martes, 28 de mayo de 2013
Década ganada La política y la fiesta Soledad Guarnaccia
La fiesta popular que conmemoró el 203° aniversario de la Revolución de Mayo y los diez años de gobiernos de Néstor y Cristina invita a pensar qué clase de hecho político es un acto kirchnerista.
¿Qué clase de hecho político es un acto kirchnerista como el que acaba de acontecer el 25 de Mayo? Aunque el carácter multitudinario de la convocatoria del sábado pasado ha conseguido que se atenúe en los medios la idea de que los actos kirchneristas son el exclusivo producto del "aparato" que a cambio de micros y choripán son capaces de movilizar el PJ y La Cámpora, algunos medios persistieron en un encuadre que repiten hace años: “espectáculos musicales para garantizar la convocatoria”, “ritual para poner en escena un relato que hace agua”, "el plan k para recuperar la calle", "celebraciones con milicias populares", etc. Tales interpretaciones tienden a no atender la complejidad que conlleva la reunión de experiencias tan diversas como las que confluyen en los actos kirchneristas.
En primer lugar, estas movilizaciones poseen algo del orden de lo inédito: cuesta encontrar en la historia argentina ejemplos de gobiernos que, tras diez años de gestión, hayan sido capaces de convocar a las multitudes en un marco predominantemente festivo. Este clima festivo pone en juego una amplia gama de afectos, pero de ningún modo recrea la escena, a veces mentada por opositores, de una plebe rabiosamente enardecida capaz de seguir ciegamente a su líder en su plan de “ir por todo”. Y sin embargo, aún cuando estos actos no ponen de manifiesto esta escena, conservan una fuerza política suficiente para generar repudios y activar fantasmas. Para los liberales, ya sea los confesos o los militantes de la impolítica, se trata de la enajenación de las potencias creativas del individuo en función del culto a la líder o el Estado. Para la izquierda más doctrinaria, es el “perverso” mecanismo por el cual la rabia de clase deviene amor al Estado. Y para los sectores conservadores y reaccionarios, el kirchnerismo es demasiado peronista y rosista: basta con leer la editorial dominguera de J. Morales Solá y su invocación al mito de que el kirchnerismo, como el rosismo en el siglo XIX, gobernaría implantando un sistema de delación colectiva.
Aún cuando los actos kirchneristas son predominantemente festivos, hay momentos en que la celebración invoca aquellas ausencias a partir de las cuales la multitud recrea la vivencia del duelo colectivo: ello ocurre cuando las voces de Néstor Kirchner –y también Hugo Chávez- irrumpen a través de un proyector de imagen y sonido, provocando un efecto de vacilación en los manifestantes: algunos hacen silencio como buscando dar crédito al deseo de que sus muertos no se han ido; otros aplauden cerradamente como signo de reconocimiento a quienes hasta ayer eran los conductores y ahora son personajes de la historia; finalmente, aparece el cántico colectivo en el que la multitud se ofrece como forma de trascendencia de los líderes que ya no están. Desde 2010 a esta parte, los actos kirchneristas no han dejado de expresar una dimensión del duelo, como la única forma colectiva de elaborar la pérdida.
Además del carácter festivo y la recreación del duelo, los actos kirchneristas suelen ser también conmemorativos y ello tiene que ver con la importancia que el kirchnerismo le asigna a la historia como discurso capaz de producir nuevos sentidos colectivos. Esto suele ser así no sólo porque estos actos se producen en ocasión de alguna fecha especial de la historia argentina que se busca conmemorar sino también porque en los discursos presidenciales aparece la idea de que los conflictos del pasado ofrecen más de una pista para comprender los conflictos del presente. Además, el kirchnerismo coloca el acento en la necesidad de reparaciones sociales frente a una historia en la cual los derechos de las mayorías han sido vulnerados por los sectores dominantes; finalmente, esa identidad política y colectiva que es el kirchnerismo se construye como heredera de otras identidades colectivas que emergieron en la historia –a modo de ejemplo, en el discurso de la Presidenta la cita con peronismo histórico fue la más invocada. Frente a esta lectura política de la historia, la oposición no ha construido una mirada histórica alternativa porque prevalece en ella la confianza en que el marketing político es la mejor usina para producir identificación, a tal punto que la cuestión de la identidad política queda subsumida al color que acompaña cada spot publicitario.
Asimismo, los actos kirchneristas son multitudinarios y policlasistas. Es imposible agotar las significaciones que adquiere la participación en los distintos actores que son interpelados: desde un militante de algún PJ provincial hasta los militantes del Partido Comunista, pasando por los de La Cámpora, el Movimiento Evita, Kolina, los sindicatos, etc. Más fácil, en cambio, resulta percibir cómo el kirchnerismo ha logrado transformar a una porción importante de aquel grupo que hace una década se reconocía como “votante independiente” y hoy no sólo se considera “kirchnerista” sino que además entiende que esa identidad lo compromete a asistir a los actos, como si su presencia allí fuese el requisito mínimo –orgullosamente aceptado- que se demanda para defender al Proyecto y a la Presidenta.
Además de policlasistas, los actos asumen un registro predominantemente “juvenilista que no sólo interpela al nutrido grupo de jóvenes que asisten a las manifestaciones. En ese carácter juvenilista, el kirchnerismo vehiculiza ciertos tópicos ligados a la reivindicación de la “trasgresión”, un valor que en determinadas épocas ha sido socialmente estimado por los jóvenes y que en general es altamente aceptado dentro de la cultura política peronista, pero sobre todo reivindica la pertenencia a un mismo colectivo. Así resulta posible que sean tantos los manifestantes que habiendo trasvasado holgadamente el límite etario que distingue a la juventud, se pliegan al canto de las agrupaciones juveniles cuando entonan el ya clásico "Cristina corazón, acá tenés los pibes para la liberación".
Finalmente, lo más importante de los actos no es el “espectáculo” sino lo que todos esperan: la palabra de Cristina. Porque los recursos audiovisuales, incluso algunos momentos de experimentación estética, adquieren relevancia en función del discurso de la Presidenta, como si las multitudes reconocieran que en esa palabra se concentra no sólo un rasgo distintivo del movimiento político al que pertenecen, sino uno de sus mayores capitales políticos. En su discurso del 25 de Mayo, Cristina abordó, como suele suceder, varios aspectos de la realidad política. Sin embargo, lo distintivo de ese discurso fue una de las tantas preguntas que lanzó a la multitud, una pregunta que, según admitió, la “desvela”: ¿cómo hace un pueblo, sabiendo que su conductora no es eterna, para sostener un proyecto político basado en la inclusión social y en la ampliación de derechos? No hay en la política argentina, y éste es otro de los rasgos distintivos del kirchnerismo, una fuerza capaz de convocar multitudes y convertir esa convocatoria en un espacio festivo que aborda la reflexión colectiva acerca de sus dilemas centrales.
Espacio festivo entre la conmemoración histórica y la elaboración colectiva del duelo; experiencia policlasista capaz de interpelar a los “organizados” y a los “sueltos”; clima juvenilista entre la trasgresión y la reivindicación de un sentido de pertenencia; y aprovechamiento de la oportunidad histórica de acompañar la palabra de quien es una de las más notables figuras políticas que ha dado la Argentina, los actos kirchneristas expresan una complejidad que desborda las viejas matrices interpretativas.
Télam
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