domingo, 19 de mayo de 2013
MAS ALLA DE LA MUERTE DELTIRANO POR MARIO WAINFELD.
Más allá de la muerte del tirano
La muerte de Videla, una oportunidad para hablar de dictadura y democracia. Instituciones que funcionan, el país que algunos no miran ni ven. Versiones simples y tremendistas, una moda. Un sintomático ataque a Susana Trimarco. A quién beneficia la crispación, una pregunta interesante. Una jornada particular en La Matanza.
Por Mario Wainfeld
La noticia de la muerte del dictador Jorge Rafael Videla se conoció en la mañana del viernes. Hubo tiempo para enviar notas necrológicas a su house organ, el diario La Nación. Ayer se publicaron apenas 18, para quien fuera usurpador y presidente de facto, contertulio de los poderes fácticos, de grandes empresarios y la jerarquía católica.
Algunas necrológicas son personales, nada cabe hablar sobre ellas. Otras le restituyen el grado de general, del que las leyes lo privaron. Hay quien vuelve al útero y prodiga los tópicos del pasado oprobioso: “guerra interna revolucionaria contra el terrorismo subversivo apátrida”, por caso. También se anotan quejas contra su injusto cautiverio. La cantidad es irrisoria y se consigna en una edición que habla de “dictadura”, aunque ahorra firma de cualquiera de sus editorialistas.
Pocas voces lo reivindican. Lo cierto es que fue condenado por crímenes de lesa humanidad, ante tribunales comunes. Las instituciones funcionaron, tras una saga de avances, retrocesos, defecciones y ejemplos republicanos prodigados por los organismos de derechos humanos. La Corte Suprema, sobre la que tanto se debate ahora, ha sido bien coherente en ese aspecto.
La Argentina es pionera pero no está sola. La sanción al terrorismo de estado cunde, con los sobresaltos que imponen los vaivenes históricos, en los países de nuestra región. El dictador guatemalteco Efraín Ríos Montt es el más reciente convicto, habrá otros.
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Contrastes: En la misma semana, se cerraron varias convenciones colectivas, con aumentos promedio del 24 por ciento anual. Hablamos de una institución democrática, que regula las tensas relaciones entre patronales y gremios. Su continuidad durante los tres períodos del kirchnerismo, siempre con incrementos, es una novedad en la intermitente historia nacional. Los nostálgicos de las Moncloas y de las políticas de estado deberían reparar más en esa sana regularidad.
El cronista no incurre en la apología de los juicios ni de los acuerdos entre capital y trabajo. Los procesos son morosos y llegan tras años de bloqueo e impunidad. En cuanto a la situación de la clase trabajadora, es mejor que hace diez años o doce o veinte pero dista de ser idílica. Sólo para empezar vale consignar que los laburantes sindicalizados, con obra social, vacaciones y aguinaldo son menos de los dos tercios de la clase. Los informales y los desocupados son, pues, una masa con derechos muy limitados. La deficiencia de servicios públicos básicos agrega su cuota. Tamaños problemas se discurren en democracia, interpelan a los gobiernos de todo el planeta, también al argentino. Nada es maravilloso, no vivimos en Arcadia. Pero sí en una sociedad democrática, en la que se suceden rutinas valorables y esenciales. Incluso con indicadores y experiencias únicas como las dos que acabamos de sobrevolar.
Sin embargo, cuando se escucha el debate mediático cotidiano da la impresión de que vivimos en el peor momento de Kosovo o en la URSS stalinista. Dos periodistas se plantan frente a las cámaras y dudan sobre su continuidad en la pantalla. Mañana, lunes, se corroborará si se les ha arrancado el micrófono. En el sano deseo de que sus profecías sean disparates, es válido plantear que su desmesura pinta un mundo irreal, exacerbado. Y que su, válido y lógico, afán de que este Gobierno sea relevado por otro en 2015 no les da razón ni convalida sus lecturas binarias.
Muerto que fue el primer presidente de una dictadura abyecta, hay quien compara esta etapa con aquella. La libertad de expresión es sagrada, lástima que se use para bardear tanto, para subestimar lo que es el genocidio. Y, aun, para equiparar algún exabrupto de cualquier dirigente kirchnerista (al que replican sin ambages sus adversarios) con la mesa de torturas o la desaparición de personas.
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