lunes, 2 de junio de 2014

El día que Gabo entrevistó a Firmenich

Lo primero que impacta es su corpulencia de cemento armado. Lo segundo, su increíble juventud: 28 años. Ojos vivaces e intensos, risotada fácil que se abre sobre dientes marmóreos y raleados, patillas de pelo áspero, rojo y frondoso, y bigotes tan cuidados que podrían, lo más bien, ser postizos. De todos modos, tanto por el físico como por el comportamiento, basta con verlo una sola vez para entender por qué es tan difícil desacovacharlo: parece un enorme gato.
“Hola”, dice dándome la mano. “SoyMario Firmenich”. Que es como decir: el secretario general del Movimiento Montonero, el hombre más rastreado de las fuerzas represoras de la Argentina y uno de los más perseguidos del mundo por los periodistas. Y, sin embargo, su porte es tan natural que hasta podría parecer, también, mampostería. Es por eso que comienzo la entrevista tratando de pincharlo, de irritarlo.
“La junta militar presidida por el general Jorge Videla hace ya un año que está en el poder”, le digo. “Mi impresión personal es que este lapso de tiempo le bastó para exterminar a la resistencia armada. Ahora ustedes los montoneros no tienen nada que hacer, al menos en el terreno militar. Están despachados”.
Mario Firmenich no pierde la compostura. Su respuesta es seca e inmediata. “Desde octubre de 1975, cuando todavía Isabelita Perón estaba en el gobierno, ya sabíamos que en un año habría golpe. No hicimos nada para impedirlo porque, en definitiva, también el golpe formaba parte de la lucha interna del movimiento peronista. Pero hicimos nuestros cálculos, cálculos de guerra, y nos preparamos para sufrir, en el primer año, un número de bajas humanas no inferiores a 1.500 unidades. Nuestra cuenta era ésta: si lográbamos no superar este nivel de pérdidas, podíamos tener la seguridad de que, tarde o temprano, venceríamos. ¿Y qué pasó? Pasó que nuestras bajas fueron inferiores a lo previsto. En cambio, la dictadura perdió aliento, ya no tiene salida, mientras nosotros gozamos de un gran prestigio entre las masas y somos en Argentina la opción política más segura para el futuro inmediato”.
Es una respuesta arrogante, precisa y elocuente. Y, sin embargo, no termina de convencerme. Tengo la impresión de que subyazca un optimismo calculado. Se lo digo: “Soy optimista y me gusta la gente optimista, pero de las personas que son demasiado optimistas desconfío. ¿Por qué no pensar, por ejemplo, que también los militares hayan calculado con anticipación sus propias bajas? Son presupuestos que nadie conoce.
Probablemente, también ellos piensen que ganaron, ¿por qué no?”. Firmenich admite esta posibilidad, pero rebate muy rápidamente: “Los militares, cierto, deben haber calculado que entre marzo y diciembre de 1976 podrían aniquilar cualquier fuerza organizada que les fuese adversa, y poder dedicarse luego, en 1977, a cazar los últimos desechos dispersos. Más que cálculos concretos eran también hipótesis políticas: quizá ni siquiera ellos lo creyeron de veras. Aunque si lo creyeron, peor para ellos; porque esto significa que no conocen la dialéctica de un treinteno peronista”.
A pesar de tanta ostentación de lucidez política, todavía no logro escapar de la impresión de estar hablando, sobre todo, con un hombre de guerra. Y, de hecho, Mario Firmenich tuvo en su vida poco tiempo para dedicarse a otra cosa que no fuese la guerra desde que nació, en 1948, en Buenos Aires. Es hijo de un agrimensor que se graduó en Ingeniería a edad adulta: típico producto de la clase media asalariada argentina. En 1955, cuando la caída de Perón, Mario Firmenich tenía apenas 7 años, pero nunca olvidó la impresión que le causó ver pasar un camión cargado de obreros armados sólo con palos para defenderse contra el golpe militar. Hasta aquel momento Argentina había tenido, en menos de 22 años, 14 presidentes de la República, y ninguno había terminado su mandato.
El general Aramburu, el hombre que había echado a Perón de la presidencia, estuvo en el poder por cuatro años. Después se retiró a vida privada, y se encerró en un departamentito del octavo piso del número 1053 de la calle Montevideo, Buenos Aires, manteniéndose aparentemente lejos de cualquier actividad política. El 29 de mayo de 1970, dos jovencitos vestidos con uniforme militar lo levantaron de su casa, a las nueve de la mañana, con el pretexto de asegurar mejor su protección. Aramburu fue conducido hacia una vieja granja de la periferia de Buenos Aires, juzgado, condenado y fusilado.
Alguien debía haberles dicho a los autores de aquella ejecución capital que si hubiesen enterrado el cadáver bajo 50 kilos de cal viva, no hubiesen quedado siquiera los huesos. En cambio, sucedió justo lo contrario: el cuerpo se conservó intacto y de allí a poco tiempo afloró a la superficie y fue descubierto.
El movimiento peronista que se atribuyó la ejecución de Aramburu era en aquel tiempo casi desconocido; llevaba un nombre que pegó, Montonero. Mario Firmenich, que entonces tenía 22 años, había formado parte del comando que llevó a cabo la operación Aramburu. Pero no había entrado en la casa de Aramburu. Se había quedado en la vereda de enfrente, vestido de mariscal de policía, para vigilar que nadie viniese a mover el camioncito con el cual había proyectado transportar al general, y que no habían podido estacionar bien. Antes de aquella empresa había participado en otras 17 operaciones, pero su nombre no lo conocía nadie. El movimiento estaba por entonces compuesto sólo por diez personas, y Mario Firmenich estaba tercero en el orden jerárquico. Es por esto que digo que tanto su formación como su experiencia han sido sobre todo guerreras; pero cuando le hago observar que, a mi entender, lo que falta en Montoneros es la capacidad de operar decisiones políticas y que en la cabeza no tienen otra cosa que el aspecto militar del problema, Firmenich reacciona con mucha vivacidad. Yo insisto y le repito que, siempre según mi entender, la solución militar es la extrema, estrechísima alternativa que les queda a los montoneros. “Pero no, no es cierto, es todo lo contrario”, me replica él de inmediato: “Uno de los rasgos característicos de nuestra guerra revolucionaria es que no fue el ‘foco’ guerrillero el que generó el movimiento de masas: es el movimiento de masas el que precedió a la guerrilla, y de un buen cuarto de siglo. El movimiento de masas en Argentina comenzó en 1945 y el movimiento armado recién en 1970”.
En síntesis, su idea es que el movimiento de masas del peronismo avanza empujado por la dinámica misma de la propia conciencia y algunas veces precede incluso a la vanguardia política, cuando no hasta la suplanta. Dice que este movimiento tiene por objetivo la búsqueda de la justicia social, de la independencia económica y de la soberanía política de la Argentina. Es antiimperialista y antioligárquico, y dado que por 25 años pudo accionar sin la vanguardia política, este mismo hecho lo ha transformado también en antiburocrático, consecuencia de la traición de sus burócratas. “Hemos llegado a la lucha armada sólo cuando se agotaron y perdieron sentido todas las otras posibilidades de lucha política”, dice. “A cierto punto no tuvo más sentido el voto, no tuvo más sentido la creación de coaliciones electorales en compañía de candidatos no peronistas, no tuvieron más sentido ni el voto en blanco, ni el proyecto de golpe de Estado populista y ni siquiera los tres sucesivos y todos prematuros intentos de guerrilla rural. No tuvo ya sentido siquiera el regreso pacífico de Perón. Lo que quiero decir: el proceso no comenzó con los montoneros; los montoneros fueron su inevitable conclusión. Pero incluso la decisión de darse a la lucha armada ha sido, en sí, una política de masas”.
