sábado, 18 de mayo de 2013
LULA DIXIT.
EXCLUSIVO: REPORTAJE A LULA, QUE HOY RECIBIRA SIETE DOCTORADOS HONORIS CAUSA EN ARGENTINA
“Yo era un indeseable que llegué a una fiesta a la que nadie me había invitado”
Luiz Inácio Lula da Silva, la cabeza visible del actual proceso de cambio en Brasil, repasa los diez años de gobierno del Partido de los Trabajadores en diálogo con el actual secretario del Centro Latinoamericano de Ciencias Sociales, Pablo Gentili, y su antecesor, Emir Sader, que lo entrevistaron como parte de un libro sobre esa experiencia.
Por Emir Sader y Pablo Gentili
Emir Sader y Pablo Gentili durante la entrevista con Lula da Silva.
Imagen: Ricardo Stuckert/Instituto Lula.
Luiz Inácio Lula da Silva es un ser práctico, intuitivo, que busca la resolución concreta de los problemas. Fue en buena medida por eso que se desarrolló en Brasil un complejo proceso de articulación política que tornó posible la prioridad de lo social y la promoción de políticas igualitarias, la soberanía externa y la recuperación del papel activo del Estado en la construcción de los derechos ciudadanos.
–¿Cuál es su balance de los diez años de gobierno del Partido de los Trabajadores?
–Creo que estos últimos diez años forman parte del mejor período que vivió Brasil en muchas décadas. Si analizamos las carencias que todavía existen, podemos reconocer que aún queda mucho por hacer para garantizarle a nuestro pueblo la conquista plena de ciudadanía. Pero si analizamos lo que hicimos, observaremos que otros países no consiguieron, en treinta años, hacer lo que nosotros conseguimos hacer en una década. Quebramos tabúes y prejuicios establecidos. Y algunas verdades se esfumaron. Primero probamos que era plenamente posible crecer distribuyendo riqueza, que no era necesario esperar el crecimiento para distribuir. Segundo, que era posible aumentar los salarios sin inflación. Durante los últimos diez años, los trabajadores tuvieron un aumento real en sus ingresos, el salario mínimo creció casi 74 por ciento y la inflación estuvo controlada. Tercero, durante esa década aumentamos nuestro comercio exterior y aumentamos nuestro mercado interno sin que eso entrase en conflicto. Antes decían que no era posible que crecieran al mismo tiempo el mercado externo y el mercado interno. Esos fueron algunos tabúes que rompimos. Y, al mismo tiempo, hicimos una cosa que yo considero extremadamente importante: probamos que poco dinero en mano de muchos es distribución de la riqueza y que mucho dinero en mano de pocos es la puerta para todo tipo de injusticias.
–¿La ruptura de esos tabúes fue percibida por la sociedad?
–Creo que mucha gente de clase media y rica terminó entendiéndolo. Quienes ironizaban sobre el Programa Beca Familia, el aumento del crédito para la agricultura familiar, el programa Luz para Todos y otras políticas sociales que desarrollamos, aquellos que los despreciaban diciendo que eran limosna, que eran mero asistencialismo, percibieron que fueron esos millones de personas, cada quien con un poquito de dinero en la mano, los que comenzaron a dar estabilidad a la economía brasileña. Hicieron que creciese, que generase empleo y más riqueza. Es una lógica que todo el mundo debería conocer. ¿Qué país del mundo va a crecer si su pueblo no tiene poder de compra? Desde el punto de vista económico, creo que nosotros marcamos una nueva trayectoria en la vida brasileña.
–¿Cuál es el gran legado de estos diez años de gobierno?
–Recuperamos el orgullo personal, el orgullo propio, la autoestima. Conquistamos cosas que antes parecían imposibles. Pasamos a ser más respetados en el mundo: la gente mira hoy a Brasil y no ve sólo chicos de la calle, Pelé o el Carnaval. Sabe que Brasil tiene gobierno, que este país tiene política, que este país pasó a ser tratado como referencia para muchas cosas que fueron decisivas en el mundo. Llegaremos al 2016 como la quinta economía del mundo. Pero lo más importante es tener en claro que el mayor objetivo de Brasil no es ser la quinta o la cuarta economía mundial. Es importante mejorar día a día la calidad de vida del pueblo brasileño, desde el punto de vista del salario, de la vivienda, del saneamiento básico o de la educación. Ya no nos tratan más como ciudadanos de segunda clase. Recuperamos el placer y el gusto de ser brasileños. El gusto de amar a nuestro país.
