La tesis central del presente libro que las distintas razas del mundo tienden a
mezclarse cada vez más, hasta formar un nuevo tipo humano, compuesto con la
selección de cada uno de los pueblos existentes. Se publicó por primera vez tal
presagio en la época en que prevalecía en el mundo científico la doctrina
darwinista de la selección natural que salva a los aptos, condena a los débiles;
doctrina que, llevada al terreno social por Gobineau, dio origen a la teoría del
ario puro, defendida por los ingleses, llevada a imposición aberrante por el
nazismo.
Contra esta teoría surgieron en Francia biólogos como Leclerc du Sablon y Noüy,
que interpretan la evolución en forma diversa del darwinismo, acaso opuesta al
darwinismo. Por su parte, los hechos sociales de los últimos años, muy
particularmente el fracaso de la última gran guerra, que a todos dejó
disgustados, cuando no arruinados, han determinado una corriente de doctrinas
más humanas. Y se da el caso de que aún darwinistas distinguidos viejos
sostenedores del espencerianismo, que desdeñaban a las razas de color y a las
mestizas, militan hoy en asociaciones internacionales que, como la Unesco,
proclaman la necesidad de abolir toda discriminación racial y de educar a todos
los hombres en la igualdad, lo que no es otra cosa que la vieja doctrina
católica que afirmó la actitud del indio para los sacramentos y por lo mismo su
derecho de casarse con blanca o con amarilla.
Vuelve, pues, la doctrina política reinante a reconocer la legitimidad de los
mestizajes y con ello sienta las bases de una fusión interracial reconocida por
el Derecho. Si a esto se añade que las comunicaciones modernas tienden a
suprimir las barreras geográficas y que la educación generalizada contribuirá a
elevar el nivel económico de todos los hombres, se comprenderá que lentamente
irán desapareciendo los obstáculos para la fusión acelerada de las estirpes.
Las circunstancias actuales favorecen, en consecuencia, el desarrollo de las
relaciones sexuales internacionales, lo que presta apoyo inesperado a la tesis
que, a falta de nombre mejor, titulé: de la Raza Cósmica futura.
Queda, sin embargo, por averiguar si la mezcla ilimitada e inevitable es un
hecho ventajoso para el incremento de la cultura o si, al contrario, ha de
producir decadencias, que ahora ya no sólo serían nacionales, sino mundiales.
Problema que revive la pregunta que se ha hecho a menudo el mestizo: “¿Puede
compararse mi aportación a la cultura con la obra de las raza relativamente
puras que han hecho la historia hasta nuestros días, los griegos, los romanos,
los europeos?” Y dentro de cada pueblo, ¿cómo se comparan los periodos de
mestizaje con los periodos de homogeneidad racial creadora?
A fin de no extendernos demasiado, nos limitaremos a observar algunos ejemplos.
Comenzando por la raza más antigua de la Historia, la de los egipcios,
observaciones recientes han demostrado que fue la egipcia una civilización que
avanzó de sur a norte, desde el Alto Nilo al Mediterráneo. Una raza bastante
blanca y relativamente homogénea creo en torno de Luxor un primer gran imperio
floreciente. Guerras y conquistas debilitaron aquel imperio y lo pusieron a
merced de la penetración negra, pero el avance hacia el norte no se interrumpió.
Sin embargo, durante una etapa de varios siglos, la decadencia de la cultura fue
evidente. Se presume, entonces, que ya para la época del segundo imperio se
había formado una raza nueva, mestiza, con caracteres mezclados de blanco y de
negro, que es la que produce el segundo imperio, más avanzado y floreciente que
el primero. La etapa en que se construyeron las pirámides, y en que la
civilización egipcia alcanza su cumbre, es una etapa mestiza.
Los historiadores griegos están hoy de acuerdo en que la edad de oro de la
cultura helénica aparece como el resultado de una mezcla de razas, en la cual,
sin embargo, no se presenta el contraste del negro y el blanco, sino que más
bien se trata de una mezcla de razas de color claro. Sin embargo, hubo mezcla de
linajes y de corrientes.
La civilización griega decae al extenderse el Imperio con Alejandro y esto
facilita la conquista romana. En las tropas de Julio César ya se advierte el
nuevo mestizaje romano de galos, españoles, británicos y aun germanos, que
colaboran en las hazañas del Imperio y convierten a Roma en centro cosmopolita.
Sabido es que hubo emperadores de sangre hispano-romana. De todas maneras, los
contrastes no eran violentos, ya que la mezcla en lo esencial era de razas
europeas.
Las invasiones de los bárbaros, al mezclarse con los aborígenes, galos,
hispanos, celtas, toscanos, producen las nacionalidades europeas, que han sido
la fuente de la cultura moderna.
Pasando al Nuevo Mundo, vemos que la poderosa nación estadounidense no has sido
otra cosa que crisol de razas europeas. Los negros, en realidad, se han
mantenido aparte en lo que hace a la creación del poderío, sin que deje de tener
importancia la penetración espiritual que han consumado a través de la música,
el baile y no pocos aspectos de las sensibilidad artística.
Después de los Estados Unidos, la nación de más vigoroso empuje es la República
Argentina, en donde se repite el caso de una mezcla de razas afines, todas de
origen europeo, con predominio de tipo mediterráneo; el revés de los Estados
Unidos, en donde predomina el nórdico.
Resulta entonces fácil afirmar que es fecunda la mezcla de los linajes similares
y que es dudosa la mezcla de tipos muy distantes, según ocurrió en el trato de
españoles y de indígenas americanos. El atraso de los pueblos hispanoamericanos,
donde predomina el elemento indígena, es difícil de explicar, como no sea
remontándonos al primer ejemplo citado de la civilización egipcia. Sucede que el
mestizaje de factores muy disímiles tarda mucho tiempo en plasmar. Entre
nosotros, el mestizaje se suspendió antes de que acabase de estar formado el
tipo racial, con motivo de la exclusión de los españoles, decretada con
posterioridad a la independencia. En pueblos como Ecuador o el Perú, la pobreza
del terreno, además de los motivos políticos, contuvo la inmigración española.
En todo caso, la conclusión más optimista que se puede derivar de los hechos
observados es que aun los mestizajes más contradictorios pueden resolverse
benéficamente siempre que el factor espiritual contribuya a levantarlos. En
efecto, la decadencia de los pueblos asiáticos es atribuible a su aislamiento,
pero también, y sin duda, en primer término, al hecho de que no han sido
cristianizados. Una religión como la cristiana hizo avanzar a los indios
americanos, en pocas centuria, desde el canibalismo hasta la relativa
civilización.
EL MESTIZAJE
ORIGEN Y OBJETO DEL CONTINENTE. LATINOS Y SAJONES.
PROBABLE MISION DE AMBAS RAZAS. LA QUINTA RAZA
O RAZA COSMICA
I
Opinan geólogos autorizados que el continente americano contiene algunas de las
más antiguas zonas del mundo. La masa de los Andes es, sin duda, tan vieja como
la que más del planeta. Y si la tierra es antigua, también las trazas de vida y
de cultura humana se remontan adonde no alcanzan los cálculos. Las ruinas
arquitectónicas de mayas, quechuas y toltecas legendarios son testimonio de vida
civilizada anterior a las más viejas fundaciones de los pueblos del Oriente y de
Europa. A medida que las investigaciones progresan, se afirma la hipótesis de la
Atlántida, como cuna de una civilización que hace millares de años floreció en
el continente desaparecido y en parte de lo que es hoy América. El pensamiento
de la Atlántida evoca el recuerdo de sus antecedentes misteriosos. El continente
hiperbóreo desaparecido, sin dejar otras huellas que los rastros de vida y de
cultura que a veces se descubren bajo las nieves de Groenlandia; los lemurianos
o raza negra del Sur; la civilización atlántida de los hombres rojos; en seguida
la aparición de los amarillos, y por último, la civilización de los blancos.
Explica mejor el proceso de los pueblos esta profunda hipótesis legendaria que
las elucubraciones de geólogos como Ameghino, que ponen el origen del hombre en
la Patagonia, una tierra que desde luego se sabe es de formación geológica
reciente. En cambio, la versión de los Imperios étnicos de la prehistoria se
afirma extraordinariamente con la teoría de Wegener de la traslación de los
continentes. Según esta tesis, todas las tierras estaban unidas, formando un
solo continente, que se ha ido disgregando. Es entonces fácil suponer que en
determinada región de una masa continua se desarrollaba una raza que después de
progresar y decaer era sustituida por otra, en vez de recurrir a la hipótesis de
las emigraciones de un continente a otro por medio de puentes desaparecidos.
También es curioso advertir otra coincidencia de la antigua tradición con los
datos más modernos de la geología, pues según el mismo Wegener, la comunicación
entre Australia, la India y Madagascar se interrumpió antes que la comunicación
entre la América del Sur y el Africa. Lo cual equivale a confirmar que el sitio
de la civilización lemuriana desapareció antes de que floreciera la Atlántida, y
también que el último continente desaparecido es la Atlántida, puesto que las
exploraciones científicas han venido a demostrar que es el Atlántico el mar de
formación más reciente.
Confundidos más o menos los antecedentes de esta teoría en una tradición tan
oscura como rica de sentido, queda, sin embargo, viva la leyenda de una
civilización nacida de nuestros bosques o derramada hasta ellos después de un
poderoso crecimiento, y cuyas huellas están aún visibles en Chichén Itza y en
Palenque y en todos los sitios donde perdura el misterio atlante. El misterio de
los hombres rojos que después de dominar el mundo, hicieron grabar los preceptos
de su sabiduría en la tabla de Esmeralda, alguna maravillosa esmeralda
colombiana, que a la hora de las conmociones telúricas fue llevada al Egipto,
donde Hermes y sus adeptos conocieron y transmitieron sus secretos.
Si, pues, somos antiguos geológicamente y también en lo que respecta a la
tradición, ¿cómo podremos seguir aceptando esta ficción inventada por nuestros
padres europeos, de la novedad de un continente que existía desde antes de que
apareciese la tierra de donde procedían descubridores y reconquistadores?
La cuestión tiene una importancia enorme para quienes se empeñan, buscar un plan
en la Historia. La comprobación de la gran antigüedad de nuestro continente
parecerá ociosa a los que no ven en los sucesos sino una cadena fatal de
repeticiones sin objeto. Con pereza contemplaríamos la obra de la civilización
contemporánea si los palacios toltecas no nos dijesen otra cosa que el que las
civilizaciones pasan sin dejar más fruto que unas cuantas piedras labradas
puestas unas sobre otras, o formando techumbre de bóveda arqueada, o de dos
superficies que se encuentran en ángulo. ¿A qué volver a comenzar, si dentro de
cuatro o cinco mil anos otros nuevos emigrantes divertirán sus ocios cavilando
sobre los restos de nuestra trivial arquitectura contemporánea? La historia
científica se confunde y deja sin respuesta todas estas cavilaciones. La
historia empírica, enferma de miopía, se pierde en el detalle, pero no acierta a
determinar un solo antecedente de los tiempos históricos. Huye de las
conclusiones generales, de las hipótesis trascendentales, pero cae en la
puerilidad de la descripción de los utensilios y de los índices cefálicos y
tantos otros pormenores, meramente externos, que carecen de importancia si se
les desliga de una teoría vasta y comprensiva.
Sólo un salto del espíritu, nutrido de datos, podrá darnos una visión que nos
levante por encima de la microideologia del especialista. Sondeamos entonces en
el conjunto de los sucesos para descubrir en ellos una dirección, un ritmo y un
propósito. Y justamente allí donde nada descubre el analista, el sintetizador y
el creador se iluminan.
Ensayemos, pues, explicaciones, no con fantasía de novelista, pero sí con una
intuición que se apoya en los datos de la historia y la ciencia.
La raza que hemos convenido en llamar atlántida prosperó y decayó en América.
Después de un extraordinario florecimiento, tras de cumplir su ciclo, termines
su misión particular, entró en silencio y fue decayendo hasta quedar reducida a
los menguados Imperios azteca e inca, indignos totalmente de la antigua y
superior cultura. Al decaer los atlantes, la civilización intensa se trasladó a
otros sitios y cambió de estirpes; deslumbró en Egipto; se ensanchó en la India
y en Grecia injertando en razas nuevas. El ario, mezclándose con los dravidios,
produjo el indostán, y a la vez, mediante otras mezclas, creó la cultura
helénica. En Grecia se funda el desarrollo de la civilización occidental o
europea, la civilización blanca, que al expandirse llegó hasta las playas
olvidadas del continente americano para consumar una obra de recivilización y
repoblación. Tenemos entonces las cuatro etapas y los cuatro troncos: el negro,
el indio, el mogol y el blanco. Este último, después de organizarse en Europa,
se ha convertido en invasor del mundo, y se ha creído llamado a predominar lo
mismo que lo creyeron las razas anteriores, cada una en la época de su poderío.
Es claro que el predominio del blanco será también temporal, pero su misión es
diferente de la de sus predecesores; su misión es servir de puente. El blanco ha
puesto al mundo en situación de que todos los tipos y todas las culturas puedan
fundirse. La civilización conquistada por los blancos, organizada por nuestra
época, ha puesto las bases materiales y morales para la unión de todos los
hombres en una quinta raza universal, fruto de las anteriores y superación de
todo lo pasado.
La cultura del blanco es emigradora; pero no fue Europa en conjunto la encargada
de iniciar la reincorporación del mundo rojo a las modalidades de la cultura
preuniversal, representada, desde hace siglos, por el blanco. La misión
trascendental correspondió a las dos más audaces ramas de la familia europea; a
los dos tipos humanos más fuertes y más disímiles: el español y el inglés.
* * *
Desde los primeros tiempos, desde el descubrimiento y la conquista, fueron
castellanos y británicos, o latinos y sajones, para incluir por una parte a los
portugueses y por otra al holandés, los que consumaron la tarea de iniciar un
nuevo período de la Historia conquistando y poblando el hemisferio nuevo. Aunque
ellos mismos solamente se hayan sentido colonizadores, trasplantadores de
cultura, en realidad establecían las bases de una etapa de general y definitiva
transformación. Los llamados latinos, poseedores de genio y de arrojo, se
apoderaron de las mejores regiones, de las que creyeron más ricas, y los
ingleses, entonces, tuvieron que conformarse con lo que les dejaban gentes más
aptas que ellos. Ni España ni Portugal permitían que a sus dominios se acercase
el sajón, ya no digo para guerrear, ni siquiera para tomar parte en el comercio.
El predominio latino fue indiscutible en los comienzos. Nadie hubiera
sospechado, en los tiempos del laudo papal que dividió el Nuevo Mundo entre
Portugal y España, que unos siglos más tarde, ya no seria el Nuevo Mundo
portugués ni español, sino más bien inglés. Nadie hubiera imaginado que los
humildes colonos del Hudson y el Delaware, pacíficos y hacendosos, se irían
apoderando paso a paso de las mejores y mayores extensiones de la tierra, hasta
formar la República que hoy constituye uno de los mayores imperios de la
Historia.
Pugna de latinidad contra sajonismo ha llegado a ser, sigue siendo nuestra
época; pugna de instituciones, de propósitos y de ideales. Crisis de una lucha
secular que se inicia con el desastre de la Armada Invencible y se agrava con la
derrota de Trafalgar. Sólo que desde entonces el sitio del conflicto comienza a
desplazarse y se traslada al continente nuevo, donde tuvo todavía episodios
fatales. Las derrotas de Santiago de Cuba y de Cavite y Manila son ecos
distantes pero lógicos de las catástrofes de la Invencible y de Trafalgar. Y el
conflicto está ahora planteado totalmente en el Nuevo Mundo. En la Historia, los
siglos suelen ser como días; nada tiene de extraño que no acabemos todavía de
salir de la impresión de la derrota. Atravesamos épocas de desaliento, seguimos
perdiendo, no sólo en soberanía geográfica, sino también en poderío moral. Lejos
de sentirnos unidos frente al desastre, la voluntad se nos dispersa en pequeños
y vanos fines. La derrota nos ha traído la confusión de los valores y los
conceptos; la diplomacia de los vencedores nos engaña después de vencernos; el
comercio nos conquista con sus pequeñas ventajas. Despojados de la antigua
grandeza, nos ufanamos de un patriotismo exclusivamente nacional, y ni siquiera
advertimos los peligros que amenazan a nuestra raza en conjunto. Nos negamos los
unos a los otros. La derrota nos ha envilecido a tal punto, que, sin darnos
cuenta, servimos los fines de la política enemiga, de batirnos en detalle, de
ofrecer ventajas particulares a cada uno de nuestros hermanos, mientras al otro
se le sacrifica en intereses vitales. No sólo nos derrotaron en el combate,
ideológicamente también nos siguen venciendo. Se perdió la mayor de las batallas
el día en que cada una de las repúblicas ibéricas se lanzó a hacer vida propia,
vida desligada de sus hermanos, concertando tratados y recibiendo beneficios
falsos, sin atender a los intereses comunes de la raza. Los creadores de nuestro
nacionalismo fueron, sin saberlo, los mejores aliados del sajón, nuestro rival
en la posesión del continente. El despliegue de nuestras veinte banderas de la
Unión Panamericana de Washington deberíamos verlo como una burla de enemigos
hábiles. Sin embargo, nos ufanamos, cada uno, de nuestro humilde trapo, que dice
ilusión vana, y ni siquiera nos ruboriza el hecho de nuestra discordia delante
de la fuerte unión norteamericana. No advertimos el contraste de la unidad
sajona frente a la anarquía y soledad de los escudos iberoamericanos. Nos
mantenemos celosamente independientes respecto de nosotros mismos; pero de una o
de otra manera nos sometemos o nos aliamos con la Unión sajona. Ni siquiera se
ha podido lograr la unidad nacional de los cinco pueblos centroamericanos,
porque no ha querido darnos su venia un extraño, y porque nos falta el
patriotismo verdadero que sacrifique el presente al porvenir. Una carencia de
pensamiento creador y un exceso de afán critico, que por cierto tomamos prestado
de otras culturas, nos lleva a discusiones estériles, en las que tan pronto se
niega como se afirma la comunidad de nuestras aspiraciones; pero no advertimos
que a la hora de obrar, y pese a todas las dudas de los sabios ingleses, el
inglés busca la alianza de sus hermanos de América y de Australia, y entonces el
yanqui se siente tan inglés como el inglés en Inglaterra. Nosotros no seremos
grandes mientras el español de la América no se sienta tan español como los
hijos de España. Lo cual no impide que seamos distintos cada vez que sea
necesario, pero sin apartarnos de la más alta misión común. Así es menester que
procedamos, si hemos de lograr que la cultura ibérica acabe de dar todos sus
frutos, si hemos de impedir que en la América triunfe sin oposición la cultura
sajona. Inútil es imaginar otras soluciones. La civilización no se improvisa ni
se trunca, ni puede hacerse partir del papel de una constitución política; se
deriva siempre de una larga, de una secular preparación y depuración de
elementos que se transmiten y se combinan desde los comienzos de la historia.
Por eso resulta tan torpe hacer comenzar nuestro patriotismo con el grito de
independencia del padre Hidalgo, o con la conspiración de Quito; o con las
hazañas de Bolívar, pues si no lo arraigamos en Cuauhtemoc y en Atahualpa no
tendrá sostén, y al mismo tiempo es necesario remontarlo a su fuente hispánica y
educarlo en las enseñanzas que deberíamos derivar de las derrotas, que son
también nuestras, de las derrotas de la Invencible y de Trafalgar. Si nuestro
patriotismo no se identifica con las diversas etapas del viejo conflicto de
latinos y sajones, jamas lograremos que sobrepase los caracteres de un
regionalismo sin aliento universal y lo veremos fatalmente degenerar en
estrechez y miopía de campanario y en inercia impotente de molusco que se apega
a su roca.
Para no tener que renegar alguna vez de la patria misma es menester que vivamos
conforme al alto interés de la raza, aun cuando éste no sea todavía el más alto
interés de la Humanidad. Es claro que el corazón sólo se conforma con un
internacionalismo cabal; pero en las actuales circunstancias del mundo, el
internacionalismo sólo serviría para acabar de consumar el triunfo de las
naciones más fuertes; serviría exclusivamente a los fines del inglés. Los mismos
rusos, con sus doscientos millones de población, han tenido que aplazar su
internacionalismo teórico, para dedicarse a apoyar nacionalidades oprimidas como
la India y Egipto. A la vez han reforzado su propio nacionalismo para defenderse
de una desintegración que sólo podría favorecer a los grandes Estados
imperialistas. Resultaría, pues, infantil que pueblos débiles como los nuestros
se pusieran a renegar de todo lo que les es propio, en nombre de propósitos que
no podrían cristalizar en realidad. El estado actual de la civilización nos
impone todavía el patriotismo como una necesidad de defensa de intereses
materiales y morales, pero es indispensable que ese patriotismo persiga
finalidades vastas y trascendentales. Su misión se truncó en cierto sentido con
la Independencia, y ahora es menester devolverlo al cauce de su destino
histórico universal.
En Europa se decidió la primera etapa del profundo conflicto y nos tocó perder.
Después, así que todas las ventajas estaban de nuestra parte en el Nuevo Mundo,
ya que España había dominado la América, la estupidez napoleónica fue causa de
que la Luisiana se entregara a los ingleses del otro lado del mar, a los
yanquis, con lo que se decidió en favor del sajón la suerte del Nuevo Mundo. El
“genio de la guerra” no miraba más allá de las miserables disputas de fronteras
entre los estaditos de Europa y no se dio cuenta de que la causa de la
latinidad, que él pretendía representar, fracasó el mismo día de la proclamación
del Imperio por el solo hecho de que los destinos comunes quedaron confiados a
un incapaz. Por otra parte, el prejuicio europeo impidió ver que en América
estaba ya planteado, con caracteres de universalidad, el conflicto que Napoleón
no pudo ni concebir en toda su trascendencia. La tontería napoleónica no pudo
sospechar que era en el Nuevo Mundo donde iba a decidirse el destino de las
razas de Europa, y al destruir de la manera más inconsciente el poderío francés
de la América debilitó también a los españoles; nos traicionó, nos puso a merced
del enemigo común. Sin Napoleón no existirían los Estados Unidos como imperio
mundial, y la Luisiana, todavía francesa, tendría que ser parte de la
Confederación Latinoamericana. Trafalgar entonces hubiese quedado burlado. Nada
de esto se pensó siquiera, porque el destino de la raza estaba en manos de un
necio; porque el cesarismo es el azote de la raza latina.
La traición de Napoleón a los destinos mundiales de Francia hirió también de
muerte al Imperio español de América en los instantes de su mayor debilidad. Las
gentes de habla inglesa se apoderan de la Luisiana sin combatir y reservando sus
pertrechos para la ya fácil conquista de Texas y California. Sin la base del
Misisipí, los ingleses, que se llaman asimismo yanquis por una simple riqueza de
expresión, no hubieran logrado adueñarse del Pacifico, no serían hoy los amos
del continente, se habrían quedado en una especie de Holanda trasplantada a la
América, y el Nuevo Mundo sería español y francés. Bonaparte lo hizo sajón.