De toda la conversación que tuvimos, el tema que quizá más lo fascinó fue el de las modalidades absolutamente originales que tiene la guerra en la ciudad. Firmenich está persuadido de que el no poder disponer de zonas liberadas, en lugar de obstaculizar, facilita al revolucionario la guía política de las masas. Es decir, mientras el ejército está obligado a permanecer encerrado en sus cuarteles, los montoneros están por todos lados, y navegan en las masas como peces en el agua. El de los montoneros es un ejército que tiene sus propias fuerzas en el territorio enemigo; un ejército que se desarma cada noche cuando sus militantes van a casa a dormir, pero que sigue estando intacto y vigía incluso cuando sus soldados duermen.
Sin que él se dé cuenta, el análisis político-militar de Firmenich asume de a poco tonos líricos. Y yo trato de empujarlo por este camino: le pregunto, de una, si no piensa que tantos años de durezas, de peligros y de luchas hayan terminado por deshumanizarlo. El no se deja atrapar; responde: “Nadie se deshumaniza en una lucha humanista”. Sí, es una bella frase de un político; quizá hasta sea una frase verdadera, pero antes que nada es una frase que tiene un sonido literario. Y sin embargo, a Mario Firmenich, que terminó regularmente la escuela secundaria y que cursó por un par de años la facultad de Ingeniería, la literatura no le gusta. Nunca leyó una novela. Lee sólo libros políticos y casi nunca llega al final. Busca sólo en el índice las cosas que más le interesan, y va derecho.
Naturalmente, me mueve a suponer que este modo suyo de leer se debe a la vida tumultuosa que lleva. Pero él sostiene que no. Una cosa es vivir escondido, dice; otra es vivir en la clandestinidad. Firmenich está en la clandestinidad, y esto quiere decir que sus enemigos no saben cómo encontrarlo, pero él igual conduce su rutina doméstica, recibe visitas de amigos íntimos, asiste a ciertas fiestas muy privadas e incluso dedica ciertas horas del día a mirar televisión. El único verdadero problema es andar por la calle: Firmenich puede hacerlo sólo al precio de severísimas medidas de seguridad. Y así, lo que más le disgusta es no poder ir al cine. En los últimos siete años vio apenas tres películas.
Es natural imaginarse que un hombre que no sale de casa si no es para cumplir acciones de guerra haya estado muchas veces al borde la muerte. El, en cambio, tiene la impresión de haber corrido peligro sólo una vez, y por un operativo que, considerado a distancia de tiempo, en el fondo ni siquiera valía tanto la pena. Fue en diciembre de 1970: él y un compañero disfrazado de camarero trataron de desarmar a un policía que estaba de guardia nada menos que en el portón de la residencia presidencial de Olivos. Le quitaron la metralla, pero no antes de que el policía lograse disparar y herir a Mario Firmenich en un dedo: “Fue un milagro”, cuenta él, con mucho buen humor, “porque aquel dedo impidió que la bala me diera en el corazón”.
De un pincelazo, como por error, me cuenta que uno de los placeres más grandes de su vida es jugar con sus hijos. La noticia no me sorprende. La novedad más sorprendente que, en efecto, encontré en los militantes montoneros es que incluso cuando van por el mundo en misiones difíciles se llevan a los hijos. En sus refugios clandestinos los he visto cambiar pañales, dar el biberón a los niños, mecerlos entre los brazos y, mientras tanto, participar en una reunión política. “Es natural”, comenta Firmenich, riéndose con gusto: “Terminaron los tiempos en que se pensaba que fuese justo prohibirnos tener hijos”. Y agrega que si treinta años atrás los vietnamitas hubiesen pensado de ese modo, no habrían tenido a nadie más para ganar la guerra. “Los hijos son nuestra retaguardia”, dice.
El tema de los hijos lo trae otra vez a la situación de la Argentina: el país tiene el índice de desarrollo demográfico más bajo del continente. Es un país casi desierto, que debería duplicar su población si quiere lograr consolidar su propia independencia y enfrentarse al futuro. “Una familia tipo, en Argentina, hoy tiene tres hijos”, dice Firmenich, “es necesario que en el futuro tenga cinco. Dos para mantener en el mismo nivel el índice demográfico; tres para duplicarlo”. Pero sus consideraciones no son sólo de orden técnico: por experiencia de militante sabe que quien tiene hijos milita de otra manera en comparación con quien no los tiene. Entre otras cosas, porque está más atento a sí mismo y a su propia conservación.
No parece interesarle demasiado la pregunta que le hago, y que en estos tiempos es ritual en conversaciones de este tipo: ¿Qué espera que haga (Jimmy) Carter respecto de América Latina? Se limita a responder (creo que sin equivocarse) que “la libertad no puede venir de afuera”. En cambio, se vuelve todo radiante cuando le pregunto si se arriesga a hacer un pronóstico sobre el futuro inmediato de su país. “Por supuesto”, dice. “Este año terminará la ofensiva de la dictadura y, finalmente, se presentarán las condiciones favorables para nuestra contraofensiva final.
Y, al mismo tiempo, se verá que la única alternativa concreta a la dictadura es el movimiento peronista y montonero, que llevará a la creación del partido montonero.
Luego se pasará a la constitución de un frente de liberación nacional con objetivos antidictatoriales, antioligárquicos, antiimperialistas”. Firmenich está convencido de que la burguesía nacional, gravemente golpeada en sus intereses por las multinacionales, descapitalizada por las empresas del Estado, entrará también ella a formar parte de la coalición. Piensa que en el frente de la coalición confluirán incluso los partidos radical, intransigente y comunista, que aceptarán una transición al socialismo sobre la base de un programa aceptable para todos: expropiación de los monopolios extranjeros y expropiación de los monopolios nacionales. En definitiva, se encontrarán todos de acuerdo sobre un programa que respetará la propiedad privada de la pequeña empresa y de la cooperativa, pero que tendrá como objetivo la disolución tanto de las grandes empresas extranjeras como de la industria monopólica de Estado. Firmenich está tan convencido de esto que atribuye la derrota de los intentos revolucionarios de los años 60, en América Latina, al error de no haber entendido el rol que tienen las burguesías nacionales como empuje decisivo hacia la síntesis entre lo militar y lo político. “La revolución argentina”, concluye con un gran suspiro, “será la revolución de América Latina”.
Quizá tenga razón, pero no quiero darle la satisfacción de cerrar el coloquio con un tono tan triunfalista. Y entonces le arrojo una provocación algo dura de digerir para alguien nacido en el Río de la Plata: “Antes del Che Guevara, los argentinos no se sentían latinoamericanos. Ahora, en cambio, creen ser ellos los únicos latinoamericanos”. El irrumpe con una espléndida risotada que desarticula completamente su inmensa cautela de gato. A punto de cerrarse la puerta a mis espaldas, trato de precisar un último particular: “¿Desde dónde fechamos esta entrevista?”. Y él, haciéndome un cordial gesto de saludo, me responde: “Desde donde te parezca”. Que es como decir: desde ningún lugar. Más tarde, en el auto, mientras me voy, repasando mentalmente aquella conversación de casi dos horas, de un trazo me doy cuenta de cuál es la verdad: Mario Firmenich es el hombre más extraño que haya encontrado en mi vida.
Copyright L’Espresso,
Italia, 17 de abril de 1977.
Traducción: Matías Marini.