–¿Qué es lo que le produce más orgullo de todo lo que hizo en su gobierno?
–Siento mucho orgullo, en este caso es un orgullo muy personal, hasta un poco de vanidad, por pasar a la historia como el único presidente que no tuvo diploma universitario, pero creó más universidades en este país. Creamos 14 universidades nacionales nuevas, 126 nuevos campus universitarios y 214 escuelas técnicas superiores. Esto entre 2003 y 2010. Ayer recibí la carta de un señor que agradece la formación de su hijo, en Biomedicina. Es un chofer de ómnibus y también él está estudiando Derecho. Los dos pudieron cursar estudios universitarios gracias al Programa Universidad para Todos (Prouni). Pienso que esas cosas pasaron porque, en su sabiduría, el pueblo consiguió después de tanto tiempo, de tantos prejuicos, probar que uno del pueblo podía gobernar este país. Pudimos concretar aquellas tres promesas de mi discurso de asunción: “Primero voy a hacer lo necesario, después voy a hacer lo posible y, cuando menos lo imagine, estaré haciendo lo imposible”. Lo sagrado es no tener miedo de conversar con el pueblo. Cuando tenés un 92 por ciento de aprobación en las encuestas de opinión pública, quizá no necesitás conversar con el pueblo. Necesitás conversar con el pueblo cuando las papas queman, cuando estás siendo acusado, acorralado. Lo necesitás porque cuando conversás con el pueblo y lo hacés mirando a cada uno a los ojos, ellos saben distinguir qué es mentira y qué es verdad. Y quién está de qué lado en toda esta historia.
–¿La reacción de la oposición y de ciertos sectores de la prensa a los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) son desproporcionadas frente a esos resultados?
–En 1979, cuando surgió la bandera de la lucha por la libertad de organización política, posiblemente yo era la única referencia nacional unánime del movimiento sindical. Recuerdo que por primera vez hablé de la necesidad de creación del Partido de los Trabajadores en un encuentro en Sao Bernardo do Campo. Cuando finalmente lo fundamos, dijeron que no sería posible tener un partido con las características del PT, creado y dirigido por trabajadores. Después dijeron que no pasaríamos de una cosa pequeñita, linda y radical. Y nosotros no nacimos para ser bonitos ni radicales. Nacimos para tomar el poder.
–Pero también el PT nació para ser radical...
–El PT era muy rígido, y fue esa rigidez la que le permitió llegar donde llegó. Sólo que, cuando un partido crece mucho, entra gente de todas las especies. O sea: cuando uno define que va a crear un partido democrático de masas, al partido puede ingresar un cordero y puede ingresar un jaguar. Pero el partido llega al poder. Nuestra llegada al poder no fue vista por la actual oposición como una alternancia beneficiosa para la democracia. Ellos no lo vieron así. Yo era un indeseable que llegué a una fiesta a la que nadie me había invitado. Lo cierto es que entramos a la fiesta. Y lo peor para ellos: gobernamos bien. Así fue que intentaron usar el episodio del mensalao para acabar con el PT y, obviamente, terminar con mi gobierno. En esa época, había gente que decía: “El PT murió, el PT se terminó”. Pasaron seis años y quienes se acabaron fueron muchos de los partidos de oposición. El DEM ni sé si existe más. Creo que no. El Partido de la Socialdemocaracia Brasileña está intentando resucitar al “joven” Fernando Henrique Cardoso porque no creó liderazgos y no promovió nuevos cuadros. Estas cosas supongo que aumentan el resentimiento contra nosotros. Sin embargo, las elites nunca ganaron tanto dinero como durante mi gobierno. Ni las emisoras de televisión, que estaban casi todas quebradas. Ni los periódicos, que también estaban casi todos quebrados cuando asumí. Las empresas y los bancos nunca ganaron tanto. Pero los trabajadores también ganaron. El trabajador sólo puede ganar si a la empresa le va bien. No conozco, en la historia de la humanidad, un momento en que a una empresa le vaya mal y sus trabajadores consigan conquistar alguna otra cosa que no sea el desempleo.