Claro que no sólo las causas externas, los tratados, la guerra y la política
resuelven el destino de los pueblos. Los Napoleones no son más que membrete de
vanidades y corrupciones. La decadencia de las costumbres, la pérdida de las
libertades públicas y la ignorancia general causan el efecto de paralizar la
energía de toda una raza en determinadas épocas.
Los españoles fueron al Nuevo Mundo con el brío que les sobraba después del
éxito de la Reconquista. Los hombres libres que se llamaron Cortés y Pizarro y
Albarazo y Belalcázar no eran césares ni lacayos, sino grandes capitanes que al
ímpetu destructivo adunaban el genio creador. En seguida de la victoria trazaban
el piano de las nuevas ciudades y redactaban los estatutos de su fundación. Más
tarde, a la hora de las agrias disputas con la Metrópoli, sabían devolver
injuria por injuria, como lo hizo uno de los Pizarros en un célebre juicio.
Todos ellos se sentían los iguales ante el rey, como se sintió el Cid, como se
sentían los grandes escritores del siglo de oro, como se sienten en las grandes
épocas todos los hombres libres.
Pero a medida que la conquista se consumaba, toda la nueva organización iba
quedando en manos de cortesanos y validos del monarca. Hombres incapaces ya no
digo de conquistar, ni siquiera de defender lo que otros conquistaron con
talento y arrojo. Palaciegos degenerados, capaces de oprimir y humillar al
nativo, pero sumisos al poder real, ellos y sus amos no hicieron otra cosa que
echar a perder la obra del genio español en América. La obra portentosa iniciada
por los férreos conquistadores y consumada por los sabios y abnegados misioneros
fue quedando anulada. Una serie de monarcas extranjeros, tan justicieramente
pintados por Velázquez y Goya, en compañía de enanos, bufones y cortesanos,
consumaron el desastre de la administración colonial. La manía de imitar al
Imperio romano, que tanto daño ha causado lo mismo en España que en Italia y en
Francia; el militarismo y el absolutismo, trajeron la decadencia en la misma
época en que nuestros rivales, fortalecidos por la virtud, crecían y se
ensanchaban en libertad.
Junto con la fortaleza material se les desarrolló el ingenio práctico, la
intuición del éxito. Los antiguos colonos de Nueva Inglaterra y de Virginia se
separaron de Inglaterra, pero sólo para crecer mejor y hacerse más fuertes. La
separación política nunca ha sido entre ellos obstáculo para que en el asunto de
la común misión étnica se mantengan unidos y acordes. La emancipación, en vez de
debilitar a la gran raza, la bifurcó, la multiplicó, la desbordó poderosa sobre
el mundo; desde el núcleo imponente de uno de los más grandes Imperios que han
conocido los tiempos. Y ya desde entonces, lo que no conquista el inglés en las
Islas, se lo toma y lo guarda el inglés del nuevo continente.
En cambio, nosotros los españoles, por la sangre, o por la cultura, a la hora de
nuestra emancipación comenzamos por renegar de nuestras tradiciones; rompimos
con el pasado y no faltó quien renegara la sangre diciendo que hubiera sido
mejor que la conquista de nuestras regiones la hubiesen consumado los ingleses.
Palabras de traición que se excusan por el asco que engendra la tiranía, y por
la ceguedad que trae la derrota. Pero perder por esta suerte el sentido
histórico de una raza equivale a un absurdo, es lo mismo que negar a los padres
fuertes y sabios cuando somos nosotros mismos, no ellos, los culpables de la
decadencia.
De todas maneras las predicas desespañolizantes y el inglesamiento correlativo,
hábilmente difundido por los mismos ingleses, pervirtió nuestros juicios desde
el origen: nos hizo olvidar que en los agravios de Trafalgar también tenemos
parte. La injerencia de oficiales ingleses en los Estados Mayores de los
guerreros de la Independencia hubiera acabado por deshonrarnos, si no fuese
porque la vieja sangre altiva revivía ante la injuria y castigaba a los piratas
de Albión cada vez que se acercaban con el propósito de consumar un despojo. La
rebeldía ancestral supo responder a cañonazos lo mismo en Buenos Aires que en
Veracruz, en La Habana, o en Campeche y Panamá, cada vez que el corsario inglés,
disfrazado de pirata para eludir las responsabilidades de un fracaso, atacaba,
confiado en lograr, si vencía, un puesto de honor en la nobleza británica.
A pesar de esta firme cohesión ante un enemigo invasor, nuestra guerra de
Independencia se vio amenguada por el provincialismo y por la ausencia de planes
trascendentales. La raza que había soñado con el imperio del mundo, los
supuestos descendientes de la gloria romana, cayeron en la pueril satisfacción
de crear nacioncitas y soberanías de principado, alentadas por almas que en cada
cordillera veían un muro y no una cúspide. Glorias balcánicas soñaron nuestros
emancipadores, con la ilustre excepción de Bolívar, y Sucre y Petion el negro, y
media docena más, a lo sumo. Pero los otros, obsesionados por el concepto local
y enredados en una confusa fraseología seudo revolucionaria, sólo se ocuparon en
empequeñecer un conflicto que pudo haber sido el principio del despertar de un
continente. Dividir, despedazar el sueno de un gran poderío latino, tal parecía
ser el propósito de ciertos prácticos ignorantes que colaboraron en la
Independencia, y dentro de ese movimiento merecen puesto de honor; pero no
supieron, no quisieron ni escuchar las advertencias geniales de Bolívar.
Claro que en todo proceso social hay que tener en cuenta las causas profundas,
inevitables, que determinan un memento dado. Nuestra geografía, por ejemplo, era
y sigue siendo un obstáculo de la unión; pero si hemos de dominarlo, será
menester que antes pongamos en orden al espíritu, depurando las ideas y
señalando orientaciones precisas. Mientras no logremos corregir los conceptos,
no será posible que obremos sobre el medio físico en tal forma que lo hagamos
servir a nuestro propósito.
En México, por ejemplo, fuera de Mina, casi nadie pensó en los intereses del
continente; peor aun, el patriotismo vernáculo estuvo enseñando, durante un
siglo, que triunfamos de España gracias al valor indomable de nuestros soldados,
y casi ni se mencionan las Cortes de Cádiz, ni el levantamiento contra Napoleón,
que electrizó a la raza, ni las victorias y martirios de los pueblos hermanos
del continente. Este pecado, común a cada una de nuestras patrias, es resultado
de épocas en que la Historia se escribe para halagar a los déspotas. Entonces la
patriotería no se conforma con presentar a sus héroes como unidades de un
movimiento continental, y los presenta autónomos, sin darse cuenta que al obrar
de esta suerte los empequeñece en vez de agrandarlos.
Se explican también estas aberraciones porque el elemento indígena no se había
fusionado, no se ha fusionado aún en su totalidad, con la sangre española; pero
esta discordia es más aparente que real. Háblese al más exaltado indianista de
la conveniencia de adaptarnos a la latinidad y no opondrá el menor reparo;
dígasele que nuestra cultura es española y en seguida formular objeciones.
Subsiste la huella de la sangre vertida: huella maldita que no borran los
siglos, pero que el peligro común debe anular. Y no hay otro recurso. Los mismos
indios puros están españolizados, están latinizados, como está latinizado el
ambiente. Dígase lo que se quiera, los rojos, los ilustres atlantes de quienes
viene el indio, se durmieron hace millares de años para no despertar. En la
Historia no hay retornos, porque toda ella es transformación y novedad. Ninguna
raza vuelve; cada una plantea su misión, la cumple y se va. Esta verdad rige lo
mismo en los tiempos bíblicos que en los nuestros, todos los historiadores
antiguos la han formulado. Los días de los blancos puros, los vencedores de hoy,
están tan contados como lo estuvieron los de sus antecesores. Al cumplir su
destino de mecanizar el mundo, ellos mismos han puesto, sin saberlo, las bases
de un período nuevo, el periodo de la fusión y la mezcla de todos los pueblos.
El indio no tiene otra puerta hacia el porvenir que la puerta de la cultura
moderna, ni otro camino que el camino ya desbrozado de la civilización latina.
También el blanco tendrá que deponer su orgullo, y buscará progreso y redención
posterior en el alma de sus hermanos de las otras castas, y se confundirá y se
perfeccionará en cada una de las variedades superiores de la especie, en cada
una de las modalidades que tornan múltiple la revelación y más poderoso el
genio.
* * *
En el proceso de nuestra misión étnica, la guerra de emancipación de España
significa una crisis peligrosa. No quiero decir con esto que la guerra no debió
hacerse ni que no debió triunfar. En determinadas épocas el fin trascendente
tiene que quedar aplazado; la raza espera, en tanto que la patria urge, y la
patria es el presente inmediato e indispensable. Era imposible seguir
dependiendo de un cetro que de tropiezo en tropiezo y de descalabro en bochorno
había ido bajando hasta caer en las manos sin honra de un Fernando VII. Se pudo
haber tratado en las Cortes de Cádiz para organizar una libre Federación
Castellana; no se podía responder a la Monarquía sino batiéndole sus enviados.
En este punto la visión de Mina fue cabal: implantar la libertad en el Nuevo
Mundo v derrocar después la Monarquía en España. Ya que la imbecilidad de la
época impidió que se cumpliera este genial designio, procuremos al menos tenerlo
presente. Reconozcamos que fue una desgracia no haber procedido con la cohesión
que demostraron los del Norte; la raza prodigiosa, a la que solemos llenar de
improperios, sólo porque nos ha ganado cada partida de la lucha secular. Ella
triunfa porque aduna sus capacidades prácticas con la visión clara de un gran
destino. Conserva presente la intuición de una misión histórica definida, en
tanto que nosotros nos perdemos en el laberinto de quimeras verbales. Parece que
Dios mismo conduce los pasos del sajonismo, en tanto que nosotros nos matamos
por el dogma o nos proclamamos ateos. ¡Cómo deben de reír de nuestros desplantes
y vanidades latinas estos fuertes constructores de imperios! Ellos no tienen en
la mente el lastre ciceroniano de la fraseología, ni en la sangre los instintos
contradictorios de la mezcla de razas disímiles; pero cometieron el pecado de
destruir esas razas, en tanto que nosotros las asimilamos, y esto nos da
derechos nuevos y esperanzas de una misión sin precedente en la Historia.
De aquí que los tropiezos adversos no nos inclinen a claudicar; vagamente
sentimos que han de servirnos para descubrir nuestra ruta. Precisamente, en las
diferencias encontramos el camino; si no más imitamos, perdemos; si descubrimos,
si creamos, triunfaremos. La ventaja de nuestra tradición es que posee mayor
facilidad de simpatía con los extraños. Esto implica que nuestra civilización,
con todos sus defectos, puede ser la elegida para asimilar y convertir a un
nuevo tipo a todos los hombres. En ella se prepara de esta suerte la trama, el
múltiple y rico plasma de la Humanidad futura. Comienza a advertirse este
mandato de la Historia en esa abundancia de amor que permitió a los españoles
crear una raza nueva con el indio y con el negro; prodigando la estirpe blanca a
través del soldado que engendraba familia indígena y la cultura de Occidente por
medio de la doctrina y el ejemplo de los misioneros que pusieron al indio en
condiciones de generar en la nueva etapa, la etapa del mundo Uno. La
colonización española creó mestizaje; esto señala su carácter, fija su
responsabilidad y define su porvenir. El inglés siguió cruzándose sólo con el
blanco, y exterminó al indígena; lo sigue exterminando en la sorda lucha
económica, más eficaz que la conquista armada. Esto prueba su limitación y es el
indicio de su decadencia. Equivale, en grande, a los matrimonios incestuosos de
los Faraones, que minaron la virtud de aquella raza, y contradice el fin
ulterior de la Historia, que es lograr la fusión de los pueblos y las culturas.
Hacer un mundo inglés; exterminar a los rojos, para que en toda la América se
renueve el norte de Europa, hecho de blancos puros, no es más que repetir el
proceso victorioso de una raza vencedora. Ya esto lo hicieron los rojos; lo han
hecho o lo han intentado todas las razas fuertes y homogéneas; pero eso no
resuelve el problema humano; para un objetivo tan menguado no se quedó en
reserva cinco mil años la América. El objeto del continente nuevo y antiguo es
mucho más importante. Su predestinación obedece al designio de constituir la
cuna de una raza quinta en la que se fundirán todos los pueblos, para reemplazar
a las cuatro que aisladamente han venido forjando la Historia. En el suelo de
América hallará término la dispersión, allí se consumará la unidad por el
triunfo del amor fecundo, y la superación de todas las estirpes.
Y se engendrará de tal suerte el tipo síntesis que ha de juntar los tesoros de
la Historia, para dar expresión al anhelo total del mundo.
Los pueblos llamados latinos, por haber sido más fieles a su misión divina de
América, son los llamados a consumarla. Y tal fidelidad al oculto designio es la
garantía de nuestro triunfo.
En el mismo período caótico de la Independencia, que tantas censuras merece, se
advierten, sin embargo, vislumbres de ese afán de universalidad que ya anuncia
el deseo de fundir lo humano en un tipo universal y sintético. Desde luego,
Bolívar, en parte porque se dio cuenta del peligro en que caíamos, repartidos en
nacionalidades aisladas, y también por su don de profecía, formuló aquel plan de
federación iberoamericana que ciertos necios todavía hoy discuten.
Y si los demás caudillos de la independencia latinoamericana, en general, no
tuvieron un concepto claro del futuro, si es verdad que, llevados del
provincialismo, que hoy llamamos patriotismo, o de la limitación, que hoy se
titula soberanía nacional, cada uno se preocupó no más que de la suerte
inmediata de su propio pueblo, también es sorprendente observar que casi todos
se sintieron animados de un sentimiento humano universal que coincide con el
destino que hoy asignamos al continente iberoamericano. Hidalgo, Morelos,
Bolívar, Petion el haitiano, los argentinos en Tucumán, Sucre, todos se
preocuparon de libertar a los esclavos, de declarar la igualdad de todos los
hombres por derecho natural; la igualdad social y cívica de los blancos, negros
e indios. En un instante de crisis histórica, formularon la misión trascendental
asignada a aquella zona del globo: misión de fundir étnica y espiritualmente a
las gentes.
De tal suerte se hizo en el bando latino lo que nadie ni pensó hacer en el
continente sajón. Allí siguió imperando la tesis contraria, el propósito
confesado o tácito de limpiar la tierra de indios, mogoles y negros, para mayor
gloria y ventura del blanco. En realidad, desde aquella época quedaron bien
definidos los sistemas que, perdurando hasta la fecha, colocan en campos
sociológicos opuestos a las dos civilizaciones: la que quiere el predominio
exclusivo del blanco, y la que está formando una raza nueva, raza de síntesis,
que aspira a englobar y expresar todo lo humano en maneras de constante
superación. Si fuese menester aducir pruebas, bastaría observar la mezcla
creciente y espontánea que en todo el continente latino se opera entre todos los
pueblos, y por la otra parte, la línea inflexible que separa al negro del blanco
en los Estados Unidos, y las leyes, cada vez más rigurosas, para la exclusión de
los japoneses y chinos de California.
Los llamados latinos, tal vez porque desde un principio no son propiamente tales
latinos, sino un conglomerado de tipos y razas, persisten en no tomar muy en
cuenta el factor étnico para sus relaciones sexuales. Sean cuales fueren las
opiniones que a este respecto se emitan, y aun la repugnancia que el prejuicio
nos causa, lo cierto es que se ha producido y se sigue consumando la mezcla de
sangres. Y es en esta fusión de estirpes donde debemos buscar el rasgo
fundamental de la idiosincrasia iberoamericana. Ocurrirá algunas veces, y ha
ocurrido ya, en efecto, que la competencia económica nos obligue a cerrar
nuestras puertas, tal como lo hace el sajón, a una desmedida irrupción de
orientales. Pero al preceder de esta suerte, nosotros no obedecemos más que a
razones de orden económico; reconocemos que no es justo que pueblos como el
chino, que bajo el santo consejo de la moral confuciana se multiplican como los
ratones, vengan a degradar la condición humana, justamente en los instantes en
que comenzamos a comprender que la inteligencia sirve para refrenar y regular
bajos instintos zoológicos, contrarios a un concepto verdaderamente religioso de
la vida. Si los rechazamos es porque el hombre, a medida que progresa, se
multiplica menos y siente el horror del numero, por lo mismo que ha llegado a
estimar la calidad. En los Estados Unidos rechazan a los asiáticos, por el mismo
temor del desbordamiento físico propio de las especies superiores; pero también
lo hacen porque no les simpatiza el asiático, porque lo desdeñan y serian
incapaces de cruzarse con él. Las señoritas de San Francisco se han negado a
bailar con oficiales de la marina japonesa, que son hombres tan aseados,
inteligentes y, a su manera, tan bellos, como los de cualquiera otra marina del
mundo. Sin embargo, ellas jamás comprenderán que un japonés pueda ser bello.
Tampoco es fácil convencer al sajón de que si el amarillo y el negro tienen su
tufo, también el blanco lo tiene para el extraño, aunque nosotros no nos demos
cuenta de ello. En la América Latina existe, pero infinitamente más atenuada, la
repulsión de una sangre que se encuentra con otra sangre extraña. Allí hay mil
puentes para la fusión sincera y cordial de todas las razas. El amurallamiento
étnico de los del Norte frente a la simpatía mucho más fácil de los del Sur, tal
es el dato más importante y a la vez el más favorable para nosotros, si se
reflexiona, aunque sea superficialmente, en el porvenir. Pues se verá en seguida
que somos nosotros de mañana, en tanto que ellos van siendo de ayer. Acabaran de
formar los yanquis el último gran imperio de una sola raza: el imperio final del
poderío blanco. Entre tanto, nosotros seguiremos padeciendo en el vasto caos de
una estirpe en formación, contagiados de la levadura de todos los tipos, pero
seguros del avatar de una estirpe mejor. En la América española ya no repetirá
la Naturaleza uno de sus ensayos parciales, ya no será la raza de un solo color,
de rasgos particulares, la que en esta vez salga de la olvidada Atlántida; no
será la futura ni una quinta ni una sexta raza, destinada a prevalecer sobre sus
antecesoras; lo que de allí va a salir es la raza definitiva, la raza síntesis o
raza integral, hecha con el genio y con la sangre de todos los pueblos y, por lo
mismo, más capaz de verdadera fraternidad y de visión realmente universal.
Para acercarnos a este propósito sublime es preciso ir creando, como si
dijéramos, el tejido celular que ha de servir de carne y sostén a la nueva
aparición biológica. Y a fin de crear ese tejido proteico, maleable, profundo,
etéreo y esencial, será menester que la raza iberoamericana se penetre de su
misión y la abrace como un misticismo.
Quizá no haya nada inútil en los procesos de la Historia; nuestro mismo
aislamiento material y el error de crear naciones nos ha servido, junto con la
mezcla original de la sangre, para no caer en la limitación sajona de constituir
castas de raza pura. La Historia demuestra que estas selecciones prolongadas y
rigurosas dan tipos de refinamiento físico, curiosos, pero sin vigor; bellos con
una extraña belleza, como la de la casta brahmánica milenaria, pero a la postre
decadentes. Jamás se ha visto que aventajen a los otros hombres ni en talento,
ni en bondad, ni en vigor. El camino que hemos iniciado nosotros es mucho más
atrevido, rompe los prejuicios antiguos, y casi no se explicaría, si no se
fundase en una suerte de clamor que llega de una lejanía remota, que no es la
del pasado, sino la misteriosa lejanía de donde vienen los presagios del
porvenir.
Si la América Latina fuese no más otra España, en el mismo grado que los Estados
Unidos son otra Inglaterra, entonces la vieja lucha de las dos estirpes no haría
otra cosa que repetir sus episodios en la tierra más vasta, y uno de los dos
rivales acabaría por imponerse y llegaría a prevalecer. Pero no es ésta la ley
natural de los choques, ni en la mecánica ni en la vida. La oposición y la
lucha, particularmente cuando ellas se trasladan al campo del espíritu, sirven
para definir mejor los contrarios, para llevar a cada uno a la cúspide de su
destino, y, a la postre, para sumarlos en una común y victoriosa superación.
La misión del sajón se ha cumplido más pronto que la nuestra, porque era más
inmediata y ya conocida en la Historia; para cumplirla no había más que seguir
el ejemplo de otros pueblos victoriosos. Meros continuadores de Europa, en la
región del continente que ellos ocuparon, los valores del blanco llegaron al
cenit. He ahí por qué la historia de Norteamérica es como un ininterrumpido y
vigoroso allegro de marcha triunfal.
¡Cuán distintos los sones de la formación iberoamericana! Semejan el profundo
scherzo de una sinfonía infinita y honda: voces que traen acentos de la
Atlántida; abismos contenidos en la pupila del hombre rojo, que supo tanto, hace
tantos miles de años, y ahora parece que se ha olvidado de todo. Se parece su
alma al viejo cenote maya, de aguas verdes, profundas, inmóviles, en el centro
del bosque, desde hace tantos siglos que ya ni su leyenda perdura. Y se remueve
esta quietud de infinito con la gota que en nuestra sangre pone el negro, ávido
de dicha sensual, ebrio de danzas y desenfrenadas lujurias. Asoma también el
mogol con el misterio de su ojo oblicuo, que toda cosa la mira conforme a un
ángulo extraño, que descubre no sé qué pliegues y dimensiones nuevas. Interviene
asimismo la mente clara del blanco, parecida a su tez y a su ensueño. Se revelan
estrías judaicas que se escondieron en la sangre castellana desde los días de la
cruel expulsión; melancolías del árabe, que son un dejo de la enfermiza
sensualidad musulmana; ¿quién no tiene algo de todo esto o no desea tenerlo
todo? He ahí al hindú, que también llegará, que ha llegado ya por el espíritu, y
aunque es el último en venir parece el más próximo pariente. Tantos que han
venido y otros más que vendrán, y así se nos ha de ir haciendo un corazón
sensible y ancho que todo lo abarca y contiene, y se conmueve; pero henchido de
vigor, impone leyes nuevas al mundo. Y presentimos como otra cabeza, que
dispondrá de todos los ángulos, para cumplir el prodigio de superar a la esfera.
