Puede que esta incursión no sea la gran invasión que anunciaban algunos medios, pero sí implica otra dinámica de conflicto, con mayor preponderancia física. Israel, cuya superioridad tecnológica es indiscutible, se va a encontrar con una guerrilla que se preparó para recibirlos, en un territorio que Hamas conoce a la perfección y donde tiene montado un sofisticado sistema de túneles para esconderse, resistir y lanzar ataques sorpresivos. “La guerra urbana es una pesadilla”, me explica Juan Battaleme, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Buenos Aires y especialista en temas militares, la clase de persona que puede pasarse horas hablando de batallas, modelos de tanques y estrategias de combate. “El escenario siempre es más complicado, para empezar te cuesta diferenciar civiles de militares. Los que conocen la ciudad saben dónde esconderse, y dónde golpear. El esfuerzo es mayor. Y a eso tenés que sumarle que Gaza tiene la mitad del territorio demolido, lleno de escombros. Vas a tener que pelear cuadra por cuadra”. Israel se va a encontrar con el espejo del territorio que ocupó hasta 2005, un corredor de 40km de extensión donde reina el hacinamiento y que ahora ha quedado desfigurado con los bombardeos. Israel ya reporta muertos entre sus soldados, luego de enfrentamientos en las calles. Pero ese desgaste se entrelaza con otra realidad: por cada combatiente muerto de Hamas –que algunos medios cifran en más de 30 mil– hay un puñado mucho mayor de civiles que mueren también, entre ellos niños. La semana pasada, por ejemplo, Israel bombardeó un campo de refugiados para dar con uno de los comandantes del grupo terrorista; murieron decenas de civiles. Unos días después atacó otro campamento. El gobierno israelí acusa a Hamas de ocultarse en lugares poblados de civiles, como los campamentos u hospitales. ¿Pero hasta dónde puede llegar el ratio? La respuesta militar de Israel ya desató una ola de protestas globales que suena cada vez más fuerte en Occidente. Por cierto, Hamas afirma que al menos siete rehenes murieron en esos bombardeos. Esto también es parte del cálculo militar: se estima que hay 230 rehenes en Gaza y las chances de una liberación voluntaria, como moneda de intercambio por un alto al fuego, se aleja cada día un poco más. Por otro lado, Israel apuesta a recuperarlos por iniciativa propia, una tarea difícil considerando lo valiosos que son para Hamas. Pero si ese objetivo sigue en pie y encabeza las prioridades, entonces las operaciones del ejército deberían verse limitadas. Otra opción es que Israel ya esté actuando bajo el supuesto de que las posibilidades de recuperarlos son bajas. Quizás sólo estemos viendo el primer capítulo de la incursión. “Hoy la operación masiva es en el norte, pero puede que la fuerza de combate de Hamas se mueva al sur, y entonces Israel se extienda por toda la franja”, apunta Battaleme. ¿Es realizable el objetivo de terminar con Hamas? Battaleme no habla de la desaparición del grupo sino de un golpe profundo a sus capacidades. “En el mejor de los casos, Israel logra terminar con gran parte de la infraestructura de combate de Hamas, dejando su capacidad logística y operativa al mínimo”. Esto significa, entre otras, imposibilitar a que lance un ataque similar al del 7 de octubre. Terminar para siempre con Hamas es más difícil, para no decir imposible. No solo por el hecho de que una parte del liderazgo se encuentre fuera de Gaza, en Catar, Egipto o Turquía. Sino porque el movimiento está enraizado en la sociedad palestina, y sus métodos, aunque no por todos, sí son validados por algunos sectores, incluso fuera de Palestina. En palabras de Ghaith al-Omari, un ex funcionario de la Autoridad Palestina devenido académico: “El único movimiento atractivo ahora mismo es Hamas. Puedes destruir toda su infraestructura física, pero es muy difícil destruir la idea”. El futuro de GazaPero aún si Israel logra terminar con Hamas como lo conocemos, queda un dilema por resolver. Gaza, que en los hechos es gobernada por el grupo armado, tiene 2,3 millones de habitantes. Egipto ya avisó que no va a permitir un éxodo hacia su país. ¿Quién va a quedar a cargo? En su visita a Tel Aviv hace un par de semanas, Joe Biden instó a Israel a “no cometer los mismos errores” que Estados Unidos después del atentado a las torres, cuando se lanzó a una guerra contra el terrorismo en Afganistán e Irak que terminó en un fracaso. Nada lo retrata tan bien como el retorno de los talibanes en 2021 (entre todas las diferencias con esos casos, hay una geográfica: Gaza queda al lado). Biden está preocupado por la regionalización del conflicto, que en los hechos ya está sucediendo (Hezbollah y los Hutíes, desde