domingo, 1 de junio de 2014

Sábado 20 de enero de 2001 | Publicado en edición impresa Cartas de lectores BLAQUIER EL EDUCADO

"La propia naturaleza ha puesto en los hombres muchísimas y muy grandes desigualdades. No es igual su salud, ni su inteligencia, ni su voluntad, ni su talento para las diversas funciones, y de esta inevitable desigualdad deriva como consecuencia la desigualdad de las situaciones en la vida. Además, los hombres mejor dotados han sido siempre minoría. De todo lo cual resulta que son muchos menos los que están en los sectores más altos de la escala que los que se encuentran más abajo.
"Pretender eliminar estas desigualdades es ir contra el orden natural de las cosas y desalentaría a los más aptos para realizar la labor creadora del progreso a la que están llamados. ¿Qué aliciente tendrían en manifestar sus talentos si recibieran el mismo trato y los mismos beneficios que los menos dotados? De ahí el rotundo fracaso del socialismo colectivista (comunismo), muy a pesar de las buenas intenciones que algunos le puedan atribuir.
"Por supuesto que es un deber moral el tratar de atenuar la situación de los más desamparados, pero nunca al precio de anular el aliciente creativo de los más capaces so pretexto de establecer la igualdad entre desiguales.
"Por otra parte, la desigualdad también existió y existe en el comunismo. Se dice que a cada cual se le retribuye según sus méritos, pero, ¿quién es el que juzga los méritos de cada uno? Obviamente es el Estado todopoderoso, pero hay que ser muy ingenuo para ignorar que el Estado no premia a los mejores sino a sus amigos y correligionarios. En la economía de mercado, por el contrario, son los consumidores los que deciden el trato que deben recibir quienes les ofrecen sus bienes y servicios. Los que son capaces de ofrecerle lo mejor, son los que mejor retribución reciben.
"Se podrá pensar que los consumidores no siempre eligen lo mejor, pero, ¿quién tiene derecho de sustituir su voluntad? El ciudadano tampoco vota siempre lo mejor, pero esto no nos autoriza para sustituir su voluntad política.
"El que el consumidor o el votante elijan mal es un problema de valores culturales, y por eso los países subdesarrollados viven equivocándose. La solución no está en sustituir la voluntad del pueblo por otra que más nos guste, sino en educarlo para que esté en condiciones de elegir mejor.
"Es comprensible -no justificable- que por las características de la naturaleza humana los menos dotados se consideren injustamente tratados e intenten sustituir a los mejor dotados. Esto es lo que con toda razón se ha llamado "la envidia igualitaria".
"Conozco demasiados argentinos que se han destacado en el exterior. Saben que si se hubiesen quedado en el país no habrían tenido la oportunidad de manifestarse como hombres excepcionales y estarían ubicados en la extensa franja de los mediocres. Hace pocos días Domingo Cavallo dijo que nuestro presidente de la Nación será el Sarmiento del siglo XXI. ¡Ojalá que tenga razón! Sarmiento trajo grandes maestros al país y creó las estructuras básicas de un muy buen sistema de enseñanza. Varias décadas después hicimos las cosas al revés. Hoy los resultados culturales y educativos de este cambio de rumbo están a la vista."
Carlos Pedro Blaquier
Abogado
Presidente de Ledesma SAAI
Corrientes 415, Capital

“Carta fraguada”

Año 7. Edición número 315. Domingo 1 de Junio de 2014
No es preciso tener la capacidad deductiva de Guillermo de Baskerville, el monje y detective al que rrecurre Umberto Eco en El nombre de la Rosa, para constatar que el Vaticano siempre ha sido un templo de intrigas, conspiraciones y misterios pocas veces resueltos. Frente al nunca esclarecido envenenamiento de Juan Pablo I, cuyo Pontificado duró escasos 33 días, o el escándalo de las filtraciones de Vatileaks que precipitaron la renuncia de Benedicto XVI, una supuesta misiva apócrifa del papa Francisco –que desató un aquelarre de pseudovaticanólogos de cabotaje– no le hubiese sorprendido al detective con un pasado como inquisidor del Santo Oficio.
Para Guillermo de Baskerville la verdad es cuestión de hechos, no de palabras. En este caso, el misterio de la carta fraguada que no era tal, comenzó con una profecía:
A las 11 de la mañana del jueves 22 un tweet desata un cataclismo en las redes sociales. Su texto reza: “Intuyo q la carta en nombre del Papa a CFK es falsa. O es rara. No sé. Las cosas no se hacen así.” El tweet lleva la firma del periodista de Clarín e historiador, Marcelo Larraquy, un impenitente maratonista y autor –entre otros– de dos libros sobre Francisco. El último de ellos lleva el elocuente título “Recen por él”.
En menos de lo que canta un gallo, Federico Wals, un ex secretario personal de Bergoglio durante seis años, que hace dos meses debutó como el vaticanólogo de cabecera de Radio 10 y C5N, se sumó a la Cruzada:
“Somos dos...”, teclea el novicio Wals.
“Si vos tmb sospechas entonces estoy en buen camino. Abrazo!”, replica el hiperventilado Larraquy, poniendo en marcha una comedia de enredos, primicias y veleidades: “Me acaban de confirmar que mi popularidad en Twitter es del 85% Si quieres saber LA TUYA http://elmaspopular.com/app/ //despedí a mi CM”, informa Larraquy antes de autoadjudicarse en su perfil de Twitter el título de “descubridor de la carta papal trucha”, un galardón que ostentaba hasta el domingo por la tarde, cuando decidió quitarlo para echar un manto de piedad sobre el papelón.
A las 12 del jueves 22, Larraquy cabalga sobre su efimera popularidad y sentencia: “Que feo que la Nunciatura Apostólica en Buenos Aires escriba cartas en nombre del Papa en MAYUSCULAS. Protocolo tiene que enseñar esas cosas”.
A las 13 Larraquy insiste sobree su condición de oráculo: “Resistencia eclesiástica a Francisco. El “no” a la nueva Roma http://www.gacetamercantil.com/mobil/notas/54185/… Lo habíamos anticipado acá. http://www.clarin.com/edicion-impresa/lenta-agonia-obispos-conservadores_0_1077492376.html …” Más tarde, el autor de varios libros notables como la vida de Galimberti o López Rega usa los 140 caracteres para un nuevo autoelogio: “Cada vez tengo más olfato eclesiástico”.
Otro tanto ocurrió con Federico Wals: en lugar de confirmar o desmentir sus presunciones con la Nunciatura, con la Secretaría de Culto o con algún vocero autorizado del Vaticano, el novato vaticanólogo de C5N recurrió al obispo Guillermo Karcher, un ceremoniero pontificio, que está en el Vaticano desde 1993 y que por su condición de argentino tiene la delicada misión de sostenerle el micrófono al Papa.
“Cuando abrí el teléfono y por el WhatsApp vi la cartita, enseguida me di cuenta de que había algo raro: estaba el papel membretado de la Nunciatura, pero decía Vaticano y, además, el tono me pareció raro. Enseguida entendí que no era Francisco”, relató el prelado a la corresponsal de La Nación Elizabetta Piqué.
El WhatsApp era de Federico Wals. “Apenas vi la carta, que me parecía extraña, le dije a Federico: ‘Dame tiempo, dejame que averigüe’, y después nos pusimos de acuerdo para que me llamara y yo pudiera aclarar en vivo por el canal de que era una carta totalmente falsa”, detalló Karcher a La Nación.
Sin ninguna autoridad para actuar como vocero, el microfonista pontificio no apeló a una imagen bíblica cuando frente a las cámaras de C5N, definió la carta como “un collage de mala leche”.
Las palabras de Karcher –que obtuvo su instante de gloria– sonaron como música celestial en los oídos del conductor del noticiero central, el inefable Eduardo Feinman, y el aprendiz de exorcista Federico Wals.
El elenco estable de vaticanólogos de otros multimedios desplegó toda su parafernalia de superchería imaginando un proceso de excomunión comparable al de Juana de Arco, sentenciada a ser quemada viva en la hoguera o del hereje Galileo Galilei por sostener que la Tierra giraba en torno del Sol, y se rasgaban las vestiduras ante la presunta ofensa a la fé.
Los enviados a cubrir la visita papal a Tierra Santa se entrevistaban entre ellos sobre la redacción, la sintáxis y la puntuación de la inofensiva carta de salutación. Lo más sospechoso –decían– era justamente que no hubiera nada sospechoso en el contenido y vaticinaban horrendos castigos para la inmortal alma del responsable. En su improvisada caza de brujas, la Santa Inquisición periodística estuvo a punto de crucificar al Nuncio, un suizo más bueno que el pan, cuyo único delito era estar ausente de Buenos Aires. Y si toda la pesquisa no hubiese sido tan efímera hubiesen apelado a cualquier exorcismo para sabotear la presencia de la Presidenta en la Catedral Metropolitana durante el Tedéum del 25 de Mayo.
No es un secreto de confesión que Karcher comulga con el sector más conservador de la Iglesia Argentina, representado por personajes como el obispo platense Héctor Aguer y el arzobispo de Mercedes-Luján, Emilio Ogñenovich, los mismos que hace unos diez días filtraron a Clarín el borrador de un documento que le sirvió al diario para descontextuar una frase y titular que la Argentina está enferma de violencia. Sin embargo, si el Diablo había metido la cola en esta historia, no fue en Buenos Aires, sino en Roma. Algún actor local, más empapado en temas terrenales debe haber convencido al ceremoniero Karcher que fuera a la carga. No le fue difícil porque conocían una de sus debilidades: la figuración en los medios le produce una borrachera más potente que cualquier bebida espirituosa.
Algunos obispos –encolumnados con Bergoglio– que han visitado el Facebook de Karcher sostienen que allí el microfonista rinde pleitesía a Esteban Cacho Casselli, ex embajador del menemismo ante la Santa Sede y verdadero monje negro de las relaciones entre los sectores mas trogloditas de la Iglesia y los personajes más poderosos de la sociedad argentina. Difícilmente Karcher hubiese llegado en 1993 al Vaticano sin contar con la bendición de Casselli que, además del apodo de “el Obispo”, ostenta el título de Gentiluomo di Sua Santità, un cargo honorífico que ratificó la influencia de Cacho en Roma.
El viernes 23, la edición impresa de La Nación se había sumado a la Cruzada epistolar y una nota de la corresponsal en Roma, Elizabetta Piqué, pinta a Karcher como una figura providencial.
El único problema es que cuando el diario llegó a los kioscos el Vaticano había confirmado la autenticidad de la carta del papa Francisco a la presidenta Cristina Kirchner por el 25 de mayo.
Hasta Guillermo de Baskerville hubiera interpretado lapidariamente este caso que obliga a preguntarnos si somos respetuosos con la verdad. Lo más seguro es que el monje y detective hubiera repetido su frase de cabecera: “Huye de los profetas y de los que están dispuestos a morir por la verdad, porque suelen provocar también la muerte de muchos otros, a menudo antes que la propia, y a veces en lugar de la propia”.