II
Después de examinar las potencialidades remotas y próximas de la raza mixta que
habita el continente iberoamericano y el destino que la lleva a convertirse en
la primera raza síntesis del globo, se hace necesario investigar si el medio
físico en que se desarrolla dicha estirpe corresponde a los fines que le marca
su biótica. La extensión de que ya dispone es enorme; no hay, desde luego,
problema de superficie. La circunstancia de que sus costas no tienen muchos
puertos de primera clase, casi no tiene importancia, dados los adelantos
crecientes de la ingeniería. En cambio, lo que es fundamental abunda en cantidad
superior, sin duda, a cualquiera otra región de la tierra; recursos naturales,
superficie cultivable y fértil, agua y clima. Sobre este último factor se
adelantará, desde luego, una objeción: el clima, se dirá, es adverso a la nueva
raza, porque la mayor parte de las tierras disponibles está situada en la región
más cálida del globo. Sin embargo, tal es, precisamente, la ventaja y el secreto
de su futuro. Las grandes civilizaciones se iniciaron entre trópicos y la
civilización final volverá al trópico. La nueva raza comenzará a cumplir su
destino a medida que se inventen los nuevos medios de combatir el calor en lo
que tiene de hostil para el hombre, pero dejándole todo su poderío benéfico para
la producción de la vida. El triunfo del blanco se inició con la conquista de la
nieve y del frío. La base de la civilización blanca es el combustible. Sirvió
primeramente de protección en los largos inviernos; después se advirtió que
tenía una fuerza capaz de ser utilizada no sólo en el abrigo sino también en el
trabajo; entonces nació el motor, y de esta suerte, del fogón y de la estufa
precede todo el maquinismo que está transformando al mundo. Una invención
semejante hubiera sido imposible en el cálido Egipto, y en efecto no ocurrió
allá, a pesar de que aquella raza superaba infinitamente en capacidad
intelectual a la raza inglesa. Para comprobar esta última afirmación basta
comparar la metafísica sublime del Libro de los Muertos de los sacerdotes
egipcios, con las chabacanerías del darwinismo spenceriano. El abismo que separa
a Spencer de Hermes Trimegisto no lo franquea el dolicocéfalo rubio ni en otros
mil años de adiestramiento y selección.
En cambio, el barco inglés, esa máquina maravillosa que procede de los tiriteos
del Norte, no la soñaron siquiera los egipcios. La lucha ruda contra el medio
obligó al blanco a dedicar sus actitudes a la conquista de la naturaleza
temporal, y esto precisamente constituye el aporte del blanco a la civilización
del futuro. El blanco enseñó el dominio de lo material. La ciencia de los
blancos invertirá alguna vez los métodos que empleó para alcanzar el dominio del
fuego y aprovechará nieves condensadas o corrientes de electroquimia, o gases
casi de magia sutil, para destruir moscas y alimañas, para disipar el bochorno y
la fiebre. Entonces la Humanidad entera se derramará sobre el trópico, y en la
inmensidad solemne de sus paisajes, las almas conquistarán la plenitud.
Los blancos intentarán, al principio, aprovechar sus inventos en beneficio
propio, pero como la ciencia ya no es esotérica, no será fácil que lo logren;
los absorberá la avalancha de todos los demás pueblos, y finalmente, deponiendo
su orgullo, entrarán con los demás a componer la nueva raza síntesis, la quinta
raza futura.
La conquista del trópico transformará todos los aspectos de la vida; la
arquitectura abandonará la ojiva, la bóveda, y en general, la techumbre, que
responde a la necesidad de buscar abrigo; se desarrollará otra vez la pirámide;
se levantarán columnatas en inútiles alardes de belleza, y quizá construcciones
en caracol, porque la nueva estética tratará de amoldarse a la curva sin fin de
la espiral, que representa el anhelo libre; el triunfo del ser en la conquista
del infinito. El paisaje pleno de colores y ritmos comunicará su riqueza a la
emoción; la realidad será como la fantasía. La estética de los nublados y de los
grises se verá como un arte enfermizo del pasado. Una civilización refinada e
intensa responderá a los esplendores de una Naturaleza henchida de potencias,
generosa de hábito, luciente de claridades. El panorama de Río de Janeiro actual
o de Santos con la ciudad y su bahía nos pueden dar una idea de lo que será ese
emporio futuro de la raza cabal, que está por venir.
Supuesta, pues, la conquista del trópico por medio de los recursos científicos,
resulta que vendrá un período en el cual la humanidad entera se establecerá en
las regiones cálidas del planeta. La tierra de promisión estará entonces en la
zona que hoy comprende el Brasil entero, más Colombia, Venezuela, Ecuador, parte
de Perú, parte de Bolivia y la región superior de la Argentina.
Existe el peligro de que la ciencia se adelante al proceso étnico, de suerte que
la invasión del trópico ocurra antes que la quinta raza acabe de formarse. Si
así sucede, por la posesión del Amazonas se librarán batallas que decidirán el
destino del mundo y la suerte de la raza definitiva. Si el Amazonas lo dominan
los ingleses de las islas o del continente, que son ambos campeones del blanco
puro, la aparición de la quinta raza quedará vencida. Pero tal desenlace
resultaría absurdo; la Historia no tuerce sus caminos; los mismos ingleses, en
el nuevo clima, se tornarían maleables, se volverían mestizos, pero con ellos el
proceso de integración y de superación sería más lento. Conviene, pues, que el
Amazonas sea brasileño, sea ibérico, junto con el Orinoco y el Magdalena. Con
los recursos de semejante zona, la más rica del globo en tesoros de todo género,
la raza síntesis podrá consolidar su cultura. El mundo futuro será de quien
conquiste la región amazónica. Cerca del gran río se levantará Universópolis y
de allí saldrán las predicaciones, las escuadras y los aviones de propaganda de
buenas nuevas. Si el Amazonas se hiciese inglés, la metrópoli del mundo ya no se
llamaría Universópolis, sino Anglotown, y las armadas guerreras saldrían de allí
para imponer en los otros continentes la ley severa del predominio del blanco de
cabellos rubios y el exterminio de sus rivales oscuros. En cambio, si la quinta
raza se adueña del eje del mundo futuro, entonces aviones y ejércitos irán por
todo el planeta, educando a las gentes para su ingreso a la sabiduría. La vida
fundada en el amor llegará a expresarse en formas de belleza.
Naturalmente, la quinta raza no pretenderá excluir a los blancos como no se
propone excluir a ninguno de los demás pueblos; precisamente, la norma de su
formación es el aprovechamiento de todas las capacidades para mayor integración
de poder. No es la guerra contra el blanco nuestra mira, pero sí una guerra
contra toda clase de predominio violento, lo mismo el del blanco que en su caso
el del amarillo, si el Japón llegare a convertirse en amenaza continental. Por
lo que hace al blanco y a su cultura, la quinta raza cuenta ya con ellos y
todavía espera beneficios de su genio. La América Latina debe lo que es al
europeo blanco y no va a renegar de él; al mismo norteamericano le debe gran
parte de sus ferrocarriles, y puentes y empresas, y de igual suerte necesita de
todas las otras razas. Sin embargo, aceptamos los ideales superiores del blanco,
pero no su arrogancia; queremos brindarle, lo mismo que a todas las gentes, una
patria libre, en la que encuentre hogar y refugio, pero no una prolongación de
sus conquistas. Los mismos blancos, descontentos del materialismo y de la
injusticia social en que ha caído su raza, la cuarta raza, vendrán a nosotros
para ayudar en la conquista de la libertad.
Quizás entre todos los caracteres de la quinta raza predominen los caracteres
del blanco, pero tal supremacía debe ser fruto de elección libre del gusto y no
resultado de la violencia o de la presión económica. Los caracteres superiores
de la cultura y de la naturaleza tendrán que triunfar, pero ese triunfo sólo
será firme si se funda en la aceptación voluntaria de la conciencia y en la
elección libre de la fantasía. Hasta la fecha, la vida ha recibido su carácter
de las potencias bajas del hombre; la quinta raza será el fruto de las potencias
superiores. La quinta raza no excluye, acapara vida; por eso la exclusión del
yanqui como la exclusión de cualquier otro tipo humano equivaldría a una
mutilación anticipada, más funesta aun que un corte posterior. Si no queremos
excluir ni a las razas que pudieran ser consideradas como inferiores, mucho
menos cuerdo seria apartar de nuestra empresa a una raza llena de empuje y de
firmes virtudes sociales.
Expuesta ya la teoría de la formación de la raza futura iberoamericana y la
manera como podrá aprovechar el medio en que vive, resta sólo considerar el
tercer factor de la transformación que se verifica en el nuevo continente; el
factor espiritual que ha de dirigir y consumar la extraordinaria empresa. Se
pensará, tal vez, que la ilusión de las distintas razas contemporáneas en una
nueva que complete y supere a todas, va a ser un proceso repugnante de anárquico
hibridismo, delante del cual, la práctica inglesa de celebrar matrimonios sólo
dentro de la propia estirpe se verá como un ideal de refinamiento y de pureza.
Los arios primitivos del Indostán ensayaran precisamente este sistema inglés,
para defenderse de la mezcla con las razas de color, pero como esas razas
oscuras poseían una sabiduría necesaria para completar la de los invasores
rubios, la verdadera cultura indostánica no se produjo sino después de que los
siglos consumaron la mezcla, a pesar de todas las prohibiciones escritas. Y la
mezcla fatal fue útil, no sólo por razones de cultura, sino porque el mismo
individuo físico necesita renovarse en sus semejantes. Los norteamericanos se
sostienen muy firmes en su resolución de mantener pura su estirpe, pero eso
depende de que tienen delante al negro, que es como el otro polo, como el
contrario de los elementos que pueden mezclarse. En el mundo iberoamericano, el
problema no se presenta con caracteres tan crudos; tenemos poquísimos negros y
la mayor parte de ellos se han ido transformando ya en poblaciones mulatas. El
indio es buen puente de mestizaje. Además, el clima cálido es propicio al trato
y reunión de todas las gentes. Por otra parte, y esto es fundamental, el cruce
de las distintas razas no va a obedecer a razones de simple proximidad, como
sucedía al principio, cuando el colono blanco tomaba mujer indígena o negra
porque no había otra a mano. En lo sucesivo, a medida que las condiciones
sociales mejoren, el cruce de sangre será cada vez más espontáneo, a tal punto
que no estará ya sujeto a la necesidad, sino al gusto; en último caso; a la
curiosidad. El motivo espiritual se irá sobreponiendo de esta suerte a las
contingencias de lo físico. Por motivo espiritual ha de entenderse, más bien que
la reflexión, el gusto que dirige el misterio de la elección de una persona
entre una multitud.
III
Dicha ley del gusto, como norma de las relaciones humanas, la hemos enunciado en
diversas ocasiones con el nombre de la ley de los tres estados sociales,
definidos, no a la manera comtiana, sino con una comprensión más vasta. Los tres
estados que esta ley señala son: el material o guerrero, el intelectual o
político y el espiritual o estético. Los tres estados representan un proceso que
gradualmente nos va libertando del imperio de la necesidad, y poco a poco va
sometiendo la vida entera a las normas superiores del sentimiento y de la
fantasía. En el primer estado manda sólo la materia; los pueblos, al
encontrarse, combaten o se juntan sin más ley que la violencia y el poderío
relativo. Se exterminan unas veces o celebran acuerdos atendiendo a la
conveniencia o a la necesidad. Así viven la horda y la tribu de todas las razas.
En semejante situación la mezcla de sangres se ha impuesto también por la fuerza
material, único elemento de cohesión de un grupo. No puede haber elección donde
el fuerte toma o rechaza, conforme a su capricho, la hembra sometida.
Por supuesto que ya desde ese período late en el fondo de las relaciones humanas
el instinto de simpatía que atrae o repele conforme a ese misterio que llamamos
el gusto, misterio que es la secreta razón de toda estética; pero la sugestión
del gusto no constituye el móvil predominante del primer período, como no lo es
tampoco del segundo, sometido a la inflexible norma de la razón. También la
razón está contenida en el primer período, como origen de conducta y de acción
humana, pero es una razón débil, como el gusto oprimido; no es ello quien
decide, sino la fuerza, y a esa fuerza, comúnmente brutal, se somete el juicio,
convertido en esclavo de la voluntad primitiva. Corrompido así el juicio en
astucia, se envilece para servir la injusticia. En el primer período no es
posible trabajar por la fusión cordial de las razas, tanto porque la misma ley
de la violencia a que está sometido excluye las posibilidades de cohesión
espontánea, cuanto porque ni siquiera las condiciones geográficas permitían la
comunicación constante de todos los pueblos del planeta.
En el segundo período tiende a prevalecer la razón que artificiosamente
aprovecha las ventajas conquistadas por la fuerza y corrige sus errores. Las
fronteras se definen en tratados y las costumbres se organizan conforme a las
leyes derivadas de las conveniencias reciprocas y la lógica: el romanismo es el
más acabado modelo de este sistema social racional, aunque, en realidad, comenzó
antes de Roma y se prolonga todavía en esta época de las nacionalidades. En este
régimen, la mezcla de las razas obedece, en parte, al capricho de un instinto
libre que se ejerce por debajo de los rigores de la norma social, y obedece
especialmente a las conveniencias éticas o políticas del momento. En nombre de
la moral, por ejemplo, se imponen ligas matrimoniales difíciles de romper, entre
personas que no se aman; en nombre de la política se restringen libertades
interiores y exteriores; en nombre de la religión, que debiera ser la
inspiración sublime, se imponen dogmas y tiranías; pero cada caso se justifica
con el dictado de la razón, reconocido como supremo de los asuntos humanos.
Proceden también conforme a lógica superficial y a saber equívoco, quienes
condenan la mezcla de razas, en nombre de una eugénica que, por fundarse en
datos científicos incompletos y falsos, no ha podido dar resultados válidos. La
característica de este segundo período es la fe en la fórmula, por eso en todos
sentidos no hace otra cosa que dar norma a la inteligencia, límites a la acción,
fronteras a la patria y frenos al sentimiento. Regla, norma y tiranía, tal es la
ley del segundo periodo en que estamos presos, y del cual es menester salir.
En el tercer período, cuyo advenimiento se anuncia ya en mil formas, la
orientación de la conducta no se buscará en la pobre razón, que explica pero no
descubre; se buscará en el sentimiento creador y en la belleza que convence. Las
normas las dará la facultad suprema, la fantasía; es decir, se vivirá sin norma,
en un estado en que todo cuanto nace del sentimiento es un acierto. En vez de
reglas, inspiración constante. Y no se buscará el mérito de una acción en su
resultado inmediato y palpable, como ocurre en el primer período; ni tampoco se
atenderá a que se adapte a determinadas reglas de razón pura; el mismo
imperativo ético será sobrepujado y más allá del bien y del mal, en el mundo del
pathos estético, sólo importará que el acto, por ser bello, produzca dicha.
Hacer nuestro antojo, no nuestro deber; seguir el sendero del gusto, no el del
apetito ni el del silogismo; vivir el júbilo fundado en amor, ésa es la tercera
etapa.
Desgraciadamente somos tan imperfectos, que para lograr semejante vida de
dioses, será menester que pasemos antes por todos los caminos, por el camino del
deber, donde se depuran y superan los apetitos bajos, por el camino de la
ilusión, que estimula las aspiraciones más altas. Vendrá en seguida la pasión
que redime de la baja sensualidad. Vivir en pathos, sentir por todo una emoción
tan intensa, que el movimiento de las cosas adopte ritmos de dicha, he ahí un
rasgo del tercer período. A él se llega soltando el anhelo divino para que
alcance, sin puentes de moral y de lógica, de un solo ágil salto, las zonas de
revelación. Don artístico es esa intuición inmediata que brinca sobre la cadena
de los sorites, y por ser pasión, supera desde el principio el deber, y lo
reemplaza con el amor exaltado. Deber y lógica, ya se entiende que uno y otro
son andamios y mecánica de la construcción; pero el alma de la arquitectura es
ritmo que trasciende el mecanismo, y no conoce más ley que el misterio de la
belleza divina.
¿Qué papel desempeña en este proceso, ese nervio de los destinos humanos, la
voluntad que esta cuarta raza llegó a deificar en el instante de embriaguez de
su triunfo? La voluntad es fuerza, la fuerza ciega que corre tras de fines
confusos; en el primer período la dirige el apetito, que se sirve de ella para
todos sus caprichos; prende después su luz la razón, y la voluntad se refrena en
el deber, y se da formas en el refinamiento lógico. En el tercer período, la
voluntad se hace libre, sobrepuja lo finito, y estalla y se anega en una especie
de realidad infinita; se llena de rumores y de propósitos remotos; no le basta
la lógica y se pone las alas de la fantasía; se hunde en lo más profundo y
vislumbra lo más alto; se ensancha en la armonía y asciende en el misterio
creador de la melodía; se satisface y se disuelve en la emoción y se confunde
con la alegría del Universo: se hace pasión de belleza.
Si reconocemos que la Humanidad gradualmente se acerca al tercer período de su
destino, comprenderemos que la obra de fusión de las razas se va a verificar en
el continente iberoamericano, conforme a una ley derivada del goce de las
funciones más altas. Las leyes de la emoción, la belleza y la alegría regirán la
elección de parejas, con un resultado infinitamente superior al de esa eugénica
fundada en la razón científica, que nunca mira más que la porción menos
importante del suceso amoroso. Por encima de la eugénica científica prevalecerá
la eugénica misteriosa del gusto estético. Donde manda la pasión iluminada no es
menester ningún correctivo. Los muy feos no procrearán, no desearán procrear,
¿qué importa entonces que todas las razas se mezclen si la fealdad no encontrará
cuna? La pobreza, la educación defectuosa, la escasez de tipos bellos, la
miseria que vuelve a la gente fea, todas estas calamidades desaparecerán del
estado social futuro. Se verá entonces repugnante, parecerá un crimen el hecho
hoy cotidiano de que una pareja mediocre se ufane de haber multiplicado miseria.
El matrimonio dejará de ser consuelo de desventuras, que no hay por qué
perpetuar, y se convertirá en una obra de arte.
Tan pronto como la educación y el bienestar se difundan, ya no habrá peligro de
que se mezclen los más opuestos tipos. Las uniones se efectuarán conforme a la
ley singular del tercer período, la ley de simpatía, refinada por el sentido de
la belleza. Una simpatía verdadera y no la falsa que hoy nos imponen la
necesidad y la ignorancia. Las uniones sinceramente apasionadas y fácilmente
deshechas en caso de error, producirán vástagos despejados y hermosos. La
especie entera cambiará de tipo físico y de temperamento, prevalecerán los
instintos superiores, y perdurarán, como en síntesis feliz, los elementos de
hermosura, que hoy están repartidos en los distintos pueblos.
Actualmente, en parte por hipocresía y en parte porque las uniones se verifican
entre personas miserables dentro de un medio desventurado, vemos con profundo
horror el casamiento de una negra con un blanco; no sentiríamos repugnancia
alguna si se tratara del enlace de un Apolo negro con una Venus rubia, lo que
prueba que todo lo santifica la belleza. En cambio, es repugnante mirar esas
parejas de casados que salen a diario de los juzgados o los templos, feas en una
proporción, más o menos, del noventa por ciento de los contrayentes. El mundo
está así lleno de fealdad a causa de nuestros vicios, nuestros prejuicios y
nuestra miseria. La procreación por amor es ya un buen antecedente de progenie
lozana; pero hace falta que el amor sea en sí mismo una obra de arte, y no un
recurso de desesperados. Si lo que se va a transmitir es estupidez, entonces lo
que liga a los padres no es amor, sino instinto oprobioso y ruin.
Una mezcla de razas consumada de acuerdo con las leyes de la comodidad social,
la simpatía y la belleza, conducirá a la formación de un tipo infinitamente
superior a todos los que han existido. El cruce de contrarios conforme a la ley
mendeliana de la herencia, producirá variaciones discontinuas y sumamente
complejas, como son múltiples y diversos los elementos de la raza humana. Pero
esto mismo es garantía de las posibilidades sin límites que un instinto bien
orientado ofrece para la perfección gradual de la especie. Si hasta hoy no ha
mejorado gran cosa, es porque ha vivido en condiciones de aglomeración y de
miseria en las que no ha sido posible que funcione el instinto libre de la
belleza; la reproducción se ha hecho a la manera de las bestias, sin límite de
cantidad y sin aspiración de mejoramiento. No ha intervenido en ella el
espíritu, sino el apetito, que se satisface como puede. Así es que no estamos en
condiciones ni de imaginar las modalidades y los efectos de una serie de
cruzamientos verdaderamente inspirados. Uniones fundadas en la capacidad y la
belleza de los tipos, tendrían que producir un gran número de individuos dotados
con las cualidades dominantes. Eligiendo en seguida, no con la reflexión, sino
con el gusto, las cualidades que deseamos hacer predominar, los tipos de
selección se irán multiplicando, a medida que los recesivos tenderán a
desaparecer. Los vástagos recesivos ya no se unirían entre sí, sino a su vez
irían en busca de mejoramiento rápido, o extinguirían voluntariamente todo deseo
de reproducción física. La conciencia misma de la especie irá desarrollando un
mendelismo astuto, así que se vea libre del apremio físico, de la ignorancia y
la miseria, y de esta suerte, en muy pocas generaciones desaparecerán las
monstruosidades; lo que hoy es normal llegará a aparecer abominable. Los tipos
bajos de la especie serán absorbidos por el tipo superior. De esta suerte podría
redimirse, por ejemplo, el negro, y poco a poco, por extinción voluntaria, las
estirpes más feas irán cediendo el paso a las más hermosas. Las razas
inferiores, al educarse, se harían menos prolíficas, y los mejores especímenes
irán ascendiendo en una escala de mejoramiento étnico, cuyo tipo máximo no es
precisamente el blanco, sino esa nueva raza, a la que el mismo blanco tendrá que
aspirar con el objeto de conquistar la síntesis. El indio, por medio del injerto
en la raza afín, daría el salto de los millares de años que median de la
Atlántida a nuestra época, y en unas cuantas décadas de eugenesia estética
podría desaparecer el negro junto con los tipos que el libre instinto de
hermosura vaya señalando como fundamentalmente recesivos e indignos, por lo
mismo, de perpetuación. Se operaría en esta forma una selección por el gusto,
mucho más eficaz que la brutal selección darwiniana, que sólo es válida, si
acaso, para las especies inferiores, pero ya no para el hombre.
Ninguna raza contemporánea puede presentarse por sí sola como un modelo acabado
que todas las otras hayan de imitar. El mestizo y el indio, aun el negro,
superan al blanco en una infinidad de capacidades propiamente espirituales. Ni
en la antigüedad, ni en el presente, se ha dado jamás el caso de una raza que se
baste a si misma para forjar civilización. Las épocas más ilustres de la
Humanidad han sido, precisamente, aquellas en que varios pueblos disímiles se
ponen en contacto y se mezclan. La India, Grecia, Alejandría, Roma, no son sino
ejemplos de que sólo una universalidad geográfica y étnica es capaz de dar
frutos de civilización. En la época contemporánea, cuando el orgullo de los
actuales amos del mundo afirma por la boca de sus hombres de ciencia la
superioridad étnica y mental del blanco del Norte, cualquier profesor puede
comprobar que los grupos de niños y de jóvenes descendientes de escandinavos,
holandeses e ingleses de las Universidades norteamericanas son mucho más lentos,
casi torpes, comparados con los niños y jóvenes mestizos del Sur. Tal vez se
explica esta ventaja por efecto de un mendelismo espiritual benéfico, a causa de
una combinación de elementos contrarios. Lo cierto es que el vigor se renueva
con los injertos y que el alma misma busca lo disímil para enriquecer la
monotonía de su propio contenido. Sólo una prolongada experiencia podrá poner de
manifiesto los resultados de una mezcla realizada, ya no por la violencia ni por
efecto de la necesidad, sino por elección, fundada en el deslumbramiento que
produce la belleza, y confirmada por el pathos del amor.
