viernes, 24 de mayo de 2013
El credo de Merkel en la picota Por Walter Goobar
Hubo una época –no muy lejana, por cierto–, en la que hablar del abandono del euro en Europa era poco menos que una blasfemia. "Si fracasa el euro, fracasa Europa", pontificaba casi a diario la canciller Angela Merkel, sin ofrecer ningún margen para cuestionamientos. Hasta ahora sólo había euroescépticos en los países en crisis y en Gran Bretaña, pero en Alemania se reducían a la derecha conservadora, como el nuevo partido alemán, Alternativa por Alemania (Alternative für Deutschland), que de momento sólo tiene un 2% de intención de voto. Pero las cosas están cambiando significativamente. La izquierda está comenzando a replantearse el euro, así como el dogma de que su abandono sólo puede conducir a una catástrofe apocalíptica.
La idea fundamental la lanzó Oskar Lafontaine, peso pesado socialdemócrata, ex ministro de Finanzas y seguramente el político alemán más creativo e innovador: Europa es más importante que el euro, dice. "La moneda única se creó para mejorar la vida de la gente, no para llevarla a la ruina." Hace tiempo que los políticos europeos no saben hacia dónde ir. La miseria que crea la austeridad alemana está llegando a Francia, así que la creación de una coalición europea contra Alemania es únicamente una cuestión de tiempo. En ese contexto, hay que plantearse la posibilidad de abandonar el euro, reflexiona Lafontaine.
El argumento básico parte de la opinión del economista conservador Hans-Werner Sinn, que dice que para poder regresar a un nivel de competitividad equilibrado en el interior de la Eurozona, países como Grecia, Portugal o España deben realizar una devaluación de entre el 20% y el 30%, mientras que Alemania debe encarecerse un 20 por ciento.
Ambas cosas son imposibles, dice Lafontaine. Lo primero llevaría a esos países a la ruina. Lo segundo supondría una drástica subida salarial en Alemania, algo que los empresarios no consentirán y que los partidos políticos, desde los conservadores de la CDU/CSU, hasta los socialdemócratas (SPD) y verdes, pasando por los liberales (FDP), no tienen la menor intención de apoyar. Así que lo único que queda es organizar una "salida ordenada del euro".
Dos economistas de renombre –Heiner Flassbeck, que fue precisamente secretario de Estado con Lafontaine, y Costas Lapavitsas, de la Universidad de Londres– han explicado en un documento presentado el viernes por la Fundación Rosa Luxemburgo lo que significa "salida ordenada del euro". Se trata de crear "un sistema monetario flexible pero coordinado" que sea capaz de lidiar con los desequilibrios internos de la Unión Europea.
"Algunos países deben plantearse salir del euro, pero no de la UE", puntualizan los economistas, pero para que eso no signifique una catástrofe, es necesario "imponer estrictos controles administrativos a los bancos" y "controlar los flujos de capital", de tal forma que la salida de un país del euro no signifique su descapitalización. Esta salida tiene riesgos, reconocen, pero también los tiene la situación actual, mientras que los planteamientos de socialización de la deuda vía eurobonos no parecen realizables.
La diferencia de este planteamiento con el de la derecha es que los euroescépticos de AfD simplemente quieren desembarazarse del euro. Su programa aboga por reintroducir el marco, aunque el presidente de AfD, Bernd Lucke, ha dicho este fin de semana que quienes deberían abandonar el euro son los países del sur de Europa. Lucke habla de "introducir una moneda paralela al euro" y admite una quita de la deuda en países como Grecia y "quizá" Portugal, mientras que desde la izquierda se quieren introducir controles a la circulación de capitales para proteger a las economías débiles. Ambos coinciden en dejar de considerar la salida del euro como un tabú.
La propuesta de Lafontaine no ha caído bien ni siquiera en su propio partido –Die Linke–, ni en el resto de la izquierda europea. Con excepción de Chipre, la izquierda europea, desde Grecia hasta Portugal, pasando por Italia y España, está aferrada al euro por miedo a esa apocalíptica profecía que acompaña su abandono.
Alemania está cada vez más aislada y solo tiene a Finlandia y a Austria, a medias, como aliados. Los cruces de reproches con Bruselas son semanales y no siempre subterráneos. “Ningún miembro de la UE quiere ser dependiente de un solo país, Alemania”, dicen Flassbeck y Lapavitsas. ¿Y fuera de Europa?: la oposición al curso alemán tiene claros aliados en el G-7, en Estados Unidos y en Japón, que con una atrevida política expansiva que está en las antípodas de Berlín, ya presenta buenas perspectivas.
El caso es que Merkel sigue convencida de que su receta de austeridad y reformas es la única viable y eso difícilmente vaya a cambiar, por ahora.
El credo de la austeridad, un eufemismo para el ajuste salvaje, es lo único que puede sacar a la UE de la crisis en la que se ha metido, argumentan los defensores de la unión monetaria. Lo demás sería crecimiento sustentado sobre bases poco sólidas. La inversión pública alemana es pírrica, de poco más del 1% del PIB: inferior incluso a la española, que se ha hundido con la crisis. Y eso no va a variar, pese a las peticiones del Sur. En Berlín se alude continuamente al crecimiento “sano”: sin más deuda. Eso no es negociable.
Berlín, al menos, no se va a oponer a dar más tiempo para que Francia y España, por ejemplo, recorten sus déficits, pero a cambio quiere reformas —sobre todo laborales—, y pronto. Además, Berlín señala que aún hay que hacer mucho por ganar credibilidad en el saneamiento de la banca. Y ahí apunta a España, a cuyo Gobierno responsabiliza de no haber usado el grueso de los 100.000 millones del rescate.
“El objetivo principal de Merkel es evitar sobresaltos hasta septiembre. Es posible que por eso permita medidas de apoyo del BCE. Porque si hubiera sobresaltos, algún rescate explícito antes de las elecciones, los partidos radicales sacarían tantos votos como Beppe Grillo en Italia y Merkel podría estar acabada”, afirma Stephan Homburg, del Instituto de Finanzas Públicas.
Wolfgang Münchau, director del think tank Eurointelligence, explica que el pensamiento alemán “es uno de los más extremos del mundo: niega completamente los efectos positivos que pueda tener un keynesianismo incluso moderado, incluso en la trampa de liquidez en la que está Europa”.
Merkel teme las críticas cada vez más duras de los socios europeos por los feroces ajustes, pero a su vez teme aún más a quienes la acusan de blanda en su país. “El Gobierno sabe que está cada vez más solo y que un frente común del Sur coloca a Alemania en minoría en Bruselas y en el Banco Central Europeo con las elecciones cerca. Eso le obliga a abrir la mano. Pero a la vez la canciller alemana está convencida de la necesidad de las reformas, y de ahí no la va a sacar nadie”, avisa Ansgar Belke, del influyente DIW. “Una cosa no se discute: la canciller está convencida de que la austeridad —o como quiera llamarse— es imprescindible en Europa, aunque se ha dado cuenta de que hay que buscar la forma de que no ahogue el crecimiento o de lo contrario habrá lío”. En público, Merkel suele decir que a Europa le va a costar 10 años salir de esta crisis. En privado, es más drástica: dice que hay que invertir en sufrimiento. Ese es el mantra, casi místico, de la nueva Dama de Hierro.
21/05/13 Tiempo Argentino
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