La CNU revoloteó sobre el juicio por La Cacha

Cuando asomó al escenario de la ex Amia, su figura barbada pareció no haber cambiado demasiado desde aquellos días –ya con la dictadura retirada– en que se lo veía atendiendo en Libraco, la librería de Emilio Pernas en la calle 6, en el centro de La Plata. Juan Alberto Bozza –Beto– fue reconocido siempre como un tipo de izquierda con un perfil discreto; también en su actual actividad como profesor de Historia en las facultades de Humanidades y Periodismo de La Plata. Se le nota la larga experiencia como docente de colegio secundario; con tono calmo, llano, preocupado por ser claro y despertar preguntas, desgrana frente a los pibes lo mucho que sabe sobre historia del socialismo y del movimiento obrero. Muy cada tanto su parsimonia se desvanece. Por ejemplo, cuando explica con las manos que en plena guerra franco-prusiana los gobiernos enfrentados acordaron una feroz tregua destinada a reprimir el levantamiento de los obreros de París. En los setenta, un siglo después de la derrota de la Comuna, Beto militaba en el Partido Socialista de los Trabajadores (PST), organización con un desarrollo modesto en el ámbito platense y que por aquellos años reconocía –por lo menos hasta antes del golpe– a Coral como referente nacional.
El 7 de marzo de 2014, Beto vino a dar testimonio sobre los crímenes del terrorismo de Estado perpetrados en el centro clandestino de detención “La Cacha”, donde permaneció secuestrado durante más de dos meses. Estaba entonces “bajo bandera” –como se solía decir–, pero ya faltaban pocos días para que le dieran “la baja” y lo libraran de una buena vez de la conscripción en el Batallón 601 de Comunicaciones de City Bell. Las esperadas salidas autorizadas se habían sucedido sin inconvenientes hasta el 19 de abril de 1977. Era martes y a algunos colimbas les tocaba franco. También a Beto. El capitán Santiago Badías interrumpió de pronto la salida mandando al grupo de pibes a afeitarse. Menos a Beto, que no pareció sorprendido y caminó hasta la parada del colectivo en el camino Centenario. De inmediato se le cruzó un Chevy azul con tipos de facha inconfundible: la “patota”. La invitación a subir habrá sonado bastante más aterradora que las simples palabras pronunciadas desde la ventanilla: “Subí que te acercamos”. A partir de ese momento, Beto quedó encapuchado a merced del grupo de tareas y la siguiente parada fue “La Cacha”.
Su testimonio fue el de un profesor de historia dando cuenta de un fenómeno del pasado. El relato armonioso y pausado recorrió las múltiples dimensiones del cautiverio: los interrogatorios bajo tortura, los apodos de los represores, las posibles escalas jerárquicas entre ellos, las identidades políticas de los secuestrados, los deslices de las capuchas para mirar por instantes lo que se pudiera, la agudización de la memoria para traer ante el Tribunal los sonidos recurrentes de dolor, las siluetas, las fechas y las horas aproximadas de los “traslados” y los nombres tirados ocasionalmente por los prisioneros para evitar caer en el olvido.
Fue una declaración analítica y racional. Pero se crispó al recordar la miseria intelectual de sus interrogadores, que insistían en preguntarle por armas cuando él había militado en una organización que –era bien sabido– rechazaba el uso de la violencia. Beto revivió su indignación ante el hecho de que los represores desconocieran totalmente la naturaleza política del PST. Muy molesto recordó que el “experto en PST” (pronunció estas palabras con subrayada sorna) que le plantaron adelante durante el último interrogatorio le dijo: “Mirá que, a pesar de las relaciones comerciales con Argentina y la presunta distensión y convivencia pacífica con los soviéticos, nosotros sabemos que los rusos tienen el cuchillo bajo el poncho”. Le pareció inconcebible que estas bestias fueran incapaces de distinguir un “trosko” de un “pecé”. Tal vez su recurrencia en esta curiosa denuncia frente al auditorio estuviera especialmente destinada a los acusados; una especie de revancha de este intelectual que sigue considerando a la historia como su única arma.
Hizo demostración de su poder de observación al relatar que un día, mientras caminaba llevado por un guardia hacia el baño, percibió tras la capucha la luminosidad de una puerta que se abría. En medio del griterío adivinó que alguien caía al suelo entre golpes y patadas, arrastrado por un grupo de tareas que irrumpía por el pasillo taconeando y cantando a voz en cuello: “Cálzame las alpargatas, / dame la boina, carga el fusil. / Cálzame las alpargatas, /dame la boina, carga el fusil. /Me voy a matar más rojos, / me voy a matar más rojos / que flores tienen mayo y abril, /que flores tienen mayo y abril”.
Beto reprodujo ante el Tribunal Oral en lo Criminal Federal Nº1 de La Plata sus meditaciones de hace treinta y siete años: “Yo conocía ese himno porque era estudiante de Historia de la UNLP. Ese himno también lo cantaban, en aquella época, las organizaciones políticas universitarias de ultraderecha”. Explicó que era una canción carlista adoptada por los falangistas durante la Guerra Civil Española. No cualquiera la conocía. Sólo gente de un grupo políticamente motivado podía cantar semejante cosa. No los ignorantes que lo habían interrogado a él. Y reafirmó su conclusión de entonces: esa patota que entraba trayendo a “La Cacha” a una persona secuestrada tenía que ser de la CNU.
Es de esperar que el Tribunal preste la debida atención al blanco al que apuntó con sus reflexiones este pacífico y certero historiador.
Pelusa y el botón. Hasta ahora no había dado ningún testimonio, pero cuando Ramoncito le preguntó si se animaba no lo dudó. Estuvo catorce años fuera del país y volvió hace poco, pero la familia Ramírez Abella siempre fue unida, resistente y luchadora. Aún desde lejos y en otro idioma, no perdió de vista a los parientes ni olvidó las historias de las cuatro últimas generaciones. Que Ramoncito y Leticia, los hijos de su prima hermana Elbita Ramírez Abella y Arturo Baibiene, quisieran que hablara ante el Tribunal imponía una sola respuesta: sí.
María Rosa Gui apareció muy segura en la sala, y con voz grave relató cómo buena parte de la familia Ramírez Abella fue atropellada por el terrorismo de Estado. Tres mujeres jóvenes, militantes montoneras, fueron perseguidas, secuestradas y desaparecidas: sus primas hermanas Elbita, Alicia y María Nélida –Maneli. También los compañeros de las tres fueron devorados por la dictadura. En abril de 1977, en un operativo conjunto se asesinó a Arturo Baibiene y se secuestró a Elbita. En diciembre se llevaron a Alicia y a Daniel Cassataro. Y también a Maneli y a Osvaldo Depratti. Los represores se apoderaron de sus cuatro sobrinos, y sólo la búsqueda de los Ramírez Abella impidió que terminaran apropiados: Leticia y Ramón (hijos de Elbita y Arturo), Juliana y Rosana (hijas de Alicia y Daniel) y Ramiro (hijo de Maneli y Osvaldo) pudieron retornar con lo que quedaba de su familia. Mucho tenía para contar María Rosa, aunque el recorte judicial la obligara a focalizarse en Elbita, que es víctima en esta causa porque fue vista en “La Cacha”.
