lunes, 10 de junio de 2013

Capitalismo y bancocracia Bemoles de la globalización financiera Por Alejandrto Horowicz

Los grandes bancos fueron eximidos de la quiebra pese a haber sido rescatados con fondos de toda la sociedad. “Sin regulación e intervención estatales apropiadas, los mercados no conducen a la eficiencia económica”. Joseph Stiglitz Desde el comienzo de la crisis financiera global, hace ya un largo lustro, los responsables no preocupan a nadie, no fueron penalizados, y nada hace pensar que la punición los alcanzará en un futuro próximo. Las devastadoras consecuencias de un episodio que terminó siendo el pórtico de la crisis económica más importante de la historia del capitalismo, no sólo no rozó a los dueños de los bancos, ni siquiera puso en entredicho la política que la hizo posible. Salvo genéricas declaraciones como las del G-20, organismo que convoca a las economías más potentes del globo, sobre cuya eficacia práctica dejaremos caer un manto de piedad, la política que llevó a la crisis no se ha modificado ni mínimamente. Los mismos hacen exactamente lo mismo, ante la mirada atónita de los ciudadanos europeos, poniendo en entredicho el complejo maridaje entre democracia y capitalismo en el mundo entero. Un estudio realizado por Stefania Vitali, James B. Glattfelder y Stefano Battistones, difundido por New Scientist, demostró que un pequeño grupo de 147 empresas, encabezado por los grandes bancos, ejerce un poder decisivo sobre la economía global. El trabajo observó 43 mil empresas transnacionales, y estableció que 1318 representan el 60% de los ingresos mundiales. Las 147 empresas (menos del 1%) del privilegiado pelotón controlan el 40% de la riqueza. Esa no era la situación que se registraba antes de la caída del Muro de Berlín, en 1989. La crisis del '30 impuso por primera vez un exigente sistema de regulación pública de la banca privada. La Ley Glass-Steagall, sancionada en el año 1933 como respuesta a los excesos de la Gran Depresión, marcó la separación de la banca comercial y la banca de inversión. Durante el gobierno de Ronald Reagan la Ley Garn-St Germain de 1982 redujo sustancialmente las restricciones, pero durante la presidencia de Bill Clinton, en 1999, se derogó totalmente la Ley Glass-Steagall, permitiendo a partir de allí la actividad integrada de la banca. El limitadísimo intento de Barak Obama por volver a separar banca comercial de banca de inversión fue exitosamente resistido por el lobby bancario, y la bancocracia no sólo no ha visto disminuido su poder, sino que podríamos decir, sin incurrir en excesivas simplificaciones, que nunca ha sido mayor. Paul Krugman sostiene que la llamada "banca a la sombra", que era de escasa significación hasta los años '90, en 2007 emerge con una dimensión superior al sistema financiero tradicional. La política llevada a cabo, los famosos préstamos hipotecarios sub prime, préstamos que no contaban con adecuadas garantías, facilitaron el fulminante desarrollo de una burbuja financiera. Vale la pena explicarlo. La relación entre la economía real y los papelitos que la representan –títulos, bonos y billetes– requiere para la teoría económica una adecuada relación. Por cierto existen diferentes aproximaciones conceptuales para tan complejo problema, desde la cuadrada que plantea una relación fija y dura de 1 a 1, para impedir la "sífilis inflacionaria", hasta la neokeynesiana que asume la necesariedad de un cierto nivel de inflación para sostener el crecimiento. Ahora bien, no hay ninguna teoría que sostenga la posibilidad que entre la economía real y sus representaciones monetarias pueda existir una relación que, según algunos expertos, llegaría a ser de 30 a 1. En rigor de verdad, la desregulación Clinton modificó la estructura del poder global. No sólo confiscó la capacidad de control de la Reserva Federal hasta volverla sencillamente teórica, sino que además puso fin al monopolio de emisión monetaria del Estado. La privatización, de algún modo hay que llamarla, hizo que el sistema financiero a través de la emisión apalancada de títulos pudiera expandirse sine die. Por cierto esa "fantasía" se topó con una dura realidad