En los períodos primero y segundo en que vivimos, a causa del aislamiento y de
la guerra, la especie humana vive en cierto sentido conforme a las leyes
darwinianas. Los ingleses, que sólo ven el presente del mundo externo, no
vacilaron en aplicar teorías zoológicas al campo de la sociología humana. Si la
falsa traslación de la ley fisiológica a la zona del espíritu fuese aceptable,
entonces hablar de la incorporación étnica del negro seria tanto como defender
el retroceso. La teoría inglesa supone, implícita o francamente, que el negro es
una especie de eslabón que está más cerca del mono que del hombre rubio. No
queda, por lo mismo, otro recurso que hacerlo desaparecer. En cambio, el blanco,
particularmente el blanco de habla inglesa, es presentado como el termino
sublime de la evolución humana; cruzarlo con otra raza equivaldría a ensuciar su
estirpe. Pero semejante manera de ver no es más que la ilusión de cada pueblo
afortunado en el periodo de su poderío. Cada uno de los grandes pueblos de la
Historia se ha creído el final y el elegido. Cuando se comparan unas con otras
estas infantiles soberbias, se ve que la misión que cada pueblo se atribuye no
es en el fondo otra cosa que afán de botín y deseo de exterminar a la potencia
rival. La misma ciencia oficial es en cada época un reflejo de esa soberbia de
la raza dominante. Los hebreos fundaron la creencia de su superioridad en
oráculos y promesas divinas. Los ingleses radican la suya en observaciones
relativas a los animales domésticos. De la observación de cruzamientos y
variedades hereditarias de dichos animales fue saliendo el darwinismo, primero
como una modesta teoría zoológica, después como biología social que otorga la
preponderancia definitiva al inglés sobre todas las demás razas. Todo
imperialismo necesita de una filosofía que lo justifique; el Imperio romano
predicaba el orden, es decir, la jerarquía; primero el romano, después sus
aliados, y el bárbaro en la esclavitud. Los británicos predican la selección
natural, con la consecuencia tácita de que el reino del mundo corresponde por
derecho natural y divino al dolicocéfalo de las Islas y sus descendientes. Pero
esta ciencia que llegó a invadirnos junto con los artefactos del comercio
conquistador, se combate como se combate todo imperialismo, poniéndole enfrente
una ciencia superior, una civilización más amplia y vigorosa. Lo cierto es que
ninguna raza se basta a sí sola, y que la Humanidad perdería, pierde, cada vez
que una raza desaparece por medios violentos. Enhorabuena que cada una se
transforme según su arbitrio, pero dentro de su propia visión de belleza, y sin
romper el desarrollo armónico de los elementos humanos.
Cada raza que se levanta necesita constituir su propia filosofía, el deus ex
machina. Nosotros nos hemos educado bajo la influencia humillante de una
filosofía ideada por nuestros enemigos, si se quiere de una manera sincera, pero
con el propósito de exaltar sus propios fines y anular los nuestros. De esta
suerte nosotros mismos hemos llegado a creer en la inferioridad del mestizo, en
la irredención del indio, en la condenación del negro, en la decadencia
irreparable del oriental. La rebelión de las armas no fue seguida de la rebelión
de las conciencias. Nos rebelamos contra el poder político de España, y no
advertimos que, junto con España, caímos en la dominación económica y moral de
la raza que ha sido señora del mundo desde que terminó la grandeza de España.
Sacudimos un yugo para caer bajo otro nuevo. El movimiento de desplazamiento de
que fuimos víctimas no hubiera podido evitar aunque lo hubiésemos comprendido a
tiempo. Hay cierta fatalidad en el destino de los pueblos lo mismo que en el
destino de los individuos; pero ahora que se inicia una nueva fase de la
Historia, se hace necesario reconstituir nuestra ideología y organizar conforme
a una nueva doctrina étnica toda nuestra vida continental. Comencemos entonces
haciendo vida propia y ciencia propia. Si no se liberta primero el espíritu,
jamás lograremos redimir la materia.
* * *
Tenemos el deber de formular las bases de una nueva civilización; y por eso
mismo es menester que tengamos presente que las civilizaciones no se repiten ni
en la forma ni en el fondo. La teoría de la superioridad étnica ha sido
simplemente un recurso de combate común a todos los pueblos batalladores; pero
la batalla que nosotros debemos de librar es tan importante que no admite ningún
ardid falso. Nosotros no sostenemos que somos ni que llegaremos a ser la primera
raza del mundo, la más ilustrada, la más fuerte y la más hermosa. nuestro
propósito es todavía más alto y más difícil que lograr una selección temporal.
Nuestros valores están en potencia a tal punto, que nada somos aún. Sin embargo,
la raza hebrea no era para los egipcios arrogantes otra cosa que una ruin casta
de esclavos y de ella nació Jesucristo, el autor del mayor movimiento de la
Historia; el que anuncio, el amor de todos los hombres. Este amor será uno de
los dogmas fundamentales de la quinta raza, que ha de producirse en América. El
cristianismo liberta y engendra vida, porque contiene revelación universal, no
nacional; por eso tuvieron que rechazarlo los propios judíos, que no se
decidieron a comulgar con gentiles. Pero la América es la patria de la
gentilidad, la verdadera tierra de promisión cristiana. Si nuestra raza se
muestra indigna de este suelo consagrado, si llega a faltarle el amor, se verá
suplantada por pueblos más capaces de realizar la misión fatal de aquellas
tierras; la misión de servir de asiento a una humanidad hecha de todas las
naciones y todas las estirpes. La biótica que el progreso del mundo impone a la
América de origen hispánico no es un credo rival que, frente al adversario,
dice: te supero, o me basto, sino una ansia infinita de integración y de
totalidad que por lo mismo invoca al Universo. La infinitud de su anhelo le
asegura fuerza para combatir el credo exclusivista del bando enemigo y confianza
en la victoria que siempre corresponde a los gentiles. El peligro más bien está
en que nos ocurra a nosotros lo que a la mayoría de los hebreos, que por no
hacerse gentiles perdieron la gracia originada en su seno. Así ocurriría si no
sabemos ofrecer hogar y fraternidad a todos los hombres; entonces otro pueblo
servirá de eje, alguna otra lengua será el vehículo; pero ya nadie puede
contener la fusión de las gentes, la aparición de la quinta era del mundo, la
era de la universalidad y el sentimiento cósmico.
La doctrina de formación sociológica, de formación biológica que en estas
páginas enunciamos, no es un simple esfuerzo ideológico para levantar el ánimo
de una raza deprimida, ofreciéndole una tesis que contradice la doctrina con que
habían querido condenarla sus rivales. Lo que sucede es que a medida que se
descubre la falsedad de la premisa científica en que descansa la dominación de
las potencias contemporáneas, se vislumbran también, en la ciencia experimental
misma, orientaciones que señalan un camino ya no para el triunfo de una raza
sola, sino para la redención de todos los hombres. Sucede como si la
palingenesia anunciada por el cristianismo con una anticipación de millares de
años, se viera confirmada actualmente en las distintas ramas del conocimiento
científico. El cristianismo predicó el amor como base de las relaciones humanas,
y ahora comienza a verse que sólo el amor es capaz de producir una Humanidad
excelsa. La política de los Estados y la ciencia de los positivistas,
influenciada de una manera directa por esa política, dijeron que no era el amor
la ley, sino el antagonismo, la lucha y el triunfo del apto, sin otro criterio
para juzgar la aptitud que la curiosa petición de principio contenida en la
misma tesis, puesto que el apto es el que triunfa, y sólo triunfa el apto. Y
así, a fórmulas verbales y viciosas de esta índole se va reduciendo todo el
saber pequeño que quiso desentenderse de las revelaciones geniales para
sustituirlas con generalizaciones fundadas en la mera suma de los detalles.
* * *
El descrédito de semejantes doctrinas se agrava con los descubrimientos y
observaciones que hoy revolucionan las ciencias. No era posible combatir la
teoría de la Historia como un proceso de frivolidades, cuando se creía que la
vida individual estaba también desprovista de fin metafísico y de plan
providencial. Pero si la matemática vacila y reforma sus conclusiones para
darnos el concepto de un mundo movible cuyo misterio cambia, de acuerdo con
nuestra posición relativa, y la naturaleza de nuestros conceptos; si la física y
la química no se atreven ya a declarar que en los procesos del átomo no hay otra
cosa que acción de masas y fuerzas; si la biología también en sus nuevas
hipótesis afirma, por ejemplo, con Uexkull que en el curso de la vida “las
células se mueven como si obrasen dentro de un organismo acabado cuyos órganos
armonizan conforme a plan y trabajan en común, esto es, posee un plan de
función”, “habiendo un engrane de factores vitales en la rueda motriz
físico-química” -lo que contraría el darwinismo, por lo menos, en la
interpretación de los darwinistas que niegan que la Naturaleza obedezca a un
plan-; si también el mendelismo demuestra, conforme a las palabras de Uexkull,
que el protoplasma es una mezcla de sustancias de las cuales puede ser hecho
todo, sobre poco más o menos; delante de todos estos cambios de conceptos de la
ciencia, es preciso reconocer que se ha derrumbado también el edificio de la
dominación de una sola raza. Esto a de ser, un presagio de que no tardará en
caer también el podrido material de quienes han construido toda esa falsa
ciencia de opresión y de conquista.
La ley de Mendel, particularmente cuando confirma “la intervención de factores
vitales en la rueda motriz físico-química”, debe formar parte de nuestro nuevo
patriotismo. Pues de su texto puede derivarse la conclusión de que las distintas
facultades del espíritu toman parte en los procesos del destino.
¿Qué importa que el materialismo spenceriano nos tuviese condenados, si hoy
resulta que podemos juzgarnos como una especie de reserva de la Humanidad, como
una promesa de un futuro que sobrepujara a todo tiempo anterior? Nos hallamos
entonces en una de esas épocas de palingenesia, y en el centro del malström
universal, y urge llamar a conciencia todas nuestras facultades, para que,
alertas y activas, intervengan desde ya, como dicen los argentinos, en los
procesos de la redención colectiva. Esplende la aurora de una época sin par. Se
diría que es el cristianismo el que va a consumarse, pero ya no sólo en las
almas, sino en la raíz de los seres. Como instrumento de la trascendental
transformación se ha ido formando en el continente ibérico una raza llena de
vicios y defectos, pero dotada de maleabilidad, comprensión rápida y emoción
fácil, fecundos elementos para el plasma germinal de la especie futura. Reunidos
están ya en abundancia los materiales biológicos, las predisposiciones, los
caracteres, las genes de que hablan los mendelistas, y sólo ha estado faltando
el impulso organizador, el plan de formación de la especie nueva. ¿Cuales
deberán ser los rasgos de ese impulse creador?
Si procediésemos conforme a la ley de pura energía confusa del primer período,
conforme al primitivo darwinismo biológico, entonces, la fuerza ciega, por
imposición casi mecánica de los elementos más vigorosos, decidiría de una manera
sencilla y brutal, exterminando a los débiles, más bien dicho, a los que no se
acomodan al plan de la raza nueva. Pero en el nuevo orden, por su misma ley, los
elementos perdurables no se apoyarán en la violencia, sino en el gusto, y, por
lo mismo, la selección se hará espontánea, como lo hace el pintor cuando de
todos los colores toma sólo los que convienen a su obra.
Si para constituir la quinta raza se procediese conforme a la ley del segundo
periodo, entonces vendría una pugna de astucias, en la cual los listos y faltos
de escrúpulos ganarían la partida a los soñadores y a los bondadosos.
Probablemente entonces la nueva Humanidad sería predominantemente malaya, pues
se asegura que nadie les gana en cautela y habilidad, y aun, si es necesario, en
perfidia. Por el camino de la inteligencia se podría llegar, aún si se quiere a
una Humanidad de estoicos, que adoptara como norma suprema el deber. El mundo se
volvería como un vasto pueblo de cuáqueros, en donde el plan del espíritu
acabaría por sentirse estrangulado y contrahecho por la regla. Pues la razón, la
pura razón, puede reconocer las ventajas de la ley moral, pero no es capaz de
imprimir a la acción el ardor combativo que la vuelve fecunda. En cambio, la
verdadera potencia creadora de júbilo está contenida en la ley del tercer
período, que es emoción de belleza y un amor tan acendrado que se confunde con
la revelación divina. Propiedad de antiguo señalada a la belleza, por ejemplo,
en el Fredo, es la de ser patética; su dinamismo contagia y mueve los ánimos,
transforma las cosas y el mismo destino. La raza más apta para adivinar y para
imponer semejante ley en la vida y en las cosas, ésa será la raza matriz de la
nueva era de civilización. Por fortuna, tal don, necesario a la quinta raza, lo
posee en grado subido la gente mestiza del continente iberoamericano; gente para
quien la belleza es la razón mayor de toda cosa. Una fina sensibilidad estética
y un amor de belleza profunda, ajenos a todo interés bastardo y libre de trabas
formales, todo eso es necesario al tercer período impregnado de esteticismo
cristiano que sobre la misma fealdad pone el toque redentor de la piedad que
enciende un halo alrededor de todo lo creado.
Tenemos, pues, en el continente todos los elementos de la nueva Humanidad; una
ley que irá seleccionando factores para la creación de tipos predominantes, ley
que operará no conforme a criterio nacional, como tendría que hacerlo una sola
raza conquistadora, sino con criterio de universalidad y belleza; y tenemos
también el territorio y los recursos naturales. Ningún pueblo de Europa podría
reemplazar al iberoamericano en esta misión, por bien dotado que esté, pues
todos tienen su cultura ya hecha y una tradición que para obras semejantes
constituye un peso. No podría sustituirnos una raza conquistadora, porque
fatalmente impondría sus propios rasgos, aunque sólo sea por la necesidad de
ejercer la violencia para mantener su conquista. No pueden llenar esta misión
universal tampoco los pueblos del Asia, que están exhaustos o, por lo menos,
faltos del arrojo necesario a las empresas nuevas.
La gente que está formando la América hispánica, un poco desbaratada, pero libre
de espíritu y con el anhelo en tensión a causa de las grandes regiones
inexploradas, puede todavía repetir las proezas de los conquistadores
castellanos y portugueses. La raza hispana en general tiene todavía por delante
esta misión de descubrir nuevas zonas en el espíritu ahora que todas las tierras
están exploradas.
Solamente la parte ibérica del continente dispone de los factores espirituales,
la raza y el territorio que son necesarios para la gran empresa de iniciar la
era universal de la Humanidad. Están allí todas las razas que han de ir dando su
aporte; el hombre nórdico, que hoy es maestro de acción, pero que tuvo comienzos
humildes y parecía inferior, en una época en que ya habían aparecido y decaído
varias grandes culturas; el negro, como una reserva de potencialidades que
arrancan de los días remotos de la Lemuria; el indio, que vio perecer la
Atlántida, pero guarda un quieto misterio en la conciencia; tenemos todos los
pueblos y todas las aptitudes, y sólo hace falta que el amor verdadero organice
y ponga en marcha la ley de la Historia.
Muchos obstáculos se oponen al plan del espíritu, pero son obstáculos comunes a
todo progreso. Desde luego ocurre objetar que ¿cómo se van a unir en concordia
las distintas razas si ni siquiera los hijos de una misma estirpe pueden vivir
en paz y alegría dentro del régimen económico y social que hoy oprime a los
hombres? Pero tal estado de los ánimos tendrá que cambiar rápidamente. Las
tendencias todas del futuro se entrelazan en la actualidad: mendelismo en
biología, socialismo en el gobierno, simpatía creciente en las almas, progreso
generalizado y aparición de la quinta raza que llenará el planeta, con los
triunfos de la primera cultura verdaderamente universal, verdaderamente cósmica.
Si contemplamos el proceso en panorama, nos encontraremos con las tres etapas de
la ley de los tres estados de la sociedad, vivificadas, cada una, con el aporte
de las cuatro razas fundamentales que consuman su misión, y en seguida
desaparecen para crear un quinto tipo étnico superior. Lo que da cinco razas y
tres estados, o sea el número ocho, que en la gnosis pitagórica representa el
ideal de la igualdad de todos los hombres. Semejantes coincidencias o aciertos
sorprenden cuando se les descubre, aunque después parezcan triviales.
Para expresar todas estas ideas que hoy procuro exponer en rápida síntesis, hace
algunos años, cuando todavía no se hallaban bien definidas, procuré darles
signos en el nuevo Palacio de la Educación Pública de México. Sin elementos
bastantes para hacer exactamente lo que deseaba, tuve que conformarme con una
construcción renacentista española, de dos patios, con arquerías y pasarelas,
que tienen algo de la impresión de un ala. En los tableros de los cuatro ángulos
del patio anterior hice labrar alegorías de España, de México, Grecia y la
India, las cuatro civilizaciones particulares que más tienen que contribuir a la
formación de la América Latina. En seguida, debajo de estas cuatro alegorías,
debieron levantarse cuatro grandes estatuas de piedra de las cuatro grandes
razas contemporáneas: la Blanca, la Roja, la Negra y la Amarilla, para indicar
que la América es hogar de todas, y de todas necesita. Finalmente, en el centro
debía erigirse un monumento que en alguna forma simbolizara la ley de los tres
estados: el material, el intelectual y el estético. Todo para indicar que,
mediante el ejercicio de la triple ley, llegaremos en América, antes que en
parte alguna del globo, a la creación de una raza hecha con el tesoro de todas
las anteriores, la raza final, la raza cósmica.
[La primera edición de la Raza Cósmica. Misión de la raza iberoamericana,
apareció en 1925 en Barcelona. Esta edición digital sigue la segunda edición
(Buenos Aires: Espasa-Calpe, 1948), corregida por Vasconcelos, en la que se
incorpora el "Prólogo".]
lunes, 19 de mayo de 2014
Combates y hambre ahogan a Sudán del Sur
La organización Médicos sin Frontera reabrió en la ciudad de Leer su destruida
clínica para atender a una multitud de colonos que buscan ayuda contra la
malaria, el sarampión, la diarrea, infecciones en vías respiratorias y la
desnutrición. La localidad ha sido escenario de combates desde que comenzó el
conflicto étnico Foto Ap
(Ap, Notimex, Reuters y PL) Cadáveres embutidos en pozos, casas incendiadas, niños que juegan con armamento militar y bebés con los contornos esqueléticos del hambre.
Estas son las escenas de una parte remota del sur de Sudán –la pequeña ciudad de Leer–, donde Médicos Sin Fronteras comenzó a alimentar a niños con desnutrición grave, tres meses después de que el hospital de la organización humanitaria fue destruido en medio de la violencia que desgarra al país desde diciembre.
Leer ha sido escenario de combates desde que comenzó el conflicto interno de Sudán del Sur y se encuentra actualmente en poder de los rebeldes de esta nación africana, que se independizó de Sudán hace poco más de 13 años.
En entrevistas, habitantes acusaron a los soldados gubernamentales de haber incendiado sus viviendas, robado los granos que ya habían cosechado, matar a numerosas personas, incluidos niños, y de inhabilitar los pozos de agua que había, que en muchos casos fueron usados para depositar cadáveres.
El secretario general de la Organización de Naciones Unidas (ONU), Ban Ki-moon, aseguró el pasado lunes al Consejo de Seguridad del organismo mundial que es urgente ‘‘encender la alarma sobre la violencia y el riesgo de una hambruna catastrófica’’ en Sudán del Sur, nación que visitó este mes.
Ban advirtió que si continúan los enfrentamientos, la mitad de los 12 millones de habitantes de Sudán del Sur serán desplazados, enfrentarán el hambre o morirán para finales de año.
Más de 1.3 millones de personas han huido de sus hogares debido a la violencia.
Las personas que salieron de Leer, ciudad de 20 mil habitantes en el estado de Unidad, empiezan a volver a sus hogares, muchos de los cuales fueron quemados o saqueados. La temporada de lluvias torrenciales empezó, y ello obliga a las familias sin techo a refugiarse con los vecinos o quedar a la intemperie.
“Vivir en un lugar donde no tienes ni siquiera un techo es horrible”, dijo Sarah Maynard, coordinadora de proyectos de Médicos Sin Fronteras. “Con el comienzo de las lluvias sólo va a empeorar. Las personas necesitan ayuda”, expuso.
El organismo reabrió el jueves pasado su clínica destruida para atender a una multitud de residentes que buscan ayuda para combatir la malaria, el sarampión, la diarrea, las infecciones de las vías respiratorias y el hambre. El grupo examinó a 600 niños y encontró que 50 están en el nivel más grave de desnutrición.
Nyagaaw Biel Dhoar trajo a la clínica a su hijo de dos años, Jacob Rit Wadaar, con la esperanza de que el personal médico pudiera salvarlo. Ella intentaba amamantarlo mientras agonizaba en sus brazos, pero ya era demasiado tarde. Jacob murió a la mañana siguiente.
Líderes mundiales, como el secretario general de la ONU y el secretario de Estado estadunidense, John Kerry, se esforzaron por conseguir que el presidente Salva Kiir y el ex vicepresidente Riek Machar se pusieran de acuerdo para consolidar el más reciente alto el fuego, alcanzado la semana pasada, en parte debido a que los trabajadores humanitarios de distintas zonas de Sudán del Sur han advertido que si los desplazados no pueden regresar a sus hogares este mes para cosechar antes de que se agraven las lluvias, el país sufrirá por falta de alimentos.
Las tropas del gobierno encabezadas por Kiir y las fuerzas rebeldes leales a Machar se enfrentaron el domingo, sólo dos días después de que el gobernante y el ex vicepresidente se reunieron en Etiopía para firmar un acuerdo de alto el fuego, el segundo pacto con la intención de contener el conflicto. Ambas partes beligerantes se acusaron de romper la tregua. El primer acuerdo también se vino abajo poco después de que se firmó.
Un funcionario de la ONU confirmó que hubo enfrentamientos en el área del poblado de Bentiu y dijo que los disparos se generaron en los dos lados. El ejército gubernamental y los rebeldes informaron de choques en otras zonas.
Según el acuerdo de cese del fuego pactado el viernes entre Kiir y Machar, todos los combates deberían parar 24 horas después de la firma, el viernes por la noche.