Numerosos sobrevivientes testimoniaron sobre la permanencia de Elbita en ese centro clandestino. Julia Pizá y Leticia y Ramón Baibiene habían detallado en una audiencia anterior lo acontecido en la casa de Berisso el 26 de abril de 1977, cuando la patota asesinó a sus padres, el Ruso Paira y Arturo Baibiene, y se llevó a sus madres, Liliana Pizá y Elbita Ramírez Abella. También sobre este operativo habló María Rosa. Centró su atención en lo que había ocurrido con los nenes, que eran entonces muy chiquitos (Leticia, la mayor, todavía no había cumplido los cuatro años). Pero tenía mucho más para decir, y sus palabras sobrepasaron el estrecho marco establecido por los jueces que arman las causas. No siempre la verdad histórica entra en un espacio tan pequeño, y hay que hacer un esfuerzo para hacerle lugar en el proceso. Muchos testigos lo hacen. Y también María Rosa. Cuando dejó de hablar, apenas si recibió unas pocas preguntas por parte de los abogados.
Días después acordamos por teléfono una visita a su casa. En torno a la larga mesa del comedor, durante horas dejamos caer las preguntas que veníamos guardando desde su declaración. “A mí también me sorprendió que no me preguntaran mucho; así serán las cosas... Tenía que elegir por dónde empezar a contar y me decidí por el día de mi casamiento, como para poner un punto de arranque… pero sobre todo porque tenía que decir lo que por tantos años me llenó de bronca”, dijo.
María Rosa se casó con Rubén el 21 de enero de 1977, y la decisión de la lista de invitados, como suele ocurrir sobre todo en las familias grandes, tuvo muchas idas y vueltas. La represión estatal dejó su huella también en los preparativos de los novios: las hijas de Gorgo Ramírez Abella, Alicia y Elbita, ya habían avisado que no vendrían, igual que Maneli, la hija de Carlos. Se sabían perseguidas y estaba fuera de discusión que sumaran el riesgo de venir a La Plata. Tampoco vendrían sus maridos, claro. La cuestión más conversada fue qué hacer con Ana. “Que sí, que no… pero al final la invité”, explicó.
Con Ana eran amigas desde chicas; María Rosa había estado en su casamiento y el problema era precisamente el marido, Horacio Hernández. El tipo, a poco de casados, se había metido en la Policía y andaba de civil en un Falcon verde por La Plata. “Una vez estábamos en la Modelo y lo vi parado o saliendo de la SIDE, ahí a la vuelta”, recordó.
La tradicional cervecería Modelo, en la esquina de 5 y 54, era una referencia obligada para ubicar el local de la Dippba (Dirección de Informaciones de la Policía de la Provincia de Buenos Aires), habitualmente nombrada por error como SIDE (Secretaría de Informaciones del Estado). “El tipo andaba siempre ‘calzado’ y no era un policía común, era de investigaciones”, describió.
A Ana no se la veía muy bien con este Hernández. Una vez los Ramírez Abella tuvieron que intervenir porque “el tipo la maltrataba, creo que le pegaba y todo, pero como siempre… por los chicos… Ana siguió con él”. La amistad de las mujeres fue tal vez lo que llevó a Hernández a decirle en privado a María Rosa: “Escuché el nombre de Héctor, va a haber un allanamiento… que se cuide”. Se refería a Héctor Gui, el hermano menor de María Rosa, que por ese entonces militaba en la Juventud Guevarista. Pero también el papá se llamaba así, y María Rosa le contestó: “No, no, lo de mi viejo es de hace mucho, nada que ver… fue una cosa armada para perjudicarlo”.
No sabe si por inocencia o por negación, la advertencia de Hernández la transportó en el acto a la década del cuarenta, cuando Héctor Gui padre terminó preso a causa de una jugarreta ejecutada por la Policía para obligarlo a retirarse como candidato de una lista del justicialismo bonaerense. Gui tuvo que renunciar a la lista, pero los antecedentes le quedaron plantados y por eso María Rosa pensó en él. Pero el “botón” no dudó: “No es tu viejo, es tu hermano…, que se cuide”, le dijo.
Después de la luna de miel, Héctor les contó detalles de la fiesta que habían pasado desapercibidos para los novios. El “botón” Hernández estuvo toda la noche atento a los movimientos de Héctor y sus amigos, todos adolescentes. A tal punto que cuando dos de ellos –Jorge y Diego– salieron a buscar cigarrillos, se ofreció para llevarlos en auto. Y los pibes fueron, nomás. Desde que subieron al auto, Hernández se mostró interesado en sus actividades políticas. Con insistencia creciente. Durante el largo trayecto que les llevó encontrar un kiosco abierto, las preguntas se convirtieron en llana “apretada”: “¡Vamos!, que sabemos en qué andan, no se hagan los boludos…” .
Los chicos creyeron que los iba a hacer boleta a la vuelta de cualquier esquina. Pero volvieron juntos a la fiesta, disimularon el susto y se tranquilizaron. Por poco tiempo. En febrero lo secuestraron a Cachito, militante del PRT; en marzo a Luis Alberto y a su compañera; en julio se llevaron a Diego. Salvo Cachito, todos eran de la Juventud Guevarista. Después de mucha resistencia, Héctor y dos compañeros se resignaron a marchar al exilio. Llegaron hasta Paso de los Libres coimeando gendarmes y después Héctor se instaló definitivamente en Suecia. El “botón” hizo su trabajo.
Las primas del alma no pudieron estar en la fiesta, pero las formalidades familiares obligaron a cursar invitación a una rama con follaje de sombra demasiado densa. Se trataba del hermano de la mamá de Elbita Ramírez Abella, el subcomisario Carlos León, su esposa Ñata y Carlos (h), más conocido en La Plata por su apodo: Pelusa. María Rosa no recuerda si también fue a la fiesta la mujer de Pelusa León, Mónica.
“Carlos León, el viejo, a pesar de ser policía y subcomisario no caía mal en la familia… Más aún, creo que se lo veía como a un hombre confiable y respetuoso; decían que cuando hacía un allanamiento pedía con qué limpiarse los zapatos para no ensuciar el piso de la casa… La cuestión era con Pelusa, un tipo abominable”, recordó María Rosa Gui.
A mediados de los setenta, Carlos León (a) Pelusa entró a trabajar en el Hipódromo de La Plata, en el pabellón de la Pelouse, el reservado para los socios del Jockey Club, junto con su prima Elbita Ramírez Abella. Ella estaba en la “mesa de cotizaciones” y él era “cotizador”, puestos un poco más elevados que los simples vendedores de boletos. María Rosa lo recuerda ya en aquella época como un tipo especialmente cuidadoso con su ropa, pero reitera: “Con cara de hipócrita”. La Pelouse ofrecía trabajo de dos días semanales a cambio de un considerable salario, y por eso congregaba a muchos estudiantes y personajes de los sectores medios platenses. Hasta la obligación de ir con saco y corbata le agregaba un plus interesante. Algunos de los que trabajaron allí a inicios de los setenta remarcan la presencia de algunos personajes de la CNU, lo que catalizaba continuas discusiones políticas que ya formaban parte de una atmósfera más general. Hasta antes de la vuelta de Perón, los debates eran más bien amables, como de sobremesa. Luego la situación cambió. Tres CNU se destacaban en particular: Eduardo De Urraza (a) Lobo, Néstor Causa (a) El Chino y Juan Carlos Gomila, apodado Gomilita, para diferenciarlo de sus hermanos que no andaban por el mismo sendero político. El cortejo de adherentes no era muy numeroso. Uno era Pelusa León. “Que Pelusa era CNU no había ninguna duda en la familia, y también policía –como su padre–; creo que antes tuvo una gestoría o algo así, pero luego eso lo dejó”, recordó María Rosa.
