lunes, 17 de junio de 2013
La condena de Carlos Menem Azotado por las tormentas nacionales Por Alejandro Horowicz.
Si hubo un nombre que en política fuera equivalente a la acusación de corrupción manifiesta es el suyo.
"El hombre que surge joven cree ejercer su voluntad porque está con la buena estrella. El hombre que sólo se afirma a los 30 tiene una idea equilibrada de lo que ha contribuido, por su parte, el destino y la fuerza de voluntad; el que ya tiene 40 es posible que ponga el énfasis tan sólo en la voluntad. Esto se manifiesta cuando el oficio de uno es azotado por las tormentas."
Francis Scott Fitzgerald
La condena del senador Carlos Saúl Menem, siete años de prisión efectiva, desnuda una gravísima falencia del orden político. A casi tres lustros de haber abandonado la presidencia de la República, que esta sea la primera sentencia inculpatoria contiene una evaluación indirecta del sistema judicial argentino, pero no sólo; si hubo un nombre que en política fuera equivalente a la acusación de corrupción manifiesta es precisamente el suyo; aun así atravesó imperturbable las más severas acusaciones judiciales (enriquecimiento ilícito, por ejemplo), ya que integró el escogido pelotón de hombres a los que la ley no roza, por disponer de suficiente poder para garantizar la impunidad de sus actos.
Claro que ese comportamiento del poder no es tan sólo una característica sudamericana. La posibilidad del contrabando de armas, de su materialización, requirió algo más que la corrupta voluntad del grupo menemizado; sin por lo menos una mirada distraída y amable de la OTAN y la buena voluntad norteamericana, la llegada de las armas a destino hubiera terminado siendo imposible. Como Menem no es Henry Kissinger la red que lo protegió cuando no hizo más falta terminó por dejarlo de lado.
¿Entonces no se trata de una buena noticia? ¿Cuál noticia, que Menem haya abandonado el pelotón de los intocables o que la impunidad sistémica haya quedado definitivamente atrás?
Conviene entender que no se trata de la misma cosa. Menem recibe la sentencia escudado en sus fueros de senador, de representante de su provincia electo en una boleta aliada al gobierno nacional. Con un agravante no menor. Antes de la sentencia ninguno de los integrantes del cuerpo colegiado cuestionó la idoneidad moral del ex presidente para integrarlo. Para sus pares de todas las bancadas ese no era un asunto relevante.
Y que esa situación, la condena, no haya tenido y no tenga la potencia político mediática del asesinato de Ángeles Rawson retumba como alarma adicional. No se trata de desconocer el legítimo impacto de su joven muerte, permite elaborar otro mapa moral de una sociedad anómica y de la calidad de sus medios de prensa, sino que la caída del máximo responsable del gobierno más cipayo de la historia nacional no haya conmovido a casi nadie. La sociedad argentina está anestesiada, moralmente anestesiada, por eso no se hace una pregunta clave: la impunidad quedo atrás o sólo abandonó a su suerte a un integrante de su geriátrico domiciliario.
No cabe duda para los lectores de esta columna que el restablecimiento de la relación entre los delitos y las penas (es decir, la anulación de las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final, por parte de la Suprema Corte), constituyó un hecho histórico: modificó la moral pública y las posibilidades del sistema. Pero una cosa es cambiar las condiciones de posibilidad y otra que esa potencialidad se efectivice. La condena a Menem reabrió esa dirección, pero de ningún modo supone el fin de la impunidad. Este es apenas su primer acto, si se considera la especificidad del ciclo parlamentario 1983-2001. La lista de los que debieran explicar en sede judicial su responsabilidad, no es precisamente ajena al contrabando de armas, y por cierto es de dominio público.
