestra que Alemania ha perdido la fe en una Europa decadente, convertida por el Tratado de Versalles en un manicomio sin chalecos de fuerza”. (León Trotsky)
2013. Ochenta años después de la instalación del primer campo de concentración en Alemania, Dachau, que comenzó la persecución y muerte de más de 6 millones de personas, todavía hay malintencionados que simulan no entender lo que pasó o pretenden ignorar una lección histórica para la humanidad. Los periodistas y miembros de la oposición que recurren a la banalización del Holocausto, con la intención de desprestigiar y deslegitimar al Gobierno, no hacen más que mostrar su faceta oscura, su escasa comprensión de la historia y, aún peor, desnudan sus intenciones destituyentes.
Quienes apelan a estas comparaciones simulan desconocer las razones políticas que dieron origen al nazismo. Lo que algunos historiadores llaman la doble derrota. Por un lado, el definitivo aniquilamiento del movimiento revolucionario marxista encabezado por Rosa Luxemburgo y Karl Liebchnet, y la pérdida de la Primera Guerra Mundial por parte de Alemania, que dio origen al Tratado de Versalles. A esto se refiere la cita de Trotsky que abre esta nota. Pero, según parece, la supuesta ignorancia de quienes apelan a estas comparaciones, de acuerdo con las opiniones recabadas por Veintitrés, responde más bien a desesperadas intenciones golpistas.
Quien dio el puntapié inicial a esta comparación, en agosto del año pasado, fue precisamente otra pluma destacada de La Nación, Marcos Aguinis. En aquella oportunidad, al hablar de la fuerza comandada en Jujuy por Milagro Sala, escribió: “Las fuerzas (¿paramilitares?) de Milagro Sala provocaron analogías con las Juventudes Hitlerianas. Estas últimas, sin embargo, por asesinas y despreciables que hayan sido, luchaban por un ideal absurdo pero ideal al fin, como la raza superior y otras locuras. Los actuales paramilitares kirchneristas, y La Cámpora, y El Evita, y Tupac Amaru, y otras fórmulas igualmente confusas, en cambio, han estructurado una corporación que milita para ganar un sueldo o sentirse poderosos o meter la mano en los bienes de la nación”.
En el mismo sentido, en twitter, el presidente del Banco Ciudad, Federico Sturzenegger, comparó el control de precios de las organizaciones sociales con el accionar de las Juventudes Hitlerianas.
El editorial del diario La Nación del lunes 27 de mayo y la nota de opinión de Víctor Becker, el mismo día, en Clarín caminan esa vergonzosa senda antidemocrática. Detrás de la supuesta ignorancia de comparar el principio del régimen nazi con la actual situación política argentina se encuentra la verdadera intención: limar y deslegitimar al Gobierno, para preparar el camino de su destitución.
El economista Víctor Becker, ex director de Estadísticas Económicas del Indec, escribió en Clarín el lunes 27: “Más cercano a nuestros tiempos, apenas asumido, Hitler creó el 5 de noviembre de 1934 el Comisariado del Control de Precios. Las Juventudes Hitlerianas se ocuparon de aplicarlo con especial saña a los comerciantes judíos, considerados genéricamente especuladores. Sin embargo, en materia de precios, su resultado no fue demasiado exitoso, lo cual fue explicado por Hermann Goering, cuando fue juzgado en Nuremberg: ‘Si intentan controlar precios y jornales, es decir el trabajo del pueblo, deberán controlar la vida de las personas y ningún país puede intentarlo a medias. Yo lo hice y fracasé’. Es decir que se requiere un nivel de control social aún mayor al impuesto por la Alemania nazi”.
Para el filósofo Darío Sztanszrajber, esta idea de asociar el control de precios con alguna política del nazismo tiene “una clara intención de denostación de la figura del militante, asociando la militancia con una de sus exacerbaciones más impúdicas como ha sido el nazismo. Si ser militante sólo es igual a ser un mercenario que lo hace por dinero se está generando un vaciamiento de lo que para mí es una de las acciones más nobles de la vida política”. Sztanszrajber agregó que “tanto La Nación como Clarín vienen insistiendo en pegarle a la militancia desde ese lugar”.
El editorial de La Nación, por su parte, avanza en una comparación de las situaciones políticas de Alemania en 1933 y la Argentina en la actualidad: “Salvando enormes distancias, hay ciertos paralelismos entre aquella realidad y la actualidad argentina que nos obligan a mantenernos alerta”.
Tras describir a grandes rasgos lo que pasaba en Alemania por aquellos años, culmina: “Salvando, como decíamos, las enormes distancias, los argentinos deberíamos reparar en los rasgos autoritarios que, cada vez con mayor frecuencia, pone de manifiesto el Gobierno, y cobrar conciencia de que es imposible prever cómo puede terminar un proceso que comienza cercenando las libertades y la independencia de los tres poderes del Estado, al tiempo que distorsiona los valores esenciales de la República y promueve enfrentamientos dentro de la sociedad”.
