Si entre los que van a marchar el 18 de febrero en demanda de justicia hay dos fiscales acusados de entorpecer la investigación de la voladura de la AMIA, connotados partidarios de un ex presidente procesado por embarrar la cancha y un jefe de gobierno acusado de espiar a los familiares de las víctimas, es para sospechar que la intención no es salvar a la República sino esmerilar al gobierno en plena campaña.
Cuando se produjo la muerte del fiscal Alberto Nisman, la mayoría de las encuestas auguraban a las fuerzas opositoras una nueva derrota a manos del candidato oficialista que surja de las primarias abiertas que, según los mismos sondeos, sería Daniel Scioli. Nadie puede saber aún cuál será exactamente el impacto electoral.
Pero lo cierto es que los opositores hallaron al menos un eje capaz de convocar una multitud variopinta a una marcha que se hará en silencio, porque difícilmente podrían compartir consignas un poco más sensatas que “Cristina asesina”.
La muerte de Nisman les da la oportunidad de intentar la creación de un pomposo frente de salvación republicana, que puede aunar voluntades de izquierda a derecha, como lo hizo la rebelión sojera.
Muchos analistas señalaron que la elección legislativa escuálida que realizó el Frente para la Victoria en 2009, reflejó las heridas políticas que sufrió el gobierno nacional durante el enfrentamiento con los productores y exportadores agrícolas el año anterior.
Si bien el partido de gobierno resultó el más votado en aquella elección, se produjo una merma de diputados oficialistas y los opositores pasaron a ser la primera minoría. Aprovecharon entonces la nueva aritmética parlamentaria para conformar una alianza legislativa que se llamó Grupo A.
Curiosamente, los bloques opositores crearon ahora un remedo de aquella entente al cual llaman Consenso Parlamentario, que comenzará a producir shows mediáticos en torno de la muerte de Nisman, a pocos pasos del recinto del Senado, donde el oficialismo intentará reparar diez años de olvido, con la reforma del sistema de inteligencia nacional.
El Grupo A terminó siendo un boomerang para la oposición antikirchnerista, porque con el número a su favor durante dos años, consiguieron cargos en el Congreso y trabaron proyectos oficialistas, pero no se pusieron de acuerdo para sancionar una sola ley.
Ni siquiera lograron acordar un proyecto sensato sobre retenciones a las exportaciones agrícolas, la cuestión que había constituido de hecho un amplio conglomerado opositor.
La incapacidad de la oposición para generar políticas alternativas a las del gobierno fue tan evidente, que la presidenta Cristina Fernández obtuvo en 2011 un rotundo triunfo electoral con el 54 por ciento de los votos.
Esta vez no se las verán con Cristina Fernández, pero igualmente las encuestas indican que ningún candidato opositor solo le gana hoy a Scioli, por lo que la derecha radical viene promoviendo que el postulante antikirchenrista surja de una interna abierta amplia, en la que compitan el PRO, UNEN y el Frente Rrenovador. La denuncia del fiscal Nisman contra la presidente de la Nación y mucho más su posterior muerte, puede aceitar esa entente, pero difícilmente sirva para superar contradicciones que impiden al conglomerado opositor redondear en conjunto un mínimo plan de gobierno.
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