El conflicto amenaza con desgarrar a una nación que se independizó de Sudán apenas en febrero de 2011. El sur de Sudán producía 85 por ciento del petróleo sudanés. Tras la firma de un acuerdo de paz entre Sudán y Sudán del Sur en 2005, se acordó que el crudo se dividiría entre ambas naciones.
Profundas divisiones étnicas son en parte causantes de la violencia, donde el pueblo dinka de Kiir se enfrenta a la etnia nuer de Machar.
La Jornada, México
(Ap, Notimex, Reuters y PL) Cadáveres embutidos en pozos, casas incendiadas, niños que juegan con armamento militar y bebés con los contornos esqueléticos del hambre.
Estas son las escenas de una parte remota del sur de Sudán –la pequeña ciudad de Leer–, donde Médicos Sin Fronteras comenzó a alimentar a niños con desnutrición grave, tres meses después de que el hospital de la organización humanitaria fue destruido en medio de la violencia que desgarra al país desde diciembre.
Leer ha sido escenario de combates desde que comenzó el conflicto interno de Sudán del Sur y se encuentra actualmente en poder de los rebeldes de esta nación africana, que se independizó de Sudán hace poco más de 13 años.
En entrevistas, habitantes acusaron a los soldados gubernamentales de haber incendiado sus viviendas, robado los granos que ya habían cosechado, matar a numerosas personas, incluidos niños, y de inhabilitar los pozos de agua que había, que en muchos casos fueron usados para depositar cadáveres.
El secretario general de la Organización de Naciones Unidas (ONU), Ban Ki-moon, aseguró el pasado lunes al Consejo de Seguridad del organismo mundial que es urgente ‘‘encender la alarma sobre la violencia y el riesgo de una hambruna catastrófica’’ en Sudán del Sur, nación que visitó este mes.
Ban advirtió que si continúan los enfrentamientos, la mitad de los 12 millones de habitantes de Sudán del Sur serán desplazados, enfrentarán el hambre o morirán para finales de año.
Más de 1.3 millones de personas han huido de sus hogares debido a la violencia.
Las personas que salieron de Leer, ciudad de 20 mil habitantes en el estado de Unidad, empiezan a volver a sus hogares, muchos de los cuales fueron quemados o saqueados. La temporada de lluvias torrenciales empezó, y ello obliga a las familias sin techo a refugiarse con los vecinos o quedar a la intemperie.
“Vivir en un lugar donde no tienes ni siquiera un techo es horrible”, dijo Sarah Maynard, coordinadora de proyectos de Médicos Sin Fronteras. “Con el comienzo de las lluvias sólo va a empeorar. Las personas necesitan ayuda”, expuso.
El organismo reabrió el jueves pasado su clínica destruida para atender a una multitud de residentes que buscan ayuda para combatir la malaria, el sarampión, la diarrea, las infecciones de las vías respiratorias y el hambre. El grupo examinó a 600 niños y encontró que 50 están en el nivel más grave de desnutrición.
Nyagaaw Biel Dhoar trajo a la clínica a su hijo de dos años, Jacob Rit Wadaar, con la esperanza de que el personal médico pudiera salvarlo. Ella intentaba amamantarlo mientras agonizaba en sus brazos, pero ya era demasiado tarde. Jacob murió a la mañana siguiente.
Líderes mundiales, como el secretario general de la ONU y el secretario de Estado estadunidense, John Kerry, se esforzaron por conseguir que el presidente Salva Kiir y el ex vicepresidente Riek Machar se pusieran de acuerdo para consolidar el más reciente alto el fuego, alcanzado la semana pasada, en parte debido a que los trabajadores humanitarios de distintas zonas de Sudán del Sur han advertido que si los desplazados no pueden regresar a sus hogares este mes para cosechar antes de que se agraven las lluvias, el país sufrirá por falta de alimentos.
Las tropas del gobierno encabezadas por Kiir y las fuerzas rebeldes leales a Machar se enfrentaron el domingo, sólo dos días después de que el gobernante y el ex vicepresidente se reunieron en Etiopía para firmar un acuerdo de alto el fuego, el segundo pacto con la intención de contener el conflicto. Ambas partes beligerantes se acusaron de romper la tregua. El primer acuerdo también se vino abajo poco después de que se firmó.
Un funcionario de la ONU confirmó que hubo enfrentamientos en el área del poblado de Bentiu y dijo que los disparos se generaron en los dos lados. El ejército gubernamental y los rebeldes informaron de choques en otras zonas.
Según el acuerdo de cese del fuego pactado el viernes entre Kiir y Machar, todos los combates deberían parar 24 horas después de la firma, el viernes por la noche.
El conflicto amenaza con desgarrar a una nación que se independizó de Sudán apenas en febrero de 2011. El sur de Sudán producía 85 por ciento del petróleo sudanés. Tras la firma de un acuerdo de paz entre Sudán y Sudán del Sur en 2005, se acordó que el crudo se dividiría entre ambas naciones.
Profundas divisiones étnicas son en parte causantes de la violencia, donde el pueblo dinka de Kiir se enfrenta a la etnia nuer de Machar.
La Jornada, México
Nuevas anexiones en el escenario de otro Día D
Por Alberto Lopez Girondo
El conflicto en Ucrania, una jugada que involucra a los mismos que disputan el poder mundial en los últimos dos siglos: EE UU y Rusia.
El portavoz de la Cancillería rusa, Alexander Lukashevich, fue bastante preciso: No hay ninguna petición de los distritos rusoparlantes que el domingo pasado aprobaron su independencia de Ucrania. "En los medios se escribe mucho sobre eso, pero oficialmente no llegó ninguna petición de ese tipo", recalcó el funcionario desde Moscú. Mientras tanto, el gobierno provisional de Kiev confirmó la realización de elecciones presidenciales el 25 de mayo, a pesar de que el este del país es una zona de conflicto a punto de estallar. ¿Qué ocurrirá en esa zona del mundo tan sensible? ¿Habrá una inminente anexión a Rusia o el presidente Vladimir Putin preferirá esperar acuerdos gasíferos con Europa y demorarse hasta que las aguas se aquieten para actuar en consecuencia? Preguntas por ahora sin una respuesta razonable.
Mientras tanto, y si bien nadie garantiza que una mirada a la historia permita prever lo que ocurrirá, al menos como ejercicio lúdico no está mal ver cómo actuaron algunas de las potencias involucradas en este entuerto en un pasado no tan remoto. Y en sus propias fronteras.
Por lo pronto, el nacimiento de Rusia está tan íntimamente vinculado con el de Ucrania que no está mal decir, a la manera de José Mujica en relación a Argentina y Uruguay, que son hijos de la misma placenta. En efecto, el que con los siglos sería uno de los territorios imperiales más extenso bajo la dinastía de los Romanov, nació en el llamado Rus de Kiev, alrededor del año 880 de nuestra era. De hecho, algunos historiadores traducen la palabra eslava "krajina", de la que derivaría Ucrania, como "región de la frontera".
La expansión rusa crece de manera asombrosa desde Iván el Terrible, a mediados de 1500, y se consolida luego del 1700 con el zar Pedro el Grande, llamado así porque realmente medía poco más de dos metros, según las crónicas. Entre esos años y en el próximo siglo los zares llegarían a administrar un territorio de más de 21 millones de kilómetros cuadrados -casi como toda Latinoamérica- que iba desde Polonia, en Europa, hasta Alaska, en América del Norte. Ya era una potencia que amenazaba las ansias imperiales de Francia y Gran Bretaña en el corazón de Europa.
La guerra de Crimea, en 1854, significó un límite inesperado para el imperio zarista, sin embargo la batalla de Sebastopol representaría un hito para la nacionalidad rusa por el valor con que tropas menos pertrechadas resistieron a los ejércitos mejor preparados de los imperios occidentales.
Las consecuencias de la contienda perdida se hicieron sentir económicamente en Moscú y esa sería una de las razones para que en 1867 el zar Alejandro II decidiera aceptar la oferta del secretario de Estado norteamericano, William Seward, de comprar Alaska por 7,2 millones de dólares de entonces.
Estados Unidos acababa de terminar la guerra civil dos años antes, y continuaba con una política expansionista que en algunos casos se desarrolló a través de la compra de territorios, como había ocurrido en 1803 con la región central del país, conocida como la Luisiana, al gobierno del propio Napoleón Bonaparte, en 15 millones de dólares. Como se escribió en otra columna, el sobrino nieto del Corso, Napoleón III, había ordenado la invasión de México en 1862 con las tropas remanentes de Crimea, en un intento por interceder y, quién sabe, tomar ventaja en medio del conflicto que devastaba a Estados Unidos desde 1860.
Con sólo haber visto un par de películas, cualquier latinoamericano sabe que la guerra civil estalló en torno del deseo de los estados sureños por mantener la esclavitud como modo de producción económica. El gran Arturo Jauretche la llamó "la guerra de las camisetas", porque decía con bastante buen tino que se luchó para determinar si el algodón cosechado en el sur iba a alimentar la industria textil del norte o terminaría en los talleres de Gran Bretaña. Lo que suele olvidarse de un modo igualmente puntilloso, es que el esclavismo había sido un problema en toda esa amplia región desde cerca de medio siglo antes.
Bajo el dominio español, Texas y Coahuila formaban un mismo territorio dependiente de México. Mayormente despoblado, hacia allí fueron a parar las tribus indígenas de comanches, kiowas y apaches, cuando los estadounidenses comenzaron a perseguirlos para colonizar Luisiana.
Hubo entonces un fenomenal crecimiento de la flamante república federal asentado en un detalle que desde estas pampas anotó Domingo Faustino Sarmiento y llegó a publicar en las polémicas con Juan Bautista Alberdi en torno de la Constitución de 1853.
Señala el sanjuanino que el estado central dictó leyes para la entrega gratuita de tierras a inmigrantes en las regiones incorporadas, con la salvedad de que no podían ser demasiado extensas. El promedio rondaba menos de una milla cuadrada, algo así como 260 hectáreas. Dice Sarmiento –en un texto que la oligarquía terrateniente no suele resaltar como aquel en que pedía no ahorrar sangre de indios– que la cifra "puede chocar con nuestras ideas de ocupación de tierras y división de las leguas por esa mezquindad y pequeñez de las propiedades de los Estados Unidos, pero con aquella pequeñez sabiamente calculada se aviene las riquezas pasmosa de aquel país, su rápido engrandecimiento y el acrecentamiento instantáneo de la población". Interesante reflexión que además fue escrita antes de la mal llamada "conquista del desierto".
Esta percepción sarmientina también había seducido a las autoridades españolas en la primera década del siglo XIX y a los gobiernos criollos posteriores, que para 1820 aceptaron el petitorio de un inversor estadounidense, Moses Austin, para poblar y explotar amplias extensiones en Texas en términos que se prometían tan exitosos como los del otro lado de la frontera. Su hijo Stephen sería el encargado de negociar la concesión con el gobierno mexicano del efímero emperador mexicano Agustín de Iturbe. Los colonos debían convertirse al catolicismo, hablar castellano, ser hombres probos moralmente, obtener nacionalidad mexicana y "traducir" sus nombres a su versión hispana. Cada uno recibió 1600 hectáreas y se puso manos a la obra.
Hubo un par de pequeños problemas: nunca se asimilaron realmente al mundo hispánico y para colmo, la Constitución mexicana de 1824 prohibió la esclavitud y daba libertad de vientres. Luego de ingentes esfuerzos, negociadores aceptaron cambiar el modo de contratación: en lugar de esclavitud, un contrato por 99 años. Que es lo mismo.
Como consecuencia de nuevos cambios en la situación mexicana, los colonos angloparlantes se declararon independientes en 1836, tras una breve guerra. Al mando de Antonio López de Santa Anna, las tropas mexicanas debieron enfrentar las milicias de los colonos, reforzadas con mercenarios que por paga recibían ricas y amplias parcelas. Pidieron la pronta anexión a Estados Unidos, pero en Washington interpretaron que esa medida crearía problemas con las potencias de entonces y no vieron prudente embarcarse en una nueva contienda.
No habían pasado diez años cuando fue elegido presidente James Knox Polk, un ferviente partidario de la expansión territorial hacia el Pacífico, quien asumió en 1845 con el mandato de repartirse el Oregón con Gran Bretaña y de sumar a Texas. En 1846, el Congreso aceptó el pedido de los texanos, lo que desató la guerra con México, que todavía esperaba la forma de recuperar un territorio que le pertenecía. Dos años más tarde, Estados Unidos se quedaba además con la Alta California, Arizona, Nevada, Utah, Nuevo México y partes de Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma. El sueño imperial se hacía realidad, aunque como parte del arreglo con Texas, el tema de la esclavitud fue barrido debajo de la alfombra.
Si de algo conocen los gobernantes rusos es de historia de su país. Saben, por lo tanto, del valor de la paciencia. Lo mismo ocurre con la dirigencia estadounidense. Desde la caída de la Unión Soviética, Moscú fue cediendo poder real y, como se sabe, en política no hay espacios vacíos. La OTAN, la Unión Europea y sobre todo Estados Unidos fueron ocupando rápidamente esos rincones.
Hace algunos meses Putin decidió que es tiempo de mostrar los dientes. El conflicto en Ucrania es, por supuesto, una jugada mucho más grande que involucra a los mismos que vienen disputando el poder mundial en los últimos dos siglos. Por un lado está Rusia, que reclama su lugar en las grandes ligas, al igual que China y la India, socios mayores del grupo BRICS junto con Brasil y Sudáfrica. Por el otro la alianza occidental, que el 6 de junio conmemora el 70 aniversario del desembarco en Normandía. Pero que antes tiene otro Día D en las europarlamentarias, cruciales para el futuro de la unidad continental.
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El conflicto en Ucrania, una jugada que involucra a los mismos que disputan el poder mundial en los últimos dos siglos: EE UU y Rusia.
El portavoz de la Cancillería rusa, Alexander Lukashevich, fue bastante preciso: No hay ninguna petición de los distritos rusoparlantes que el domingo pasado aprobaron su independencia de Ucrania. "En los medios se escribe mucho sobre eso, pero oficialmente no llegó ninguna petición de ese tipo", recalcó el funcionario desde Moscú. Mientras tanto, el gobierno provisional de Kiev confirmó la realización de elecciones presidenciales el 25 de mayo, a pesar de que el este del país es una zona de conflicto a punto de estallar. ¿Qué ocurrirá en esa zona del mundo tan sensible? ¿Habrá una inminente anexión a Rusia o el presidente Vladimir Putin preferirá esperar acuerdos gasíferos con Europa y demorarse hasta que las aguas se aquieten para actuar en consecuencia? Preguntas por ahora sin una respuesta razonable.
Mientras tanto, y si bien nadie garantiza que una mirada a la historia permita prever lo que ocurrirá, al menos como ejercicio lúdico no está mal ver cómo actuaron algunas de las potencias involucradas en este entuerto en un pasado no tan remoto. Y en sus propias fronteras.
Por lo pronto, el nacimiento de Rusia está tan íntimamente vinculado con el de Ucrania que no está mal decir, a la manera de José Mujica en relación a Argentina y Uruguay, que son hijos de la misma placenta. En efecto, el que con los siglos sería uno de los territorios imperiales más extenso bajo la dinastía de los Romanov, nació en el llamado Rus de Kiev, alrededor del año 880 de nuestra era. De hecho, algunos historiadores traducen la palabra eslava "krajina", de la que derivaría Ucrania, como "región de la frontera".
La expansión rusa crece de manera asombrosa desde Iván el Terrible, a mediados de 1500, y se consolida luego del 1700 con el zar Pedro el Grande, llamado así porque realmente medía poco más de dos metros, según las crónicas. Entre esos años y en el próximo siglo los zares llegarían a administrar un territorio de más de 21 millones de kilómetros cuadrados -casi como toda Latinoamérica- que iba desde Polonia, en Europa, hasta Alaska, en América del Norte. Ya era una potencia que amenazaba las ansias imperiales de Francia y Gran Bretaña en el corazón de Europa.
La guerra de Crimea, en 1854, significó un límite inesperado para el imperio zarista, sin embargo la batalla de Sebastopol representaría un hito para la nacionalidad rusa por el valor con que tropas menos pertrechadas resistieron a los ejércitos mejor preparados de los imperios occidentales.
Las consecuencias de la contienda perdida se hicieron sentir económicamente en Moscú y esa sería una de las razones para que en 1867 el zar Alejandro II decidiera aceptar la oferta del secretario de Estado norteamericano, William Seward, de comprar Alaska por 7,2 millones de dólares de entonces.
Estados Unidos acababa de terminar la guerra civil dos años antes, y continuaba con una política expansionista que en algunos casos se desarrolló a través de la compra de territorios, como había ocurrido en 1803 con la región central del país, conocida como la Luisiana, al gobierno del propio Napoleón Bonaparte, en 15 millones de dólares. Como se escribió en otra columna, el sobrino nieto del Corso, Napoleón III, había ordenado la invasión de México en 1862 con las tropas remanentes de Crimea, en un intento por interceder y, quién sabe, tomar ventaja en medio del conflicto que devastaba a Estados Unidos desde 1860.
Con sólo haber visto un par de películas, cualquier latinoamericano sabe que la guerra civil estalló en torno del deseo de los estados sureños por mantener la esclavitud como modo de producción económica. El gran Arturo Jauretche la llamó "la guerra de las camisetas", porque decía con bastante buen tino que se luchó para determinar si el algodón cosechado en el sur iba a alimentar la industria textil del norte o terminaría en los talleres de Gran Bretaña. Lo que suele olvidarse de un modo igualmente puntilloso, es que el esclavismo había sido un problema en toda esa amplia región desde cerca de medio siglo antes.
Bajo el dominio español, Texas y Coahuila formaban un mismo territorio dependiente de México. Mayormente despoblado, hacia allí fueron a parar las tribus indígenas de comanches, kiowas y apaches, cuando los estadounidenses comenzaron a perseguirlos para colonizar Luisiana.
Hubo entonces un fenomenal crecimiento de la flamante república federal asentado en un detalle que desde estas pampas anotó Domingo Faustino Sarmiento y llegó a publicar en las polémicas con Juan Bautista Alberdi en torno de la Constitución de 1853.
Señala el sanjuanino que el estado central dictó leyes para la entrega gratuita de tierras a inmigrantes en las regiones incorporadas, con la salvedad de que no podían ser demasiado extensas. El promedio rondaba menos de una milla cuadrada, algo así como 260 hectáreas. Dice Sarmiento –en un texto que la oligarquía terrateniente no suele resaltar como aquel en que pedía no ahorrar sangre de indios– que la cifra "puede chocar con nuestras ideas de ocupación de tierras y división de las leguas por esa mezquindad y pequeñez de las propiedades de los Estados Unidos, pero con aquella pequeñez sabiamente calculada se aviene las riquezas pasmosa de aquel país, su rápido engrandecimiento y el acrecentamiento instantáneo de la población". Interesante reflexión que además fue escrita antes de la mal llamada "conquista del desierto".
Esta percepción sarmientina también había seducido a las autoridades españolas en la primera década del siglo XIX y a los gobiernos criollos posteriores, que para 1820 aceptaron el petitorio de un inversor estadounidense, Moses Austin, para poblar y explotar amplias extensiones en Texas en términos que se prometían tan exitosos como los del otro lado de la frontera. Su hijo Stephen sería el encargado de negociar la concesión con el gobierno mexicano del efímero emperador mexicano Agustín de Iturbe. Los colonos debían convertirse al catolicismo, hablar castellano, ser hombres probos moralmente, obtener nacionalidad mexicana y "traducir" sus nombres a su versión hispana. Cada uno recibió 1600 hectáreas y se puso manos a la obra.
Hubo un par de pequeños problemas: nunca se asimilaron realmente al mundo hispánico y para colmo, la Constitución mexicana de 1824 prohibió la esclavitud y daba libertad de vientres. Luego de ingentes esfuerzos, negociadores aceptaron cambiar el modo de contratación: en lugar de esclavitud, un contrato por 99 años. Que es lo mismo.
Como consecuencia de nuevos cambios en la situación mexicana, los colonos angloparlantes se declararon independientes en 1836, tras una breve guerra. Al mando de Antonio López de Santa Anna, las tropas mexicanas debieron enfrentar las milicias de los colonos, reforzadas con mercenarios que por paga recibían ricas y amplias parcelas. Pidieron la pronta anexión a Estados Unidos, pero en Washington interpretaron que esa medida crearía problemas con las potencias de entonces y no vieron prudente embarcarse en una nueva contienda.
No habían pasado diez años cuando fue elegido presidente James Knox Polk, un ferviente partidario de la expansión territorial hacia el Pacífico, quien asumió en 1845 con el mandato de repartirse el Oregón con Gran Bretaña y de sumar a Texas. En 1846, el Congreso aceptó el pedido de los texanos, lo que desató la guerra con México, que todavía esperaba la forma de recuperar un territorio que le pertenecía. Dos años más tarde, Estados Unidos se quedaba además con la Alta California, Arizona, Nevada, Utah, Nuevo México y partes de Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma. El sueño imperial se hacía realidad, aunque como parte del arreglo con Texas, el tema de la esclavitud fue barrido debajo de la alfombra.
Si de algo conocen los gobernantes rusos es de historia de su país. Saben, por lo tanto, del valor de la paciencia. Lo mismo ocurre con la dirigencia estadounidense. Desde la caída de la Unión Soviética, Moscú fue cediendo poder real y, como se sabe, en política no hay espacios vacíos. La OTAN, la Unión Europea y sobre todo Estados Unidos fueron ocupando rápidamente esos rincones.
Hace algunos meses Putin decidió que es tiempo de mostrar los dientes. El conflicto en Ucrania es, por supuesto, una jugada mucho más grande que involucra a los mismos que vienen disputando el poder mundial en los últimos dos siglos. Por un lado está Rusia, que reclama su lugar en las grandes ligas, al igual que China y la India, socios mayores del grupo BRICS junto con Brasil y Sudáfrica. Por el otro la alianza occidental, que el 6 de junio conmemora el 70 aniversario del desembarco en Normandía. Pero que antes tiene otro Día D en las europarlamentarias, cruciales para el futuro de la unidad continental.
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Documento de la Iglesia: La guerrita santa
El documento de los obispos fue más comentado que leído y disparó un nuevo cruce
entre el Gobierno y la cúpula de la Iglesia. Funcionarios y opositores
debatieron los títulos de los diarios.
Por Reynaldo Sietecase
En la guerra santa declarada entre el gobierno nacional y el grupo Clarín todo vale. No importa si algo es cierto. Importa si afecta al otro, “al enemigo”. Las declaraciones de dirigentes políticos, sindicales o religiosos pueden acomodarse a voluntad. Cualquier testimonio queda sometido a edición y el recorte, para que quede en línea con la necesidad de quien reproduce la información. Algo de esto ocurrió con el documento que el fin de semana pasado emitió la Conferencia Episcopal sobre la violencia en la sociedad.
“El país está enfermo de violencia” y “la corrupción es un cáncer social”. Éstas fueron las dos frases que los medios más críticos al kirchnerismo transformaron en títulos. Los enmarcaron en una suerte de crítica frontal de “la Iglesia” al gobierno nacional. El documento, si bien es crítico de la violencia imperante en la sociedad y advierte sobre el incremento de la delincuencia, no tiene el tono admonitorio que le asignaron y apela a todos los actores sociales no sólo a los funcionarios.
En el acto organizado para recordar al padre Carlos Mugica, asesinado por la Triple A, la presidenta Cristina Kichner les respondió con dureza a los títulos de los diarios: “Cuando se habla de una Argentina violenta, quieren reeditar viejos enfrentamientos”, dijo. Las mismas usinas mediáticas se prendieron de esas declaraciones para potenciar, lo que a esa altura, ya podía calificarse como “enfrentamiento”.
Un día después “los empresarios cristianos” y de los bancos extranjeros” apoyaron los dichos de los prelados. Algunos funcionarios, desde Gabriel Mariotto hasta Agustín Rossi, hicieron lo propio a la hora de cuestionar el escrito. Luego se sumaron Mauricio Macri y dirigentes de La Cámpora bancando uno y otra posición. A esta altura es difícil saber si alguno de los que hablaron había leído el documento completo.
Los obispos no son inocentes. Saben perfectamente el efecto que tienen sus observaciones. En la Conferencia Episcopal conviven expresiones conservadoras y reaccionarias con religiosos que defienden posiciones más abiertas y democráticas. La Iglesia Católica en esto se parece mucho al peronismo. Son dos casas con paredes elásticas.
El documento le asigna una mayor responsabilidad al Gobierno en su rol de garante de la paz social pero de la lectura del texto no se desprende que sea el sujeto exclusivo de las críticas. Si bien señala: “Constatamos con dolor y preocupación que la Argentina está enferma de violencia” y que “los hechos delictivos no solamente han aumentado en cantidad sino también en agresividad. Una violencia cada vez más feroz y despiadada provoca lesiones graves y llega en muchos casos al homicidio” por el uso y abuso de drogas. También dice que “no se puede responsabilizar y estigmatizar a los pobres por ser tales. Ellos sufren de manera particular la violencia y son víctimas de robos y asesinatos aunque no aparezcan de modo destacado en las noticias”.
Sugiere “ampliar la mirada y reconocer que también son violencia las situaciones de exclusión social, de privación de oportunidades, de hambre y de marginación, de precariedad laboral, de empobrecimiento estructural de muchos, que contrasta con la insultante ostentación de riqueza de parte de otros”.
Y cuando habla de la corrupción como “cáncer social” hace referencia a la corrupción “tanto pública como privada”. Y sorprende con dos afirmaciones: “La lentitud de la Justicia deteriora la confianza de los ciudadanos en su eficacia”. Una frase que es fácilmente ubicable en cualquier discurso de la Presidenta de los expresados cuando defendía la reforma judicial. Y otra: “Nos duele y preocupa que casi la mitad de los presos no tenga sentencia”, a tono con los reclamos de la agrupación Justicia Legítima u organismos de Derechos Humanos.
“Nos estamos acostumbrando a la violencia verbal, a las calumnias y a la mentira”, agrega el documento de los obispos. Otra frase que suscribirían propios y extraños.
El martes pasado, monseñor Víctor Manuel Fernández, rector de la Universidad Católica, escribió una columna en Página/12: “Los obispos argentinos quisimos hacer un llamado a la reflexión acerca de la violencia. En un largo debate entre nosotros, terminamos coincidiendo en la necesidad de encarar el tema de una manera amplia, evitando un acento excesivo en la inseguridad. La idea que predominó fue la de la violencia en toda la sociedad, de manera que cada uno se sintiera interpelado en lugar de entretenerse culpando a otros: ´No nos ayuda culpar a los demás´”.
El rector de la UCA agrega: “Por eso esta declaración, confeccionada con aportes de toda la asamblea de obispos argentinos, rechaza la ´justicia por mano propia´, defiende a los pobres de la acusación de violentos, cuestiona ´la insultante ostentación de riqueza´ de otros y la ´tendencia al individualismo y egoísmo´. También habla del maltrato a los presos, de ´las crisis de la familia´ y de los ´episodios de violencia escolar´, menciona que los medios ´no siempre informan con objetividad y respeto´, etcétera”.
Monseñor Fernández opina: “Lamentablemente, la sana intención de este mensaje, que ofrece una propuesta educativa y autoeducativa, no fue acogida simplemente porque no se lo leyó completo. El día antes de la publicación de este documento, en la versión electrónica de un diario se anunciaba torpemente que los obispos iban a enfrentar al Gobierno por el tema de la inseguridad. Con esa clave falsa de lectura, al día siguiente todos mutilaron el documento. Paradójicamente, también algunas personas oficialistas utilizaron esa misma clave de lectura que les ofreció un medio opositor, sin detenerse a leer y a sopesar el conjunto del texto de los obispos, y entraron ingenuamente en el juego”.
Por previsible, no sería una mala idea que Monseñor discuta esta cuestión con sus pares antes de firmar el próximo documento. Y, complementariamente, que los dirigentes lean completo los textos sobre los cuales van a opinar. La lengua en la Argentina suele ser más rápida que la vista.
DZ/rg
Fuente Redacción Z
Diario Z
Por Reynaldo Sietecase
En la guerra santa declarada entre el gobierno nacional y el grupo Clarín todo vale. No importa si algo es cierto. Importa si afecta al otro, “al enemigo”. Las declaraciones de dirigentes políticos, sindicales o religiosos pueden acomodarse a voluntad. Cualquier testimonio queda sometido a edición y el recorte, para que quede en línea con la necesidad de quien reproduce la información. Algo de esto ocurrió con el documento que el fin de semana pasado emitió la Conferencia Episcopal sobre la violencia en la sociedad.
“El país está enfermo de violencia” y “la corrupción es un cáncer social”. Éstas fueron las dos frases que los medios más críticos al kirchnerismo transformaron en títulos. Los enmarcaron en una suerte de crítica frontal de “la Iglesia” al gobierno nacional. El documento, si bien es crítico de la violencia imperante en la sociedad y advierte sobre el incremento de la delincuencia, no tiene el tono admonitorio que le asignaron y apela a todos los actores sociales no sólo a los funcionarios.
En el acto organizado para recordar al padre Carlos Mugica, asesinado por la Triple A, la presidenta Cristina Kichner les respondió con dureza a los títulos de los diarios: “Cuando se habla de una Argentina violenta, quieren reeditar viejos enfrentamientos”, dijo. Las mismas usinas mediáticas se prendieron de esas declaraciones para potenciar, lo que a esa altura, ya podía calificarse como “enfrentamiento”.
Un día después “los empresarios cristianos” y de los bancos extranjeros” apoyaron los dichos de los prelados. Algunos funcionarios, desde Gabriel Mariotto hasta Agustín Rossi, hicieron lo propio a la hora de cuestionar el escrito. Luego se sumaron Mauricio Macri y dirigentes de La Cámpora bancando uno y otra posición. A esta altura es difícil saber si alguno de los que hablaron había leído el documento completo.
Los obispos no son inocentes. Saben perfectamente el efecto que tienen sus observaciones. En la Conferencia Episcopal conviven expresiones conservadoras y reaccionarias con religiosos que defienden posiciones más abiertas y democráticas. La Iglesia Católica en esto se parece mucho al peronismo. Son dos casas con paredes elásticas.
El documento le asigna una mayor responsabilidad al Gobierno en su rol de garante de la paz social pero de la lectura del texto no se desprende que sea el sujeto exclusivo de las críticas. Si bien señala: “Constatamos con dolor y preocupación que la Argentina está enferma de violencia” y que “los hechos delictivos no solamente han aumentado en cantidad sino también en agresividad. Una violencia cada vez más feroz y despiadada provoca lesiones graves y llega en muchos casos al homicidio” por el uso y abuso de drogas. También dice que “no se puede responsabilizar y estigmatizar a los pobres por ser tales. Ellos sufren de manera particular la violencia y son víctimas de robos y asesinatos aunque no aparezcan de modo destacado en las noticias”.
Sugiere “ampliar la mirada y reconocer que también son violencia las situaciones de exclusión social, de privación de oportunidades, de hambre y de marginación, de precariedad laboral, de empobrecimiento estructural de muchos, que contrasta con la insultante ostentación de riqueza de parte de otros”.
Y cuando habla de la corrupción como “cáncer social” hace referencia a la corrupción “tanto pública como privada”. Y sorprende con dos afirmaciones: “La lentitud de la Justicia deteriora la confianza de los ciudadanos en su eficacia”. Una frase que es fácilmente ubicable en cualquier discurso de la Presidenta de los expresados cuando defendía la reforma judicial. Y otra: “Nos duele y preocupa que casi la mitad de los presos no tenga sentencia”, a tono con los reclamos de la agrupación Justicia Legítima u organismos de Derechos Humanos.
“Nos estamos acostumbrando a la violencia verbal, a las calumnias y a la mentira”, agrega el documento de los obispos. Otra frase que suscribirían propios y extraños.
El martes pasado, monseñor Víctor Manuel Fernández, rector de la Universidad Católica, escribió una columna en Página/12: “Los obispos argentinos quisimos hacer un llamado a la reflexión acerca de la violencia. En un largo debate entre nosotros, terminamos coincidiendo en la necesidad de encarar el tema de una manera amplia, evitando un acento excesivo en la inseguridad. La idea que predominó fue la de la violencia en toda la sociedad, de manera que cada uno se sintiera interpelado en lugar de entretenerse culpando a otros: ´No nos ayuda culpar a los demás´”.
El rector de la UCA agrega: “Por eso esta declaración, confeccionada con aportes de toda la asamblea de obispos argentinos, rechaza la ´justicia por mano propia´, defiende a los pobres de la acusación de violentos, cuestiona ´la insultante ostentación de riqueza´ de otros y la ´tendencia al individualismo y egoísmo´. También habla del maltrato a los presos, de ´las crisis de la familia´ y de los ´episodios de violencia escolar´, menciona que los medios ´no siempre informan con objetividad y respeto´, etcétera”.
Monseñor Fernández opina: “Lamentablemente, la sana intención de este mensaje, que ofrece una propuesta educativa y autoeducativa, no fue acogida simplemente porque no se lo leyó completo. El día antes de la publicación de este documento, en la versión electrónica de un diario se anunciaba torpemente que los obispos iban a enfrentar al Gobierno por el tema de la inseguridad. Con esa clave falsa de lectura, al día siguiente todos mutilaron el documento. Paradójicamente, también algunas personas oficialistas utilizaron esa misma clave de lectura que les ofreció un medio opositor, sin detenerse a leer y a sopesar el conjunto del texto de los obispos, y entraron ingenuamente en el juego”.
Por previsible, no sería una mala idea que Monseñor discuta esta cuestión con sus pares antes de firmar el próximo documento. Y, complementariamente, que los dirigentes lean completo los textos sobre los cuales van a opinar. La lengua en la Argentina suele ser más rápida que la vista.
DZ/rg
Fuente Redacción Z
Diario Z
Las elecciones y la zona núcleo Por Eduardo Anguita argentina@miradasalsur.com
Daniel Scioli, Sergio Massa, Mauricio Macri, Hermes Binner o Julio Cobos. Ahí
está el núcleo de quienes están posicionados en este tan temprano escenario
electoral. En un segundo plano, al menos por ahora, hay un grupo de
precandidatos entre los cuales hay bastantes más kirchneristas que opositores.
La última reunión del Consejo Nacional del Justicialismo consagró un espacio
para el pelotón de aspirantes a la Casa Rosada, quienes tendrán tiempo
suficiente de aquí al sábado 15 junio de 2015 –cuando venza el plazo para
oficializar listas que compitan en las PASO– como para bajarse, aliarse entre sí
o bien hacer suficientes méritos para ser contendientes naturales de Scioli,
quien ya tiene asegurado un lugar en esta carrera a la Casa Rosada. Ahí están
Florencio Randazzo, Agustín Rossi, Sergio Urribarri, Julián Domínguez, Aníbal
Fernández y Juan Manuel Urtubey.
Lo primero que cualquiera puede preguntarse, ya que estamos en la Argentina y no en Noruega, es si puede haber turbulencias de acá a las elecciones de octubre. La política siempre tiene imponderables pero habría dos frentes en los que podrían imaginarse problemas. El de los conflictos gremiales y sociales, por un lado, y el de la economía, por el otro. El parate productivo en varios sectores que provocó suspensiones es una advertencia pero, de momento, no amenaza en convertirse en despidos continuos. Hay retracción en el consumo pero también el Gobierno toma medidas para la inclusión social que a su vez estimulan la demanda. Esta semana pudo verse que la convocatoria de Hugo Moyano y Luis Barrionuevo tuvo más que ver con la política que con las demandas sindicales concretas. De allí que hayan sumado a Juan Carlos Blumberg y no a sectores de la CTA de Pablo Micheli. Por otra parte, no lograron una concurrencia nutrida como esperaban. Al rato, la Presidenta anunció una adecuación de las asignaciones familiares que, en el caso de la Asignación Universal por Hijo (AUH) es del 40%, por encima de cualquier pronóstico de la inflación del año en curso (ver la nota de Roxana Mazzola). Y, si bien todavía hay paritarias en curso, no parece haber motivos como para creer que habrá cortocircuitos a un nivel tal que afecten la vida institucional. En cuanto al conflicto de la línea Sarmiento, es un golpe a la sensibilidad social de muchos militantes gremiales ver a Rubén el Pollo Sobrero desfilando por los canales de televisión mientras los usuarios, trabajadores, viajan colgados peor que en un camión jaula. Flaco favor a quienes integran comisiones gremiales de izquierda y combativas. Desgraciadamente, la insensibilidad social no sólo es de los privilegiados económicos, de las minorías de poder, sino que también se puede registrar la desconsideración y la violencia verbal y física en infinidad de sectores. El desamparo social es grande. Las políticas inclusivas son condición necesaria pero no suficiente.
Como nota al margen, el documento de la Conferencia Episcopal respecto de la violencia, podría haberse diseccionado hacia otro lado por parte del Gobierno. En vez de hacer consideraciones sobre las dictaduras, la respuesta podría haber sido pedir oficios de mediación, por qué no, en temas como el del Sarmiento y en tantos otros donde los obispos pueden poner los pies en el barro, como los ponen el Padre Pepe y tantísimos otros curas y seguramente obispos. El estilo de la Presidenta y de quienes aparecen como sus principales voceros es de marcar la cancha entre propios y ajenos en vez de involucrar, entreverar y hacer partícipes a otros. Y eso, en este último tramo de gestión no parece dar resultados positivos. El escenario de los anuncios de Estado, como lo de la AUH, es de tenor partidario, tanto por quienes son invitados a escucharlo como por la nutrida y entusiasta barra juvenil que luego escucha las palabras de Cristina desde el jardín interior de la Casa Rosada.
Volviendo a lo económico, que también es político, el Gobierno está tratando de poner orden a las estadísticas y eso significa, en buena hora, hacer frente a varios problemas. Uno es la deuda que queda en cuanto a la falta de datos oficiales sobre pobreza e indigencia. Al respecto, un reciente informe del instituto Centro de Investigación y Formación de la República Argentina (Cifra), de la CTA conducida por Hugo Yasky, afirma que en 2013 la pobreza afectó al 17,8% de la población mientras que la indigencia afectó al 4,2%. Lo interesante es que el trabajo, dirigido por Eduardo Basualdo, toma como fuente la Encuesta Permanente de Hogares del Indec y el Índice de Precios al Consumidor de nueve provincias. Ahora bien, cuando el Indec haga el empalme de datos con los nuevos criterios de medición, si es que los hace, seguramente los datos de pobreza van a llevar a Cifra a adecuar sus propias mediciones. En cualquier caso, este instituto ya parte de una cifra tres veces mayor que los índices ya publicados. Desde ya que la cuestión no es perderse en el laberinto de las estadísticas. Pero esa manipulación sostenida durante años indica también cuántas cosas hay para corregir en la Argentina en materia de conductas. El espacio público son los datos oficiales confiables y debería ser también que las oficinas públicas, en especial la Casa de Gobierno, contemplen una apertura al arco de ideas, pertenencias y también de representaciones.
Esta semana hubo distintas interpretaciones sobre la reunión entre Cristina Fernández y Mauricio Macri, revelada por la Presidenta. Algunos pretenden que Cristina preferiría ser sucedida por un gobierno de derecha o centro derecha como para encontrar un terreno fértil en 2019. Parece ciencia ficción, pero es cierto que muchos analistas y no pocos candidatos se alimentan de la pura imaginación o de las series televisivas como House of cards, que debería traducirse como castillo de naipes y no como casa de juego. Para casas de juego, casinos y tragamonedas ya hay bastante en la Argentina y cuentan con sus propias redes de televisión. Respecto de la reunión con Macri, no deja de sorprender la historia de Pedro Robledo, un joven que saltó a la escena pública por un hecho de violencia, precisamente. Robledo, cobró notoriedad porque estaba en San Isidro en una fiesta, toda gente paqueta, y le pegaron porque estaba con otro muchacho de la mano. Es interlocutor de Lanata, de 6-7-8, de Cristina, de Facundo Moyano y de Macri, por supuesto, porque es militante del PRO. Esta semana, en un programa de televisión salió a defender a los militantes de La Cámpora que estuvieron en las inundaciones de La Plata y también habló de la fórmula que le gustaría para 2015 (Macri-Michetti). De no haber sido por la eventualidad de los puñetazos, este muchacho no hubiera saltado a la televisión. Y es una muestra bastante palpable de algo que está por debajo de la escena que buena parte de la dirigencia política se construye.
Quien escribe estas líneas cree que Scioli tuvo y tiene políticas de inseguridad y no de seguridad en el territorio bonaerense. Sin perjuicio de eso, es el dirigente político que por lejos construye el discurso menos confrontativo y más eficaz. Nadie puede decir que sea progresista. Se subió a un avión para visitar al colombiano Álvaro Uribe, una expresión de la derecha feroz latinoamericana. Pero Scioli habla con todos y hasta debe tener un traje antiflama para las críticas frontales.
Una última consideración respecto de los desafíos de fondo y no de forma o de estilo. La Argentina tiene déficit fiscal y se debe un debate sobre cómo deben repartirse los impuestos nacionales entre el Estado central y los estados federales más la Ciudad de Buenos Aires. Sin perjuicio de eso, también las provincias de la Pampa Húmeda se deben un debate sobre cómo gravan el impuesto inmobiliario rural. Un reciente libro del investigador de la Universidad de General Sarmiento Alejandro López Accotto, Finanzas provinciales e impuesto inmobiliario en la Argentina, brinda datos sustantivos para entender el retraso que existe en la actualización de los gravámenes a las propiedades rurales. La provincia donde menos se actualizó en las últimas tres décadas es Córdoba. En Buenos Aires, en 1983, el inmobiliario rural constituía el 36% de la recaudación provincial, ahora es el 6%. Preguntado el autor cuánto incide la reforma provincial que hizo que “los gringos tiraran las chatas en 7 y 51” (la expresión de los estancieros, liderados por Hugo Biolcati, de cómo hicieron un piquete y destrozos en la Legislatura hace exactamente dos años atrás), López Accotto dijo algo así como que cuando se hace la plancha tantos años, cualquier avance progresivo es tomado como un saqueo. El libro muestra que, inversamente a la menor presión fiscal –a escala provincial– las unidades productivas de la Pampa Húmeda tuvieron altísimos niveles de producción, de renta y, por supuesto, de revaluación de precios de mercado. Volviendo al espacio público, sería interesante que los debates no eludan estos temas, que son vitales para la Nación, y que los alineamientos se hagan de la manera más ordenada posible. Hay muchos empresarios rurales o de productos industriales vinculados al agro que no se dedican a tirar las chatas en las legislaturas. Y hay varias entidades rurales que tienen flor de contradicciones al interior. Al respecto, en la Federación Agraria Argentina es un secreto a voces que Eduardo Buzzi tiene diálogos frecuentes con el gobernador de Entre Ríos Sergio Urribarri. Entre otras cosas para hablar de retenciones segmentadas, tal como se había hablado en Diputados durante los ríspidos días de la Resolución 125. Algunos recuerdan que las modificaciones que introdujo la Cámara baja y que finalmente no votó el Senado por el voto no positivo de Cobos, tenía precisamente esas retenciones segmentadas. Una lógica básica: niveles de productividad, dimensión de la unidad productiva, distancia a puertos. En fin, un poco de lógica en medio de mucha hojarasca. Aquella votación, impulsada por el entonces jefe de la bancada oficialista, Agustín Rossi, tuvo también un abrazo suyo con Buzzi.
Abrazo, medalla y beso. Así se dice cuando falta poco para el Mundial. Pues bien, la Argentina necesita equipos no sólo para Brasil, sino para la Argentina misma. Y los equipos se hacen con gente distinta, con diferentes habilidades y capacidades.
18/05/14 Miradas al Sur
Superando todo pronóstico
Por Roxana Mazzola. Licenciada en Ciencia Política de la UBA. Directora Ejecutiva del CEDEP.
argentina@miradasalsur.com
Frente a la fuerte disputa distributiva de los últimos meses, el aumento de la AUH expresa la convicción del Gobierno Nacional de perseverar en continuar promoviendo una justicia social a favor de los que menos tienen y de los trabajadores de la Argentina.
Desde fines de 2009, cuando la Asignación Universal por Hijo (AUH) fuera creada, al presente, el proceso seguido ha superado todo pronóstico en su contra, demostrando que la medida es parte de un nuevo paradigma a favor de la infancia y sus familias.
Contrariamente a los pronósticos que negaban que la asignación sea un programa superador de los focalizados de los ’90, expreso en las dudas sobre las posibilidades de continuidad de la medida o que su monto no se actualizaría como sucedía con los planes sociales de los ’90, su monto se ha actualizado 5 veces desde 2009, una vez por año, y es el más alto en medidas del tipo en América latina y con la mayor inversión.
En noviembre de 2009 era 180 pesos por hijo pasando a ser en octubre de 2010 de 220 pesos (22,2 por ciento de suba), en octubre de 2011 se ubicó en 270 pesos (22,7 de suba), en septiembre de 2012 pasó de 270 pesos a 340 pesos (25,9 por ciento más), en mayo de 2013 pasó de 340 pesos a 460 pesos (35,3 por ciento de incremento) y con el anuncio actual, en mayo de 2014, pasa de 460 pesos a 644 pesos (40 por ciento de suba). En este anuncio como en los previos se aumentaron también los topes de asignaciones familiares. Recordemos también que el monto de la AUH y por embarazo equivale al monto más alto que cobran quienes perciben Asignaciones Familiares contributivas.