No por nada los trabajadores de La Nación, en un gesto por demás inteligente, se despegaron de sus patrones y criticaron el editorial. “Los trabajadores del diario La Nación sentimos la necesidad de expresar públicamente nuestro más enérgico rechazo a este tipo de comparaciones impropias que no hacen más que exacerbar el odio”, dijeron en un comunicado, y llamaron a la reflexión “a quienes banalizan hechos como el Holocausto judío y la sangrienta dictadura cívico/militar, en pos de expresar su desacuerdo con medidas del actual gobierno nacional”.
Pero sus dichos fueron ignorados por la dirección editorial del diario. “Nosotros, los trabajadores del diario La Nación reunidos en Asamblea, alentamos y defendemos la libertad de expresión como un derecho de todos”, aseguraron. En el matutino de los Mitre no salió ni una palabra del repudio de sus propios trabajadores.
El comunicado de los trabajadores de La Nación se vio acompañado del rechazo de otros sectores de la sociedad, entre ellos la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA), que expresó: “Con referencia al editorial del diario La Nación del día de la fecha, que bajo el título de ‘1933’ analiza aspectos históricos vinculados a la caída de la República de Weimar y el posterior régimen nazi, la entidad representativa de la comunidad judía argentina expresa su malestar respecto a la comparación con la actualidad política de nuestro país, reafirmando su postura permanente de que la dictadura nazi y su siniestra política de persecución y exterminio no puede ni debe ser equiparada con otras situaciones o decisiones políticas ajenas a ella. Si bien se incluye taxativamente al comienzo y al final del mencionado editorial la aclaración de ‘salvando las enormes distancias’ entre ambas situaciones, la DAIA exhorta una vez más a evitar referencias como la que motiva la presente declaración, sin que ello implique menoscabo alguno al derecho fundamental de la libertad de expresión, a la que la entidad respeta y valora como un principio que hace a la esencia del sistema democrático”.
Quienes apoyaron y pactaron con la dictadura militar instaurada en marzo de 1976 ahora intentan erigirse en guardianes de la vida democrática argentina. Las fotos que acompañan esta nota, que muestra a los actuales dueños de La Nación y Clarín con los dictadores que les regalaron Papel Prensa, deberían eximirnos de más comentarios.
Para el secretario de Relaciones Parlamentarias del Gabinete, el socialista Oscar González, “lo que se pretende es deslegitimar al Gobierno. Es que hace pocos días Cristina acaba de dar una prueba contundente de su legitimidad, con un acto de más de 500 mil personas en la calle, y la respuesta fue intentar deslegitimarlo por la vía mediática, pues las Fuerzas Armadas, a las que acudieron en otra época, ahora no están en condiciones de dar un golpe de Estado. Para eso manejan otras variantes, que ya les dio resultado en Paraguay, donde finalmente lograron derrocar al presidente Lugo. Es una infamia”.
Para el diputado nacional Carlos Raimundi, de Nuevo Encuentro, esta política tiene “un objetivo desestabilizador frente a la incapacidad para formular un proyecto propositivo, que sea alternativa al proyecto popular”, pues “no pueden explicitar que su proyecto es el retorno al neoliberalismno, no lo pueden decir con esas palabras”. Por eso, continúa Raimundi, “se pretende presentar a los informes de Lanata como investigación periodística cuando su relación con la realidad es la misma que pueden tener las disputas entre los panelistas de Tinelli”.
Para el diputado de Nuevo Encuentro, lo que aterroriza a quienes acuden a esta política “es la organización social y popular”, porque “una sociedad que discute la calidad de su poder judicial o la credibilidad de los medios, o la pertenencia a América latina, está discutiendo ejes que se aproximan a la discusión sobre el poder y eso no les gusta”.
Al volver a la revisión del editorial del diario fundado por Bartolomé Mitre, el filósofo Sztanszrajber opina que la elección del título del editorial, 1933, no es casual “porque está poniendo el acento en un intento de deslegitimar los resultados de una elección democrática. El planteo de 1933 como fecha es dejar abierta la posibilidad de pensar que un gobierno elegido democráticamente puede sin embargo no ser democrático”.
El sociólogo y analista Ricardo Rouvier considera que este relato “carece de eficacia, por la desmesura de la asociación. La comparación es delirante considerando momentos históricos de los años ’30 y la crisis y la aparición del nazismo”. Al avanzar en su caracterización Rouvier cree que “la asociación es intelectualmente mediocre, pobre, no va a convencer siquiera a los propios. Hablar de juventudes hitlerianas es faltarle el respeto a la juventud argentina”. El sociólogo opina que “mientras el Gobierno se encuadre en la ley ejerce su autoridad, el kirchnerismo ejerce la autoridad en forma completa y no muestra titubeos ni dudas, es una contrafigura de lo que fue el gobierno de la Alianza que se caracterizó por la falta de autoridad”.
En definitiva, parafraseando a William Shakespeare, algo huele a podrido en la Argentina. Es la carne podrida que intentan vender los medios hegemónicos y ciertos políticos destituyentes que, huecos de legitimidad democrática, apelan a la infamia y la mentira para ignorar la voluntad popular.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario