Por Alejandra Dandan
–¿Quién era tu papá?
–Esa es la pregunta que intento responder desde que tengo memoria. Tratar de reconstruir a una persona con anécdotas, fotos y algunos recuerdos míos. Creo que logré ver mejor a mi padre ahora en función de lo que veo en mis hijos.
Martín Miguel Roque es hijo de Gabriela Yofre y de Julio Roqué. Nació en 1974. Sus padres militaban en la organización Montoneros. Su madre en logística; su padre era parte de la conducción. Martín es el hijo más chico de Lino, Iván o Juan Julio, cuyos dos hijos mayores estaban en México, exiliados con su primera compañera. Martín tenía dos años en 1976 cuando secuestraron a su madre, y un año más cuando el GT 3.3.2 volvió por su padre. A los dos, al parecer, se los llevaron de la misma casa, ubicada sobre la calle El Ceibo, en Haedo, ocupada y desocupada por la organización con un año de distancia.
Martín declaró la semana pasada por primera vez ante la Justicia, en una suerte de reemplazo del testimonio que hasta ahora siempre brindaron sus abuelos. Vive en Córdoba, la misma provincia de sus padres. Julio Roqué nació en un pueblo del interior llamado Los Surgentes, tenía padres educadores y él mismo se recibió de licenciado en Educación mientras militaba. Gabriela era de una familia “menos humilde”, venía de una casa donde circulaban los libros y el debate.
Al empezar la audiencia, el presidente del TOF 5 presentó las cuestiones del protocolo. Martín “prometió” decir la verdad. La fiscalía comenzó con las preguntas que intentan reconstruir la historia de un grupo de caídas que ahora suma la incorporación del nombre de Gabriela, la “Ratita”, como la conocían sus compañeros, por su talla pequeña. “En realidad tuve que tratar de reconstruir en estas últimas horas muchas de las cosas que están atadas muy emocionalmente para ponerles fechas”, dijo él. Así empezó el relato en la casa de Haedo un año antes. Allí, en octubre de 1976 vivía Roqué con Gabriela, Martín y María Saleme de Burnichón.
“Todavía no puedo saber la dirección exacta de ese lugar”, dijo él, pero un día de octubre, que puede ser el 25, 28 o 29 de 1976, una fecha que cambia de acuerdo al tipo de reconstrucción de sus abuelos, sale su madre camino a una cita. “Mi madre tenía una cita, mi padre suponía que estaba cantada, y le dijo: ‘no vayas’. ‘Sí, voy a ir’, dijo ella, porque dijo que sabía darse cuenta cuando una cita estaba cantada.” Siempre solía llevarse a su hijo, pero esa vez María, la tercera habitante de la casa, le dijo que no. “Que Martincito no vaya, que se quede conmigo.”
Esa fue la última noticia que tuvieron de Gabriela hasta años más tarde, cuando recibieron la lista de desaparecidos de la ESMA denunciados por un grupo de sobrevivientes en 1979, en París. “Traje esa lista acá a la sala”, les dijo Martín a los jueces. “La tengo por si la quieren ver, aunque seguro que ustedes la tienen, ahí hay un montón de nombres, está Rodolfo Walsh, por ejemplo.”
La sala de audiencias es la de comienzos de febrero. Todavía casi vacía. Las jornadas de testimonio recomenzaron el lunes pasado. Un defensor privado de los represores pidió ese mismo día un minuto de silencio por la muerte de Alberto Nisman. Juan Martín declaró no más de una hora. Trabaja en un banco. Tenía una camisa a cuadros de mangas largas abotonada hasta el último espacio.
La casa de Haedo
Gabriela militaba en el área de depósitos y suministros de Montoneros. Cuando los que estaban en la casa notaron que no volvía, la casa se “levantó”. “Sé que salimos del país: mi padre por un lado, yo con el señor (Raúl Clemente) Yager vía Brasil, que me hizo pasar como su hijo y después nos vimos en México. Me reencuentro con mi padre y en mayo de 1977, él retorna a Argentina. Va a la casa de Haedo. De memoria no sé el lugar, pero sé que es por la calle El Ceibo.”
En septiembre de 2013 declararon en este juicio los hermanos Alejandro y Julio César Vasallo, en ese momento de 14 y 10 años de edad. Los Vasallo eran una familia de Córdoba. Elvio Vasallo era el padre, militaba en cooperativas, en el movimiento peronista Montoneros, como lo recordaron, y le decían el “Tío”. En marzo de 1976, perseguido por el golpe, cargó a su esposa Ada Nelly Valentini y a sus hijos Alejandro y Julio César en un recorrido que terminó en Buenos Aires. La casa de Haedo, al parecer, había estado un año sin movimiento, levantada después de la caída de Gabriela. Los Vasallo se alojaron ahí. Era un chalet de dos pisos donde también se instaló Roqué.
“Hay numerosas anécdotas que hacen que uno se pueda armar una idea de cómo pudieron haber sido los hechos –dijo Martín–: él sale a una cita. Lo chocan, que parecía un hecho accidental, pero no. Lo agarran a él.” En la casa, mientras tanto, estaban Elvio, su esposa y los dos chicos. “No sé cómo pero primero sale un hijo, después sale el otro, sale la madre y cuando finalmente ninguno regresa sale el padre, que apenas sale se da cuenta de que algo no andaba bien. Pensaba que era una emboscada. Enfila para la casa de nuevo y en ese momento asedian la casa.”
Las reconstrucciones de lo que pasó están contadas por distintas vías. Hay un relato de los hermanos Vasallo. De un sobreviviente. De la película que hizo su hermana, María Inés Roqué. Pero también hay datos en los diarios de la época, buena parta de ellos imbuidos en la propaganda del terror. La revista Somos hizo un artículo el 10 de junio de 1977, a más de diez días de distancia de lo que se convirtió en una cacería.
“El artículo tiene muchas mentiras, pero hay un testimonio de un vecino que habla de los tiros, de helicópteros que se tiraba en picada, del tiroteo que se termina con una explosión.” Sobre el final hay varias versiones distintas. Roqué aparece en unas desarmado, en otras combatiendo. “En la versión que toma mi hermana –dijo Martín sobre la película– él toma la pastilla de cianuro. Nunca supimos el destino de su cuerpo, aunque sabemos que ahí estuvo el grupo de la ESMA porque lo dijo Astiz.”
Martín llevó a audiencias muchos papeles. Carpetas. El ejemplar de la revista Somos. Fotos de sus padres. Su madre con capelina a los 17 o 18 años. Su padre con él, con sus hermanos, en invierno, con bigotes. También llevó un ejemplar de la revista Tres Puntos con la entrevista a Alfredo Astiz. Gabriela Cerruti le pregunta en un tramo por las torturas. Astiz habla de una guerra. “Yo maté en un tiroteo en Haedo al que era el número tres de los Montoneros, un tipo menos conocido pero mucho más querido”, dijo el Angel de la Muerte. “Lino le decían. Se llamaba Julio Roqué. Si hubiera estado él al frente, hubiera sido otra cosa. Pero lo maté yo. Fue un tiroteo durísimo. Casi me dan en una pierna. Quedé temblando por días. Voló toda la casa, una explosión tremenda.”
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