Repasemos algunos de sus nombres, al menos los incluidos en la minuciosa investigación del periodista Daniel Santoro. En su libro Venta de armas, hombres del gobierno, Santoro confeccionó una lista de la que extraemos unos pocos nombres muy significativos: Erman González, Esteban Caselli, Emir Yoma, Munsser Al Kassar, Alberto Kohan, Domingo Cavallo, Oscar Camilión. Salvo Camilión, los demás no han sido molestados. Es más, nunca faltarán los que nos expliquen el tipo de persecución política, acoso oficial y demás yerbas a los que estos impolutos mortales serían sometidos si se los investigara. Toda averiguación seria no debiera dejarlos de lado, ya que la voladura de la Fábrica de Armas de Río Tercero –pieza clave en el encubrimiento del contrabando– tiene víctimas no menos inocentes que Ángeles Rawson.
Dicho con extrema sencillez: Menem es una suerte de espejo moral apenas distorsionado de los valores hegemónicos de la sociedad argentina, y la práctica política realmente existente no hace más que recordárnoslo una y otra vez.
EN EL CONTEXTO MENEMIZADO. Las elecciones parlamentarias se aproximan y los encuestadores profesionales, devenidos analistas políticos en última instancia, señalan lo obvio: la crisis de los partidos es terminal, y los partidos no intentan otra cosa que alinearse tras una figura con suficiente pregnancia pública, en un país donde Miguel del Sel califica para el podio sin mayores sobresaltos.
No sólo estuvo Del Sel a un tris de ganarle las elecciones a gobernador al socialismo santafesino, sino que terminó partiendo sus propias huestes. Vale la pena preguntarse cómo un ex Midachi cuyo coeficiente intelectual, numéricamente hablando, no emociona a nadie, cuyas virtudes políticas no gozan siquiera de predicamento entre los propios integrantes del PRO, por eso la división provincial organizó un goteo permanente hacia el Peronismo Federal, logra semejante éxito. Sólo en un contexto de extrema despolitización, de reducción binaria de la política a "alucino que me conviene" o "alucino que no me conviene", un hombre tan zafio puede hacerse de tanto espacio local. Los candidatos menemistas, hombres sin tradición política alguna pero de buena presencia mediática, siguen imperando. Es que tener un apellido resonante es mucho más importante que tres décadas de militancia política.
Menem mientras fue presidente era absolutamente consciente de la crisis agónica de esa política. En la época en que charlaba seguido con Raúl Alfonsín y el dirigente radical defendía la propuesta italiana de mani pulite, le hizo saber que de ahí no salía la renovación sistémica, sino el fin de una época.
La debilidad estructural de la política, tanto de la llamada oposición como del oficialismo, está directamente vinculada con la enorme dificultad para transformar lo que existe. Más aun, de construir un proyecto que resuelva los baches más salvajes del orden real. La baja calidad de los partidos está directamente vinculada a la bajísima calidad de los proyectos en juego.
Si fuera imprescindible señalar la ausencia de estrategia de Eestado, dos items permiten a modo de síntesis entenderlo. No es posible construir una sociedad de razonable grado de convivencia civilizada sin programa energético y sin un proyecto compartido de transporte. La sociedad argentina carece de ambos.
A pocos se les escapa que la estatización de YPF vino de la mano del déficit petrolero y del costo de las importaciones, y que la retahíla de crímenes ferroviarios forma parte de la falta de inversión en el sector como también de los instrumentos con que intentó paliarse. La combinación de subsidios y gestión privada sobredemostró la peor de todas las combinaciones: ni siquiera el aporte del Estado para inversiones llega a destino. Una mirada a la estructura de los ingresos del sector ferroviario permite verificar que el grueso de sus ganancias surge de desviar dineros públicos, esa es la comprobada "práctica habitual".
El ministro del ramo recordó que no se puede hacer en un año lo que no se hizo en 50. Tiene una extraña razón. Olvidó un detalle: la política oficial no se inició con él y la lista de víctimas no muestra signos de remisión. Las elecciones siguientes no parecieran aportar mucho en la necesidad de poner fin a este orden de cosas. No acusar recibo de tan significativas ausencias es el escándalo que no escandaliza de la política nacional.
17/06/13 Tiempo Argentino
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