sábado, 25 de mayo de 2013
Periodismo de mierda parte 5
Celebración del cáncer
Imposible dejar de lado el tratamiento de la muerte de Hugo Chávez. Desde hace una punta de meses la celebración de su cáncer se perpetró hasta sin tomarse el trabajo del disimulo. Las informaciones sobre la enfermedad del presidente venezolano revelaban, más que información, tenebrosas expresiones de deseo. Aquellos que todo el tiempo claman por salir de la confrontación, por reconciliación y respeto y amor y etcétera, aquellos que a la hora de debatir sobre la penalización del aborto argumentan que la “vida es sagrada”, apostaron a conseguir, mediante el cáncer, lo que no consiguieron en las urnas.
Es muy cierto que el país, nuestro país, está dividido. Hasta Francisco, el flamante Papa, tomó parte activa en esa nuestra división. Pese a esa posición reaccionaria, disimulada con gestos de descenso hasta los desposeídos, el cardenal Bergolio ha llegado al podio celestial aquí en la tierra. (Parece que era cierto: Dios es argentino.)
Volviendo a nuestro país dividido, por suerte que así está. Los medios descomunicadores, acostumbrados a la impunidad, no se dan por vencidos. Ellos siempre tiran la primera piedra, y las otras también. Por supuesto que, ellos, le echan la culpa de la pedrada, a la piedra.
Por estos días ellos, los que proclaman que la Vida es sagrada, para vencer a Chávez, probadamente estériles con las urnas, acudieron a la Muerte, se la desearon sin asco, con obscenidad pornográfica.
Pero como con el cáncer no alcanza, ya muerto Chávez ahora apuestan a la fragmentación de los chavistas, a la lucha por el poder de quienes lo continúan.
La careteada no tiene límites: el periodismo de mierda, presumiendo de armonizador, editorializa escandalizado por “la actual división de los argentinos”. El filósofo Kovadloff, por ejemplo, nos avisa azorado que “este gobierno no ha necesitado más que reavivar viejas hostilidades enquistadas en un cuerpo colectivo que desconoce la fecundidad de la reconciliación porque ignora el sentido superior de la política.” El filósofo Kovadloff, tan reflexivo él, se saltea un detalle garrafal: que “la fecundidad de la reconciliación” no puede semillar en donde ni por asomo hay un genuino arrepentimiento; en donde, por el contrario, se recurre a la impunidad de la desmemoria e inclusive a la apología de crímenes de lesa humanidad. En fin, que el filósofo Kovadloff, desde su usina de mesura alimenta ese eufemismo repugnante que nombra como “reconciliación” a lo que directamente es impunidad, olvido mediante.
Trabajados para la confusión, trabajados para mirar la punta del dedo y no lo que el dedo trata de señalar, hay que decirlo aun a riesgo de la reiteración: no es que el país o la América latina se hayan dividido ahora. Estábamos divididos. Y encima fragmentados. Lo diferente es que ahora se ve esa división. Resulta incómodo, pero mejor que se vea. Más saludable.
Pero lo que verdaderamente irrita, lo que enerva a los poderosos de siempre reencarnados en el neoliberalismo, es que la América latina del siglo 21 ha empezado a funcionar como un organismo. Venezuela, Ecuador, Bolivia, Uruguay, Brasil, Argentina… el mentado sueño de la “patria grande” por primera vez en nuestra historia empieza a sentirse palpable, algo más, mucho más que el ruido de las palabras.
¿Y el estado de crispación? Cómo negarla, estamos adentro y somos parte de ella. Recibimos y producimos crispación al punto que, si hay algo muy bien repartido es la crispación. Pero ¡claro que estamos crispados! Tan crispados los prolijos como los desprolijos. Tan crispados los aseados bieneducados como las hordas de maleducados que no hay caso, no pueden tomar la sopa sin hacer ruido.
Después de todo, esto no es una mala noticia. ¿Por qué? Porque durante la crispación hay menos chances de ser hipócritas. No es poco.
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