Pelusa se casó en 1973 y “sólo los grandes fueron al casamiento. Creo que tío Gorgo, el padre de Elbita y Alicia, comentó alarmado que festejaron a la madrugada tirando tiros de pistola al aire… ¿Dudas de que era CNU? Ninguna. ¿Saben quién le salió de padrino del civil? Ese que los Montoneros mataron en el Cine 8”. ¿Salas? Sí: Salas… ese fue el padrino, fíjense que cuando lo matan a Salas el que fue a recoger el cadáver fue el mismo Pelusa. ¡Ninguna duda!”.
La referencia es a Martín Salas, uno de los jefes operativos de la CNU de La Plata, muerto por Montoneros en agosto de 1974. Un amigo de la mujer de Pelusa que asistió al casamiento apadrinado por Salas aún hoy se lamenta: “Debe haber alguna foto donde tengo al lado a Gomilita”.
Fachos en el Hipódromo. El Hipódromo de La Plata fue un lugar privilegiado por la CNU para asesinar gente indefensa. No hay registro de que hayan mantenido enfrentamientos con grupos o militantes de la izquierda enrolados en organizaciones armadas. Eran especialistas en ejecuciones por la espalda. En la Pelouse trabajaba también Luisa Córica, una militante elegida allá por 1974 como delegada de los empleados por reunión. El domingo 6 de abril de 1975 la esperaron a la salida de la última carrera y la secuestraron en la estación de trenes a la vista de mucha gente. Luisa opuso una enorme resistencia, pero estaba sola frente a un equipo de asesinos. La encontraron masacrada y con la inconfundible firma de la cobardía de la banda: las manos atadas atrás con alambre.
En febrero de 1976, poco antes de golpe, el gobernador bonaerense Victorio Calabró seguía cumpliendo su promesa de limpiar de zurdos la provincia. Para eso contaba con la entusiasta colaboración de la banda de la CNU. Otro de sus objetivos a eliminar fue Carlos Domínguez, dirigente de los trabajadores del Hipódromo y presidente del PJ platense. El testimonio que brindó ante la Justicia un trabajador del Hipódromo que también estuvo en la Pelouse señaló a la patota CNU bajo el mando del Indio Castillo como responsable de este crimen. Además identificó a varios de sus integrantes como asalariados en el Hipódromo: Tony Jesús, un tal Blanco, Richard Calvo y el Chino Causa. María Rosa no tiene un registro preciso, pero cree que por esa época Elbita no trabajaba más en el Hipódromo. Tal vez a partir del 1° de julio de 1974, con la muerte de Perón, la organización tomó otros recaudos.
“Elbita está viva”. Después del operativo perpetrado por “fuerzas conjuntas” contra la casa de Berisso el 26 de abril de 1977, la confirmación de los asesinatos de Arturo Baibiene y Alberto Paira y los secuestros de Elbita y la NegritaLiliana Pizá, los esfuerzos inmediatos de los Ramírez Abella se concentraron en la localización de los chicos Leticia y Ramón Baibiene. Unos días más tarde lograron encontrarlos, pero los habían dejado depositados junto con una bebita desconocida. Afortunadamente, Leticia, de tres años y medio, se negó a separarse de su “primita” de pocos meses de edad y obligó a los abuelos a llevarse a la bebé con ellos. Ni bien la vio en la casa familiar, María Rosa se dio cuenta de que era Julia, la hijita de Liliana y Alberto, y la restituyeron a la familia Pizá.
Recuperados los nenes, los Ramírez Abella pudieron dedicarse exclusivamente a buscar información sobre Elbita. Más o menos por junio del ’77, casi dos meses después del operativo, el subcomisario Carlos León fue a ver a su hermana Elba para llevarle noticias sobre la hija desaparecida:
Pelusa vio a Elbita… Elbita está viva.
–¡Está viva! ¿Pero dónde, dónde está, dónde la vio Pelusa?
–Dónde no sé, pero la vio.
María Rosa no sabe cuánto habrán insistido los Ramírez Abella en interrogar sobre su afirmación al viejo León. También cree posible que se hayan limitado a escuchar enmudecidos la escasa información que les traía. Después de todo, León padre estaba comunicando también que Pelusa se negaba a decir dónde mantenían secuestrada a su prima hermana.
Elbita Ramírez Abella y Liliana Pizá estuvieron en “La Cacha”; los testimonios de los sobrevivientes lo ponen fuera de duda y no hay registros del paso de las chicas por ningún otro lugar de detención. Ambas continúan desaparecidas. “La Cacha” fue un centro de articulación de fuerzas represivas heterogéneas: la Policía de la Provincia de Buenos Aires, Inteligencia del Ejército, el Regimiento 7, el Servicio Penitenciario, la Marina. ¿Pelusa León también anduvo por allí?
No sería extraño dada su doble condición de policía de la Provincia y adscripto a la CNU. Además, ¿dónde más que en “La Cacha” pudo haber visto a Elbita? En 1984, el ex agente del Batallón 601 de Inteligencia del Ejército Orestes Estanislao Vaello reveló ante la Conadep que a fines de 1975 se ordenó que la banda CNU quedara bajo el mando del Batallón de Inteligencia 101 del Ejército, y que en La Plata era responsabilidad del Área Operacional 113 comandada por el coronel Roque Carlos Presti.
Según Vaello, hasta octubre de 1975 la CNU estaba bajo el mando del Ministerio de Bienestar Social por intermedio de las Tres A de Aníbal Gordon. De allí en más, dependería de la Inteligencia del Ejército. Está probado que el SIE (Servicio de Inteligencia del Ejército) estaba presente, y mucho, en “La Cacha”.
El recuerdo de María rosa continúa fresco: “A Pelusa no lo queríamos ni ver, pero con Carlos padre no estaban tan mal las cosas… y con su mujer, Ñata, tampoco. Fuimos a su casa con mi mamá en una visita de cortesía; sería 1976 más o menos. En la casa había como un galpón, o un local grande, y no sé bien cómo llego hasta allí y abro la puerta, y bueno… cocinas, heladeras, muebles, de a dos, de a tres, equipos de música, mucho, mucho. Mi tío vino enseguida atrás mío y se interpuso, nervioso. ‘¿Y esto?’, le dije. ‘Bueno… Fulanito, un amigo de Pelusa, se muda y le tenemos las cosas acá’, me contestó inseguro mientras trataba de hacerme salir del galpón. ‘¿Y vos qué pensaste sobre semejante acopio de cosas?’, le preguntamos a María Rosa. ‘Qué mudanza ni mudanza, pensé. Todo esto es robado. Un año después, cuando entramos a la casa de Berisso donde vivían Arturo y Elbita, ni las canillas dejaron… ¡se robaban todo! Hasta la calesita que les habíamos regalado a los chicos se llevaron’”.
Y agregó: “Mirá cómo son las cosas… me han dicho que este tipo hizo mucho dinero y hasta de la Policía lo echaron. Llegó a comisario y ¡lo exoneraron! ¿Sabés qué hace ahora Pelusa León? Está con un cargo directivo en el Colegio San José… ellos son de las familias cristianas, o algo así… ¡del Opus Dei!”.
Egresados del San José lo confirman: Carlos León (a) Pelusa es profesor de Religión y Asesor de la Dirección del Colegio que depende del Arzobispado de La Plata. ¿Cantará por lo bajo en los recreos “me voy a matar más rojos / me voy a matar más rojos / que flores tienen mayo y abril / que flores tienen mayo y abril?