–¿Por qué esto no se traduce en un análisis favorable de los gobiernos de Lula y Dilma por parte de la prensa brasileña?
–Este país está andando bien, pero es verdad que eso no se ve en la prensa. Es increíble. Una vez el ex presidente de Portugal Mário Soares vino a Brasil a hacerme una entrevista. Cuando llegó traía Le Monde, Der Spiegel, el Financial Times y muchas otras revistas y periódicos internacionales. Me dijo: “Lula, estoy enloquecido. Vengo de un continente en que todos sólo hablan bien de Brasil. Pero cuando llego aquí leo la prensa brasileña y dice que en este país nada anda bien”. Una parte de la prensa nacional parece querer sustituir a los partidos políticos. O sea, el debate que debería hacerse en el Parlamento, entre los partidos y por la sociedad, está siendo monopolizado por la prensa. Es realizado solamente por algunas redacciones y, dentro de ellas, por algunos pocos columnistas que intentan fingir que no son políticos, que son imparciales. Creo que eso es malo, muy malo. Intentar negar la política es un desastre. Es un error que puede ser cometido tanto por la derecha como por la izquierda. No sirvió en ningún lugar del mundo porque lo que vino después fue peor. Feliz la nación que tiene como interlocutores instituciones fuertes, sean ellas partidos, sindicatos, iglesias o movimientos sociales. Cuanto más fuertes sean las instituciones y los movimientos sociales, más fuerte será la democracia y más garantías tendrá. Y es esto lo que los sectores conservadores no comprenden.
–Lula, Brasil cambió en estos diez años y cambió para mejor. Y usted, ¿en qué cambió?
–Una de las cosas buenas de la vejez es sacar provecho de lo que te enseña la vida. La vida me enseñó mucho. Fundar un partido en las condiciones en las que lo hicimos fue muy difícil. Ahora que es un partido grande, todo es más fácil, pero yo viajaba de Norte a Sur de Brasil para hacer asambleas con tres o cuatro personas. Salía de San Pablo para Acre, en el extremo Norte, para hacer una reunión con diez personas o para convencer a Chico Mendes de que entrara en el PT. Era muy difícil hacer caravanas, viajar para el Nordeste, tomar un ómnibus, estar una semana caminando, haciendo reuniones al mediodía, con un sol terrible, explicando lo que era el PT para que la gente se afiliara. Yo cambié. Cambié porque aprendí mucho, pero continúo con los mismos ideales. Creo que sólo tiene sentido gobernar si uno consigue hacer que las personas más pobres tengan más oportunidades. Las personas necesitan solamente de oportunidades. Teniendo oportunidad, todo el mundo puede ser igual. La gente sólo necesita una chance. Creo que empezamos a hacer esto en mi gobierno. Pero la tarea no está terminada. Uno no cambia generaciones de equívocos en pocos años. Necesita tiempo para poder hacerlo. Creo que el camino que elegimos es el correcto.
–Y el PT, ¿cambió?
–Existen dos partidos de los Trabajadores. Uno es el PT del Congreso, de los parlamentarios, el PT de los dirigentes. Otra cosa es el PT de la base. Yo diría que el 90 por ciento de la base del PT continúa igual a lo que era en 1980. Sigue queriendo un partido que no haga alianzas políticas, pero al mismo tiempo sabe que, para ganar, tiene que hacer acuerdos. Es una base muy exigente, muy solidaria y todavía desconocida por parte de la elite brasileña que conoce el PT sólo superficialmente. El PT es muy fuerte en los movimientos sociales y en el interior del país. Esa fortaleza no siempre se expresa en la cantidad de votos. Pero también está el PT de las elecciones. En Brasil, o hacemos una reforma política o la política va a tornarse más perversa de lo que ya fue en cualquier otro momento. Es necesario que las personas entiendan que no solamente deberíamos tener financiamiento público de la campaña, como también debería ser un delito el uso de dinero privado. Que es necesario hacer el voto por lista, para que la pelea se dé internamente en los partidos. Podríamos tener un modelo mixto (un voto puede ser para la lista, el otro para el candidato). Lo que no se puede es continuar como está actualmente. El PT necesita reaccionar e intentar poner la reforma política en la agenda pública. Algunas veces tengo la impresión de que los partidos políticos son un negocio, cuando, en rigor, deberían ser una institución extraordinariamente importante para la sociedad. La sociedad tendría que creer en los partidos y participar en ellos.
–¿Entonces el PT no necesariamente cambió para mejor?
–Cambió porque aprendió la convivencia democrática en la diversidad. Pero también creo que, en muchos momentos, el PT cometió las mismas desviaciones que criticaba en los otros partidos políticos. Ese es el juego electoral que está en danza: si el político no tiene dinero, no puede ser candidato y no tiene cómo ser elegido. Si no tiene dinero para pagar la televisión, no hace campaña. El PT tiene que aprender que, cuanto más fuerte sea, debe tornarse más serio y riguroso. El PT necesita volver a creer en los valores en que creíamos y que fueron banalizados por la disputa electoral. Yo, sinceramente, creo que éste es el tipo de legado que tenemos que dejarles a nuestros hijos y a nuestros nietos. Probar que es posible hacer política con seriedad. Uno puede jugar el juego político, puede hacer alianzas, puede hacer coaliciones, pero para hacer política no necesita establecer una relación promiscua con nadie. El PT necesita volver urgentemente a tener esto como un horizonte propio, como un ejercicio práctico de la democracia.
–¿Qué lamenta de esta última década?
–Si hay un ciudadano que no puede quejarse por estos últimos diez años, soy yo.
17/05/13 Página|12
Los diez años que cambiaron Brasil
Por Eric Nepomuceno
Desde Río de Janeiro
El Bolsa Familia, de lejos el más amplio programa de transferencia de renta de la historia brasileña, cumple diez años. Instalado formalmente en octubre de 2003, a diez meses de la llegada de Lula da Silva a la presidencia, benefició hasta ahora a poco más de 50 millones de personas y ayudó a cambiar el rostro del país. Son dos los requisitos básicos para que se requiera el beneficio: tener una renta familiar inferior a 35 dólares por integrante de la familia y que los niños frecuenten una escuela al menos hasta completar el primer ciclo.
Si en el primer año el programa llegó a tres millones 600 mil domicilios brasileños, faltando poco para cumplir una década alcanza a 13 millones novecientos mil a lo largo y a lo ancho de todo el país. Considerándose la media de cuatro integrantes por familia, se llega a 52 millones de personas, una población superior a la de Argentina. Casi medio México.
El presupuesto destinado al Bolsa Familia en 2013 es de doce mil 500 millones de dólares, con un valor promedio de 35 dólares por miembro de familia beneficiada. Es poco, por cierto. Pero para los que se benefician, es muchísimo. Es la salvación.
Actualmente siguen beneficiándose del Bolsa Familia un 45 por ciento de los inscriptos originalmente en 2003. Son 522 mil familias que jamás dejaron de recibir la ayuda del gobierno. No hay datos oficiales sobre los demás 55 por ciento que inauguraron el programa, pero se considera que la mayor parte de ellos alcanzó otras fuentes de renta que, sumadas, superan el mínimo determinado para que recibiesen el subsidio.
Hay registros que muestran que, en diez años, un millón y 700 mil familias –12 por ciento del total que recibieron beneficios en ese tiempo– de-sistieron voluntariamente del beneficio, por haber obtenido ingresos superiores a los 35 dólares por cada uno de sus integrantes, el piso mínimo permitido para que se requiera el Bolsa Familia.
