domingo, 19 de mayo de 2013

LANATA POR MARIO WAINFELD.

Límites: El periodista Jorge Lanata dio un ejemplo extremo del desborde cotidiano cuando difamó por radio a Susana Trimarco, ante las carcajadas gozosas de sus compañeros. La acusó de corrupta, en represalia por críticas que Trimarco había volcado contra él en la Universidad de La Matanza (ver asimismo nota aparte). Trimarco es una de tantas víctimas transformadas en luchadoras sociales. Su modalidad de militancia incluyó actos de arrojo personal incomparable. Hasta que osó criticar a la estrella del Grupo Clarín, era reconocida por amplísimos sectores de la sociedad civil, anche opositores acérrimos. La falta de respeto y la injuria fueron consecuencia de su presencia en una actividad promovida por el oficialismo, sus elogios hacia los presidentes Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner y el reproche severo a Lanata. Poco antes de esto, el año pasado, Trimarco fue propuesta como candidata a Premio Nobel de la Paz por la Federación Argentina de Colegios de Abogados (FACA). La FACA, el lector atento lo sabe, no es una agrupación de “Unidos y Organizados” sino un agrupamiento muy antagónico con el Gobierno. Años antes, la entonces diputada radical Silvana Giudici había hecho una moción similar. Las evocaciones no equivalen a convalidar la propuesta aunque sí a subrayar que la trayectoria de Trimarco merece enaltecerse y jamás ser despreciada y menoscabada por una querella personal. Por si hace falta, se enfatiza: cada cual puede defender su posición, lo que se controvierte es la tendencia a equiparar al kirchnerismo con el Mal Absoluto y a cualquiera que lo acompañe en su camino como un ser execrable. El argumento es remanido: todo aquel que se suma de algún modo al oficialismo es un corrupto o un ignorante o una mezcla de las dos cosas. El debate político, así planteado, se degrada. No hay margen para “conceder” al adversario el error, la diferencia de criterios, la ideología diferente. El odio ciega, simplifica los tantos, bastardea la convivencia. Que episodios tales ocurran mientras se denuncia la falta de libertad de prensa podría parecer un mal chiste, si no se dijera con tono solemne y apodíctico.

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