viernes, 21 de junio de 2013
El otro Juan Bautista Alberdi
Alberdi puso al descubierto que la oligarquía mitrista estaba organizando el país en función de las conveniencias de la Provincia Metrópoli.
Por Norberto Galasso
En la mayor soledad, pobre, lejos de su patria, en la mañana del 19 de junio de 1884 deja de respirar ese gran tucumano que se llamó Juan Bautista Alberdi. Tenía 73 años de los cuales la mayor parte los había ofrendado a su país, muchas veces cometiendo graves errores y muchas otras, convirtiéndose en el intelectual más brillante que tuvo la Argentina en el siglo XIX. Con el transcurso del tiempo, sus enemigos fueron recibiendo los fastos de la gloria por parte de los gobiernos conservadores amigos de su Majestad Británica pero su estatua fue recién levantada en 1965, casi un siglo después de su muerte. Asimismo, si se les dio reconocimiento a sus escritos de juventud, fueron silenciados sus escritos de su vida en el destierro.
En 1880, apenas asumida la presidencia de la Nación, el General Roca había decidido la edición de las obras completas del tucumano y corrían versiones de que a Alberdi –que por poco tiempo había regresado a la Argentina– se le otorgaría una embajada, provocando la irascible reacción del diario La Nación desde donde se lo califica de traidor a la Patria por su apoyo al Paraguay en la Guerra de la Triple Infamia que arrasó con el país hermano entre 1865 y 1870. Alberdi había sido el gran enemigo de Mitre y este conservaba, según decía, "odios" que calificaba de "nobles".
Días después, el mismo matutino publica una carta escrita por Alberdi 24 años atrás a Vicente López en la que había cometido un error ortográfico: mazeta en lugar de maceta. David Peña recuerda que ese día lo visitó a Alberdi y este, "juntando su silla con la mía, díjome de pronto con una voz imborrable: Así, así quisiera tener frente a mí al general Mitre para preguntarle, mirándonos hasta el fondo de los ojos, en virtud de qué odio tan reconcentrado puede disculpar su persistente prolijidad de haber guardado la carta de un niño, escrita hace casi cincuenta años, para avergonzar a un anciano. ¿Es esto digno de un espíritu superior? ¿Es esto digno de un jefe de partido, de un jefe de la nación? ¿Es esto digno de usted, general Mitre? Y la voz velada, por un sentimiento indecible, ocultó a mi avidez y a mi cariño, acaso el arrepentimiento de haber regresado a la patria para juntar tan irónicas recompensas a la crueldad de su destierro..."
Hoy sabemos cuál era ese odio implacable de Mitre. Alberdi había desnudado la verdadera naturaleza de la guerra de la Triple Alianza mostrándola como guerra civil entre las provincias interiores argentinas, junto a la campaña oriental y el Paraguay altamente desarrollado de Solano López contra las burguesías portuarias de Buenos Aires y Montevideo aliadas al Imperio del Brasil. Esta óptica latinoamericana, por encima de las falsas fronteras quebraba la fábula de tres países democráticos ocupados en abatir al Paraguay totalitario. Pero Alberdi había hecho mucho más: había puesto al descubierto que la oligarquía mitrista estaba organizando el país en función de las conveniencias de la Provincia Metrópoli, esa cabeza enorme en un cuerpo raquítico que se asentaba sobre el control del Puerto Único, la Aduana, el crédito público, la moneda y mirando hacia el Atlántico, dando la espalda a los pueblos interiores. Y además, había destruido las falacias del liberalismo y la democracia oligárquicas: "Los liberales argentinos son amantes platónicos de una ciudad que no han visto ni conocen. Ser libres, para ellos, no consiste en gobernarse a sí mismos, sino en gobernar a los otros. La posesión del gobierno: he ahí toda su libertad. El monopolio del gobierno: he ahí todo su liberalismo... La libertad de los otros, dicen ellos, es el despotismo, el gobierno en nuestro poder, es la verdadera libertad. Así, toman con candor angelical por libertad lo que no es en realidad sino despotismo, es decir, la libertad de ellos en lugar de la libertad nuestra." También argumenta: "La libertad de prensa es su ídolo, a condición de que no se use para criticar sus libros, porque entonces, degenera en crimen de lesa patria... Detesta la sangre cuando no es él quien la derrama, aborrece los golpes de estado cuando no los da él mismo", aplicando estas críticas tanto a Mitre como a Sarmiento. Y agregando, como explicación de su destierro: "Yo no les tengo otro temor que el temor que inspiran los salteadores de caminos: el de ser asaltado, insultado, apuñaleado. De otro modo y en otro sentido, no son temibles. Temo su cuchillo, es decir, su puñal y su lengua, no su ciencia, en que son capones y eunucos... ¿qué temor podrían inspirarme a mí por sus talentos y saber, en la discusión seria y templada... los Bartolos y los Domingos, lunes y martes de la semana más vulgar y común? Lo que yo temo de ellos es su táctica sangrienta de eludir la discusión de que se sienten incapaces pues mi crimen, para ellos, es el de ser su juez competente." Y finalmente, una estocada para Norberto de la Riestra, el hombre con el cual Mitre se arregla con los ingleses: "De la Riestra es, para las finanzas argentinas, lo que esos caballeros de industria que se disfrazan con la cruz roja de las ambulancias, para despojar impunemente a los muertos y a los heridos de sus alhajas preciosas..."
En estas cosas que dijo Alberdi, se nutría el odio que le profesó la oligarquía porteña. Por eso, reconocen al Alberdi joven de Las Bases y sentencian al silencio al otro Alberdi, la mayor expresión del antimitrismo que tiene nuestra historia."
20/06/13 Tiempo Argentino
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