domingo, 2 de junio de 2013
Apenas un puñado de argumentos ad Hitlerum Por Alberto López Girondo
No sólo en Estados Unidos se aplica con ligereza el mote de nazi o fascista para poner fin a cualquier discusión.
Leo Strauss fue un filósofo político de origen alemán que tuvo que emigrar y terminó como profesor en la Universidad de Chicago. En un artículo publicado en 1951 planteó una suerte de humorada lógica, la reductio ad Hitlerum, una falacia del tipo ad hominem. La tesis de Strauss era que cuando una discusión se alarga demasiado no habrá de faltar el que acuse a su oponente de defender posiciones nazis, con lo cual se termina todo debate posible. Parafraseando a Mafalda, el inmortal personaje de Quino, hubiera bastado con decir que Hitler amaba la sopa para que la madre de la adelantada niñita hubiese dejado de atormentarla con el despreciado potaje. Siguiendo esta línea podría razonarse que como el genocida austríaco era vegetariano, comer vegetales lleva inevitablemente al antisemitismo. El genial Woody Allen bromeó en cierta ocasión con que cada vez que escuchaba a Wagner le venían ganas de invadir Polonia.
En plena época de internet, el estadounidense Mike Godwin elaboró en 1990 la llamada “Ley de Godwin”, que establece que "a medida que una discusión online se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione a Hitler o a los nazis, tiende a uno".
La propensión a caer en estas exageraciones –que le dan la razón a Strauss y a Godwin- lleva a que en Estados Unidos el Tea Party haya acusado a Barack Obama de nazi cuando logró aprobar la ley de Salud, que obliga a que cada ciudadano tenga alguna forma de cobertura sanitaria y sino a que el Estado se la provea. O cuando intentó en vano limitar el permiso para disponer de armas de fuego en poder de civiles. Llegaron a trucar una foto del presidente al que le agregaron el bigotito y un mechón bien hitlerianos. Nada más alejado de cualquier tipo de alegoría: si algo caracterizó al nazismo fue un racismo para nada compatible con un negro. Pero en fin…
Fue tan desmesurada la comparación que hubo quien estableció las similitudes entre el mandatario estadounidense y el canciller del Reich. "Ambos, Hitler y Obama, llevaron a cabo concentraciones en estadios al aire libre para excitar y para inflamar las pasiones de la gente (…) escribieron libros antes de llegar al poder y luego escribieron otro libro con las metas para (sus países). Ambos cambiaron sus apellidos a lo largo de sus vidas. Hitler solía ser Schickelbruber, Obama fue Soetoro. Uno ocultó sus ancestros judíos, el otro hizo alarde de sus raíces musulmanas para calmar la tormenta inevitable. Ambos fueron seguidos por sus partidarios ciegamente, sin cuestionarlos(…) usaron su poder y coerción para ocultar sus certificados de nacimiento (…) recurrieron a los jóvenes para crear una fuerza juvenil dedicada a sus ideales (…) fueron conocidos por su tremenda destreza oratoria, recibieron mesiánicas comparaciones, tienen canciones de adoración escritas para ellos. Como Hitler, Obama hipnotiza al pueblo incluso cuando es obvio que lo que está diciendo no es verdad, usa el asesinato como medio de control de la población". Uno de los mayores cultores de estas exorbitancias es un comunicador de la derecha más retrógrada de Fox Channel, Glenn Beck.
Pero no solo en Estados Unidos se aplica con ligereza el mote de nazi o fascista, otra forma de reductio ad Hitlerum que pone fin a cualquier discusión. Como cuando se le pone bigotito a la canciller Ángela Merkel. Contra esta demasía tropezó el periodista Carlos Boyero, del diario El País, condenado a pagarle 6000 euros al entrenador José Mourinho por haber escrito en agosto de 2011 que el técnico del Real Madrid "es un nazi portugués".
En Argentina el término también tiene un uso frecuente. Elisa Carrió, una de las más proclives al brulote, trató de "nazis e idiotas útiles" a los legisladores que votaron por la recuperación de los fondos de las AFJP. Repitió la acusación cuando se aprobó la ley para la extracción compulsiva de ADN para determinar la identidad de posibles hijos de desaparecidos. "Esto es fascismo puro", sostuvo, al considerar que la norma tenía como únicos destinatarios a los hijos adoptados por Ernestina Herrera de Noble. "El kirchnerismo es el nazismo sin campos de concentración", abundó más tarde. Era más o menos para la época en que la revista Noticias publicó en tapa una foto trucada de Néstor Kirchner con uniforme nazi y el título "Fachoprogresismo, la maquinaria del miedo".