material, y la cadena de quiebras bancarias en los EE UU obligó al gobierno a intervenir. El valor de las acciones bancarias tocó su piso histórico, y la Reserva Federal se vio obligada a utilizar más de 750 mil millones de dólares públicos para rescatar a la banca privada. Joseph Stiglitz sostuvo que el proceso de salvataje no se limitó a los bancos, comprendió a sus accionistas materializando "la transferencia de riqueza más gigantesca del mundo, a lo largo de la historia del planeta, nunca tantos dieron tanto dinero a tan pocos y tan ricos sin pedirles nada a cambio". El argumento era simple: el derrumbe del sistema financiero tenía para la sociedad global la implicancia de una catástrofe. Debemos admitir que era cierto. Pero una cosa es defender los bancos y otra defender a sus propietarios, y en este caso ex profeso una cosa se volvió la otra. Me explico. Al adquirir los bancos a su valor de mercado, al inyectarles ingentes cantidades de fondos públicos, los bancos cambiaban de dueño. Era una nacionalización del sistema financiero, y la vieja gerencia no sólo no tenía por qué continuar a cargo del manejo del crédito –después de todo su incapacidad quedaba más allá de la duda razonable– sino que la política crediticia podía ser modificada sin siquiera consultarlos. El crédito podía ponerse al servicio de la producción y el consumo. Dicho con sencillez, se podía evitar que la crisis financiera, crisis que hasta ese momento no había afectado a la producción, se transformara en crisis productiva, y terminara deteniendo la economía global. Esa decisión estuvo a cargo del gobierno de Obama, y teniendo todos los instrumentos para tomarla no lo hizo. No sólo no cambió la dirección del sistema financiero, sino que facilitó su "saneamiento" mediante operaciones contables, y la Reserva Federal terminó colonizada por los dueños del sistema financiero. UNA LECTURA POLÍTICA. Volvamos al inicio. Los grandes bancos –salvo Lehman Brothers, contra cuyos directivos no se conocen reclamos patrimoniales en sede judicial– fueron eximidos de la quiebra o liquidación pese a haber sido rescatados con fondos aportados por toda la sociedad. Y sin embargo, las víctimas no exigen el debido resarcimiento. Sostiene Stiglitz que se produce un compromiso entre los bancos y el gobierno norteamericano. Pagan una fuerte multa sin admitir ni negar su culpabilidad y "prometen no hacer nada parecido". Bien visto se trata de un arreglo muy conveniente… para los bancos; el costo de la multa, en relación a sus exorbitantes ganancias y sus siniestros efectos, no guarda la debida proporción, y al no admitir su culpabilidad, no se puede utilizar esa prueba en las demandas privadas. Y reconoce Stiglitz: "Los bancos saben que la mayoría de sus víctimas no tienen los recursos legales suficientes como para enfrentarse a ellos sin la ayuda del gobierno." Eso no es todo, explica Alejandro Drucaroff Aguiar, en Daños en la contratación bancaria: "Los responsables señalados, tanto las entidades como sus directivos, gozan de impunidad –es decir, no reciben la pena o sanción pecuniaria que les correspondería a causa de su conducta– porque su poder es tal que los efectos de las leyes no pueden alcanzarlos. Quedan en suma colocados por encima de lo jurídico a cuyas reglas resultan, en definitiva, inmunes." Es decir, la impunidad inicial deviene inmunidad sistémica. Por eso las investigaciones locales sobre lavado de dinero en la Argentina oscilan entre la más ingenua de las lecturas (casos excepcionales de violación de la ley) y la complicidad voluntaria, gratuita o venal con el sistema; es que en un orden donde los paraísos fiscales son parte del funcionamiento normal, el lavado de dinero no es un acontecimiento extraordinario. Y la idea de cumplimiento de la ley, de igualdad ante la ley, para los poderosos globales, tiende a volverse una encantadora teoría sin contrapartida. La bancocracia gobierna el mundo, sus integrantes no pueden ser penalizados, por el momento nadie dispone de suficiente poder político para tal cosa, por tanto no pueden sino ser "inocentes". 10/06/13 Tiempo Argentino

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