Por cierto, vale reiterar: el valor destinado a cada familia puede parecer poco. En realidad, es poco. Pero para los que vivirían eternamente condenados a un estado de pobreza aguda y absoluta de no ser por el programa, es la salvación.
Las conclusiones de todos los estudios dedicados a analizar los efectos del Bolsa Familia son unánimes en asegurar que ha contribuido de manera decisiva para reducir las inmensas brechas y desigualdades sociales que siempre han sido una de las llagas más visibles del país.
Cuando se implantó, el programa fue blanco de críticas furibundas de la oposición y de los grandes conglomerados de medios de comunicación, que lo reducían a un mero asistencialismo sin mayores efectos. Hoy admiten, a regañadientes, el papel esencial del Bolsa Familia, el más visible de todos los programas sociales de los gobiernos de Lula da Silva y ahora de Dilma Rousseff, para aliviar las agruras de familias vulnerables, asegurando que al menos sus hijos tengan acceso mínimo a servicios de educación y salud.
Contrariando la tesis que decía que la transferencia de renta a través de programas del Estado iría a perpetuar la miseria (la crítica más sonada hace diez años era la siguiente: si reciben dinero del gobierno, ¿para qué trabajar?), el resultado obtenido hasta ahora indica lo contrario.
Para recibir el beneficio, los niños tienen que frecuentar la escuela, donde reciben atención de la salud pública. Deficiente, insuficiente, por cierto. Pero mejor que nada. Pasados diez años, muchos de los hijos de las familias amparadas por el programa ahora viven por su propia cuenta, escolarizados y con chances concretas en el mercado de trabajo.
Las estadísticas indican que 70 por ciento de los beneficiados con más de dieciséis años de edad lograron trabajo, contribuyendo para aumentar la renta familiar.
Las familias más numerosas, y que viven en condiciones de miseria, reciben beneficios superiores a la media, que es de unos 300 dólares mensuales. La propuesta es complementar la renta familiar hasta alcanzar niveles mínimos. Los que tienen hijos en edad escolar tienen que comprobar que los niños van a la escuela. Algunas familias llegan a recibir 650 dólares al mes, dependiendo del número de hijos menores. Suele ser normal, en áreas de miseria extrema, que una pareja tenga ocho, nueve, diez hijos. En tales casos, la supervivencia de todos depende directamente de lo que reciben del Bolsa Familia.
Pasados esos diez años no hay lugar a ninguna duda: el perfil de la pobreza cambió radicalmente en el país. Muchas casas de pobres han sido ampliadas, recibieron tejados nuevos, pasaron a tener pisos de cemento o cerámica. Son casas muy humildes pero que cuentan con refrigerador, lavadora, televisores y, en muchos casos, con una computadora con conexión a la Internet popular (a precios muy bajos, subsidiados).
Y saltan a la vista, entonces, algunas de las incongruencias típicas, quizá inevitables, de esta etapa de transición entre miseria y pobreza, o entre distintos perfiles de pobreza. Hay casas de barro, sin desagüe y en condiciones sanitarias muy precarias, ostentando antenas parabólicas de televisión. Otras cuentan con luz eléctrica muy precaria, pero hay teléfono celular. Funciona mal, es verdad. Pero a veces funciona.
Hay casas con piso de tierra, sin agua potable ni canillas, con el baño afuera como hace medio siglo, pero con televisión. En algunos estados brasileños, el analfabetismo es de tal manera crónico que impide hasta la instalación de industrias que generarían empleo y esperanza de futuro.
Sí, es verdad, la miseria y la humillación persisten, pero ahora persisten de manera menos contundente, menos permanente. Ya no es como una sentencia eterna, un destino de por vida.
Por mucho tiempo politólogos, sociólogos, antropólogos y un montón más de ólogos seguirán discutiendo las bondades y las fallas de un programa destinado a redistribuir renta, a través del Estado, a los desamparados de siempre. Se seguirá debatiendo los pro y los contra del asistencialismo de Estado. Y, mientras tanto, 52 millones de brasileños habrán eludido un futuro cruel y pasando de la humillación de la miseria a la pobreza digna.
17/05/13 Página|12
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