Cada uno de estos aumentos, que implica una inyección de recursos de gran envergadura a nivel local y que expresa la recuperación del rol esencial del Gobierno Nacional en la nivelación de inequidades en el marco de un país federal, ha sido acompañado de un pedido de no generar conductas especulativas en la fijación de precios para no esmerilar el poder adquisitivo de estos aumentos.
Además debe recordarse también que ante los que decían que era un hecho positivo pero aislado, esta medida en su ejecución en estos últimos 4 años se fue articulando con un conjunto de otras acciones orientadas a la niñez y adolescencia y sus familias. Desde las que refieren a los beneficios de seguridad social, como las asignaciones familiares de los formales, hasta otras como el Plan Nacer-Sumar garantizando cobertura de salud; la nueva ley educativa nacional, el Conectar Igualdad, garantizando acceso a nuevas tecnologías; el voto a los 16 y, más recientemente, el nuevo programa para jóvenes Progresar.
También frente a los que objetaban su universalización, ésta fue ampliando su cobertura como por ejemplo a las embarazadas, a más niños, a más sectores de la población, superando inequidades.
¿Esto basta? Claramente no, se abren nuevos desafíos y prioridades a nivel nacional y sobre todo en los niveles subnacionales para incidir sobre la desigualdad social aún presente. Estos desafíos involucran el compromiso no sólo del Gobierno Nacional, sino también de las provincias, municipios y comunidades en general. Entre ellos sobresale que hay que trabajar en:
Perfeccionar la AUH y continuar consolidando la concepción amplia de seguridad social.
Promover la apropiación, el derecho a la participación e instancias de representación y organización de la infancia y adolescencia, así como de otros sectores de la población que son los más perjudicados por la desigualdad aún presente, como las mujeres que trabajan y sectores informales.
Igualdad de hombres y mujeres en las relaciones familiares.
Acceso universal y calidad en la educación para la primera infancia.
Doble escolaridad, terminalidad y calidad del secundario.
Nuevas metodologías pedagógicas en la educación.
Cobertura de salud universal.
Urbanización de villas y asentamientos precarios.
Trabajo y economía del cuidados.
Reforma tributaria que promueva un impacto aún más progresivo.
Desafíos político- institucionales en articular las políticas con la familia actual, como “unidad”, precisión del rol de los diversos niveles de Gobierno en políticas a favor de la equidad, mejora de capacidades de gestión subnacionales y mayor evaluación de las políticas públicas.
Más allá de estos desafíos que no pueden abordarse de forma aislada de un contexto internacional más complejo y coyuntura local de fuerte disputa distributiva, este anuncio expresa una decisión política que entiende que hay un rol indelegable del Estado en sostener la transformación social y mejorar la justicia distributiva. Los anuncios de aumento de las asignaciones familiares de hoy, el aumento de las jubilaciones último, de la ayuda escolar, la creación del Progresar, la política de precios cuidados son expresiones al respecto.
El libro Nuevo paradigma. La Asignación Universal por Hijo en la Argentina, que fuera publicado por Editorial Prometeo, presentado en 2013 que agotara la 1ª edición y saliera una 2ª, profundiza el análisis sobre estos aspectos, destacando la importancia crucial de hacer frente al desafío de la justicia social.
18/05/14 Miradas al Sur
Lo primero que cualquiera puede preguntarse, ya que estamos en la Argentina y no en Noruega, es si puede haber turbulencias de acá a las elecciones de octubre. La política siempre tiene imponderables pero habría dos frentes en los que podrían imaginarse problemas. El de los conflictos gremiales y sociales, por un lado, y el de la economía, por el otro. El parate productivo en varios sectores que provocó suspensiones es una advertencia pero, de momento, no amenaza en convertirse en despidos continuos. Hay retracción en el consumo pero también el Gobierno toma medidas para la inclusión social que a su vez estimulan la demanda. Esta semana pudo verse que la convocatoria de Hugo Moyano y Luis Barrionuevo tuvo más que ver con la política que con las demandas sindicales concretas. De allí que hayan sumado a Juan Carlos Blumberg y no a sectores de la CTA de Pablo Micheli. Por otra parte, no lograron una concurrencia nutrida como esperaban. Al rato, la Presidenta anunció una adecuación de las asignaciones familiares que, en el caso de la Asignación Universal por Hijo (AUH) es del 40%, por encima de cualquier pronóstico de la inflación del año en curso (ver la nota de Roxana Mazzola). Y, si bien todavía hay paritarias en curso, no parece haber motivos como para creer que habrá cortocircuitos a un nivel tal que afecten la vida institucional. En cuanto al conflicto de la línea Sarmiento, es un golpe a la sensibilidad social de muchos militantes gremiales ver a Rubén el Pollo Sobrero desfilando por los canales de televisión mientras los usuarios, trabajadores, viajan colgados peor que en un camión jaula. Flaco favor a quienes integran comisiones gremiales de izquierda y combativas. Desgraciadamente, la insensibilidad social no sólo es de los privilegiados económicos, de las minorías de poder, sino que también se puede registrar la desconsideración y la violencia verbal y física en infinidad de sectores. El desamparo social es grande. Las políticas inclusivas son condición necesaria pero no suficiente.
Como nota al margen, el documento de la Conferencia Episcopal respecto de la violencia, podría haberse diseccionado hacia otro lado por parte del Gobierno. En vez de hacer consideraciones sobre las dictaduras, la respuesta podría haber sido pedir oficios de mediación, por qué no, en temas como el del Sarmiento y en tantos otros donde los obispos pueden poner los pies en el barro, como los ponen el Padre Pepe y tantísimos otros curas y seguramente obispos. El estilo de la Presidenta y de quienes aparecen como sus principales voceros es de marcar la cancha entre propios y ajenos en vez de involucrar, entreverar y hacer partícipes a otros. Y eso, en este último tramo de gestión no parece dar resultados positivos. El escenario de los anuncios de Estado, como lo de la AUH, es de tenor partidario, tanto por quienes son invitados a escucharlo como por la nutrida y entusiasta barra juvenil que luego escucha las palabras de Cristina desde el jardín interior de la Casa Rosada.
Volviendo a lo económico, que también es político, el Gobierno está tratando de poner orden a las estadísticas y eso significa, en buena hora, hacer frente a varios problemas. Uno es la deuda que queda en cuanto a la falta de datos oficiales sobre pobreza e indigencia. Al respecto, un reciente informe del instituto Centro de Investigación y Formación de la República Argentina (Cifra), de la CTA conducida por Hugo Yasky, afirma que en 2013 la pobreza afectó al 17,8% de la población mientras que la indigencia afectó al 4,2%. Lo interesante es que el trabajo, dirigido por Eduardo Basualdo, toma como fuente la Encuesta Permanente de Hogares del Indec y el Índice de Precios al Consumidor de nueve provincias. Ahora bien, cuando el Indec haga el empalme de datos con los nuevos criterios de medición, si es que los hace, seguramente los datos de pobreza van a llevar a Cifra a adecuar sus propias mediciones. En cualquier caso, este instituto ya parte de una cifra tres veces mayor que los índices ya publicados. Desde ya que la cuestión no es perderse en el laberinto de las estadísticas. Pero esa manipulación sostenida durante años indica también cuántas cosas hay para corregir en la Argentina en materia de conductas. El espacio público son los datos oficiales confiables y debería ser también que las oficinas públicas, en especial la Casa de Gobierno, contemplen una apertura al arco de ideas, pertenencias y también de representaciones.
Esta semana hubo distintas interpretaciones sobre la reunión entre Cristina Fernández y Mauricio Macri, revelada por la Presidenta. Algunos pretenden que Cristina preferiría ser sucedida por un gobierno de derecha o centro derecha como para encontrar un terreno fértil en 2019. Parece ciencia ficción, pero es cierto que muchos analistas y no pocos candidatos se alimentan de la pura imaginación o de las series televisivas como House of cards, que debería traducirse como castillo de naipes y no como casa de juego. Para casas de juego, casinos y tragamonedas ya hay bastante en la Argentina y cuentan con sus propias redes de televisión. Respecto de la reunión con Macri, no deja de sorprender la historia de Pedro Robledo, un joven que saltó a la escena pública por un hecho de violencia, precisamente. Robledo, cobró notoriedad porque estaba en San Isidro en una fiesta, toda gente paqueta, y le pegaron porque estaba con otro muchacho de la mano. Es interlocutor de Lanata, de 6-7-8, de Cristina, de Facundo Moyano y de Macri, por supuesto, porque es militante del PRO. Esta semana, en un programa de televisión salió a defender a los militantes de La Cámpora que estuvieron en las inundaciones de La Plata y también habló de la fórmula que le gustaría para 2015 (Macri-Michetti). De no haber sido por la eventualidad de los puñetazos, este muchacho no hubiera saltado a la televisión. Y es una muestra bastante palpable de algo que está por debajo de la escena que buena parte de la dirigencia política se construye.
Quien escribe estas líneas cree que Scioli tuvo y tiene políticas de inseguridad y no de seguridad en el territorio bonaerense. Sin perjuicio de eso, es el dirigente político que por lejos construye el discurso menos confrontativo y más eficaz. Nadie puede decir que sea progresista. Se subió a un avión para visitar al colombiano Álvaro Uribe, una expresión de la derecha feroz latinoamericana. Pero Scioli habla con todos y hasta debe tener un traje antiflama para las críticas frontales.
Una última consideración respecto de los desafíos de fondo y no de forma o de estilo. La Argentina tiene déficit fiscal y se debe un debate sobre cómo deben repartirse los impuestos nacionales entre el Estado central y los estados federales más la Ciudad de Buenos Aires. Sin perjuicio de eso, también las provincias de la Pampa Húmeda se deben un debate sobre cómo gravan el impuesto inmobiliario rural. Un reciente libro del investigador de la Universidad de General Sarmiento Alejandro López Accotto, Finanzas provinciales e impuesto inmobiliario en la Argentina, brinda datos sustantivos para entender el retraso que existe en la actualización de los gravámenes a las propiedades rurales. La provincia donde menos se actualizó en las últimas tres décadas es Córdoba. En Buenos Aires, en 1983, el inmobiliario rural constituía el 36% de la recaudación provincial, ahora es el 6%. Preguntado el autor cuánto incide la reforma provincial que hizo que “los gringos tiraran las chatas en 7 y 51” (la expresión de los estancieros, liderados por Hugo Biolcati, de cómo hicieron un piquete y destrozos en la Legislatura hace exactamente dos años atrás), López Accotto dijo algo así como que cuando se hace la plancha tantos años, cualquier avance progresivo es tomado como un saqueo. El libro muestra que, inversamente a la menor presión fiscal –a escala provincial– las unidades productivas de la Pampa Húmeda tuvieron altísimos niveles de producción, de renta y, por supuesto, de revaluación de precios de mercado. Volviendo al espacio público, sería interesante que los debates no eludan estos temas, que son vitales para la Nación, y que los alineamientos se hagan de la manera más ordenada posible. Hay muchos empresarios rurales o de productos industriales vinculados al agro que no se dedican a tirar las chatas en las legislaturas. Y hay varias entidades rurales que tienen flor de contradicciones al interior. Al respecto, en la Federación Agraria Argentina es un secreto a voces que Eduardo Buzzi tiene diálogos frecuentes con el gobernador de Entre Ríos Sergio Urribarri. Entre otras cosas para hablar de retenciones segmentadas, tal como se había hablado en Diputados durante los ríspidos días de la Resolución 125. Algunos recuerdan que las modificaciones que introdujo la Cámara baja y que finalmente no votó el Senado por el voto no positivo de Cobos, tenía precisamente esas retenciones segmentadas. Una lógica básica: niveles de productividad, dimensión de la unidad productiva, distancia a puertos. En fin, un poco de lógica en medio de mucha hojarasca. Aquella votación, impulsada por el entonces jefe de la bancada oficialista, Agustín Rossi, tuvo también un abrazo suyo con Buzzi.
Abrazo, medalla y beso. Así se dice cuando falta poco para el Mundial. Pues bien, la Argentina necesita equipos no sólo para Brasil, sino para la Argentina misma. Y los equipos se hacen con gente distinta, con diferentes habilidades y capacidades.
18/05/14 Miradas al Sur
Superando todo pronóstico
Por Roxana Mazzola. Licenciada en Ciencia Política de la UBA. Directora Ejecutiva del CEDEP.
argentina@miradasalsur.com
Frente a la fuerte disputa distributiva de los últimos meses, el aumento de la AUH expresa la convicción del Gobierno Nacional de perseverar en continuar promoviendo una justicia social a favor de los que menos tienen y de los trabajadores de la Argentina.
Desde fines de 2009, cuando la Asignación Universal por Hijo (AUH) fuera creada, al presente, el proceso seguido ha superado todo pronóstico en su contra, demostrando que la medida es parte de un nuevo paradigma a favor de la infancia y sus familias.
Contrariamente a los pronósticos que negaban que la asignación sea un programa superador de los focalizados de los ’90, expreso en las dudas sobre las posibilidades de continuidad de la medida o que su monto no se actualizaría como sucedía con los planes sociales de los ’90, su monto se ha actualizado 5 veces desde 2009, una vez por año, y es el más alto en medidas del tipo en América latina y con la mayor inversión.
En noviembre de 2009 era 180 pesos por hijo pasando a ser en octubre de 2010 de 220 pesos (22,2 por ciento de suba), en octubre de 2011 se ubicó en 270 pesos (22,7 de suba), en septiembre de 2012 pasó de 270 pesos a 340 pesos (25,9 por ciento más), en mayo de 2013 pasó de 340 pesos a 460 pesos (35,3 por ciento de incremento) y con el anuncio actual, en mayo de 2014, pasa de 460 pesos a 644 pesos (40 por ciento de suba). En este anuncio como en los previos se aumentaron también los topes de asignaciones familiares. Recordemos también que el monto de la AUH y por embarazo equivale al monto más alto que cobran quienes perciben Asignaciones Familiares contributivas.
Cada uno de estos aumentos, que implica una inyección de recursos de gran envergadura a nivel local y que expresa la recuperación del rol esencial del Gobierno Nacional en la nivelación de inequidades en el marco de un país federal, ha sido acompañado de un pedido de no generar conductas especulativas en la fijación de precios para no esmerilar el poder adquisitivo de estos aumentos.
Además debe recordarse también que ante los que decían que era un hecho positivo pero aislado, esta medida en su ejecución en estos últimos 4 años se fue articulando con un conjunto de otras acciones orientadas a la niñez y adolescencia y sus familias. Desde las que refieren a los beneficios de seguridad social, como las asignaciones familiares de los formales, hasta otras como el Plan Nacer-Sumar garantizando cobertura de salud; la nueva ley educativa nacional, el Conectar Igualdad, garantizando acceso a nuevas tecnologías; el voto a los 16 y, más recientemente, el nuevo programa para jóvenes Progresar.
También frente a los que objetaban su universalización, ésta fue ampliando su cobertura como por ejemplo a las embarazadas, a más niños, a más sectores de la población, superando inequidades.
¿Esto basta? Claramente no, se abren nuevos desafíos y prioridades a nivel nacional y sobre todo en los niveles subnacionales para incidir sobre la desigualdad social aún presente. Estos desafíos involucran el compromiso no sólo del Gobierno Nacional, sino también de las provincias, municipios y comunidades en general. Entre ellos sobresale que hay que trabajar en:
Perfeccionar la AUH y continuar consolidando la concepción amplia de seguridad social.
Promover la apropiación, el derecho a la participación e instancias de representación y organización de la infancia y adolescencia, así como de otros sectores de la población que son los más perjudicados por la desigualdad aún presente, como las mujeres que trabajan y sectores informales.
Igualdad de hombres y mujeres en las relaciones familiares.
Acceso universal y calidad en la educación para la primera infancia.
Doble escolaridad, terminalidad y calidad del secundario.
Nuevas metodologías pedagógicas en la educación.
Cobertura de salud universal.
Urbanización de villas y asentamientos precarios.
Trabajo y economía del cuidados.
Reforma tributaria que promueva un impacto aún más progresivo.
Desafíos político- institucionales en articular las políticas con la familia actual, como “unidad”, precisión del rol de los diversos niveles de Gobierno en políticas a favor de la equidad, mejora de capacidades de gestión subnacionales y mayor evaluación de las políticas públicas.
Más allá de estos desafíos que no pueden abordarse de forma aislada de un contexto internacional más complejo y coyuntura local de fuerte disputa distributiva, este anuncio expresa una decisión política que entiende que hay un rol indelegable del Estado en sostener la transformación social y mejorar la justicia distributiva. Los anuncios de aumento de las asignaciones familiares de hoy, el aumento de las jubilaciones último, de la ayuda escolar, la creación del Progresar, la política de precios cuidados son expresiones al respecto.
El libro Nuevo paradigma. La Asignación Universal por Hijo en la Argentina, que fuera publicado por Editorial Prometeo, presentado en 2013 que agotara la 1ª edición y saliera una 2ª, profundiza el análisis sobre estos aspectos, destacando la importancia crucial de hacer frente al desafío de la justicia social.
18/05/14 Miradas al Sur
El caso que deja al desnudo las tareas represivas de los curas en la dictadura Por Ricardo Ragendorfe
Repercusiones por la detención del padre Aldo Vara. Junto con el apoyo
espiritual al genocidio, los capellanes fueron agentes activos del terrorismo de
Estado. El cura capturado en Paraguay constituye una prueba palmaria de ello. El
apoyo de la Iglesia a los sacerdotes prófugos.
El sacerdote católico Aldo Vara cuelga del purgatorio terrenal. Bajo arresto en la parroquia paraguaya Virgen del Rosario, en Ciudad del Este, a la espera de su extradición hacia la Argentina, ese hombre de 80 años, un antiguo capellán del V Cuerpo del Ejército, será juzgado por graves delitos de lesa humanidad cometidos en Bahía Blanca durante la última dictadura; a saber: privación de la libertad, imposición de tormentos y homicidio con alevosía.
A fines de 2012, el tribunal que condenó a 17 represores bahienses dispuso investigar a Vara, quien ni siquiera pudo ser citado como testigo dado que la Iglesia Católica dijo ignorar su paradero. En realidad, hacía casi una década que él transitaba los escarpados caminos de la clandestinidad, pero por razones puramente preventivas. Hasta el 7 de agosto del año siguiente, cuando se libró una orden de captura internacional en su contra. A partir de ese momento, su eficacia como prófugo no fue precisamente fruto de un milagro celestial. Por el contrario, luego de ser localizado el 28 de abril por Interpol en Ciudad del Este, saltó a la luz la protección orgánica que la Iglesia le había dispensado, a través del obispo de aquella urbe, Rogelio Livieres Plano, y del arzobispo de Bahía Blanca, Guillermo Garlatti. Este último se encuentra ahora bajo la lupa de la justicia.
Desde un punto de vista más amplio, ya se sabe que la jerarquía católica estuvo implicada en el apoyo político y espiritual a la dictadura y en el ocultamiento de sus crímenes. Entre los motivos de tal apego resalta la enorme influencia ejercida entre curas y militares por la organización ultraderechista francesa La Cité Catholique, creada por Jean Ousset, cuya cosmovisión bailaba sobre los siguientes pilares: la doctrina de la guerra contrarrevolucionaria, el método de la tortura, y su fundamento dogmático tomista. Al respecto, el sacerdote Louis Delarue, un capellán del ejército colonial, acuñó una frase difundida luego en los cuarteles argentinos: "Si la ley permite, en interés de todos, suprimir a un asesino, ¿por qué se pretende calificar de monstruoso el hecho de someter a un delincuente, reconocido como tal y por ello pasible de la muerte, al rigor de un interrogatorio penoso, pero cuyo único fin es, gracias a las revelaciones que hará sobre sus cómplices y jefes, proteger a inocentes?" Con esa lógica, los capellanes reconfortaban las almas de los represores, a veces muy turbadas por sus actos aberrantes en víctimas indefensas. Sobre ello, cabe un interrogante: ¿a semejante "asistencia" se reducía el papel de los sacerdotes en las unidades de inteligencia o acaso les tocó un rol más activo y condenable?
En la historia del cura Vara se desliza al respecto una posible respuesta.
En el juicio a los represores locales, fue evocado con detalles precisos por la testigo Dorys Lundquist de Chabat, quien supo que su hija, Patricia, estaba secuestrada en los fondos del V Cuerpo, e intentó hacerle llegar ropa y medicamentos a través de Vara. El cura se negó.
LA TEOLOGÍA DEL TERROR. Su esmirriada figura adquirió estatura pública a mediados de los ’80, cuando recomendó "colgar en la Pirámide de Mayo" al entonces canciller, Dante Caputo, debido a su rol en el conflicto con Chile por el canal de Beagle. En tales circunstancias, no pocos habitantes de Bahía Blanca recordaron súbitamente al este párroco del barrio Villa Rosas que, a partir de 1976, solía ir en su desvencijado Citroën color limón a la sede del V Cuerpo, cuyo mandamás era nada menos que el general Acdel Vilas. Desde esos remotos días se relaciona su persona con hechos y situaciones siniestras.
El más conocido fue protagonizado por estudiantes secundarios secuestrados y torturados entre enero y febrero de 1977 en La Escuelita, el mayor centro clandestino de la ciudad. Abandonados luego en una ruta, otro grupo militar simuló rescatarlos y los llevó al Batallón de Comunicaciones 181.
Allí conocieron al padre Vara, quien les llevaba galletitas y cigarrillos, además de preguntarles cosas sobre sus vidas e ideas políticas. De modo casual, el tipo requería datos y nombres. Siempre se mostraba comprensivo y contenedor; pero, cuando los chicos le confiaban las torturas sufridas, él se replegaba en un incómodo silencio.
En el juicio a los represores locales, fue evocado con detalles precisos por la testigo Dorys Lundquist de Chabat, quien supo que su hija, Patricia, estaba secuestrada en los fondos del V Cuerpo, e intentó hacerle llegar ropa y medicamentos a través de Vara. El cura se negó con un argumento atendible: "Ella está bien atendida y bien alimentada. A las chicas las respetan". Y tras ser blanqueada en la cárcel de Villa Floresta, aún con signos visibles de tortura, Patricia recibió su visita. Vara, entonces, le aconsejó olvidarse de los padecimientos en cautiverio y le dijo que todo era culpa de sus padres.
El padre Vara es una muestra viviente del rol protagónico de ciertos hombres de la Iglesia en el ejercicio del terrorismo de Estado. Un rol que giraba en torno a tareas concretas de inteligencia. ¿Pero se trata de ejemplos aislados? ¿Estos sacerdotes se extralimitaron en sus tareas pastorales o su siniestra trayectoria forma parte de una generalidad? Las estadísticas, por cierto, se inclinan hacia la segunda alternativa.