The New York Times y el “embargo” a Cuba

 Edición número 295. Domingo 12 de enero de 2014
La política de Washington fue un fracaso.
En la edición del 12 de diciembre pasado, bajo el título “Liftthe Cuban Embargo” (Levantar el embargo a Cuba), la página de Opinión de la versión digital del influyente The New York Times publicaba un nuevo editorial sobre la criminal política que por más de 50 años aplica el gobierno de Washington contra nuestro país. El hecho pasó prácticamente desapercibido para la prensa nacional e internacional.
No es esta la primera vez que ese medio, uno de los de mayor difusión en Estados Unidos y en todo el mundo, se pronuncia al respecto sin repercutir favorablemente hasta hoy en el desempeño político de la administración norteamericana en relación a Cuba.
Como siempre, utilizan el término “embargo” para identificar una política de bloqueo cruel e inhumana que ha provocado incontables penurias y dificultades a nuestro pueblo; la más prolongada y férrea que imperio alguno haya aplicado jamás a otra nación en toda la historia de la humanidad.
Critica a algunos miembros del Partido Republicano y legisladores cubano-americanos por su postura respecto al breve saludo del presidente Obama a Raúl Castro en la ceremonia de homenaje a Nelson Mandela en Sudáfrica: “Su reacción ante un gesto de cortesía común no debería ser una sorpresa dado el compromiso sin sentido de Washington a una política fracasada de 50 años hacia Cuba.” El hecho provocó toda una alharaca en los medios, redes sociales de internet y la extrema derecha con sede en Miami.
Refiere las supuestas tentativas del presidente Obama “para aliviar el embargo en 2009, al permitir a los cubanoamericanos visitar y enviar remesas a la isla. También allanó el camino para que las empresas de telecomunicaciones establezcan acuerdos de licencia en Cuba.” Sin embargo, en esta etapa presidencial, las acciones de persecución de las transacciones financieras cubanas han sido más férreas que nunca, limitando incluso el normal desarrollo de sus actividades a la Sección de Intereses Cubanos en Washington y a nuestra propia representación ante las Naciones Unidas.
Muy reciente, precisamente el día en que se conmemoraba el aniversario de la carta de los Derechos Humanos, medios de prensa daban a conocer la decisión de ese gobierno, a través de la Oficina de Control de Activos Extranjeros del Departamento del Tesoro (OFAC), de imponer una nueva multa a la entidad bancaria Royal Bank of Scotland, esta vez ascendente a 100 millones de dólares, por negociar con países objeto de sus sanciones, entre ellos Cuba. Debido a tal situación, durante el último año, los costos de financiamiento por la percepción de riesgo para el país se incrementaron en un 76 % con relación al 2012.
The New York Times acusa al gobierno cubano de no haber “ayudado” al no impulsar “públicamente cambios significativos desde entonces.” Tales condicionamientos, por supuesto, no pudieran ser otros que el retorno de Cuba al capitalismo; otra fórmula para la administración norteamericana resulta inadmisible.
El artículo se refiere, además, a uno de los temas del momento: el del contratista del Departamento de Estado norteamericano Alan Gross, detenido, enjuiciado y condenado en nuestro país por acciones en contra de la seguridad del Estado cubano; delito, por demás, sancionado por la legislación de cualquier nación, incluyendo la propia norteamericana. Presentan sus actos como una mera “distribución de los equipos de telefonía por satélite para las organizaciones judías en Cuba”, cuando quedó perfectamente demostrado en la vista oral realizada hace 4 años que los verdaderos destinatarios de dicha tecnología eran los mercenarios cubanos al servicio de una potencia extranjera para ser utilizada en la subversión del orden interno del país.
Ciertamente, Alan Gross constituye una víctima más de esa política absurda y fracasada, pues como él mismo ha apuntado, nunca fue esclarecido por sus contratantes de las implicaciones que tal proceder podía ocasionarle.
El gobierno cubano ha expresado recientemente, una vez más, su disposición al diálogo con el Gobierno de Estados Unidos para encontrar una solución al caso sobre bases recíprocas, que contemplen las preocupaciones humanitarias de Cuba vinculadas a la situación de nuestros cuatro hermanos, luchadores antiterroristas presos injustamente cárceles de Estados Unidos. Tal pronunciamiento, al menos que tengamos conocimiento, ha recibido oídos sordos de las autoridades norteamericanas.

