martes, 28 de mayo de 2013
Equilibrio entre populismo e institucionalismo
A diez años del corte histórico de 2003, muchos han señalado los logros del inmenso camino recorrido en ese período en diversos campos: desde la afirmación de los Derechos Humanos hasta la igualdad civil, desde la reconquista de la economía nacional en todos los rubros básicos de la economía hasta el avance de una legislación redistributiva que nos acerca a una sociedad más participativa e igualitaria.
Por Ernesto Laclau
Yo adhiero a esa celebración y quisiera tan sólo contribuir a ella con dos reflexiones acerca de la inscripción del camino recorrido en procesos históricos más vastos. El primero es el carácter latinoamericano de la transformación. Lo que ha acontecido en la Argentina se hermana a procesos similares que tuvieron lugar en otros países del área: la revolución ciudadana en Ecuador, la revolución bolivariana en Venezuela, la profunda transformación del sistema político en Bolivia. En todos estos casos se ha dado algo más que un cambio simplemente político: se ha dado una reconfiguración del accionar político que ha conducido a un nuevo modo de entender la relación entre el cambio social y las prácticas institucionales.
Yo diría que el kirchnerismo –como parte de esta onda general de cambio en América Latina– ha representado una nueva etapa histórica en la rearticulación de las dos vertientes fundamentales de la política: el populismo y el institucionalismo. El populismo es el momento de la ruptura, la instancia en que nuevas fuerzas históricas irrumpen y pugnan por superarlas formas institucionales del pasado; el institucionalismo es el modo en que estas rupturas cristalizan en una reconfiguración del Estado. El equilibrio que la Argentina ha logrado entre ambas dimensiones –conjuntamente con otros países del área– es un modelo, internacionalmente reconocido de modo creciente. No es de sorprender que la reacción conservadora haya seguido la ruta de unilateralizar la dimensión puramente institucional a expensas de la del cambio social (a lo que se suman las voces de algunos ex funcionarios del gobierno que hablan, estúpidamente, del balance globalmente negativo de una de las décadas más progresistas y creativas de la historia del país en el último siglo).
La segunda dimensión que quiero señalar se refiere a lo que el presidente Chávez advocaba como 'socialismo del siglo XXI'. Hay un rasgo de ese nuevo socialismo que quiero subrayar; su punto de ruptura con el socialismo clásico. Este último se fundaba en la centralidad ilimitada de la clase obrera y en una visión del proceso histórico fundada en esa creciente centralidad. Desde Gramsci, al menos, sabemos que la historia no avanza en esa dirección: el ejército de los explotados es mucho más heterogéneo y numeroso y la articulación política de todos estos sectores es la tarea esencial de una transformación histórica global. Es decir, que hay que mantener un equilibrio entre la proliferación horizontal de las reivindicaciones democráticas y la transformación vertical de los aparatos del Estado. Es este equilibrio el que se está logrando en la Argentina en la "década ganada".
24/05/13 Infonews
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