En tal sentido, resulta insoslayable la figura de Christian von Wernich, condenado en 2007 a reclusión perpetua por 34 casos de privación de la libertad, 31 casos de tortura y siete homicidios en las mazmorras del llamado "circuito Camps". En un espectro más abarcativo, sólo en el lapso de los últimos meses, hubo en la prensa al menos cuatro noticias sobre sacerdotes seriamente comprometidos en la dictadura con delitos de lesa humanidad.
Uno de ellos es el padre José Mijalchik, quien supo ser un habitué del centro clandestino del Arsenal Miguel de Azcuénaga, en Tucumán.
Otro, el padre Eduardo McKinnon, cuyas actividades inquisitoriales en el centro clandestino La Perla y en la Penitenciaría del barrio San Martín fueron notorias, según los testimonios vertidos por sobrevivientes en el juicio que en la actualidad investiga la represión en Córdoba.
También resalta el caso del cura ítalo-argentino Franco Reverberi Boschi –refugiado en una parroquia de la ciudad italiana de Sorbolo–, cuyo proceso de extradición está en trámite; se lo acusa de interrogar a cautivos en el campo de exterminio conocido como La Departamental, en Mendoza.
Y no menos comprometida es la situación del cura Alberto Espinal, quien está procesado por oscuras tareas en el circuito represivo de La Pampa.
En ese lote, el escurridizo Vara ocupa un destacado sitial.
LA RUTA DE LOS CUERVOS. La detención de Vara puso al descubierto la red de protección que lo había beneficiado en sus días de prófugo.
Junto a la hospitalidad del obispo paraguayo Livieres Plano, descolla el apoyo de Garlatti, quien desde Bahía Blanca le liquidaba puntualmente la jubilación, a través del apoderado Leopoldo Bochile. De hecho, en un reciente allanamiento al arzobispado bahiense fue secuestrado el poder correspondiente y recibos de, al menos, diez años.
Desde esos ya remotos días –en coincidencia con el inicio de los procesos judiciales por delitos de lesa humanidad–, el padre Vara puso los pies en polvorosa. Ahora se sabe que gran parte de su etapa clandestina transcurrió en una residencia perteneciente al Instituto del Verbo Encarnado, de San Rafael, Mendoza
Esa congregación –creada en 1984 por el cura Carlos Buela– suele aportar financiamiento, consuelo espiritual, recursos, financiación y hasta techo a los ex uniformados en apuros. Sus integrantes están acusados de conductas deshonestas, abuso de poder, abuso psicológico, sexual, y encubrimiento. Una extraña secta con 45 sedes en todo el mundo y que cuenta con recursos económicos ilimitados. Uno de sus cuadros es el reverendo padre Javier Olivera, primogénito del ex mayor Carlos Olivera, nada menos que el represor fugado con el ex teniente Gustavo de Marchi del Hospital Militar en julio de 2013. Su hijo, ordenado sacerdote en 2008, tuvo desde esos días fluidos contactos con Vara. Para completar las coincidencias, en ese mismo entonces el obispo de San Rafael no era otro que Garlatti. Vueltas de la vida.
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El sacerdote católico Aldo Vara cuelga del purgatorio terrenal. Bajo arresto en la parroquia paraguaya Virgen del Rosario, en Ciudad del Este, a la espera de su extradición hacia la Argentina, ese hombre de 80 años, un antiguo capellán del V Cuerpo del Ejército, será juzgado por graves delitos de lesa humanidad cometidos en Bahía Blanca durante la última dictadura; a saber: privación de la libertad, imposición de tormentos y homicidio con alevosía.
A fines de 2012, el tribunal que condenó a 17 represores bahienses dispuso investigar a Vara, quien ni siquiera pudo ser citado como testigo dado que la Iglesia Católica dijo ignorar su paradero. En realidad, hacía casi una década que él transitaba los escarpados caminos de la clandestinidad, pero por razones puramente preventivas. Hasta el 7 de agosto del año siguiente, cuando se libró una orden de captura internacional en su contra. A partir de ese momento, su eficacia como prófugo no fue precisamente fruto de un milagro celestial. Por el contrario, luego de ser localizado el 28 de abril por Interpol en Ciudad del Este, saltó a la luz la protección orgánica que la Iglesia le había dispensado, a través del obispo de aquella urbe, Rogelio Livieres Plano, y del arzobispo de Bahía Blanca, Guillermo Garlatti. Este último se encuentra ahora bajo la lupa de la justicia.
Desde un punto de vista más amplio, ya se sabe que la jerarquía católica estuvo implicada en el apoyo político y espiritual a la dictadura y en el ocultamiento de sus crímenes. Entre los motivos de tal apego resalta la enorme influencia ejercida entre curas y militares por la organización ultraderechista francesa La Cité Catholique, creada por Jean Ousset, cuya cosmovisión bailaba sobre los siguientes pilares: la doctrina de la guerra contrarrevolucionaria, el método de la tortura, y su fundamento dogmático tomista. Al respecto, el sacerdote Louis Delarue, un capellán del ejército colonial, acuñó una frase difundida luego en los cuarteles argentinos: "Si la ley permite, en interés de todos, suprimir a un asesino, ¿por qué se pretende calificar de monstruoso el hecho de someter a un delincuente, reconocido como tal y por ello pasible de la muerte, al rigor de un interrogatorio penoso, pero cuyo único fin es, gracias a las revelaciones que hará sobre sus cómplices y jefes, proteger a inocentes?" Con esa lógica, los capellanes reconfortaban las almas de los represores, a veces muy turbadas por sus actos aberrantes en víctimas indefensas. Sobre ello, cabe un interrogante: ¿a semejante "asistencia" se reducía el papel de los sacerdotes en las unidades de inteligencia o acaso les tocó un rol más activo y condenable?
En la historia del cura Vara se desliza al respecto una posible respuesta.
En el juicio a los represores locales, fue evocado con detalles precisos por la testigo Dorys Lundquist de Chabat, quien supo que su hija, Patricia, estaba secuestrada en los fondos del V Cuerpo, e intentó hacerle llegar ropa y medicamentos a través de Vara. El cura se negó.
LA TEOLOGÍA DEL TERROR. Su esmirriada figura adquirió estatura pública a mediados de los ’80, cuando recomendó "colgar en la Pirámide de Mayo" al entonces canciller, Dante Caputo, debido a su rol en el conflicto con Chile por el canal de Beagle. En tales circunstancias, no pocos habitantes de Bahía Blanca recordaron súbitamente al este párroco del barrio Villa Rosas que, a partir de 1976, solía ir en su desvencijado Citroën color limón a la sede del V Cuerpo, cuyo mandamás era nada menos que el general Acdel Vilas. Desde esos remotos días se relaciona su persona con hechos y situaciones siniestras.
El más conocido fue protagonizado por estudiantes secundarios secuestrados y torturados entre enero y febrero de 1977 en La Escuelita, el mayor centro clandestino de la ciudad. Abandonados luego en una ruta, otro grupo militar simuló rescatarlos y los llevó al Batallón de Comunicaciones 181.
Allí conocieron al padre Vara, quien les llevaba galletitas y cigarrillos, además de preguntarles cosas sobre sus vidas e ideas políticas. De modo casual, el tipo requería datos y nombres. Siempre se mostraba comprensivo y contenedor; pero, cuando los chicos le confiaban las torturas sufridas, él se replegaba en un incómodo silencio.
En el juicio a los represores locales, fue evocado con detalles precisos por la testigo Dorys Lundquist de Chabat, quien supo que su hija, Patricia, estaba secuestrada en los fondos del V Cuerpo, e intentó hacerle llegar ropa y medicamentos a través de Vara. El cura se negó con un argumento atendible: "Ella está bien atendida y bien alimentada. A las chicas las respetan". Y tras ser blanqueada en la cárcel de Villa Floresta, aún con signos visibles de tortura, Patricia recibió su visita. Vara, entonces, le aconsejó olvidarse de los padecimientos en cautiverio y le dijo que todo era culpa de sus padres.
El padre Vara es una muestra viviente del rol protagónico de ciertos hombres de la Iglesia en el ejercicio del terrorismo de Estado. Un rol que giraba en torno a tareas concretas de inteligencia. ¿Pero se trata de ejemplos aislados? ¿Estos sacerdotes se extralimitaron en sus tareas pastorales o su siniestra trayectoria forma parte de una generalidad? Las estadísticas, por cierto, se inclinan hacia la segunda alternativa.
En tal sentido, resulta insoslayable la figura de Christian von Wernich, condenado en 2007 a reclusión perpetua por 34 casos de privación de la libertad, 31 casos de tortura y siete homicidios en las mazmorras del llamado "circuito Camps". En un espectro más abarcativo, sólo en el lapso de los últimos meses, hubo en la prensa al menos cuatro noticias sobre sacerdotes seriamente comprometidos en la dictadura con delitos de lesa humanidad.
Uno de ellos es el padre José Mijalchik, quien supo ser un habitué del centro clandestino del Arsenal Miguel de Azcuénaga, en Tucumán.
Otro, el padre Eduardo McKinnon, cuyas actividades inquisitoriales en el centro clandestino La Perla y en la Penitenciaría del barrio San Martín fueron notorias, según los testimonios vertidos por sobrevivientes en el juicio que en la actualidad investiga la represión en Córdoba.
También resalta el caso del cura ítalo-argentino Franco Reverberi Boschi –refugiado en una parroquia de la ciudad italiana de Sorbolo–, cuyo proceso de extradición está en trámite; se lo acusa de interrogar a cautivos en el campo de exterminio conocido como La Departamental, en Mendoza.
Y no menos comprometida es la situación del cura Alberto Espinal, quien está procesado por oscuras tareas en el circuito represivo de La Pampa.
En ese lote, el escurridizo Vara ocupa un destacado sitial.
LA RUTA DE LOS CUERVOS. La detención de Vara puso al descubierto la red de protección que lo había beneficiado en sus días de prófugo.
Junto a la hospitalidad del obispo paraguayo Livieres Plano, descolla el apoyo de Garlatti, quien desde Bahía Blanca le liquidaba puntualmente la jubilación, a través del apoderado Leopoldo Bochile. De hecho, en un reciente allanamiento al arzobispado bahiense fue secuestrado el poder correspondiente y recibos de, al menos, diez años.
Desde esos ya remotos días –en coincidencia con el inicio de los procesos judiciales por delitos de lesa humanidad–, el padre Vara puso los pies en polvorosa. Ahora se sabe que gran parte de su etapa clandestina transcurrió en una residencia perteneciente al Instituto del Verbo Encarnado, de San Rafael, Mendoza
Esa congregación –creada en 1984 por el cura Carlos Buela– suele aportar financiamiento, consuelo espiritual, recursos, financiación y hasta techo a los ex uniformados en apuros. Sus integrantes están acusados de conductas deshonestas, abuso de poder, abuso psicológico, sexual, y encubrimiento. Una extraña secta con 45 sedes en todo el mundo y que cuenta con recursos económicos ilimitados. Uno de sus cuadros es el reverendo padre Javier Olivera, primogénito del ex mayor Carlos Olivera, nada menos que el represor fugado con el ex teniente Gustavo de Marchi del Hospital Militar en julio de 2013. Su hijo, ordenado sacerdote en 2008, tuvo desde esos días fluidos contactos con Vara. Para completar las coincidencias, en ese mismo entonces el obispo de San Rafael no era otro que Garlatti. Vueltas de la vida.
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Jauretche y la necesidad para revisar la historia
Por Marcelo Gullo. Miembro de Número del Instituto Nacional Manuel Dorrego
sociedad@miradasalsur.com
Al cumplirse un nuevo aniversario de la muerte de Don Arturo Jauretche, creemos conveniente recordar su compromiso con el revisionismo histórico. Sin el conocimiento de una historia auténtica, repetía sin cesar Don Arturo, es imposible el conocimiento del presente y el desconocimiento de presente lleva implícita la imposibilidad de calcular el futuro. Lo de “ahora” –nunca se cansó de repetir Jauretche– no se puede resolver sin entender, previamente, “lo de antes”. Importa destacar que fue el rescate de la figura histórica de Juan Manuel de Rosas –quien fuera el objetivo táctico principal del primer revisionismo histórico– el elemento que le permitió a Jauretche articular, definitiva y sistemáticamente, su pensamiento: “De mí, puedo decir que sólo he integrado mi pensamiento nacional a través del revisionismo, al que llegué tarde. Sólo el conocimiento de la historia verdadera me ha permitido articular piezas que andaban dispersas y no formaban un todo.”
Desde su conversión al revisionismo histórico, Jauretche se convirtió en uno de los más agudos y perseverantes predicadores de ese “revisionismo histórico” y de la reivindicación de la figura del brigadier Juan Manuel de Rosas. Fruto directo de esa incansable prédica, fue su libro Política Nacional y Revisionismo Histórico, un texto que Jauretche construyó con los apuntes de dos conferencias que pronunciara en la sede central del Instituto Juan Manuel de Rosas y en la filial Fuerte Federación de la ciudad de Junín, en la provincia de Buenos Aires. En dicho libro, Jauretche afirma: “El revisionismo histórico se ha particularizado en un momento de la historia argentina: el que va del año 20 a Caseros, aunque cada vez se extienda más, hacia atrás y hacia adelante. Su pivote ha sido la discusión de la figura de don Juan Manuel de Rosas y su momento. Explicaremos que no podía ser de otra manera porque es figura clave; tan clave, que la falsificación de la historia hubo de hacerse tomándolo como pivote a la inversa. Nada se puede entender sobre esa época ni lo que ocurrió más adelante, si no se trata de entender lo que significó Rosas.”
En su libro Ejército y Política –escrito poco después del derrocamiento del general Juan Domingo Perón el 16 de septiembre de 1955–, Arturo Jauretche, tratando de explicar el significado histórico de Rosas, afirma: “La PATRIA GRANDE resurge por la aparición, en Buenos Aires, de una tendencia opuesta a los directoriales y unitarios, cuya expresión política es Rosas. Esta tendencia, que no se divorcia del pasado hispanoamericano, tiene la concepción política de la PATRIA GRANDE, es celosa del mantenimiento de la extensión, y si bien representa las tendencias predominantes del puerto, comprende la necesidad de una conciliación con los intereses del interior y representa los primeros pasos industrializados del país, en la economía precapitalista del saladero, que es propia.”
Más adelante en el tiempo, en su libro Política Nacional y Revisionismo histórico –al que ya hemos hecho referencia–, Jauretche les contesta a aquellos historiadores que, para negar la figura de Rosas, argumentan que el Restaurador mantuvo tercamente en sus manos el control de la Aduana tal como habían hecho antes los unitarios y que la verdadera figura que expresó el federalismo, por aquellos días , fue el gobernador de Corrientes, Pedro Ferré, que: “La necesidad de mantener la aduana para conservar el poder unificador que exigía la permanente guerra internacional, como garantía del orden en peligro es cosa que se olvida, se le impuso cualesquiera fueran sus puntos de vista teóricos. Anótese en cambio la ley de aduanas que significó la defensa de la industria del interior, que reverdeció bajo su influencia restableciendo el trabajo estable y organizado en las provincias. Se pretende reeditar un viejo argumento falsificador, presentando a Rosas como a un unitario vestido de colorado, para lo que es necesario aceptar que los cándidos federales se engañaban. Por el contrario, éstos eran políticos realistas; tal vez para ellos Rosas no fuera lo más federal pero era lo más aproximado a un federal que podía dar Buenos Aires, pues la opción eran los rivadavianos y sus continuadores. Es cierto que un antirrosista, Don Pedro Ferré, intelectualmente era el federal más profundo, pero éste, en los hechos, actuó siempre a favor de los unitarios, y en política son los hechos y no las ideas abstractas los que valen.”
Evaluando la figura política de Rosas y la política económica aplicada durante sus gobiernos, Arturo Jauretche afirma: “…con la Ley de Aduanas, de 1835, intentó realizar el mismo proceso que realizaban los Estados Unidos: frenó la importación y colocó al artesanado nacional del litoral y del interior en condiciones de afirmarse frente a la competencia extranjera de la importación, abriéndoles las posibilidades que la incorporación de la técnica hubiera representado, con la existencia de un Estado defensor y promovedor, para pasar del artesanado a la industria.” Esto y no otra cosa es lo que han intentado realizar, en esencia, una y otra vez todos los gobiernos nacionales y populares desde Rosas a nuestros días. Se comprende, entonces, por qué Don Arturo nunca se cansó de repetir que, sin el conocimiento de una historia auténtica, era imposible el conocimiento del presente y que el desconocimiento del presente lleva implícita la imposibilidad de construir el futuro.
Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego
www: institutonacionalmanueldorrego.com - Dirección: Rodríguez Peña 356. CP : 1220 CABA Argentina - Teléfono: 54 11 4371 6226
Las opiniones vertidas en este suplemento corren por cuenta de sus autores y están abiertas al debate. Mail: contacto@institutodorrego.gob.ar
El recuerdo de aquel gigante admirable
Por Julio Fernández Baraibar. Miembro de Número del Instituto Nacional Manuel Dorrego
sociedad@miradasalsur.com
Era el año 1971. Era una mañana de invierno, fría y estimulante. Sentado a una mesa frente a la puerta de El Galeón, en la esquina de Córdoba y Esmeralda, tomaba un café, mientras hojeaba el diario, seguramente La Opinión. El brillo de la mañana iluminaba la acogedora y cálida penumbra de la confitería. Distraído en la lectura estaba ajeno al movimiento de gente del lugar. De pronto una sombra oscureció la página del diario. Levanté la vista y me encontré con la alta y voluminosa figura de don Arturo Jauretche, quien se había acercado a mi mesa. Me puse de pie para saludarlo y, obviamente, lo invité a sentarse y compartir un café.
–Cómo no, gracias. Pero quiero pedirle un favor.
–A sus órdenes, don Arturo.
–Permítame sentarme de ese lado de la mesa. Nunca me siento de espaldas a la puerta.
Don Arturo tenía entonces setenta y un años –había nacido junto con el siglo–, pero el revolucionario de Paso de los Libres, el político yrigoyenista de Forja, el exiliado en Montevideo por la persecución gorila no había olvidado sus hábitos formados en décadas de conspiración contra el Régimen. Y quería ver de frente a la Muerte y desafiarla, si ésta venía bajo la forma de un atentado, de un disparo artero.
La anécdota surgió en mi memoria al tratar de explicar en estas breves líneas, para las generaciones que no lo conocieron, quién fue este luchador incansable, este lúcido intelectual, este patriota ejemplar y una de las mejores plumas políticas del siglo XX.
Sus obras principales fueron escritas para que sirvieran de herramienta de lucha por la independencia nacional y la justicia social. Puso al servicio de esta causa una inteligencia prodigiosa, que le permitía encontrar en hechos aparentemente intrascendentes de la vida cotidiana, en lugares comunes del habla popular o en conductas inconscientes de sectores sociales, el rastro incontrovertible de un sistema de pensamiento dominante, de un modo de sumisión económica o, por el contrario, de un rasgo de grandeza irreductible capaz de cambiar el destino de la Patria o “de mis paisanos”, como gustaba llamar a nuestros compatriotas. Pero puso también, junto a esta inteligencia, una acerada voluntad dispuesta a no dejarse comprar con las promesas de reconocimiento, status social y prestigio con que el sistema premia la docilidad o la rebeldía acotada, de sus cuadros intelectuales. Se expuso así a una cierta forma de marginación que sólo fue interrumpida cuando el pueblo, como desde hace once años, logró gobernarse a sí mismo e iniciar el camino de la soberanía.
Y como si esto no alcanzara, Jauretche escribía extraordinariamente bien. Tenía el don de convertir lo complejo en sencillo, lo oculto en evidente, lo pretencioso en ridículo, lo solemne en patético. El primer libro de sus nunca terminadas memorias, De pantalones cortos, es una precisa muestra de este genial contador de historias. El país de su infancia, la vida cotidiana en un pueblo de la provincia de Buenos Aires, en donde no hacía mucho habían pasado los hirsutos malones, su tío “el Cautivo”, la llegada del primer aeroplano, la paulatina incorporación de los inmigrantes, son contados por Jauretche con la amenidad de las charlas de fogón, sabiendo que ayudaba a construir una memoria en un pueblo al que sabía olvidadizo.
Pero fue, sin duda, en la literatura política donde su genio brilló hasta convertirlo en el profeta del destino nacional. Derrocado el general Perón, por la sangrienta “Libertadora”, Jauretche se enfrentó con sus libros a la omnipotente estructura ideológica y política del liberalismo. El Plan Prebisch. Retorno al Coloniaje, Los Profetas del Odio, El Medio Pelo en la Sociedad Argentina, entre otros, fueron los textos que enseñaron a mi generación, y todavía siguen enseñando a los nuevos militantes nacionales, cómo era el país real que no aparecía en las cátedras universitarias ni en los grandes diarios. Y son todavía esos textos los que, a cuarenta años de su muerte, denuncian desde el pasado, con voz profética, el presente miserable de un país que no supo o no pudo forjarse el porvenir que sus hombres y mujeres merecían.
“Mientras tanto nos iremos hipotecando con el fin de permitir que falsos inversores de capital puedan remitir sus beneficios al exterior. Y como nuestra balanza de pagos será deficitaria, en razón de la caída de nuestros precios y de la carga de las remesas al exterior, no habrá entonces más remedio que contraer nuevas deudas e hipotecar definitivamente nuestro porvenir. Llegará entonces el momento de afrontar las dificultades mediante la enajenación de nuestros propios bienes, como los ferrocarriles, la flota o las usinas” (Arturo Jauretche. El Plan Prebisch. Retorno al Coloniaje, 1955).
Desde hace once años venimos saliendo de ese infierno, en el que caímos pese a sus advertencias. Vaya, entonces, esta cita premonitoria de aquel gigante admirable para no volver a caer tantas veces con la misma piedra.
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18/05/14 Miradas al Sur
Claves de la Historia
Por Miradas al Sur
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Seminarios: actividades de mayo
Lunes 19. Hist. Política Arg. + El Peronismo de los Años Felices a la Juventud Maravillosa.
Martes 20. Luchas de Ideas y Partidos en la Argentina del s. XIX
Miércoles 21. Historia de la Corte Suprema de Justicia.
Jueves 22. Café Dorrego.
Viernes 23. Mujeres e Historia.
Lunes 26. Hist. Política Arg. + El Peronismo de los Años Felices a la Juventud Maravillosa.
Martes 27. Luchas de Ideas y Partidos en la Argentina del s. XIX.
Miércoles 28. Historia de la Corte Suprema de Justicia.
Jueves 29. Café Dorrego.
Viernes 30. Mujeres e Historia.
Los seminarios se desarrollarán en el horario de 19.00 a 21.00 hs. en la sede del Instituto. La inscripción es libre y gratuita y pueden registrarse personalmente en Rodríguez Peña 356 (CABA) entre las 14.00 y 19.00 hs. Via telefónica al 43716226, y por correo electrónico a seminariodorrego@gmail.com
18/05/14 Miradas al Sur
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