Otro que abusa del mote es el alcalde porteño, Mauricio Macri, quien no dudó en calificar de fascista al gobierno nacional luego de la sanción de la Ley de Medios. "Este es el gobierno más fascista que hemos tenido en años", consideró en un encuentro de la derecha hispanohablante al que asistió el presidente de gobierno español, José María Aznar. No fue mucho después de aquel incidente que costó la vida de tres personas (uno nacido en Paraguay y los otros dos en Bolivia) durante la ocupación del Parque Indoamericano. “La inmigración está descontrolada”, había dicho esa vez, sin que le temblara el bigotito.
El fascismo es una ideología basada en la unidad monolítica de la sociedad en torno de estructuras corporativas. Según la Enciclopedia Clarín, publicada en el año 1999 sobre la base de una de Plaza y Janés, fascismo es un "sistema político caracterizado por tendencias autoritarias antiparlamentarias, a menudo antisemíticas, totalitarias, militaristas, nacionalistas, imperialistas y corporativistas (…) se caracteriza por la reacción contra el movimiento democrático que partió de la revolución francesa y también por la encarnizada oposición a las concepciones liberales y socialistas del hombre y el ciudadano (…) sus fuerzas de choque (los camisas pardas) fueron subvencionados por la alta burguesía y recibieron ayuda de militares de la reserva e incluso del propio Estado”. Otra enciclopedia, esta vez publicada por La Nación en 1992 pero elaborada por Salvat, agrega a esta definición que el fascismo “desató una sangrienta represión contra obreros y campesinos”.
Esta no es más que una larga introducción a un par de consideraciones acerca del editorial de La Nación titulado 1933, del que ya otros hablaron con mayor solvencia. Publicado por el diario que fundó aquel militar que persiguió a los últimos caudillos federales para retomar el poder de los porteños y que luego, y al mismo tiempo, fue protagonista principal del genocidio del pueblo paraguayo en una guerra hecha solo para beneficio de la alta burguesía vernácula e internacional. Y que como para ponerle una frutilla al postre, fundó ese mismo diario el 4 de enero de 1870, cuando era evidente que Paraguay no podría ganar la guerra de la Triple Infamia pero Solano López todavía intentaba salvar a su pueblo en una derrotero final que lo llevó a la muerte el 1 de marzo en Cerro Corá. Un diario que, en paralelo a la historiografía oficial pergeñada por Mitre, está destinado a ocultar el genocidio de un millón de paraguayos y las matanzas que se sucedieron desde entonces en el país.
Mitre tuvo como embajador plenipotenciario en Estados Unidos a Domingo Faustino Sarmiento, quien lo sucedería en la presidencia en 1868. "Se nos habla de gauchos... La lucha ha dado cuenta de ellos, de toda esa chusma de haraganes. No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre de esta chusma criolla incivil, bárbara y ruda, es lo único que tienen de seres humanos", le había escrito a Mitre el 20 de setiembre de 1861.
Hace varias semanas el tema de la corrupción volvió a ser eje de debate en el terreno político. En ese marco es que La Nación publica el incendiario texto sin firma, con lo que se destaca como política editorial. Una pocas líneas donde asocia al gobierno de encaminarse hacia acciones que justamente combatió al forzar el enjuiciamiento hasta las últimas consecuencias de los delitos de lesa humanidad. Pero además, para calificar a alguien de nazi o fascista se debería estar parado en la vereda de enfrente de las corporaciones y la alta burguesía, por lo menos, y no es ese el caso de La Nación.
Porque puede ocurrir como en el cierre del programa más visto la noche del domingo pasado, cuando el conductor, visiblemente irritado, dijo mirando a cámara pero hablándole al empresario Báez : "Lázaro, usted antes de 2003 era sub-nadie. Era menos que nadie. Era un cajero del Banco Santa Cruz. Sub nadie. Hoy maneja el 93% de la obra pública de la provincia".
Cuando se escuchan frases como esta uno no puede menos que preguntarse si el problema con Báez –que deberá probar que no cometió delitos ni se aprovechó de su cercanía con Kirchner para enriquecerse a costa de la sociedad- es que robó o que era un empleado bancario. Y si, además, un cajero es un sub-nadie. Sería como cuestionar que Magnetto era apenas un contador, un sub-nadie, o que Ernestina Herrera era secretaria, otra sub-nadie, y hoy son dueños del Grupo Clarín, que muy bien aprovechó dineros públicos para crecer.
Raro que el gremio bancario no saliera a cuestionar esa desvalorización de su tarea. Tal vez estaban mirando el fútbol (cualquier cosa acá lo tienen, http://tn.com.ar/politica/lanata-a-lazaro-tiene-que-agradecerle-a-dios-que-todavia-esta-libre_390049 ). O temen que los acusen de defender a Báez, cosa que esta columna no pretende. Pero así están las cosas.
02/06/13 Página|12
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