lunes, 20 de mayo de 2013
Murió el dictador, vivan los derechos humanos Por Eduardo Anguita
eanguita@miradasalsur.com
El final de Videla. Murió el dictador, vivan los derechos humanos.
Tengo la imagen, como si yo mismo la hubiera visto, de Videla subiendo a una ambulancia, esposado, sacado desde la prisión de Campo de Mayo hacia una cárcel común. Fue hace once meses. Al tipo lo tuvieron que llevar en un vehículo aparte, porque los otros diez criminales no lo querían ni ver. Lo que me transmitió el testigo presencial fue algo patético: un viejo tembleque, atemorizado, con la mirada perdida. En eso se había convertido el asesino de masas, el general que condujo las operaciones para garantizar la tortura y el exterminio. En eso se había convertido el tipo que, vestido de civil, gesticulando como el que sabe hacerlo, decía que “los desaparecidos no tienen entidad, no están ni vivos ni muertos, no existen”. El bombardeo de tener que asistir a decenas de audiencias donde los sobrevivientes detallaban minuciosamente las humillaciones y los crímenes quizás había hecho mella en el dictador.
Ya nadie le dejaba una puerta abierta. Salvo un par de periodistas que lo entrevistaron –o simularon entrevistas–, Videla ya no tenía entidad; ahora el que no existía era él. Claro está, sí existía para los fiscales, las víctimas y los tribunales que lo taladraron con el peso de la Justicia. Claro está, salvo para el pueblo argentino, pequeña cosa, que ya no le tenía miedo. Pero Videla ya no calificaba para algún político que poco tiempo atrás se había pasado de listo. Sí, un político que en febrero de 2010 lanzó en una entrevista radial una frase que heló la sangre de muchos: “2011 tiene que parir un gobierno para los que quieren a Videla y los que no”. Sí, fue Eduardo Alberto Duhalde, y ésa fue una de sus últimas barbaridades antes de entrar al ostracismo, bien ganado.
A Videla lo habían dejado de lado los empresarios que siguieron amparando a su socio civil, el también detenido y fallecido José Alfredo Martínez de Hoz. Esos empresarios que salieron sin pudor en las necrológicas de La Nación para congraciarse con los deudos del megaempresario de las finanzas, la exportación, el acero, el trigo y la cacería de elefantes en África. Ese empresario que seguía (¿y sigue?) siendo venerado entre algunos de los que destruyeron el país y forman parte del selecto grupo del Consejo Empresario Argentino.
A Videla lo habían abandonado los editorialistas de los diarios reaccionarios salvo, claro está, La Nueva Provincia. Vicente Massot es uno de los pocos que da la cara por Videla. Hay que ver qué dice Mariano Grondona, siempre tan ubicuo.
A Videla lo habían abandonado los obispos que fueron parte de los crímenes. Hay que ver qué dice Héctor Aguer, el obispo de La Plata, sucesor de Antonio Plaza y quizá más reaccionario que su antecesor.
Videla no se quedó solo porque sí. Es más, al lado de tipos como Bussi o Menéndez parecía hasta de buenos modales. Millones de argentinos se habían comprado a Videla como la Pantera Rosa, que es casi como querer disfrazar al Lobo Feroz de Caperucita Roja. Pero si muchos compraron eso era porque había una porción de la sociedad capaz de comprar cualquier cosa. Esa idea angelical del pueblo sometido es demasiado inocente. Hubo complicidad. Y fue tan grande que Videla se fue a la tumba y las Abuelas siguen encontrando a los nietos de a uno. Nadie desembuchó cómo fue el plan y a quiénes les entregaban los pibes apropiados. Es decir, a Videla lo derrotaron sus enemigos: demócratas consecuentes, peronistas revolucionarios, revolucionarios de otro tipo, organizaciones de Derechos Humanos, y no mucho más. Hay que recordar al Pingüino ordenando que bajara el cuadro en el Colegio Militar y la pléyade de lamebotas diciendo que no era el momento, la manera y no se sabe cuántos otros argumentos más para esquivarle el culo a la jeringa. Pero sin ese pingüino, Néstor Kirchner, hay que ver cómo y dónde hubiera muerto el dictador.
Por eso, hay que ver los matices. Pese a los juicios que enfrentó a rolete desde 2003, Videla vivía en su casa de la avenida Cabildo al 400, frente al Instituto Geográfico Nacional (hasta hace poco se llamaba Militar y no Nacional), con su señora. Y no faltaban los que decían que vivía en el mismo edificio de toda la vida porque no robaba. Recién en 2008 fue a parar a una cárcel. Eso sí, en Campo de Mayo. En lo que era la prisión militar para oficiales que violaban el código militar. Una prisión que era como una torta recubierta de chocolate pero con un guiso feúcho adentro. Sí. Es así: por fuera, el Servicio Penitenciario Federal, pero con todos los beneficios provistos por militares de Ejército. Y acondicionado como si fuera una casa de fin de semana: con unas habitaciones especiales para los de “mayor jerarquía”. Un absurdo: ¿qué jerarquía tienen los reos de la Justicia por crímenes de lesa humanidad? Videla, técnicamente, era un ex militar. Fue destituido. En enero de 2009 –¡sí, recién en 2009!– le sacaron la jubilación de privilegio. En el mismo lote de ex funcionarios de la última dictadura que perdieron esa prebenda estuvo el padre de la actual reina de Holanda, Jorge Zorreguieta, que acompañó a Videla como secretario de Agricultura y que luego fue amparado como ejecutivo por Ledesma. Sí, nada menos que por Carlos Blaquier.
Hace un rato, en las radios, casi todos los gatos eran pardos. Es decir, casi todos hablaban del dictador, del asesino. Pero algunos de ellos se salían de la vaina y decían que murió Videla pero en la Argentina hay autoritarismo… Eso sí, de la complicidad de los dueños de los medios y de muchas de sus mejores espadas, ni una palabra. Es preciso reconocer la eficacia de esa idea: el paso del tiempo permite que un criminal sea un viejito inofensivo y un periodista que no te miente sobre la temperatura ambiente es un genio, aunque unos años antes haya trabajado en algún medio cómplice (o incluso alguno directamente de un genocida, como Convicción, de Massera).
La idea de estas líneas no es la de promover un orden jerárquico de enemigos de los genocidas. Para nada. Sino que la memoria no desdibuje. Quien escribe estas líneas, como dijo Néstor, forma parte de una generación diezmada. Pero agrego: integré una organización revolucionaria armada. Y no reniego. Ni niego mi pasado. Detesto la teoría de los dos demonios. Pero, sin ingenuidad, todavía hay muchos que están dispuestos a comprar diablos así como cuarenta años atrás otros compraban a Videla como la Pantera Rosa.
La pregunta que me hago es, ¿qué saben los pibes y las pibas de lo que fueron esos años de dictadura y de lo que fue este genocida en particular? ¿Qué valoran esos jóvenes de estas tres décadas de democracia? No tengo certezas. Prefiero una cuota de escepticismo. Sólo para poder entender mejor cómo transmitirles el interés por conocer el pasado, por entusiasmarlos con que es preciso tener identidad y comprometerse por lo que se quiere, por tener valentía para enfrentar las injusticias. Eso sí, no para bajarles línea y decirles: te la cuento, esto es así. En todo caso, te cuento lo que vi y lo que viví. Pero formate tus propias ideas. Sacá tus propias conclusiones. Hacé las cosas como creas mejor. Eso sí: por favor, mirá a los otros, sentí a los otros, escuchá a los otros. Cinchá con los otros.
19/05/13 Miradas al Sur
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