Líbano y Yemen, cruzaron fuego con los israelíes), pero que puede ponerse peor con un involucramiento más directo de Irán. Por eso Washington mandó portaaviones a la zona. Esto también es parte del cálculo del primer apartado: si se ve obligado a combatir contra Hezbollah o Siria desde el norte, Israel va a estar todavía más desgastado. Pero volvamos a la visita. Allí, según reporta Axios, Biden le preguntó a Netanyahu qué plan tenían para la franja de Gaza luego de terminar con Hamas. Le respondieron que ninguno. La prensa israelí cuenta una historia parecida: no hay un objetivo fijado para ese momento; se verá después de la guerra. Sí parece seguro que el gobierno va a buscar establecer un cordón de seguridad dentro de la franja, recortando efectivamente un pedazo más de territorio, así como desconectarla de Israel. Esto significa cortar el flujo de personas que entran y salen, así como el envío de recursos. El futuro de la población de la zona se hace difícil de imaginar. Las opciones que circulan son bien distintas, y todas conllevan riesgos. Una posibilidad, que apareció en un documento oficial, es importar a la Autoridad Palestina desde Cisjordania. Eso difícilmente funcione, porque el ente ya se encuentra deslegitimado allí donde gobierna, y la idea de que sea aceptado en la franja, con el apoyo de Israel, parece una fantasía. Otra opción es que se haga cargo Naciones Unidas, pero para eso se requiere un consenso diplomático que en este contexto se dibuja lejano, sumado al hecho de que la derecha israelí descree cada vez más del órgano. Las voces más extremistas de esa derecha, por cierto, coquetean cada vez más con la idea de volver a la ocupación de la franja, un escenario que también sería costoso en términos militares y diplomáticos, aunque ese discurso no ha pasado por ahora a primera plana. El documento que sugirió la idea de transferir a la Autoridad Palestina también revela que, para Israel, lo más conveniente sería que la población de Gaza se vaya de manera masiva. Pero, ¿a dónde? Preguntarse por el control de Gaza implica preguntarse también por la estrategia de Israel ante todo el territorio palestino. Acá es importante recordar que Netanyahu empoderó a Hamas –por ejemplo, permitiéndole recibir fondos de Catar para gobernar la franja– como parte de una estrategia para deslegitimar a la Autoridad Palestina –que gobierna en Cisjordania– y así dividir la representación. Los límites de esa política, o de cualquier cosa que se le parezca, ya son evidentes. Vuelve a aparecer el problema que desnudó la crisis por la reforma judicial: el elefante ya no entra en la sala. Por eso, algunas voces sugieren que cualquier discusión sobre el futuro debe partir con Netanyahu y sus aliados radicales fuera del poder, para abrir la posibilidad de un arreglo diplomático con algún horizonte favorable a Palestina. En 2009, cuando asumió Bibi, casi el 80% de los israelíes se mostraba a favor de un acuerdo de dos estados, al igual que una coexistencia pacífica. Ese porcentaje, incluso antes de los ataques del 7 de octubre, ya no alcanza a la mitad. Hoy, el escenario de una negociación territorial no parece ni imaginable ni deseable para la mayoría de la sociedad israelí y sus representantes. Pero para imaginar un arreglo duradero, que si no brinde paz al menos seguridad, va a necesitar de un cambio de enfoque, teñido de una mirada política. Desactivar la idea de Hamas –que para los israelíes, no está de más recordarlo, supone una amenaza existencial real– también requiere de tal mirada. Si la respuesta sigue siendo solo militar, y continúa en la senda que estamos viendo en estas semanas, el problema ya no va a ser sólo Gaza. En Cisjordania ya se están registrando episodios de violencia comunal, y un puñado de comunidades palestinas denuncian que fueron obligadas a desplazarse por colonos israelíes. No hay argumento de legítima defensa que valga para este caso, donde la ocupación puede crecer mientras la atención global se concentra en la franja. La tensión es cada vez mayor, y el dique puede romperse. Puede sonar ingenuo, pero es así: solo una política distinta puede evitarlo. Acá dejamos por hoy. Un abrazo,
Juan. PD: Debido al cronograma de publicaciones, afectado por la cobertura electoral, este es el primer abordaje sobre el conflicto en este correo. Pero además de los envíos diarios y el de Iván, organizamos está conversación en Spaces de X con voces que estuvieron tanto en Israel como en Palestina, y especialistas que aportaron miradas sobre el contexto. Yo estuve a cargo de la moderación. La entrega de hoy, en cierta forma, retoma el tema desde ahí. |
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