Obama y la fruta madura

La metáfora de la “fruta madura” fue elaborada en 1823 por el Secretario de Estado John Quincy Adams, mentor de la Doctrina Monroe, que expresaba las intenciones de los Estados Unidos de apoderarse de la isla caribeña, sosteniendo que al igual que una manzana que se cae de un árbol, al desprenderse del dominio español era comprensible que caiga bajo la órbita norteamericana. Este manifiesto de intento anexionista fue claramente frustrado por la Revolución Cubana y esta fruta sigue flotando libre en el agua y parece escaparse a los colmillos yanquis desde 1959.
A pesar de la política iniciada por el presidente Dwight Eisenhower y continuada hasta la gestión Obama, centrada especialmente en aislar económica y diplomáticamente a Cuba, lo cierto es que ha tenido un efecto contrapuesto. En los ámbitos multilaterales, la Habana ha logrado ampliar sus vínculos diplomáticos globales, tanto en la alianza con la ex URSS como en la actualidad con el activismo tercermundista centrado en la articulación del Sur global.
En la actualidad, Cuba es un actor internacional preponderante en instituciones como el Movimiento de Países No Alineados y el Grupo de los 77. Incluso, frente a las sanciones económicas unilaterales que impulsó el gobierno de John F. Kennedy, y que fueron convertidas en leyes del Congreso estadounidense, Cuba logró una victoria diplomática en la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas en 1992, para que anualmente vote una resolución que las declara ilegales y exija su eliminación.
Más allá que Estados Unidos hizo caso omiso de estas demandas de la comunidad internacional, esta situación llevó al propio Barack Obama a reconocer que la política exterior de su país hacia Cuba no había logrado sus objetivos y que era necesario ser “creativos” para repensar la relación. Junto a comensales en Miami, se atrevió a sostener que “no tiene sentido” pensar en medidas como las adoptadas en 1961 porque no serían efectivas ante el mundo globalizado de “la era de internet, Google y los viajes mundiales”.
A esta nueva visión, se suma el lobby que están realizando diferentes organizaciones y personalidades norteamericanas, especialmente cubano-descendientes, que propician un cambio en la política exterior norteamericana. En tan sentido, la carta firmada por 44 destacados políticos, empresarios y académicos como misiva abierta a Obama, profundiza un planteo de flexibilización de su política hacia el pueblo cubano, más aún cuando en el grupo signan el pedido desde John Negroponte (ex director de Inteligencia Nacional durante el gobierno de George W. Bush) hasta tres ex subsecretarios de Estado para el Hemisferio Occidental.
Es claro que los intereses de estos firmantes no son más que los del imperio, proponen reorientar la política desde una estrategia de bloque a una de “ayuda” al pueblo cubano para que pueda “determinar su propio destino, al construir sobre reformas de política estadounidense que ya han iniciado”. Añade la carta que un cambio ayudará a “otorgar mayor libertad a organizaciones e individuos privados de servir directa e indirectamente de catalizadores de cambio significativo en Cuba”. Claramente, el centro de la estrategia sigue siendo colocar a la isla bajo la órbita de un modelo económico monitoreado por Norteamérica.
Si bien en 2009, por decisión de Barack Obama se levantaron restricciones hacia la Cuba, como permitir el viajes y envíos de remesas, enmarcadas en un intento de buscar “cambios democráticos” en la isla, la administración actual marcó un claro interés de mantener y cumplir las leyes del embargo, así denominado por los Estados Unidos, incluso aplicándolos en forma extraterritorial por parte de la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OEAC) del Departamento del Tesoro. Por lo que ha aumentado las acciones de persecución a empresas y agencias que realizaron operaciones hacia Cuba.
A modo de ilustración, se puede citar el caso del banco neerlandés ING que fue sancionado en junio de 2012 con una multa de 619 M de U$S por operar económicamente con Cuba a través del sistema financiero estadounidense, entre 2002 y 2007. Incluso, la multinacional sueca Ericsson tuvo que pagar una multa de 1,75 M de U$S por reparar en Estados Unidos, mediante su filial radicada en Panamá, equipos cubanos de un valor de 320 mil dólares. Por lo visto, pareciera ser que las multas y persecución se contraponen a un intento de flexibilización de la política exterior hacia Cuba.
Más allá de eso, la misma dinámica económica provoca cambios. Desde que en diciembre pasado, una docena de importantes entidades estadounidenses, incluida la Cámara de Comercio, enviaron una carta al presidente Barack Obama, en las que solicitaban el levantamiento del bloqueo, alegando que el mismo generaba un costo de más de 1.200 M U$S al año a la economía norteamericana, hasta la visita de esta semana de Tomhas Donohue, presidente de la cámara citada, junto a una delegación empresarial de alto nivel, marcan un paso de cambio.
De hecho, el objetivo de Donohue en esta visita es informarse sobre las reformas económicas impulsadas por el gobierno de Raúl Castro, tal como lo anunció la semana pasada luego de confirmar que viajaría después de su último paso en 1999. Desde 2010, Cuba ha legalizado actividades de micro-emprendimientos en diversas áreas, alcanzando la formación de miles de emprendedores independientes. Señaló Donohue: “Desde que estuve por última vez en Cuba hace 15 años, un programa de reformas ha sacado según reportes a 600.000 trabajadores de la nómina del gobierno y ha permitido que el número de emprendedores en el país se triplique a más de 450.000”.
Ante este viaje, el senador demócrata Bob Menéndez reaccionó en contra de la misiva, en una carta dirigida a la Cámara donde expresó que “Cuba no es una oportunidad atractiva de inversión porque el gobierno encarcela injustificadamente a líderes empresariales e infringe las normas internacionales del trabajo”. A su vez, remarcó Menéndez que el embargo estadounidense a la isla, impuesto hace cinco décadas, probablemente no se levante pronto porque para eso Cuba “debe liberar todos los presos políticos y respetar los derechos de sus ciudadanos”.
En consonancia con esto, en una entrevista otorgada a la bloguera cubana Yoani Sánchez, el vicepresidente Joe Biden aseguró que la política de su país hacia Cuba “se guía por el compromiso de apoyar el deseo del pueblo cubano de determinar libremente su propio futuro” y el de “promover los valores universales”. Y que si bien aplaude los cambios en las leyes de inversión en Cuba y las menores restricciones para viajar, espera que los mismos lleguen acompañados “por una ampliación de los derechos y libertades del pueblo cubano para que pueda desarrollar todo su potencial”. A su vez, Biden fue contundente en rechazar cualquier intervención de Estados Unidos a la isla.
Si bien es verdad que la legislación norteamericana apresa las manos del Presidente, especialmente la Ley Helms Burton, porque pone facultad del Congreso la posibilidad de levantar el bloqueo, lo cierto es que si Barack Obama tuviese la voluntad de flexibilizar las relaciones entre ambos países, tiene prerrogativas suficientes para matizar el embargo, como expandir los viajes de norteamericanos y extranjeros residentes en Estados Unidos, permitir el uso de medios financieros de pago, como tarjetas o cheques emitidos por bancos del país u otros y permitir operaciones bancarias con entidades cubanas; autorizar nuevos vuelos charter en la lista de aeropuertos de Estados Unidos; establecer líneas de servicio ferry entre ambos países; ampliar los productos de exportación hacia Cuba; flexibilizar o eliminar la prohibición al uso del dólar en transacciones internacionales con Cuba, hasta levantar las prohibiciones establecidas por la Ley Torricelli, que, por ejemplo, impide la entrada a puertos de Estados Unidos de embarcaciones que dentro de los 180 días anteriores hayan transportado mercancías a Cuba. Por eso, Obama deshoja la margarita por Cuba.
Miradas al Sur.

Elecciones en medio del conflicto

Colombia es un país en guerra. Si bien los fuciles callan en los últimos días y no hay humo ni estruendos desde las montañas que rodean su capital, los rastros del conflicto se pueden encontrar en las esquinas, los barrios, los relatos de la gente. Pero es quizás en la actividad política de sus ciudadanos la que más desvela la raíz profunda de esta guerra que ya lleva más de medio siglo.
El día de las elecciones, en Bogotá es muy fácil ver correr a toda velocidad por las calles caravanas de autos blindados y polarizados, seguidos de escoltas y policías en muchos de los casos. Suele suceder en todas las grandes capitales del mundo, cuando funcionarios de alto nivel se trasladan de un lugar al otro. Sin embargo en Bogotá el número de personas protegidas es exponencialmente superior a cualquier otra capital de América latina.
“Los carros los pone el Estado, pero sólo los dejamos manejar a gente de confianza”, cuenta Omer Calderón, presidente de la Unión Patriótica, amenazado de muerte desde febrero pasado. Pesa sobre su cabeza, y la de otros cuatro dirigentes de su partido, una recompensa de 50 millones de pesos –unos 25.000 dólares– puesta por un grupo paramilitar que se hace llamar “Los Rastrojos”. La candidata de su partido, Aída Avella, el domingo de elecciones debía moverse con cuatro camionetas 4x4 al séquito, y varios hombres armados y de civil alrededor. “Durante la campaña, cuando yo llegaba a un pueblo la gente se preguntaba qué pasaba que había tantos carros. Es increíble que para hacer política de oposición en este país tenga todas estas escoltas”.
Pero el problema de la protección a quienes tienen algún tipo de actividad dirigencial en la política colombiana va más allá de los partidos de oposición. Movimientos sociales y campesinos también tienen que girar por las calles con escoltas. “Yo estuve 7 años exiliada en Suiza, hasta que terminó el período de Uribe”, cuenta Luzperly Córdoba, dirigente de la Asociación Campesina del Arauca e integrante de la mesa de diálogo entre el gobierno y la Cumbre Agraria. “Incluso me persiguieron hasta Suiza. El gobierno colombiano interpuso una acción especial para que la Policía Federal me allanara la casa, y me abrieron un proceso en Suiza. Osea que ni allá pude estar tranquila”. Córdoba fue judicializada junto con toda la dirigencia campesina del Arauca, y antes de exiliarse pasó un año y medio en la cárcel. “El hecho de que nos coloquen una escolta, o un carro blindado eso no es garantía. Nosotros lo que estamos pidiendo son garantías políticas porque en cuanto las haya nosotros vamos a poder ejercer nuestro trabajo, nuestra actividad que es absolutamente legítima”.
Olga Quintero, dirigente campesina del Catatumbo, región que entre agosto y septiembre pasado vivió una dura represión ante el paro agrario convocado por labriegos e indígenas que dejó 19 muertos y decenas de heridos, también se ve preocupada por lo que sucede en su país. “Si gana Zuluaga no sé qué va a ser de nosotros. Es la vuelta del uribismo que ya ha asesinado a miles de militantes”, cuenta mientras dos hombres de campera de cuero la escoltan por las vías del centro histórico de Bogotá. “Hace poco entraron a mi casa para matarme. Por suerte no me ha pasado nada pero esto sucede a diario”.
Mientras tanto, Santos votaba en la céntrica Plaza Bolívar, la misma que había sido tomada por unos 300 desplazados durante 23 días hasta el viernes anterior. Luego de una rápida negociación fueron desalojados para permitir la instalación de las urnas. Centenares de policías y militares los tenían rodeados e impedían que se les diera agua y comida.
La mayoría de estos dirigentes no tiene mucha esperanza en la segunda vuelta de junio. Pero a partir de sushistorias, saben que harán lo que puedan para lograr la paz, con justicia social.

Miradas al Sur, Federico Larsen